Esa noche, mi padre nos llevó a
dormir a la montaña. Tenía 8 años, y con mis 8 hermanos, muy obedientes nos
acomodamos en la oscura cueva.
Teníamos la orden de quedarnos
allí hasta que el sol brillara en la cima escondida por otra, majestuosa y
cuajada de árboles. El hambre y la luz de los rayos del sol en la cueva fue la
señal que nos animó a retornar al rancho.
Uno tras otro fuimos
despeñándonos con sigilo por la montaña hasta la casa de hojas de caña.
Caminábamos en silencio, uno tras otro como unos cien pies.
Atentos a cualquier movimiento, sin ponerle
atención al de las tripas que mugían de hambre. La noche anterior no habíamos
alcanzado a cenar. Cautelosos, desayunamos con agua de un arroyuelo que brotaba
en la sierra y discurría por el valle perdiéndose entre la arboleda silenciosa
y mustia ante la guerra de los hombres.
En el patio de las ruinas del
rancho, las gallinas, los cerdos, los perros se peleaban con los gallinazos el
desayuno del día. En el lugar y en corredor de la chamuscada choza, yacían los
cuerpos de cinco miembros de mi familia.
La sangre brotaba de sus
humanidades y corría descolgándose al platanal para esconderse de la furia de algunos
conservadores que, protegidos por la oscura noche, habían decidido sacarnos de
la tierra por profesar mi padre una atracción por las ideas de Jorge Eliecer
Gaitán. El caudillo del pueblo había sido asesinado por un sicario. Juan Roa
Sierra que había trabajado años antes en el periódico El Siglo en la capital
del país.
Había terminado la segunda guerra
mundial, gracias al pacto antifascista entre Rusia y EU que derrotó a los nazis
y a Mussolini, en Italia dando un aire al surgimiento de movimientos progresistas
en América Latina. Pero EU inauguraba sus políticas de guerra fría y en Bogotá
se celebraba en abril de 1.948 la IX conferencia de cancilleres con el fin de
crear la Organización de los Estados Americanos: OEA.
Previo a lo que ocurriría en
Bogotá, en Cuba un joven nativo, aprovechando la presencia en la isla de un
grupo de estudiantes argentinos, junto con ellos, solicitaron al presidente Juan
Domingo Perón la financiación del primer encuentro de jóvenes estudiantes americanos,
evento que se efectuó paralelo a la conferencia de cancilleres en la misma capital,
Bogotá.
“Yo no soy un hombre. Soy un
pueblo”. “El hambre no es conservadora ni liberal”, afirmaba Jorge Eliecer
Gaitán quien sería el futuro ganador de las alecciones a la presidencia de la
Republica de Colombia, preocupó a la oligarquía de los partidos tradicionales
que venia ejerciendo una violencia soterrada desde los organismos policiales
del Estado. Pactan en silencio el asesinato de Gaitán que ocurre el 9 de abril
del 48, circunstancia que, por primera vez, el pueblo de Colombia responde con
violencia a la violencia por sesenta años más.
Contó mi padre que el 7 de
febrero del mismo año, Gaitán encabezó con cien mil colombianos “la marcha
del silencio” en la que se exigía al gobierno de Mario Ospina Pérez, que “Cesara
la matanza”. Una semana después, en Manizales, en el funeral de 20 liberales,
Gaitán se pronunció a favor de la paz.
Las matanzas continuaron.
El 18 de marzo del mismo año, ante la ola de
asesinatos de ciudadanos liberales, Gaitán rompe con el gobierno conservador
presidido por un antioqueño. Y el gobierno responde nombrando canciller al más
odiado fascista, Laureano Gómez; quien estuvo de embajador en Alemania en el
florecimiento de Hitler en Europa. Y él, hace su presencia publica presidiendo
la IX conferencia de cancilleres del continente que empezó el 30 de marzo. La
primera acción de Gómez fue vetar a Gaitán para no estar presente en la
conferencia continental de cancilleres.
La conferencia de estudiantes,
acogen a Gaitán y le proponen que presida la conferencia juvenil en Bogotá.
Ese fatídico 9 de abril, al medio
día, Gaitán decide ir a almorzar a un restaurante cercano de su oficina. Esa
tarde, en su agenda estaba programada una reunión con Rómulo Gallego, político de
Venezuela y el estudiante cubano, Fidel Castro.
Gaitán baja de la oficina
acompañado de cuatro personas: Entre ellas, Plinio Mendoza Neira, padre del
periodista, Plinio Apuleyo Mendoza, quien abraza al candidato hasta la calle. Ya en ella,
suelta a Gaitán. Aparece el asesino apuntando con un revolver. Gaitán gira para
escapar, pero recibe tres balazos, dos en la espalda y uno en el cuello,
cayendo herido mortalmente mientras el asesino huye apuntando a la gente para
que no lo sigan. Sin embargo, metros mas adelante se deja desarmar mansamente
por el detective Pablo Emilio Ponte, quien se lo entrega a dos policías para
que se lo lleven detenido, y extrañamente desaparece.
Juan Roa Sierra era un esquizofrénico
con tendencia fascista que se creía el general Santander. El día anterior al
homicidio, Roa Sierra había exhibido un gran fajo de billetes con el cual,
entre otras cosas, había adquirido el arma homicida.
Mientras Gaitán lucha por vivir,
cuenta Gabriel García Márquez, testigo, que mientras los policías conducen al
homicida, son rodeados por una multitud que es agitada por un señor “vestido de
gran clase, con un vestido de alabastro” y un control milimétrico de sus actos, que
dice que “hay que matar al asesino”. Los policías se refugian con el detenido en una barbería.
-El dueño le preguntó a Roa sobre
el por qué mató a Gaitán.
-Roa le dice que no puede hablar
porque son “cuentas muy grandes”.
La muchedumbre toma al asesino.
Lo mata a golpes y lo arrastra desnudo hasta las escaleras de la presidencia de
la Republica de Colombia
Al misterioso personaje elegante,
-cuenta gabo- lo recogieron en un automóvil nuevo y se perdió en la ciudad.
La muerte de Gaitán se regó como pólvora
en la ciudad, y luego, por las noticias de la radio y de la prensa, se expandió
por el país. En Bogotá se incendiaron tranvías, autos y 142 edificios incluido
el de la Gobernación de Cundinamarca. Algunas unidades policiales se unieron a
la revuelta y entregan armas al pueblo. Para quitarle carácter político a la
revuelta, la Jerarquía católica recomienda al gobierno soltar a los presos comunes
para que saqueen la ciudad. El saldo
final del Bogotazo fue de tres mil muertos.
La muerte de Gaitán fue el resultado
de una acción encubierta recordada como “la operación pantomima” ejecutada por
la embajada de los EU, la policía colombiana y la oligarquía. Así lo confesó un
agente de la CIA, John Mapples spirittu capturado en 1.960 o 1.961 en la provincia
de Sancti spiritus, Cuba; cuando hacia inteligencia militar para derrocar al régimen.
Este agente estuvo el 9 de abril de 1.948 en Bogotá haciéndose pasar como estudiante
italiano con el nombre de George Ricco.
"Han transcurrido 71 años de ese 9
de abril de 1.948.
Fui ordenado sacerdote el 5 de
agosto de 1.971 y desde entonces he dedicado mi vida al servicio de Jesús
encarnado en los desplazados, en los pobres, en los marginados. Pero en estos
años he perdido a 14 compañeros que, como yo, han ofrendado su vida en defensa
de los derechos humanos, en defensa de la vida.
Me uno hoy al clamor de todas las
victimas de la violencia fratricida, y a los gritos de quienes defienden los
derechos humanos, en particular de quienes siguen siendo desplazados de sus
ranchos y sus tierras. Clamo al cielo por los niñ@s reclutados contra su
voluntad y obligados a empuñar las armas en contra de los mismos campesinos, ya
desarmados o armados a nombre del Estado.
Desde siempre clamo a Dios que
acelere la llegada del Reino de Dios que es vida, verdad, justicia, amor y paz.
Que esa nueva realidad, sea
anhelada por los hombres de buena voluntad y que el Dios de la vida perdone a tantos
victimarios y a las víctimas de su Reino y Gloria.
Como sacerdote imploro a mi
Iglesia católica asumir las premisas del papa Francisco y las profecías de
Jesús, fundador de la Iglesia de los pobres y oprimidos.
Al oyente, al lector los convoco
a dejar de ser aliados de sus propios opresores. De los victimarios y cómplices
silenciosos del viacrucis que vivimos los colombianos, por las mismas causas y
causantes.
-Soy Benjamín Pelayo Lizarazo,
sacerdote siervo del Dios de la vida".
San Gil, abril 9 de 2.021