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lunes, 29 de diciembre de 2014

La mula del sacamuelas

Montando en ella, venía orondo e imponente el torturador

El sacamuelas cualquier mañana del almanaque brístol se desprendía por el camino indígena de la miel, la sal y las ollas que unía a Puente Nacional en Santander con Leiva en Boyacá. Transitaba con su jinete desde los robledales de la estación en honor al árbol del que salían vagones  completos con bultos de carbón vegetal hacia la capital de la Republica para las estufas de leña, otrora energía en el hogar. 


Su tamaño mular era romo y su color azabache. Sus orejas como las de un burro y sus ojos semejaban las del diablo que nos describía Guillermina la catequista de la parroquia. Brillaba su pelaje con los rayos mañaneros. No rebuznaba, ni relinchaba. Era un hibrido entre el asno y el equino.

Su aparición silenciosa en la curva que se fundía en el patio de la Esperanza, una de las tiendas de la vereda Alto Jarantivá en la que había cancha de tejo y bebidas a granel, era de mal presagio para quienes en ese entonces éramos unos infantes.

Montando en ella, venía orondo e imponente el torturador. Blas era su nombre y Bohórquez su apellido. Con su cuerpo cubría el de la mula, dando la sensación, desde el potrero del frente de la tienda la Esperanza, que cabalgaba igual que nosotros cuando lo hacíamos en nuestros rocinantes de palo.

El torturador tenia  cabeza de cubo, y de su cara sobresalía su mentón rectangular que escondía su boca entre delgados labios que solo se movían para balbucear lo necesario.

 Cubría su cabeza con sombrero negro de alas cortas de uso común en los finqueros con algún patrimonio para resaltar la diferencia. En señal de su presencia en la casa, inclinaba su sombrero cuando se despedía luego del cumplir la misión en el hogar en el que una semana antes, en el mercado habían pactado su servicio de torturar a los niños.

Como todo buen jinete que arribaba a una vivienda, buscaba el botalón en donde se bajaba para dejar amarrada la mula con ojos de demonio y soltar de la silla de montar, su maletín negro de cuero marca Trianon, iguales a los que cargaban los galenos, en ese entonces, en sus visitas domiciliarias.

En el negro maletín sus herramientas de trabajo. Un par de pinzas  de diferente tamaño, un frasco con alcohol, unas toallas  color moho y escasos copos de algodón. 

Desde el momento que anunciaba su llegada con un “buenos y santos días” la tortura empezaba en mí y en mi hermano. Había llegado el día con sus horas nunca deseadas, y en él, el sacamuelas.

No había forma de escaparnos, nuestros padres ya estaban prevenidos para evitarlo. Mientras nuestra madre preparaba abundante desayuno para el visitante del dolor, nosotros éramos controlados por mi padre, quien conversaba animado con Blas, el sacamuelas, sobre los asuntos políticos y sus diferencias entre conservadores y liberales.



Entre charla y charla se disponía el taburete, la basecilla, el agua en un pote, mientras el jinete de la mula se engullía en un abrir y cerrar de ojos el abundante desayuno, deseado por nosotros en algún día de nuestra existencia.

Nunca anhelé esos momentos previos a la tortura. Mi cuerpo sudaba como si estuviera atizando el fogón con el almuerzo para los cosecheros de café. Mis piernas temblaban igual a cuando camino arriba con la recua de mulas con el mercado, partíamos por el camino indígena de la miel, la sal y las ollas desde la plaza de Puente Nacional hasta la esperanza, la tienda y casa de la familia.

Ganas de ir a la mata de plátano a orinar y de salir corriendo sentía en esos momentos. No había motivación, ni promesas de algún regalo. 
-A lo que vinimos vamos, -decía Blas fustigándonos con cada palabra-, que nos dolían tanto como cuando nos extraía una de las muelas de igual manera como se sube de un tirón un par de bultos de cemento a un tercer piso, usando la fuerza humana mediante una polea.

El primer turno era para mí. Era la orden de mi padre, disque para dar ejemplo a mi hermano. Si no abría la boca a las buenas, mi padre me sujetaba como un ternero para dar un bebedizo. Por fuerza que se tuviera, uno quedaba inerte ante los tenazas de los brazos fornidos y fuertes de mi padre.

Mis alaridos eran agudos y estridentes que vecinos a una legua se enteraban de mis desdicha, siendo al otro día, interrogado cual Gestapo por el camino rumbo a la escuela.

Sentía uno que había quedado boqueto o sin una muela cuando escuchaba el diagnostico de Blas: 

-Estaba larga o pequeña. 

En ese instante, cesaba el dolor y uno entraba en un trance de descanso mientras sentía manchas de sangre, que tanto mi padre como el sacamuelas, intentaban taponar con buches de agua sal y alcohol.

Desde entonces aprendí a maldecir en silencio, a sufrir con estoicismo, a bañarme la boca con empeño, y a trabajar para que las próximas extracciones fueran con anestesia con el Doctor Palacios, el odontólogo de Puente Nacional que repartía la jornada entre la cantina y el consultorio. 

Blas guardaba sus herramientas de trabajo, se despedía con cortesía extrema y aprontaba su mula para visitar a otro amigo del partido a cumplir igual misión sin cobrar algún centavo por el servicio que brindaba en la comarca.

 Montaba con cuidado su mula azabache y con una quitada leve del sombrero en señal de respeto y agradecimiento azuzaba a la mula con el talón de los pies y el mular salía corriendo camino arriba buscando el retorno mientras uno quedaba con las ganas de no crecer con molares para evitar el dolor causado por el sacamuelas que venía de los montes en su mula roma azabache.

San Gil octubre 10 de 2.015







13 comentarios:

  1. Josue Orlando Villamizar R

    Me dolió.... Pero disfruté el paisaje... Y que buena Mula..

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  2. Grato leer el comentario. Me reí por los bien logrado, ya por el dolor y el gusto por la mula, y el deleite del paisaje. Aun no me he podido reponer del trauma de las extracciones a juro.

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  3. Raúl Gerardo Marín Puentes

    Ha juemadre ,,, dieron en un buen tema,,, creo que en La Belleza existieron un par de esos buenos samaritanos,,, lo de samaritanos por cuanto no es posible dimensionar, sin vivir la experiencia, de lo que podía ser el dolor o la ortodoxa forma de aplicar la cura,,, pero creo que la primera es mucho más impactante, al fin y al cabo el dolor de muela junto con el de oído, el de la amputación están considerados como los dolores más agudos.

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  4. En su Belleza, tierra de gratos recuerdos, su comentario trajo a mi memoria a Alcides, el mecánico dental. Muy seguramente lo antecedieron los citados por su señoría.

    El dolor de muela, la cara inflamada, la hoja de granadilla untada de mantequilla asidas con un trapo blanco colgado de la cabeza, sería tema para otro relato. Su convocación, recordé las veces que no fui a la escuela por tener la jeta como un balón.

    Y del dolor de oído, mejor calle esos ojos, su señoría....Un cuaresmero en uno oído por pecar en cuaresma, no le ocurrió?. Sopesando, me quedo con el dolor de la extracción de Blas. Menos en el tiempo y en el llanto; pero un dolor de oído? Virgen de la agarradero.....

    Y el tercero, el de la amputación. No lo vi, no lo sufri.... Y que tal si fajo un relato del color que producían las niguas?

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  5. Carlos Monsalve

    Jaja, Misael Olarte en El Porvenir, municipio de Sucre Santander. Otro sacamuelas

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  6. Luis Martinez Arias

    Amigo Nauro, buen relato de los sufrimientos infantiles por causa de las caries que padecímos todos en esa época escolar.

    Por Ocamonte, tuve el honor de conocer al sacamuelas del pueblo, un yegua llamado Sindulfo, que terminó muriendo de cirrosis a causa del guarapo y el aguardiente que bebía, pues no solo le daba a los pacientes para anesteciarlos, si no que lo consumía para tener fuerza para halar las pinzas.

    Gracias a Dios, no tuve que sufrir en carne propia esa desagradable tortura.

    Saludos desde la Numancia Granadina,
    La tierra del Samán
    La tierra de Acevedo y Gómez
    Y de José Antonio Galán

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  7. Cordial saludo, honorable poeta de Moravia. O mejor, poeta de la radio.

    Los teguas dejaron huellas. En ese entonces se les apreciaba como sabios porque disminuían el dolor. Y en el citado en la tierra de la Jabonera visitada por usted y su equipo cada semana, para producir martirio a los niños sacando sangre, tenia un nombre acorde al oficio: Sindulfo. Y después el lector se pregunta si quienes escriben, inventan.

    Sucedió a Blas, luego de su muerte un tegua que iba los martes a la tienda la esperanza, lugar donde aprendí a caminar entre porrones, botellas y harinas, pero no de la que esta pensando.

    Carvajal se hacia llamar. No hartaba guarapo¡¡ Chicha y chirrinchi. Lo hacia cada vez que prestaba el servicio de extraer un molar. Brindaba antes de hacer fuerza, dizque para que la victima no se diera cuenta sino cuando esculpía sangre en la bacinilla. Igual a como procedía Sindulfo.

    En su niñez, tuvo sus ventajas diferenciales.

    Y su señoría sigue explayándose trabajando por toda la provincia de Galán, Santos y Acevedo y Gómez?

    Ya es hora que todas las tardes se sombree bajo en Samán y continúe escribiendo. Eso si, no lo vaya hacer esperanzado en lo otro, como los enamorados. Y tampoco para arreglar los problemas clamando ayuda al charaleño José Antonio Galán.

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  8. Pedro A. Mateus M.

    Los sacamuelas eran toda una institución...eran los tiempos en que todo mundo se sacaba la dentadura natural para reemplazarla por la tradicional caja de dientes...ellos eran muy serviciales sobretodo en ese terrible momento de un dolor de muela ...en cualquier lugar u hora del le hacían el favor...cargaban las pinzas en el bolsillo y si no había más sobre un barranco sentaban el paciente...limpiaban el instrumento con hoja de arracachuelo y le hacían la operación...h...si lo hacían ver las estrellas pero lo libraban de la causa...la muela podrida...hoy es la tenebrosa fresa la que nos pone a ver estrellas y retener la corriente...los sacamuelas han pasado a la historia...pero no la tortura de la fresa....

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    1. Sus comentarios siempre oportunos para enriquecer el relato. En tierras de Jarantivá era costumbre restregarse la dentadura con el dedo untado de ceniza o cal para matar las bacterias, y a la vez proteger la dentadura, decía su amigo Agustín. El honor era tener un diente con chaqueta de oro. Y tocaba que fuera de 24 quilates para exhibirlo al sonreír. Ya teniendo el diente de oro, había que brillar la dentadura todos los dias con el polvo que se sacaba al rayar un pedazo de pedernal con una piedra. Decía el relator de historias que conservaba la dentadura, la mantenía blanca y conservaba el brillo natural.

      Y como olvidar las hojas de arracachuelo? servían para otros menesteres, no agradables de narrar. Es una planta que esta en el olvido en la ciudad, pero en el campo, tiene usos diversos.

      ¡Y la fresa¡ Recordé el movimiento circular del hilo que giraba y giraba en la rueda de cuyo centro emanaba el lazo, y en su punta la diminuta fresa. La veía como se aprecia un taladro hoy en la madera. Aun hoy, es un martirio. Claro¡ sin tanto ruido y suavizado con agua.

      Y como otros oficios, el de sacamuelas ya es historia. Valió la pena escribirla para contarla. En nuestro caso, para recordar a quienes nos hicieron el bien de eliminar el dolor de muela y extraer las muelas podridas.

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  9. Hermes Miguel Garcia Ruiz

    Profesor Nauro, otro relato que cuenta lo que se vivía cuando no habían odontólogos pero sí caries en dientes y muelas que era urgente sacarlas por que no había restauración y era ahí donde hacía presencia el terrible sacamuelas y la inolvidable tortura muchas veces sin necesidad de correr a la mata de plátano si el susto era muy fuerte , había veces extraía piezas buenas para evitarse otro viaje a corto plazo.

    Que tiempos y después para calmar el dolor a punta de aromáticas.

    Un abrazo sin torturas.

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    1. Era tan arrecho el susto de estar en manos del sacamuelas, que, como cuenta el poeta bellezano, hasta se retenía la corriente.

      Pero Pedro tiene razón al contar que la tierra de ustedes, era usual la extracción molar para usar las reconocidas cajas, hoy prótesis, como cita el otro bellezano, Marin .

      Nuestros taitas eran tan prácticos que para ahorrar dinero, viajes al pueblo al chino si le adelantaban la extracción de los dientes de leche, con la excusa: ¡ de todas maneras tendrá que sacarse¡ le hacían en un solo viaje el estado de boqueto. Y no me haga citar a quienes recuerdo con ventanas en la dentadura.

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  10. PROFESORA LINA PEÑUELA SAN GIL

    Excelente relato de vivencias pasadas que cantidad de personas llevan en su recuerdo, otro relato es la forma como le perforaban las orejas a las niñas para los aretes nada parecido al disparo de una pistola en las joyerías, cuando hacían fila varias niñas para el tortuoso momento pero con el anhelo de sus primeros aretes de oro, la última ya se había orinado en la ropa...🤨

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    1. Mi apreciada colega Lina, cordial saludo.

      Claro¡ escribiré el relato de la perforada de orejas. Le contactaré y en base a testimonios plasmamos otro relato.
      Quien gozó luciendo los artes de oro? Luego del martirio de la perforada de orejas.

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Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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