Las brisas madrugadoras
acariciaban los rostros de los caminantes;
la oscuridad arrullaba
a quienes duermen plácidamente al amanecer
facilitando el acercamiento corporal
de quienes caminan como excusa para conocerse;
el suave viento
que trepaba sigilosamente por la cañada del río,
despertó en los dos caminantes
las larvas que dormitaban;
en él, dispuestas a mantenerse en el mismo estado,
y en ella, dispuestas a convertirse en mariposas.
Cual celestinas
el viento con sus brisas pactaron con la oscuridad
facilitar un romance a escondidas.
Un romance consumado en un hotel
legalizado en una Iglesia
prolongado en un hijo
y eternizado en el tiempo.
El amor florece unas veces a primera vista,
otras, con la ocasión,
incluso con la obligación.
El amor envuelve cual la neblina,
aparece cual la brisa,
brilla como el amanecer,
persiste como las piedras
ilumina, cual llena luna,
cuando brota y se dona como el aire,
como la gota de roció a la planta seca,
como la semilla a la tierra,
como la caricia de una madre al bebe,
como la mirada de un niño
a la madre que lo amamanta,
el amor es la brisa que nos acaricia
y prodiga sentido a la existencia.
La Margarita, octubre de 2015
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