En tiempos de matusalén para proteger los pies José y María usaban los alpargatas atadas a los tobillos con cinta negra tejida en algodón para entrar al pueblo, para asistir a fiestas o acudir al templo a cumplir los ritos religiosos, una vez participado en el acto social esta prenda se la quitaban al abandonar el lugar y retomar el camino de regreso a la vereda.
Las alpargatas o espardeñas, o esparteñas, y en Colombia conocidos como “chocatos” o “cotizas” se generalizaron en el uso en América Latina desde el periodo la conquista introducidas por los españoles catalanes en cuyo país tienen historia desde 1322 que fueron una mejora de las pantuflas romanas, y éstas a su vez, una mejora de la sandalia egipcia. Cuenta la historia que en México el uso de las alpargatas estaba antes de que llegaran los españoles, es decir nuestros indígenas indoamericanos no eran tan “chocatones” como creen muchos de los descendientes.
Este calzado, que en otrora era común el uso en los campesinos, y hoy, generalizado entre los jóvenes, en particular extranjeros por su simpleza y liviandad, se ha elaborado artesanalmente con fibras naturales la suela ya de fique, yute, caña, cáñamo o cuero, y en algodón, la capellada.
Las alpargatas de José hacían juego con el color de la camisa siempre blanca, y el calzado de María hacía juego con la blusa también blanca y la falda siempre negra. Ellos usaban las alpargatas para ceremonias y visitas a las zonas urbanas, y hoy, es un calzado informal con capelladas tejidas y bordadas según la región y país, y las que usan las mujeres, hasta tacón tienen, pues las originales eran planas para ambos sexos, pero actualmente las cotizas tienen un predominante uso informal en las ciudades.
José se calzaba las alpargatas en “el lava patas”, lugar a la vera de cada camino cercano a un arroyo para ingresar al casco urbano, y en ese mismo lugar se las quitaba al salir del pueblo y retomar el camino de regreso a la chacra y con el mismo cordón o cinta las ataba al cinturón sobre la nalga derecha sobrepuestos acariciándose las capelladas tejidas en algodón, o las suelas, ya de fique, ya de cuero, ya de caucho de llanta usada. En los mayores, se veían a la distancia las alpargatas haciendo yunta con el cuchillo o el revolver encintado integrando la vestimenta usual hasta la década del sesenta del siglo XX. Igual María también se calzaba y se quitaba las alpargatas y las disponía de la misma manera pero los echaba en el canasto junto con el colorete, el frasco de tabú y la caja de polvos.
Él, usaba un monedero que cargaba en el bolsillo secreto fabricado por el sastre a petición del usuario que se confeccionaba por dentro de la pretina cerca al cinturón y al interior del bolsillo derecho del pantalón; y ella, usaba una veneciana que era una bolsa en fino y terso cuero de forma circular perforada en el borde por cuyos armónicos huecos cruzaba una cordón del mismo material que tenía como función recoger sobre si misma la veneciana que se suspendía en el cuello dejándose desprender verticalmente escondida bajo el pelo largo, ya trenzado, ya suelto y precipitándose escondida entre los senos protegidos bajo una blusa blanca ancha con cintas de colores dispuestas en forma horizontal que hacían equilibrio con las cintas del mismo color que remataban la ancha falda negra de paño de pliegues hasta el encaje de la enagua blanca de algodón escondiendo las piernas hasta el tobillo sin dejar a la vista la piel ni para la imaginación de José.
Las alpargatas, como quienes tenían la fortuna de usar zapatos, eran lavados unos y lustrados otros y dispuestos en el hogar en el almario junto con la ropa para asistir a los actos sociales. El resto del tiempo, tanto José como María mantenían a pata limpia haciendo sus quehaceres.
Las cotizas con suela de fique se tejían en Somondoco, Boyacá, pueblo en el que abundaban talleres de artesanos que tejían la capellada en algodón y las suelas en fique para despachar a buena parte del país. Las alpargatas santandereanas eran tejidas en algodón o cáñamo las capelladas y cosidos sobre suela de cuero o llanta en Socorro o San Gil, Santander, poblaciones que aún tienen prosperas empresas de cotizas.
Este calzado usado por ellos y por ellas fue remplazado años después por los zapatos de caucho y posteriormente de cuero, mientras las alpargatas siguen usándose para exhibirlos con los trajes típicos en las ferias y fiestas de las poblaciones cuyos habitantes se niegan a esconder en el pasado sus costumbres tanto gastronómicas, musicales como formas de relacionarse con los vecinos y las amistades de cada localidad.
En la primera década del siglo XXI el uso de las alpargates se generalizó entre los José y las Marías argentinos, uruguayos y españoles y el gusto por usarlos se popularizó en el continente latinoamericano. El nombre como el color de la tela y el material de las suelas cambió, pues la prenda se volvió de uso citadino y ya no se fabrican en talleres artesanales de los pueblos, sino en empresas con reconocidas marcas asentadas en las capitales que fabrican los chocatos en gama de colores y suelas para ser usados informalmente por quienes ven en la moda una manera de mostrar su existencia.
Quienes nacimos en medio de la naturaleza, las alpargatas se han convertido en una antena a tierra que nos recuerda nuestro origen, y así tengan diversas capelladas y distintos materiales como suelas, todos regresamos al principio de la vida con los pies para adelante o para atrás, incluso quien han nacido en la ciudad
Puente Nacional, finca la Margarita, agosto 23 de 2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario