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domingo, 21 de enero de 2024
Gustavo Gonzalez Cubides, el nonagenario jarantivíe.
Y
recogió sus pasos…
Regresó
en la primera semana de enero de 2024 a su terruño donde nació y se hizo niño y
joven. En el mismo lugar donde disfrutó su vida como sexagenario los últimos 30
años en su finca El palco.
Transitó
lentamente por el césped circular que rodea su blanca casa, contemplando el
horizonte. En su premioso caminar y razonar juvenil, evocó su niñez deambulando
sin cotizas desde la vereda Jarantivá hasta el templo Santa Barbara a renovar
su fe, cada primer domingo, asido de la mano de su madre, Antonia, la campesina
de la casa cuadrada de adobe y teja de barro y el rancho de hojas secas de caña
pintadas en el borde de la llanura de la mediana planicie que alguna vez, sus
dueños pensaron que podría acoger el nacimiento del poblado que en la década del
sesenta empezó a denominarse, Quebrada Negra, levantado luego a dos kilómetros
mas arriba por el camino indígena que alguna vez conectó a Fandiño con el
pueblo que inicialmente se le bautizó como Sorocotá, hoy Puente Nacional.
Al mirar
al oriente, a su memoria retornaron imágenes de su pubertad arreando el burro
junto a su padre, Demetrio, ese lacónico campesino de sombrero cortico y fresco
hablado, tras el jumento con el huertiado de yuca, plátano y bore de la tierra
media de las Vegas de la quebrada Agua Blanca.
Recogió
sus pasos hacia el sur, y contempló distante la cordillera eterna que une a
Santander con Boyacá entre Loma vieja y parajes de Saboyá.
Su imaginación,
transitó camino al Morro hasta la capilla de Peña Blanca, a unos diez kilómetros
arriba a donde había que ir a rezar en la época de la violencia de 1948 de triste
recordación cuando a los habitantes de las tierras frías de Puente Nacional, no
podían ir al casco urbano para evitar los azotes y desprecios, que como la hija
del presidente Petro en el estadio de Barranquilla y en Miami, despreciaban los
adultos a los herederos de los hijos de los conservadores, ciegos seguidores de
Laureano Gómez, el promotor del odio contra los gaitanistas considerados izquierdistas
en esa época oscura de la historia colombiana.
Miró
hacia el camino indígena de la miel, la sal y las ollas, hoy la carretera que
une a la Muralla con el poblado de Providencia, buscando la casa de barro color
sapote en donde vivieron sus amigos y vecinos: Miguel Agustín Torres y María
Custodia de Torres, y notó que, con señas de militar, lo llamaban para hablar
debajo de la sombra del Clavellino en donde en tiempos idos, la patrona
Margarita sacaba a su hijo, el ciego Martin, a saludar a los reinosos y
viajeros del tortuoso camino cada lunes, día de mercado; pero se distrajo por
la visita de Judith, esa mujer cabeza de
familia que cuida a otra nonagenaria madre, quien estuvo siempre pendiente de
él y su aposento campestre.
Anheló caminar hacia el arroyo la Honda que es
el lindero de su predio con la finca de los hijos herederos de Salvador González
y Rosita Velandia para jugar con las guabinas y libélulas que pululaban en pretéritos
tiempos, pero cayó en cuenta que su cedula sumaba 90 años y las piernas ya no tenían
la flexibilidad de antaño.
Recordó
su Renault 4 color crema que adaptó para desplazarse hasta el pueblo y que fue
su medio de transporte hasta que, por prudencia, le prohibieron manejar. Y se
imaginó prestando el servicio de trasladar enfermos o gestionando mandados para
los vecinos.
Este
reciente diciembre de 2023 estuvo en Bogotá paseando entre su apartamento y el
hospital militar tras diagnósticos médicos. Nunca estuvo en ese centro hospitalario
como soldado o sargento del batallón de ingeniería de su amada Colombia, pero
si en los últimos diez años como paciente cardiovascular.
Gustavo
González Cubides, ese hombre justo, pausado y servicial, murió el 19 de enero
de 2024. Sus honras fúnebres y honores militares póstumos fueron hoy, 21 de enero
en la capital colombiana.
Fue un
asiduo lector y comentarista de mis historias sin contar y de mi poesia sin
cardar. Por celular siempre me mantuvo informado de sus pasantías hospitalarias,
y si bien, la agudeza de su oído había disminuido, leía sin gafas mi blog y
escuchaba y veía mis videos de mis cuentos y poemas.
Tres
dias antes que su corazón no respondiera a una intervención galena para mejorar
sus latidos, me contó del procedimiento y de sus anhelos de regresar a su providencia
de los recuerdos, pero en tren a regar sus jardines y disfrutar los bananos de
sus matas de plátano que sembró recientemente con esmero.
Gustavo
González Cubides como todo campesino veleño, fue un digno y sencillo militar
del ejercito nacional que, sin cursar el bachillerato, aprendió de trazados y
resistencias y con sus conocimientos empíricos trazo y dirigió la construcción
de su casa campestre de dos pisos a la que tapó con azotea para atrincherarse a
contemplar el horizonte, como los gavilanes que llegaban ocasionalmente a los eucaliptos
izados en la vecindad.
A su
abnegada esposa, María Celina Leal y a sus apreciadas hijas y nietos, les
presento, a la distancia, mis respetos y condolencias.
Soy Nauro
Torres Quintero, el artesano de la palabra colombiano nacido a escasos doscientos
metros de donde nació y murieron los recuerdos del sargento Gustavo González
Cubides, un ciudadano ejemplar nacido en estos parajes de lo que fueron tierras
de la hacienda Gambitas entre los poblados de Providencia y Quebrada Negra.
Soy un artesano de la palabra, un relator de historias, un tejedor de versos.
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