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jueves, 20 de febrero de 2014

Motive y anime a los demás a tener sueños en grande. Son los padres y maestros quienes potencian la inteligencia en los niños.




Maestros que dejan huella


LA ENSOÑACION, UNA DIDACTICA QUE EMPIEZA EN EL VIENTRE DE LA MADRE Y DEBERIA TERMINAR CON LA MUERTE

Si ensoñación es soñar despierto o desear algo con pasión, y soñar es representar en la imaginación sucesos o escenas estando dormido, o imaginar cómo real y verdadero lo no que no es; la tarea de los padres de familia y los maestros es motivar emocionalmente a los hijos e hijas desde el vientre de la madre hasta la pubertad para que,  conscientemente anhelen ser personas respetuosas, y honestas que logran todo con esfuerzo y dedicación y para que sueñen convertirse en ciudadanos creativos, solidarios, persistentes y proactivos.

Crecí en un hogar en el que soñar era un signo de malos presagios y en el que no había tiempo para la ensoñación, pues había que estar en permanente actividad física para evitar los malos pensamientos, como si esos viniesen de uno. Sin embargo, tuve la fortuna de tener algunos maestros en las cuatro etapas de formación académica, sembraron en mí anhelos para tener sueños o utopías y luchar por alcanzarlos, además me animaron a convertir los libros en mis amigos convirtiéndose en otra didáctica para sembrar sueños.

Mi padre, Miguel Agustín Torres solo fue a la escuela dos años, perdió a mi abuelo cuando tenía dos años de edad y asumió la responsabilidad del hogar de mi abuela viuda, y el nuestro, a los 22 años. Sin embargo, fue un narrador de mitos, leyendas y cuentos con los cuales nos distraía en las noches mientras descocotábamos el café que sembramos con amor en las paredes de una pequeña finca que bautizó la vega que no tenía de vega sino un espacio poblado de gigantes piedras que yo convertía en mis monstruos. No tuvo libros, pero leía todo lo que encontraba, en especial la prensa con la cual mejoró la lectura y la caligrafía, no superada aún ni por los hijos ni por los nietos. Fue él, mi padre, quien  convirtió mi vida en una ensoñación permanente, gracias a su  didáctica oral.

Sara Mosquera se llamaba mi maestra de primero. La recuerdo porque decía: estudie mijo, estudie. No vaya a ser como el burro que come, duerme y defeca en el mismo lugar. No vaya a ser como el burro que solo sirve para trabajar y rebuznar.

Epifanía Pardo se llamaba mi maestra de tercero de primaria.  Leyendo cuentos y narrando historias me indujo por los libros en cuyas páginas habría tantas cosas nuevas, aun no imaginadas por mí, pero que podría conocer y viajar por el mundo, estando en casa. Y desde entonces me escondo en ellos, hablo y comprendo a los personajes, conozco tantas historias como libros leídos.

El sacerdote Ramón González Parra fundador de SEPAS en San Gil, me regaló en la edad adulta tantas enseñanzas aún no escritas. La más importante, me enseñó a leer la realidad y a transformarla. Me enseñó a ser solidario siendo cooperativista.  Me enseñó que la pobreza no es un obstáculo para el desarrollo económico, no es un castigo, sino una oportunidad para vencerla con el conocimiento y la inteligencia. Me enseñó que mientras uno NO vea al otro-el prójimo- como mi hermano, mi fe en Dios es vana.

Albert Einstein fue un genio reconocido del siglo XX y uno de los más célebres de toda la historia. Según uno de los más brillantes científicos contemporáneos, César Nombela, con la Teoría de la Relatividad  formuló la última de las grandes leyes físicas del mundo –si él lo dice ha de ser cierto-. Su capacidad para explicar cómo la naturaleza no varía pese a la falta de destreza del observador­ - lo que el observador no ve -, lo hizo imaginar la curvatura del espacio-tiempo, que supuso una forma  nueva de descubrir la realidad, un avance extraordinario que transformó nuestra visión del espacio y del tiempo, desplazando para siempre a la física de Newton.

Con Einstein se confirma la tesis que las personas se hacen inteligentes, y como él, muchos pasan desapercibidos en el sistema educativo. De pequeño fue considerado un niño intelectualmente “lento”. La madre pensó que era un ser deforme-debido al tamaño y forma de su cabeza enorme y angulosa-, y retrasado mental – por su lentitud para comenzar a hablar­ -. Pero aquel niño,  grueso y ensimismado, callado y gris, con el tiempo empezó a poner en duda todo lo que los demás decían.

Como muchos padres colombianos, el padre de Albert no pudo estudiar porque los padres no contaban con recursos económicos suficientes. Era un hombre opacado, influenciable, con poblado bigote- como luego imitó su hijo- que  fue de fracaso en fracaso; fue bueno y pasivo que se acomodaba a las circunstancias; pero era muy querido por muchos, de gran corazón, y tendía a la ensoñación. El soñar fue la cualidad más importante que transmitió a su hijo.

Albert confesó que fue “un niño solitario y soñador, que no encontraba fácilmente amigos”. Evitaba las peleas y siempre prefería los pasatiempos difíciles en solitario o los juegos de bloques de construcción, es decir, cualquier cosa antes que empatizar con los demás. Hasta los nueve años habló con fluidez. Quien lo cuidaba de niño lo llamó “padre del aburrimiento”. No comunicaba sus sentimientos, pero sí, sus rabietas. En la música fue el único medio que la madre encontró para que él expresar sus sentimientos. El violín se convirtió en su compañero más fiel. Con él pensaba, resolvía problemas, se refugiaba.
La educación fundamental de Einstein no provino de fuera de la escuela. Lo rodeaban familiares adultos dedicados a las comunicaciones y la electrotecnología, entonces a la vanguardia de la tecnología. Igual influyeron en él los libros de divulgación científica que les facilitaba un judío estudiante de medicina.

Pero qué hechos convirtieron a Albert Einstein en un científico? Para demostrar la tesis del título de esta nota escrita por mí mientras estaba en el aula de docentes del Colegio Luis Camacho Rueda, los narraré:

1.    Un profesor le dijo que valía para las matemáticas y lo dejó ir  a sus clases de oyente cuando no había probado ni el acceso.

2.    Un estudiante judío de medicina agradecido le dejó a su padre, unos libros de divulgación científica que le apasionaron.

3.    Se encontró con el cariño de una familia que adoptiva que lo quiso, simplemente por ser una persona, sin autoritarismo ni protección. Que estimuló en él la búsqueda de la verdad, la dignidad y la excelencia del ser humano y su honradez.

4.    Una escuela sin autoritarismo ni dirigismo, merecedora de todos los esfuerzos y aciertos educativos.

5.    Y una esposa, que junto a su amor, le dio la motivación para trabajar por un fin más allá de sí mismo, y le supo acompañar hasta el éxito.



Todos los niños podrían ser Einstein, si como él encuentran la combinación que estimule su capacidad siempre desaprovechada y, en la práctica, infinita. Este judío fue el resultado de la combinación de: amor, estímulo, confianza y motivación, trabajo, ensayo y error.

Esa combinación debería estar en los padres, los maestros y familiares. La combinación del amor, el estímulo, la confianza, el trabajo, el ensayo y el error para aprender de ellos.


La mejor enseñanza, sembrar sueños. El mejor apoyo, facilitar la ensoñación. El mejor ánimo, usar las palabras para sembrar conocimientos  colocando capas de experiencia en las personas, y usarlas con positivas intenciones.

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