Sexalescencia
Pertenezco a la franja de población que no tiene entre los planes, envejecer y arrumarse en casa. Soy uno de tantos que trabajó desde niño, generó conocimiento, emprendimiento, empresa, familia, y desperté en miles de jóvenes los talentos para que volaran, por sí mismos, a partir de sus empeños, estudios e iniciativas haciendo siempre lo que más les gustaba y producía satisfacciones.
Somos mayores que no vimos lo que hacíamos, como un trabajo, sino como actividades lúdicas; y hoy, gozamos el existir y el vivir cada día y cada noche, como si fuese el último, reconociendo y asumiendo los deterioros normales de la tercera edad.
No me considero sexagenario. Soy sexalescente. Y como tal, hago lo que disfruto hacer: disfrutar la naturaleza, el escribir y amar sin condiciones.
Con un centenar de poetas de habla hispana, acogimos la invitación a participar en una antología digital con Sabor a sexalescencia. En ella, participé con el poema que hoy comparto con usted en mi blog.
Evocada imaginación
Imaginemos
que nuestras miradas inevitablemente se cruzaron;
imaginemos
que nuestros ojos se fijaron, unos en los otros;
imaginemos que nuestras voces,
mudas quedaron al mirarnos en silencio;
imaginemos
que nos enamoramos sin hablarnos.
Supongamos
que nos seducimos mirándonos;
supongamos
que nos fusionamos con los rayos del mañanero sol;
supongamos
que nos acariciamos con los desnudos rayos de la luna;
supongamos
que fuimos novios pasajeros y amantes eternos.
Fantaseamos
que vivimos en la brisa de la aurora,
fantaseamos
que navegamos en las espumas del infinito mar;
fantaseamos
que nos convertimos en arreboles;
fantaseamos
que convertimos el ocaso en cama nupcial.
Imaginemos
que nuestro amor se acrisoló en rocío,
nos fundimos en el aroma de las flores,
nos difuminamos en el verde de las hojas,
y las cenizas de nuestro escondido amor
pululan
en los fulgurantes rayos de sol
y
en la tenue luz de la luna primaveral.
Somos,
evocada imaginación.
Algunos de mis lectores se preguntarán el porqué siempre estoy
haciendo algo. La razón es simple. No me siento a esperar la
muerte. Ella llegará en su tiempo. En ese entretiempo, continuo con
mi artesanía de la palabra escrita. Con mi narrativa y mis poemas,
estaré con usted en la cuarta edad; entendida ésta, como el estar en
la memoria de los lectores.
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