En verde pradera curiteña, nació un 25 de septiembre de 1926, arrullado por tonadas interpretadas por melómanos padres que criaron a los hijos sin recursos económicos, pero con torrentes de amor por la vida, la naturaleza, Dios, la música colombiana y por la familia; cosechando en el tiempo, un trabajo artístico que revela las huellas imborrables en el sendero que fue cincelando en tallas, remodelaciones, restauraciones y esculturas en piedra, y pincelando en pentagramas en mas de 180 canciones al amor, a la mujer, a la belleza, a los poblados, a la amistad y a la vida.
ilustración de la caratula del cancionero “Cuando canta el sentimiento”, realizada por María Teresa Pereira Arenas, Hija del maestro José Antonio Pereira.
Junto con sus padres, debió abandonar el verde tapete de invierno sobre tierra amarilla y piedras milenarias para radicarse en su bella y preciosa Perla del Fonce a la que consideró “un pueblo sin par con tesoros de gestas gloriosas por sangres guerreras que sembraron libertad”, para inicialmente dedicarse al oficio del fique, luego a la música, la construcción, y finalmente a la talla en piedra.
El escultor, compositor y músico, José Antonio Peréira Arenas (q.e.p.d.), fue un autodidacta. De su vida anterior, traía la habilidad para esculpir y componer; en el seno de la familia materna, se contagió con la música, y del padre aprendió la responsabilidad y la honorabilidad.
Siendo niño aún, viviendo en media agua en una calle de San Gil, Observó un día como una vieja volqueta descargó una burda piedra que hombres fornidos, sobre varas, empujaron hasta el solar vecino. Y en él, cada día, un hombre golpeaba y golpeaba con porra y puntero, mientras miraba, curioso y admirado, cómo las manos de ese hombre, que le prohibía mirarle por las hendijas del portón de tabla, había convertido la masa milenaria de piedra, en una estatua que adornó, luego, un parque de un pueblo santandereano.
En personas inquietas la necesidad los convierte en emprendedores
Como ayudante de construcción colocando piedra sobre piedra en una de las torres de la catedral de la Villa del Fonce, observó, sin descanso, el trabajo que llegó a esculpir un tallador, en columnas, tumbas y altares. El reconocido escultor no regresó a labrar un encargo especial para distinguir el panteón de un extinto obispo diocesano que reposa en una de las criptas de la majestuosa catedral. José Antonio, necesitado y con ganas, propuso a Monseñor Quijano, el párroco, que él escupiría el cordero, con una condición: si al sacerdote no le gustaba la escultura, no cobraría por ella, y el cura, no le cobraría la piedra; pero si le gustaba, le pagaba el trabajo. Y, el presbítero, aceptó.
Usando un registro recibido por la hija mayor en una primera comunión de una compañera de escuela, lo cuadriculó, y por semejanza, lo transportó al papel de una bolsa de cemento, y con el plano y su calco, empezó su primer trabajo en piedra que hizo en las noches usando bombillo en el solar de la casa que tenía en ese entonces, en arriendo. Terminado el torso del cordero, en zorra de madera, lo descolgó con suavidad por la empinada calle 15 hasta la casa cural de la parroquia catedral. Y allí, mostró el cuerpo tallado a quien siempre confió de sus habilidades estéticas. El sacerdote contempló la estatua, sorprendido y contento; y para disimular su complacencia, solo preguntó: Cuánto cuesta el trabajo?. José Antonio había pensado que la talla no cumpliría las expectativas del levita por las referencias del escultor que no regresó; pero al escuchar la pregunta, solo atinó a hacer cuentas rápidas, y por primera vez, puso precio a su labor, y confirmó que él, podría ser escultor.
Siendo joven, estudio caligrafía por correspondencia, convirtiéndose en quien hacia, a mano y con tiza, los carteles para promocionar las películas en los dos teatros que había en la ciudad, y elaboraba los carteles mortuorios y edictos que se comunicaban en las carteleras que hubo en las esquinas de la zona reconocida, hoy, como histórica. Por el trabajo recibía, en parte, boletos para asistir al cine. Junto con Ángel María, un hermano mayor, repetían función, con mas empeño, cuando eran películas mexicanas. Por el gusto al canto, terminaron aprendiéndose la letra y la melodía de una salve cantada en una cinta que recreaba un pasaje bíblico; igual hicieron con el himno de un grupo eclesial que ocasionalmente se reunía en el mismo lugar. Los dos, una vez terminada cada función, o reunión, ya afuera del recinto teatral, cantaban, tanto la salve, si era la película que terminaba la proyección, o el himno, si terminaba la reunión de afiliados. Una noche, mientras cantaban el himno, captaron la atención de un visitante a la reunión que, luego de oírlos, los comprometió a cantar en una misa, con la cual, se daría apertura al congreso del mencionado grupo eclesial que habría en Barichara. El par de chinos, luego de cumplir la tarea, y por ser el acto religioso, sin que alguien lo solicitara, hicieron el dúo y respondieron la salve que entonaban los con celebrantes. En la ceremonia religiosa estaba el maestro Ciro Antonio Santos Martínez, quien, sorprendido, se interesó en el origen e interés musical de los niños, quienes justificaron su interés por el canto, porque en casa, además de los padres, a las tías también les gustaba la música.
Dos días después, el músico charaleño visitó el hogar de José Antonio Peréira y Romelia Arenas, y les propuso ofrecerse como maestro para enfocar a José Antonio y José María, por las voces y las notas. Pero Ciro Antonio Peréira, el padre, se negó, pues los chinos ya estaban en edad de trabajar y ayudar en el oficio del fique. El visitante persistió, logrando que le confiaran a José Antonio, el menor, quien, desde ese momento alistó capotera y partió con el maestro a Barichara a empezar la formación musical, pues el maestro Ciro Antonio Santos Martínez, en ese momento dirigía la banda de esa población, y era muy conocido en la región, pues había fundado, con apoyo municipal, banda en Charalá, en Bucaramanga y en San Gil. En poco tiempo, el niño alumno empezó tocando la tuba valiéndose de una banca para alcanzar la boquilla y actuar como integrante de la banda municipal.
El mencionado maestro posteriormente llegó a San Gil a dirigir la banda local; y en su deleite por la música, supo de la existencia de un contrabajo que fue usado por Carlos Martínez Silva, -emérito sangileño, doctor en leyes, político, periodista y militar, co-fundador de la sociedad San Vicente de Paúl en la ciudad, la segunda constituida en Colombia a mediados del siglo XVIII, y participó en la redacción de la Constitución de 1886-; y, quien, luego, lo enajenó a otro músico local.
El instrumento, junto con otros, fueron importados de Alemania a mediados del siglo XVIII para la escuela de música de la sociedad San Vicente de Paul. El contrabajo fue propiedad del músico Rafael Cubillos, posteriormente de Carlos Monróy, el padre de los hermanos Monróy, luego, fue usado por un integrante del grupo “Ritmos del Fonce”, y posteriormente rescatado y recuperado por el maestro Ciro Antonio Santos en un pasillo de una casa ubicada en la calle 15 con sexta, entre un montón de madera, y se lo entregó a José Antonio, quien, las primeras clases para el uso del instrumento las recibió personalmente, y luego, cuando su maestro de música se residenció en Bogotá, las lecciones y partituras, las recibía por correspondencia. Fue tanto el empeño y el deleite por aprender, que se convirtió en contrabajista, y desde entonces, usó el instrumento del ilustre sangileño que falleció en Tunja en 1903. El contrabajo es una reliquia bajo el cuidado de su hija mayor, Graciela de Gómez. En honor al extinto sangileño y al instrumento, el maestro Pereira talló una escultura en piedra que esta en la entrada de la escuela Carlos Martínez Silva de la misma ciudad.
Bambucos, pasillos, boleros, vals y pasodobles en el cancionero,
legado de José Antonio Pereira Arenas.
Como compositor e interprete, bordó canciones a la vida, al amor, a la esposa, a la patria chica, al amanecer, al campo y a la contemplación.
A la musa de sus creaciones, su eterna Romelia, le compuso entre otras: “Cuando te conocí”.
“sentí en mí
cuando te conocí,
algo, nuevo, raro, extraño,
sentí de mi corazón
acelerar su latir”…
Los azules ojos de su esposa están reflejados en varias composiciones:
“que lindos son sus ojos
tan llenos de ternura,
cuando me miran dulces
serenos, soñadores.
No quiero verlos tristes
jamás por culpa mía,
que no haya en ellos llanto
porque eso nunca lo soportaré”…
“Culpa fue de esos tus ojos,
que con tu mirada,
embrujaron mi ser,
culpa fue de esa tu boca,
con su fuego ardiente
encendió una hoguera
en mi corazón”…
A su Curití del alma, lugar donde vio por primera vez el sol, lo eternizó con el himno y el del colegio Luis Camacho Gamba, y en varias canciones; una de ellas, reza:
“Rincón querido de mi tierra santandereana
donde hace años mi tierna infancia feliz pasé,
nadie allí me recuerda, pero yo nunca olvido
sus calles tranquilas y su bello templo
en donde infantiles mis tiernas plegarias a Dios dirigí”.
A los amigos de infancia y a una de las actividades que hacían los jóvenes en verano, narra en canción cómo empezó el canotaje por el río Fonce
Balsa de troncos
sacados del río
rústica barca
que allá en mi niñez,
la construimos
con grande alegría,
para cruzar el río imaginando el mar.
Luego en las tardes
hora de regreso,
en la húmeda arena
la ocultábamos,
para al otro día
navegar de nuevo
con los mismo sueños
en el mismo mar.
Cambió la vida
y al llegar a grandes,
cada cual su ruta
hubo de tomar,
y seguir el rumbo
que nos dio el destino,
sin balsas de juego
sin sueños de mar”.
Fotografía de Nauro Torres, tomada en abril 1o de 2017 que muestra un angulo del parque La Libertad de San Gil.
Y a la señora ciudad que lo vio crecer profesionalmente, la misma en la que colgó su nido familiar y acogió sus cenizas, también le cantó con un pasodoble:
Eres del Fonce la perla,
bella y preciosa ciudad,
majestuosos paisajes te adornan,
soñados encantos te ha dado el creador…
Fue tu gente valiente y altiva,
generosa y de amor por la patria,
que ofrendara en la lid comunera
sus bienes, su vida,
todo ello en aras de la libertad….
Hay algo que te hace muy hermosa
y agiganta tu encanto y belleza,
que el mas lindo retazo del cielo
te cubre tu suelo,
preciosa, graciosa y alegra ciudad,…
Mural realizado por un nieto de Antonio Pereira en el BAR EL MURAL, cerca al cementerio La Esperanza de San Gil.
“Sin maestros ni escuelas se forjó en el taller continuo de la vida
convirtiéndose en maestro de talladores y escultores
Su hija, Gladys Safira en el cancionero titulado “Cuando canta el sentimiento” que recopila la obra musical del maestro, cuya publicación esta ilustrada por plumillas de María Teresa, otra de sus hijas, y facsímil de partituras a mano del mismo José Antonio, relaciona algunas de las tallas en piedra expuestas para la historia: El panteón del extinto santandereano, Luis Carlos Galán Sarmiento; y el del maestro Pacho Benavides, en Vélez. Decoró en piedra el “rinconcito amable” del maestro José A. Morales en el Socorro. Esculpió los escudos de Ocaña, San Gil y la USTA en Bucaramanga; talló las columnas del palacio de justicia de la localidad, formó parte de los restauradores de la Catedral de San Gil, del frontis del Palacio Municipal de su “rincón querido de su tierra santandereana”; pero sus obras prolíficas en piedra están dispersas en capillas, templos, basílicas y catedrales en Colombia.
Rosadelia, el amor de sus amores
Muy joven se fijó en los ojos azules y en el oro de una larga cabellera de una graciosa y tierna niña, quien correspondió a sus galanteos, sembrando juntos, un eterno amor desde una noche de luna hasta el último suspiro, que los retornó de nuevo al universo, tallando sus nombres en canciones y fusionando sus esencias en catorce hijos que fueron motivo y empeño para aprender, mirando y haciendo, inicialmente oficio cualquiera para regresar con pan a casa.
Retrato de Romelia Arenas pintado por la artista María Teresa Pereira Arenas, hija.
Rosadelia Sánchez – 28/01/1928- 30/05/2004- fue la primera flor del jardín de sus ilusiones y el único nombre escrito en el diario de su vida, mujer tierna, amorosa y dulce; artesana y ama de casa que rebosaba de amor, incluso para quienes fueron compañeros de estudio de los vástagos. La comparó con una dulce melodía, con una alborada musical, con el aroma de las flores y con poemas a la ternura. Siempre se bañó en el lago azul de sus ojos y nadó en las caricias de sus olas para recuperar fuerzas, compartir responsabilidades y guiar a los retoños como buenos barqueros en el mar existencial tan diverso y citadino en el que viven diez de ellos.
El maestro Pereira Arenas fue una persona que reflejó en su actuar y en su pensar, la sabiduría de su vida anterior, y la plasmó enriquecida en sus obras estéticas. Regreso a su comienzo, el 17 de septiembre de 1997, escribiendo previamente, con su puño y letra, una carta a cada uno de los hijos vivos. A cada uno le reconoció sus afectos, sus valores, sus habilidades, y le recomendó en que aspectos de la vida personal, profesional y familiar, debería mejorar para ganar las indulgencias con una vida honesta, alegre, amorosa y justa, y encontrarse luego, en el cielo, desde donde los vienen acompañando junto con Rosadelia, Hugo y Beatriz, embriagados de amor en búsqueda de la iluminación.
San Gil, abril 04 de 2017
NAURO TORRES Q.