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jueves, 29 de julio de 2021

Labán, el codicioso


Fue el hijo mayor de una trio, hijos de unos padres casados en segundas nupcias. Eccehomo, el padre delegó en él, la güianza y cuidado de los hermanos menores Abel e Irene, a quienes castigaba sin motivos ni razones.

A la escuela fueron los tres. Debian caminar unos cuatro kilómetros cada día. Labán, cazaba pleitos porque los otros niños no procedían como él lo determinara.

Terminaron la primaria, y los dos menores, a la capital partieron en búsqueda de oportunidades. Abel, logró un empleo en una empresa de vigilancia, formó familia y engendró tres hijos con una dama muy trabajadora. Irene, empezó a trabajar en una empresa farmacéutica como empacadora. Igual conformó familia con un joven trabajador de origen campesino.

Eccehomo murió de viejo a los 85 años. Su segunda esposa, Mercedes, diez años después, se fue tras él.

Labán continuo en la finca disfrutando de los reítos de la venta de las crías y venta de leche sin entregar cuentas a los hermanos residenciados en la capital por asuntos laborales.

Los fines de semana mostraba sus habilidades en el juego del turmequé con moñonas y embocinadas sucesivas en cualquier chico de tejo. A las galleras acudía chalaneando en el caballo rocinante canoso por los años que sirvió por 15 años a Eccehomo.

Las Farc hicieron presencia en el territorio anunciando su estadía con visitas ocasionales a las parcelas de los labriegos, quienes, en su natural espontaneidad, ofrecían alguna bebida o vianda a los intrusos. La parcela de Labán por estar a la vera de un sendero veredal, en varias ocasiones fue visitada por la guerrilla y atendida con una limonada.

Un jueves cualquiera del mes octavo de 1.983, un comando del ejército colombiano se enfrentó con la cuadrilla guerrillera que estaba haciendo el censo campesino. Hubo muertos y heridos en los alzados en armas, mientras que a las fuerzas estatales, les favoreció la sorpresa y la iniciativa.

Pocos meses después, la civil rondó por algunas parcelas campesinas sindicando a unos como colaboradores de la guerrilla. Alfonso Gómez, un solitario labriego resultó muerto en su rancho. Dicen que en una de sus huertas apareció un morral verde con objetos personales de un miembro de las FARC.

Labán fue sacado de su casa, sindicado de colaborador de la guerrilla. Se lo llevaron por delante como un ternero manso. En una planicie, le anunciaron que lo iban a soltar. Le dijeron que se fuera adelante a paso rápido para que no se dejara alcanzar del pelotón militar.

Ramiro, su medio hermano materno, bajaba por el mismo camino y se percató que le iban a aplicar la ley de fuga. Solicitó a un soldado le condujese al comandante del piquete militar. Le informó que Labán era uno de sus hermanos menores. Que no tenía nada que ver con los facinerosos. Que solo había ofrecido una bebida que no se le niega a nadie. El comandante, escuchó atentamente mientras revisaba los papeles de identificación que había entregado Ramiro mientras solicitaba piedad por Labán. El militar comprobó que Ramiro era reservista y le devolvió a su hermano con la condición de que se presentase en el puesto de comando en los Robles, con varias recomendaciones de buena conducta a favor de Labán.


A Labán no le hicieron cargos, muy usuales sin pruebas por las fuerzas regulares del Estado en zonas de guerrilla. Para evitar la suerte de su vecino, Alfonso Gómez, partió para la capital en búsqueda de acogida por sus hermanos menores.

Regresó a la vereda dos años después. Montó una cantina en Providencia, poblado que otrora fuera estación del tren. La música de carrilera, las rancheras animaban las tomatas de fines de semana en la casa de la loma que había sobrevivido al incendio de 1.948 causado por los godos para correr a los liberales.

Una noche de jóvenes borrachos, discusiones hubo entre ellos con disparos al aire. Labán logró cerrar la tienda con un par de labriegos en disputa. Un tiro desde la calle atravesó la puerta de pino y hacer carambola con la frente de Labán fracturándole el cráneo e hiriéndole de muerte.

Fue socorrido oportunamente y trasladado a Bogotá por su medio hermano Ramiro y vecinos comunales. Meses después regresó a la finca usando un gorro para disimular la cavidad que le dejó el tiro.

Años después, corrió del derecho herencial que tenía Ramiro para pernoctar en la casa paterna. Diez años luego de la muerte accidental de Abel, y la ausencia de Irene por asuntos laborales y de familia, Labán reclamó legalmente la posesión de la parcela, desconociendo los derechos de los descendientes de sus hermanos.

Ramiro vive en el terruño que compró con su trabajo y evita tener líos de linderos con su medio hermano, quien ha ido vendiendo la tierra por pedazos para cubrir los gastos de la vejez abandonado por sus hijos y la esposa que decidió regresar a la casa paterna por el maltrato frecuente de Labán que envejece mientras pasa los dias sentado en la vieja silla de madera que usó su padre desde la juventud.


Puente Nacional, julio 29 de 2.021

viernes, 23 de julio de 2021

El chino de los tres nombres


Sus postreros años los rumió María de Jesús sentada en un tolete cuadrado y rectangular de eucalipto cortado a lo largo con serrucho trocero, y con hachuela, labradas sus cuatro caras cuadradas. La entera banca dormitaba paralela al camino real, echada sobre el piso de tierra del corredor principal de la guarapería en ele con paredes guarecidas por ajadas tejas de barro cocinado a finales del siglo XIX en uno de los dos chircales que hubo en vereda la Jarantivá en Puente Nacional.

La ventera tenía sus secretos para fermentar las bebidas derivadas de la miel de caña dulce que se cosechaba en las parcelas alinderadas al camino real de la miel y de la sal y se extraía en uno de seis los trapiches que hubo en Jarantivá.

En un porrón de barro yacía la chicha de arracacha; en otro, la de maíz; en otro, la de ibias. En una olla del mismo material, con dos orejas, estaba el guarapo para restablecer las fuerzas; en otra, el para la sed; y en otra, el guarrús para las damas y los niños, todas bebidas para quienes, cada ocho dias transitaban en ambas direcciones por el pendiente camino desde los 1.300 metros hasta los 2.700 metros sobre el nivel del mar desde Puente Nacional hasta Sutamarchan en Boyacá. En la pieza del rincón estaba la guarapería, en la del medio, la despensa, y en la de la esquina, la cocina de leña haciendo ángulo con el horno para el pan, las almojábanas y los amasijos que se amasaban cada sábado para la venta del domingo y el lunes de cada semana. En el lado de la escuadra de la casa había tres habitaciones; una servía de sala y dormitorio para los reinosos comerciantes y las otras dos, aposentos para los miembros de la familia.


María de Jesús enviudó muy joven. Tendría unos 19 años: Miguel, el esposo murió al colmar los 24 calendarios. Nunca se supo que mal lo arrimó al cementerio. Dos chinos le quedaron para criar con el producto de las ventas de bebidas y el pan, y un patrimonio representado en dos pedazos de tierra; uno en clima templado y otro en clima medio, más la chichería y un par de mulas que con los años fueron convertidas en salchichón por decisión de un tío que nunca les entregó cuentas a los hijos de la ventera del uso y venta de los mulares.

Roberto una vez tuvo cedula se fue del lado de la ventera robándose a una de las hijas de otra ventera vecina. Y Agustín, el segundo hijo al cumplir los 15 años fue reclutado a la fuerza para convertirlo en chulavita para defender los intereses de Laureano Gómez, un presidente colombiano afín a las ideas de Adolfo Hitler en cuya dictadura alemana estuvo como embajador de Colombia, y por intermedio de él, llegaron furtivos nazis a Colombia desde 1.946.

Cuatro años estuvo Agustín en la Policía Nacional y regresó a la chichería con chino y mujer para acompañar a María de Jesús y empezar a administrar los bienes que abandonó el hermano mayor, Roberto, quien se fue en viaje amoroso a las tierras de Caldas a iniciar vida marital con su Aurora, una linda campesina con rostro angelical que lo soporto con la paciencia del santo Job hasta la muerte ocurrida en Villavicencio en 2.006.

María Custodia se llamaba la esposa del Agustín, y al primer crio que le echaron el agua bendita lo identificaron con tres nombres, como fue usual en ese entonces, dizque para rezarle a tres santos en alguna emergencia en salud.

Agustín conoció a María Custodia en “la alcancía” una tienda que lindó con el palacio municipal de Guateque, un municipio boyacense. El Jarantivá, un moreno simpático y buen conversador, se enamoró de la hermosa boyacense por los cachumbos que le caían cual cascadas en la espalda, por el rostro de bella campesina y por lo emprendedora y autónoma que era siendo menor de 20 años.

De un día para otro la guarapería y posada de María de Jesús resultó con dos venteras. Cada una con su tienda. Custodia le montó la competencia al frente de la casa de María de Jesús, ofreciendo bebidas y fritanga a los caminantes, entrando en diferencias con la suegra hasta dejarlas, a cada una, en una esquina en un cuadrilítero sin cuerdas.

Con los meses, Agustín le tocó hacer rancho aparte a unos 300 metros camino abajo en un lote del que compró los derechos y al que se fue bajo unas latas de zinc con Custodia y el chino de los tres nombres.

En ese entonces, no existía en alambre de púas para separar las propiedades. Las parcelas campesinas se alinderaban con cimientos de piedra o con vallados. Los vallados fueron zanjas de uno veinte de ancho y un metro de hondo, y por largo, la medianía construida a pica y pala entre los dos colindantes.

María de Jesús, de la noche a la mañana se encontró entre dos emociones: la alegría que la ventera joven le montó la competencia en el frente de su guarapería, y la presencia alegre de su primer nieto, el chino de los tres nombres.

Las abuelas se las ingenian para consentir a los nietos y ofrecerles lo que les negaron a los hijos. Y el chino de los tres nombres, de tan solo tres años, se las ingenió para ir a visitar a la abuela, en un cerrar de ojos, a escondidas de la ventera boyacense.

El vallado se convirtió en la autopista que unía a las dos tiendas, y por ella, el chino de los tres nombres, el día de mercado, cuando había más caminantes refrescándose y descansando del azaroso camino real, corría sin parar hasta la guarapería de María de Jesús, a saludarla, pero más por reclamar los cariñitos que la abuela le guardaba en cada horneada de pan y amasijos.

Acezando, el chino de los tres nombres saludaba a la abuela, quien dejaba de atender a la clientela para introducir en el brazo derecho del niño una sarta de roscones rellenos de bocadillo y sombrereados de azúcar.

Por el mismo vallado, sin descansar, el niño regresaba al rancho de los padres contento por el comiso que la abuela de daría cada ocho dias.

Un día cualquiera de un mes cualquiera del año 1.955, la ventera de los cachumbos en cascada hasta la espalda se dio cuenta que su primogénito estaba ingiriendo roscones que no eran de su horneada. Del otro brazo tomó al chino de los tres nombres y le fue quitando uno a uno la sarta de roscones y se los fue dando a límber, el perro del niño, y luego de ultimo roscón tirado al suelo, le dio soberana pela por la cola del inocente niño que lloró por el resto de día y parte de la noche hasta que las palmadas lo durmieron del dolor. Castigo merecido, dijo la ventera por recibir galguerías de la abuela desalmada.

El chino de los tres nombres, por seis dias se arrepintió por volarse a visitar a su abuela, pero en el séptimo, pudieron más las ganas por los roscones que la fuetera de la joven ventera boyacense.

El siguiente lunes de mercado, el niño se voló a visitar a la abuela convencido que recibiría la sarta de roscones en su brazo derecho. Y así, ocurrió. Pero desde esta vez y hasta que murió María de Jesús, el niño guardaba los roscones en sus propias bodegas con puertas de helecho seco.

El chino de los tres nombres había previamente tallado con palitos de champo, en las dos paredes del vallado, tres bodegas estratégicamente distribuidas para que Custodia, la madre, no le encontrara los roscones de la abuela. Las bodegas las cerró para siempre el niño, el día que murió María de Jesús y su guarapería no volvió a abrir sus puertas, para que, en ella, habitasen los olores de los productos fermentados de la caña, cultivo que desapareció en el sector, cuando murió de cirrosis, Luis González Castillo, el ultimo guarapero de Jarantivá.

 

Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, junio 22 de 2.021.

viernes, 16 de julio de 2021

A Perú en su bicentenario


"Volveré y seré millones"

Tupac Amaru

Poema 70

2.021

 

 Recuerdan hoy los peruanos,

el congreso constituyente del 28 de julio de 1.821

celebrando el bicentenario  de la caída del español virreinato

y la independencia del oprobioso español colonialismo

éste 28 de julio de 2.021.

 


El gozo que hoy tienen los peruanos

brotó de la incaica derramada sangre

de 120.000 incas que por 285 años la ofrendamos.

 

Con promesas de paz, y estrategia engañosa

                en 1.532 los españoles capturaron en Cajamarca

al décimo tercer emperador inca

en la primera masacre española

a la que acudió Atahualpa confiado en la palabra blanca.

 

 

Con el descontento de manco inca

 los peruanos enseñaron resistencia

                           desde 1.536 hasta su independencia.

 

Los incas nos aleccionaron convergencia,

 manifiestos, levantamientos,

 rebeliones, conspiraciones y movimientos;

con sus luchas el imperio de los Andes

continuó extirpando el colonialismo español

en tierras amerindias.

 

 

Soy un Jarantivá, mis ancestros murieron

peleando contra Gonzalo Jiménez y Martin Galeano

por no develar los caminos muiscas

 a las minas de oro y esmeraldas.

 

Desde esta vereda Jarantivá que inmortalizó a mi etnia

rindo homenaje a las rebeliones indígenas peruanas:

Azángaro, Cravaya, Chicama y curacas;

ofrendo mis versos a los que cayeron en las revueltas

 Chombivilcas, de la villa de la llata, de los urubambas;

de los caídos en 1.824 Junín y Ayacucho, sus batallas

pagando con sangre el precio de la libertad americana.


 

A Tupac Amarú, mi admiración amerindia,

Él, en 1.781 propuso y murió luchando por la separación de España

y la constitución de la real audiencia en Cuzco;

por ser el gestor del primer movimiento mundial anticolonialista;

por ser el precursor de la justicia social

y de la independencia política de los pueblos

mucho antes que la revolución francesa.

 

Hoy, colonialistas y esclavistas sus estatuas derriban:

los que con hachazos descuartizaban;

los que con caballos indígenas desmembraban;

los que a esposas e hijos al frente del padre, mataban;

doblegándolos, obteniendo, temor, obediencia y oro,

 los que a los hijos de los caciques a África enviaban

para borrar estirpes indígenas intentaban.

 

Hoy, rindo honores a los peruanos,

 por fusionar su cultura con la cristiana,

por preservar los monumentos incas,

su Cusco, la Atenas de la cultura incaica,

sus pirámides de barro y piedra labrada

 y el majestuoso y único machu picchu,

por conservar y hablar el quechua, idioma nuestro,

por hablar sus dialectos inca y aimara,

por su gastronomía, colorida y única,

por su conservada tradición indígena,

por su ejemplar sistema judicial,

por su rebelión permanente contra los corruptos,

por su unidad indígena ejemplar.

 

A los españoles, todo le entregamos;

nos arrebataron lo que no cedimos;

menos la fe en nosotros mismos,

 que nos mantiene en pie, hermándanos.

 

Hoy, peruanos y colombianos

resistimos reclamando derechos humanos

demandando justicia y equidad,

exigiendo igualdad y oportunidad

para los pueblos hermanos.

 

 


 [JNTQ1] 

. El guando

 


Debería tener el doble de la estatura de la persona a movilizar; se media en varas, cada vara; o en jemes.  Su grosor, entre una y dos pulgadas; se media con el dedo meñique. Su peso, el menor posible. La madera: pino, encenillo, cucharo o juco.

Dos varas gemelas y paralelas, requería el guando. Unían esta yunta, otra yunta de varas, de una vara, que se colocaban cerca de donde iría los pies y la cabeza del herido, del enfermo o el muerto. 


 Las cuatro varas, en coito paralelo unidas por costales de fique pergamineros para trasladar café seco de trilla para seis arrobas se sumaban al guando, unas veces con un pretal de fique cerca a cada punta para disminuir el peso y aliviar la caminada cuando el traslado lo hacían dos cristianos, y cuando eran 4, dos en cabeza y dos  en pie, incrementaba la velocidad de los trotantes y disminuía el esfuerzo físico de los solidarios amigos que acudían en ayuda, ya para trasladar al hospital o al cementerio al guandeado desde la vereda al poblado más cercano, recibiendo como paga el gusto por servir y la esperanza de que viviese el enfermo, o la vida eterna por la obra de caridad, o la mano prestada para cuando alguien de la familia sufriese igual percance.

Hoy, los guandos o andamios aún se usan en las veredas distantes a donde no llega carretera, y ocurren convites, como en otrora, para una u otra causa hasta la punta de la carretera para el traslado del enfermo o féretro al poblado más cercano.  En la ciudad fueron remplazados por camillas.

 

Puente Nacional, Ecoposada La Margarita, junio 28 de 2.021

domingo, 11 de julio de 2021

La balanza de la vida

 

 Su esposa murió joven. Dejó una pareja: Tulia y David, sus hijos. El viudo, también joven, quedó. La familia vivió en el Hornillo, una parcela de unas diez hectáreas que por herencia le perteneció a la difunta, Rebeca.

Tulia y David ya estaban mayores. Acudieron al entierro de Rebeca y retornaron a Caldas, departamento en donde cada uno hizo vida en la década del cincuenta del siglo XX.

Jacob, el viudo continuó viviendo en la casa de bareque y en la finca que el suegro le había dado a Rebeca como herencia. Por la distancia, Tulia y David dejaron poder escrito para el juicio de sucesión de la finca donde nacieron.

Transcurrieron 20 años y Jacob reclamó la posesión del predio de la herencia de Rebeca y se apropió de las partes que les correspondían a sus hijos mayores.

En ese lapso, Jacob se organizó con la joven que ayudaba en la casa de Rebeca y que tenía un hijo, Ramiro. Tuvieron tres hijos: Labán, Abel e Irene. Precavido, Jacob antes de cumplir los 70 años, decidió amparar a los hijos menores dejándoles la finca, mediante una escritura de confianza a un campesino recto que la recibió por diez años, y cuando, Labán, Abel e Irene cumplieron la mayoría de edad, les hizo la escritura en común y proindiviso de la finca que fue herencia paterna de la difunta Rebeca.


Jacob murió de viejo, y su segunda esposa, Mercedes, igual fin, luego de pocos años transcurridos.

En la casa y en la que vivió Jacob con Mercedes, Labán trazó una medianía dividiéndola en dos partes. Una para él y su familia, y otra para Ramiro, el hijo de Mercedes, en reconocimiento a la parte que le correspondía a su propia madre, pues la tierra ya había sido repartida entre los hijos, desconociendo los derechos de Mercedes; solo en la vivienda.

 Abel e Irene se fueron a probar suerte a la capital. Formaron familias y se dedicaron al trabajo, y ocasionalmente regresaban a la casa donde nacieron.

Abel murió hace quince años e Irene hace doce años. Sus hijos fueron a reclamar los derechos herenciales a Labán, quien desde que murió su padre, Jacob, viene usufructuando la finca. Y éstos, les fueron negados por el tío paterno. Labán, alegando posesión de la finca por más de diez años. Se había hecho titular la propiedad.

Labán también se casó con una mujer joven y por cuarenta años han vivido en la misma casa centenaria y en las mismas condiciones locativas. Como siempre vivió a la sombra de los padres, no aprendió a trabajar la tierra. Fue empeñando potrero por potrero para comer y dar estudios básicos a los hijos.


Hoy vive de arrimado en la misma casa donde nació, pues la finca que fue de sus padres y hermanos pasó a manos de quien le fue dando gota a gota el dinero prestado para los gastos en la familia. Ahora, si desea comer, debe sembrar la tierra, y está aprendiendo a valorar los frutos de la cementara que siembra cada seis meses. En las tardes se sienta en la misma silla donde se sentaba Jacob, esperando que los hijos regresen a visitarlo.

Ecoposada la Margarita, junio de 2.021

martes, 29 de junio de 2021

Las cuatro velas

    

Las prendía cuando mis padres descansaban de sus jornadas de trabajo rural. Con cuidado, precisión y sigilo, cual nimbo en la mesa colocaba las cuatro velas que duplicaban la intensidad de luz que me facilitaba trazar y delinear cada plancha de las decenas que debía dibujar para cumplir con la tarea de dibujo técnico de algunos compañeros del colegio de los grados superiores perezosos en practicar.



En 1.975 recibía $ 5.00 por plancha lista para entregar al profesor de dibujo técnico del Colegio Don Bosco de la Belleza, Santander. Nunca busqué clientes; fueron los compañeros quienes me buscaban gracias a la publicidad que apareció en el periódico mural de la institución.     

En una hoja de bond 90 gramos de un octavo de pliego se elaboraba cada plancha con lápiz 2H. Cada una requería de un margen establecido previamente y en el margen inferior derecho se colocaba la información en compartimentos del alumno, la fecha, el número de plancha, el nombre del profesor y una ventana para la calificación.  

Sin mesa de dibujo, usando la tiza, el tablero, las escuadras, la regla T, el maestro iba usando el compás y demás herramientas, uniendo puntos, trazando arcos, rectas, curvas; y en la blanca hoja de mi papel brotaban figuras geométricas, regulares, irregulares; luego, cortes frontales, inferiores, superiores y en perspectiva.

Mi padre era carpintero. De niño jugaba con los pedazos de madera sobrantes. Con ellos armé ilusiones y el dibujo técnico me facilitó mis gustos por el diseño.

Vivíamos a 4 kilómetros de la Belleza; hacia diariamente, de lunes a viernes, dos jornadas. Dos tramos bajando al colegio y dos regresando a casa, a almorzar y al atardecer, En cada jornada, corriendo hacia el recorrido en 25 minutos; caminando normal, el trayecto de la casa al colegio se invertían 45 minutos.

Un lunes en el primer descanso en el colegio, vi que los estudiantes se acercaban con curiosidad al periódico mural organizado y dirigido por el profesor de español y dibujo técnico. Uno de los compañeros del curso se me acercó a informar que mi nombre estaba en una lista que había aparecido en la sección: los mejores dibujantes del mes.

Yo, no creí. Por ser del campo, -me decían campeche- y bajo de estatura, era usual que se burlaran de mí. El periódico mural tenía secciones, hoy recuerdo la de literatura y la de dibujo técnico.

Fue en el recreo de la media mañana que logré acercarme al periódico mural, contemplar y ver en detalle la sección de mi interés.

Semejando una columna de un periódico impreso, en fina y proporcionada caligrafía estaba la lista de los cinco mejores del mes en dibujo técnico; y al frente, la calificación. Miré, revisé y estaban los nombres de estudiantes de los grados superiores. Yo cursaba el grado 1º y mi nombre aparecía en tercer lugar en esa lista.

Ese reconocimiento público y ese detalle de publicar mi nombre en el periódico mural, mejoró mi autoestima y se convirtió en un reto ocupar el primer puesto en esa escala que difundía el joven maestro que llegó trasladado de la escuela urbana.

Conté a mis padres. Y ellos, a los tíos. Y en menos de un mes contaba con el libro guía del profesor, una caja de instrumentos, escuadras flexibles, regla T, borradores y lápices HB, 1H y 2H.

Terminé el bachillerato en el poblado donde nací. Ingresé a la Universidad Nacional de Colombia a cursar estudios de ingeniería civil.  Por asuntos ajenos a la familia, debí abandonar los estudios en los últimos semestres para huir de la violencia, y mediante una beca me gradué en una universidad de Miami, E.U. Mis primeras décadas laborales fueron en diseño industrial en empresas reconocidas de maquinaria. Actualmente trabajo en un aeropuerto privado de Amazon como operador de logística despachando mercancía para el mercado global.

-Soy Elmer Martínez Bareño, nací en la vereda Campo hermoso. Vivo en Chicago, Estados Unidos. Después de 40 años busqué al maestro que encontró en mí, el elemento, lo resaltó y empoderó mis talentos. Ese maestro que por 28 meses estuvo en mi tierra natal, lo encontré en este blog. Es el autor de “Historias sin contar” y de numerosos poemas difundidos en esta web.  Se le conoce como un artesano de la palabra, un hilador de historias y tejedor de versos. Su obra literaria esta en: https://naurotorres.blogspot.com/  

Jarantivá, Puente Nacional, Eco posada La Margarita, abril 25 de 2.021.

viernes, 25 de junio de 2021

El credo de la gente de bien

 


Nauro Torres

Poema 61

2.021

 

Creo en la gente de bien, como yo;

los demás, son zarrapastrosos,

vagos, vándalos, izquierdosos, socialistas.

 

 Creo en el dinero, me da poder sobre todas las cosas;

creo en el gamonal, siempre persuade a la fuerza;

creo en mi patria, usufructuarla es mi deseo;

creo en la familia que defiende a “las familias de bien”,

creo en la autoridad que cuida y defiende a “la gente de bien”.

 

Creo en la existencia de ciudadanos de primera, segunda y tercera;

creo que los de tercera no son dueños de sus vidas;

creo que los indígenas no merecen sus territorios;

creo que los negros viven para jartar ron y parrandear;

creo que los campesinos son unos alpargatones;

creo que los pobres no trabajan

y son una carga para “la gente de bien”;

creo que a los rebeldes hay que exterminarlos;

creo que los jóvenes son vagos y vándalos;

creo que a las mujeres hay que violarlas y gozarlas;

creo que a los indigentes hay que desecharlos;

creo que hay que desaparecer a los homosexuales;

creo que a los enfermos del covid-19 hay que dejarlos morir;

creo que a los ancianos hay que arrumarlos, son parásitos;

creo que hay que quemar a los ateos;

creo que hay que tirotear a los anarquistas;

creo en el poder de las armas, son exclusivas de "la gente de bien".


 
Imagen de internet

Creo que no hay enemigo pequeño, hay que eliminarlos;

creo que el país debe controlarlo la bota militar;

creo que hay que matar al otro cuando estorba;

creo que hay que robar, cuanto sea posible;

creo que el vivo, vive del bobo;

creo que hay que poseer

a la mujer del otro y desaparecerlo.

 

Creo que hay que honrar a los padres

 siempre y cuando no critiquen nuestras acciones;

creo en Dios que cubre mis faltas;

creo que a los ciudadanos de tercera

hay que adormecerlos

con futbol, rancheras, despechos, parrandas,

mentiras, y subsidios, pocos.

 

Creo que hay que codiciar los bienes del otro,

en especial los bienes públicos;

creo que hay que usar la mentira para beneficio propio;

creo que mis faltas – si las tengo- serán perdonadas

mientras sea devoto del dinero.

 

Creo que Colombia es un estado de derecho,

con derechos, solo para “la gente de bien”;

creo en el sistema judicial colombiano.

recibe cariñitos y nos favorece siempre;

creo en Uribe, es el gran colombiano

modelo para “la gente de bien”.

 

Gracias a mi Dios, Colombia es pasión;

solo tenemos siete millones de muertos

en medio siglo de juegos pirotécnicos

no más ocho millones de desplazados, quejosos hoy;

hasta ahora   hay 22 millones de pobres zarrapastrosos

y solo 3.4 millones de colombianos andrajosos

que solo necesitan una comida al día; no trabajan.

 

Nuestra fe y nuestras acciones son reconocidas en el mundo:

ya somos el séptimo país más desigual del globo,

pero el primero en desigualdad en América Latina,

y el segundo en taza de pobreza en el mismo continente;

mero el sexagésimo en tasa de desempleo entre 214 países;

estamos catalogados en el puesto cuarenta con mayor impunidad;

solo ocupamos el puesto cuarenta

en desconfianza en nuestro gobierno,

 ya subimos al puesto veinte en índice de paz;

pero estamos en el puesto treinta y siete

en disponer del mayor ejercito del mundo.

 

Somos “la gente de bien”, no creemos en la paz,

siempre hemos vivido de la guerra;

la guerra nos hace fuertes.

 

La paz, quieren los izquierdosos,

los vagos que sueñan con el socialismo;

pero en Colombia, primero desaparecidos

que gobernando para el pueblo.

 

Gracias Dios por perdonar nuestras faltas:

por extinguir la revuelta comunera,

por ganar la guerra de los mil días,

por borrar la masacre de las bananeras,

por incendiar el país con el bogotazo,

por sembrar el odio con la violencia partidista,

por propiciar la emergencia de las guerrillas,

por lucrarnos con el narcotráfico,

por aprovecharnos de la deforestación,

por las ganancias de la minería ilegal,

por entronizar el credo militar;

el credo de “la gente de bien”.

 

Gracias Dios por “la gente de bien”

sin nosotros, los vagos que protestan,

la patria, en infierno, convertirían.

 

¡Poder, política y dinero ¡

¡Dios, patria, propiedad ¡

 

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

      ¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...