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miércoles, 28 de enero de 2015

Elvia, la loca

 



Me enseñaron a temerle para no hablar con ella. Me instruyeron para ofenderle para demostrar mi riesgo. Me catequizaron de pegarle para matar mis miedos. Me aleccionaron a agraviarle para correrla de sus escondites. Me adiestraron a mirarla como un peligro y a ignorarle para no reconocer su humanidad.

Tenía el rostro arrugado como una hoja de papel escrito con tragedias personales. Izaba unos ojos que hablaba más que sus labios; unos ojos que imploraban compasión y caridad. Los humanos, le regaban hiel y desprecio. 





Su rostro era un tiesto en su color; igual en su dureza con quien le hacía daño de palabra y de obra. 

Su cabellera, cual ovillo de fique, siempre estaba bajo un turbante de retazos multicolores que confeccionaba con sus arrugadas y diminutas manos.


El espantapájaros que cada año colocamos con mi padre en las labranzas para asustar a las aves, estaba mejor vestido que Elvia. El espantapájaros se mantenía apreciado por los de la familia porque ayudaba a la abundancia de los tubérculos y granos, y siempre se mantenía sedentario, mientras que Elvia vivía como judío errante. La corrían de todas partes.

Eran compañía en sus desplazamientos, un perro flaco y pulgoso, una olla vieja y pequeña, un plato roto y una cuchara de palo, pero a su espalda siempre viajaban un par de sacos de fique atiborrados de ropa con más años que la misma Elvia.

Elvia anochecía pero no amanecía, quizás como estrategia para gozar de alguna calma. Vivió de casa en casa de la caridad de señoras de buen corazón por varios años por las veredas de Puente Nacional.

Una madrugada murió Elvia. La causa de su muerte  no fue diagnosticada, pero quienes le daban un plato de comida que le quitaban a los cerdos, dijeron que murió de tristeza y abandono, pero quienes siempre la despreciaron se alegraron porque había muerto Elvia, la loca.

No hubo ataúd, tampoco responsos, ni misa en su entierro de tercera. Decían las beatas de la época que se había ido al purgatorio a pagar las culpas  cometidas por sus mayores.

Por los caminos del mundo vamos. Unos como Elvia, otros como varones que hacen daño a las mujeres, otras como adversarias de la misma mujer, mientras que otras consideran que rezando pagan sus culpas por el desamor que siembran por doquier.


San Gil, diciembre 31 de 2014 











jueves, 22 de enero de 2015

El tren de palo

La suspensión de los trenes de oriente fue muerte económica de veredas en tres departamentos

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El cien pies me trae recuerdos infantiles. Cada vez que tengo la dicha de encontrarlo en el campo, lo admiro.
Hasta los 18 años me extasiaba contemplando desde cualquier loma el desplazamiento de los trenes que desde la puerta de oro de Santander[1] trepaban lentamente en las pendientes del ferrocarril entre las estaciones de la Capilla[2]-Providencia[3]-Guayabo y Robles en Puente Nacional.
En curvas y rectas, entre montañas y quebradas, potreros y montes, cada tren se desplazaba con el movimiento de un cien patas. Unos con diez, otros con veinte, y una vez, alcancé a contar uno con treinta vagones.
Brotaban de la pared de las montañas pitando y cubriendo el paisaje con humo que ascendía al cielo fundiéndose con las nubes, y se escondían en otras, como escondiendo sus cargas.


El tren de palo trepaba a la madrugada y se descolgaba en el ocaso. Sobre las cuatro de la mañana anunciaba con pito la partida de la estación la Capilla y en menos de tres cuartos de hora estaba quieto en Providencia.

El primer tren de pasajeros con techo rojizo con vagones verdes subía una hora después, y hacia el mediodía, otro por la misma línea férrea con más capacidad de arrastre, mas vagones y muchos pasajeros. Los que menos podían pagar, viajaban en el vagón pegado a la locomotora en sillas de madera, y los más pudientes, lo hacían en los últimos vagones con sillas en cuero.

El tren de palo transportaba carga. Reses, legumbres, cacao, café, leña, carbón vegetal, madera, bestias, materiales de construcción, maquinaria, etc. El color de los vagones era gris. Llevaba un vagón de pasajeros para los dueños de las cargas, pero en navidad, aumentaban los vagones para las personas que iban a las romerías a visitar a la Reina de Colombia, la Virgen de Chiquinquirá.

Pasaban por las veredas dos trenes para pasajeros en el transcurso del mes de diciembre. El de diario y el especial. Se diferenciaban por la potencia de las locomotoras, los colores de los vagones y el poder adquisitivo de los pasajeros. El tren común tenía vagones color verde y en madera. Y el tren especial tenia techo plateado y paredes rojas con estructura de hierro y lamina, igual al tren turístico que los fines de semana hace el recorrido entre la Estación Nacional en Bogotá hasta Zipaquirá. Este mismo tren fue conocido hasta finales de la década del setenta del siglo XX como “El tren del sol”.
Los trenes dejaron de circular por Santander en 1976, y con su desaparición llegó el abandono de las veredas en Santander, Boyacá y Cundinamarca, aumento la pobreza, el desempleo y la incertidumbre, condenadas muchas al ostracismo.

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Mientras en Colombia mataron el sistema férreo, en Europa el tren es un medio de transporte vital en cada país y entre países.
En la época del tren, muchos vivíamos de ellos. Todo lo que se producía y se hacía se sacaba a las estaciones y se vendía a los pasajeros. En la capilla eran famosos los piquetes con gallina o carne asada. En Providencia, el balay[4], las almojábanas, los cítricos, la chicha, el guarapo y el guarrús[5]. En los robles, el queso con bocadillo y las cuajadas. En Garavito, las mantecadas y el queso de hoja. En saboyá las papas saladas con cerdo sudado En el Límite, las panelitas y las melcochas. En Chiquinquirá, los dulces blancos y rosados, así como los frutos secos. En Ubaté, los quesadillos. En Fuquene, la trucha y el pescado. En Lenguazaque, las papas con jeta. En Nemocón el bofe y las papas saladas con buche. En Zipaquirá la fritanga.
Los trenes no regresaron porque los buses y los camiones suplieron el servicio que se vio en quiebra por sus administradores: El Estado y su recua de políticos que se convirtieron en los dueños del transporte intermunicipal y nacional.

Sin el tren, abundó el desempleo. Ya no reclutaban campesinos como obrero en la línea férrea, ni para freneros[6], ni para conductores[7], ni para maquinistas[8], ni para ayudantes[9]. El desplazamiento a la capital se agudizo y las viviendas empezaron a ser habitadas por el gorgojo, las telarañas y el abandono. Los cultivos de café, caña, yuca y plátano fueron reemplazados por los potreros en los que hoy pastan ganados con una producción deficiente. Murieron las tiendas, restaurantes y pensiones que hubo en cada estación. Y desde entonces lo que se produce en el campo cayó en manos de los intermendiarios de las plazas de mercado de los municipios que lograron sobrevivir por el mal llamado progreso. Hoy cuarenta años después seguimos soñando que el tren retornará para no morir en el olvido como las mismas hermosas estaciones construidas imitando a la principal de la capital.
San Gil, diciembre 17 de 2014.

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[1] Barbosa es la primera ciudad que se halla en la ruta que une a Bogotá con Bucaramanga. A mediados de los años cincuenta del siglo XX fue la estación del tren de oriente. Hoy es el centro comercial de las provincias de Vélez, Cimitarra y Ricaurte en Boyacá.
[2] Es el caserío que está en la vereda del mismo nombre en Puente Nacional y a la que arribaban los gringos, los políticos y turistas que llegaban para el hotel Agua Blanca de la misma red vial.
[3] Fue un caserío que alcanzó a tener hospital, pensiones, almacenes, boticas, famas, templo, Inspección y base para la Policía. Forma parte de Puente Nacional
[4] El balay es un piquete envuelto en hojas de plátano protegido con un paño puesto en un canasto de caña de castilla. El piquete está compuesto de yuca, papa, arracacha, bore, plátano verde, carne cocinada y asada, una gallina, chorizos y sobrebarriga dorada. Es común aun en Puente nacional y Vélez.
[5] Es una bebida dulce a base de guarapo de caña y arroz
[6] Eran los obreros que trabajaban en los trenes de carga para movilizarla, arrumarla, cargarla y bajarla.
[7] Los conductores eran los empleados bien vestidos con quepis que se encargaban de cobrar los pasajes y recoger los tiquetes.
[8] El maquinista era el empleado que iba en la locomotora controlándola
[9] Eran las personas que ayudaban al maquinista, echaban a la hornilla el carbón o la leña























jueves, 15 de enero de 2015

Rita, la profe asesina

 

La enterraron como un perro, a la vera de una quebrada. La mataron en la hondonada donde minutos antes había seducido y poseído, cual perra en celo, a su asesino. El lecho de su seducción fue su tumba, y sobre él, no hubo lapida ni cruz de palo. No tuvo familiares ni amores que intentaran darle cristiana sepultura. Murió en su ley, la misma que aplicó con apuestos jóvenes campesinos que enamoró y luego les dio un disparo en el corazón.

Fue profesora de los grados cuarto y quinto en la Escuela de Providencia, una estación del tren de la vereda Jarantivá, Puente Nacional, Santander entre los años 1959 y 1961, cargo que abandonó para formar parte como única mujer chusmera del grupo de Efraín González, alias “don Juan”, de quien se enamoró perdidamente, y a quien acompañó en aventuras de diversa índole masacrando liberales en tierras de la provincia de Vélez. 

Rita la profe asesina, era joven, menuda, liviana y voluptuosa; de pelo crespo corto y suelto mientras ejerció en Providencia. Con ojos de perra y piel con rastros del acné. Siempre la vi con pantalón unicolor como los que en esa época, usaban los varones.

Perteneció a una familia oriunda de Puente Nacional cuyo apellido me recuerda a los felinos emparentados con los tigres y los leones. Sólo tuvo dos hermanos, un macho mayor y una tierna hermana, también profesora que ejerció en esa misma época en que los “godos”, como los “cachiporros” tenían sus patrocinados bandoleros.

clip_image002 Fotografía de Efraín González, alias “don Juan” o “el siete colores” como lo llama el escritor Pedro Claver Téllez.


Rita no volvió a la escuela a enseñar por dos razones: la primera, su enamoramiento de Efraín González Téllez de quien Samuel Moreno Díaz escribió en el periódico de la ANAPO, “Efraín quería que la tierra fuera para todos y no para unos cuantos, que la riqueza fuera distribuida entre los desamparados. Regalaba sus escasos recursos a los pobres. Vivía junto a los ventisqueros, en esos pasadizos roqueños y pelados que separan unas de otras las altas cumbres de Santander y Boyacá, donde corría su mito de varón, su leyenda de fauno. Allí se batía erguido, rígido, semejante a un tronco descarnado y reseco por los soles y las tempestades”. Moreno Díaz, oriundo de Vélez, fue bisabuelo de los Moreno Rojas de vergonzosa gestiones en la Alcaldía de Bogotá y padre de la llamada capitana del pueblo, María Eugenia Rojas.

Y una segunda razón, asesinó a su hermana Clotilde de un tiro en la frente estando en el portón de acceso al patio de la casa colonial paterna de puerta verde y paredes de adobe que  murió por el abandono en la vía principal a la población después de acceder por las escaleritas. La asesinó por haberse atrevido a advertirle la desdicha que caería sobre sí y la familia al enamorarse del “tío” como también susurraban los partidarios al referirse al mismo “mito de los siete colores” como tituló uno de sus libros el cronista bellezano, Pedro Claver Téllez, sobre la presencia de quien tiene una lápida en el barrio del veinte de julio en el sur de Bogotá que reza: “Aquí peleó durante cuatro horas, un cobarde criminal contra 1.200 valerosos soldados colombianos”

Rita anduvo por pueblos, caminos y desechos, acompañando al personaje más recordado aún en la provincia de Vélez; pero como era un don Juan, tenía novias y amantes por los recónditos lugares que se movía como pedro por su casa. Rita fue abandonada a su suerte en los campos heridos por el partidismo en Puente Nacional.

En sus nuevas y solitarias andanzas por parajes conocidos, visitó a jóvenes apuestos campesinos. El primero fue a Polo, quien fue inspector de Policía mientras ella ejerció como maestra en el corregimiento de Providencia. En un encuentro amoroso, en un bosque de robles en la vereda Montes, luego de bañarse con pasión sobre una ruana de lana blanca, lo asesinó de un disparo en el corazón, y allí mismo, lo enterró en el bosque. 

Como el hecho ocurrió al atardecer, Rita no se percató que Polo arribó a la cita en su caballo moro que había dejado apegado a un pino ciprés, muy cerca donde fue su fin, y antes de perderse entre las hojarascas de la vergüenza partidista disparó en dos ocasiones  contra el indefenso caballo que no se doblegó, pero si, se levantó de manos intentado defenderse. El caballo moro fue una prueba que fue llevada a Puente Nacional, y luego de estar en el “coso” por dos dias, le extrajeron los plomos de una de sus nalgas, viviendo al servicio de una familia amiga de Polito, como le decían al inspector de policía de Providencia oriundo de Peña Blanca, Santander.

Pedro en Sandimas, José en Cacho Venado, Miguel en Jesús María, fueron otros jóvenes que perdieron la vida en el juego de la “rana” como le gustaba que le dijeran; pero Fermín fue quien la sedujo y luego de satisfacerla, la mató de la misma manera que ella lo hizo con sus enamorados.

Fermín fue contratado en Caldas, por algunos dirigentes azules que antes habían patrocinado algunas acciones del grupo de Efraín González. Lo contrataron para frenar el sacrificio de mas jóvenes apuestos campesinos. Trabajo que hizo luego de un par de semanas de estar en tierras de Puente Nacional, retornando a su tierra luego de recibir la paga por el trabajo oculto realizado.

Con la muerte de la rana se cumplieron los refranes: quien a hierro mata a hierro muere. Entre la pasión y el odio, solo hay un paso. Quien gusta de matar, no para sino hasta que lo maten.

miércoles, 14 de enero de 2015

Del no regreso al colegio

 

 

 

Colegio 056

En los colegios fui docente en varias asignaturas. Desde profesor de dibujo, artística, matemáticas, emprendimiento, lengua castellana y filosofía. La foto corresponde a trabajos realizados por alumnos del Colegio Luis Camacho Rueda de San Gil en el 2009.

LA VIDA….UN EXAMEN DE CONCIENCIA

 

Hace tres años me escribió el escritor PEDRO ANTONIO MATEUS MARIN, natural de la Belleza, Santander y en su misiva  literaria hace una reminiscencia de lo que significa e implica regresar al colegio, y en mi caso, el no hacerlo, por la sencilla razón que es mejor retirarse a tiempo y no esperar a que lo retiren y lo arrinconen al cuarto de san alejo.

 

La misiva pongo presente, para con ella, anunciar mi retiro del magisterio santandereano, luego de 42 años de vinculación. Ocasión para AGRADECER al Estado Colombiano por la oportunidad de trabajo, a los padres de familia de los cuatro colegios en los que laboré, a la Diócesis de Socorro y San Gil, a la cual, estuve vinculado 28 años, a los ex alumnos que mostraron interés en mis clases y charlas de los viernes, a los colegas que me brindaron su amistad.

 

Colegio 043 Hoy en la aulas, muchos alumnos no usan cuadernos, se Expresan en los pupitres, por eso cada año, los colegios invierten dineros reponiendo pupitres que deberían cuidar responder los padres de familia, pero los rectores asignan esa responsabilidad a los directores de grado.

 

Agradezco a quienes en la Belleza se opusieron a mi labor como maestro y como emprendedor cooperativo. Gracias a ellos, llegué a trabajar con la Diócesis de Socorro y San Gil. Agradezco el acoso laboral del que fui victima de la actual rectora del Colegio Luis Camacho Rueda, pues me abrió la puerta para terminar mi labor en el colegio oficial de mayor proyección en San Gil, El Colegio Técnico Nuestra Señora de La Presentación, ranqueado entre los 900 primeros colegios de la Nación en las pruebas saber.

 

Agradezco a los padres de familia que en el 2014 se vinieron, lanza en ristre contra mí, por exigir a sus hijos un libro de lecto-escritura y un par de textos de literatura  para enseñarles técnicas de redacción y técnicas de comprensión de lectura. Ellos agilizaron mi decisión de retirarme al empezar el presente año lectivo. Esos padres de familia no tuvieron la oportunidad de ir al colegio, y aún no han comprendido que el estudio es una inversión a largo plazo, y que son ellos, los primeros maestros.

Colegio 077

Esta fotografía tiene alguna importancia histórica, por quienes allí posamos, personas emprendedoras en la década del noventa del siglo XX: directivos de Coopcentral, fundadores de EDISOCIAL, EL COMUN, UNISANGIL, LA COMETA.

Hay dispersos en el mundo personas con diferentes profesiones que tomaron la decisión de centrarse en  sus estudios en convertirse en emprendedores. Los hay desde obispos, sacerdotes, jueces, fiscales, empresarios, maestros, alcaldes hasta mensajeros. Y muchos de ellos me han hecho saber de alguna palabra o idea de mi boca que los animó a convertirse  en lo que hoy  son.

 

Estoy agradecido con la vida y con todas las personas por la bendiciones recibidas por mi labor. A cada uno mil gracias. Comparto con mis lectores esta misiva que he retomado ahora, pues su mensaje toma mayor vigencia al pasar al uso del buen retiro. Al reconocido escritor, gracias por sus libros que periódicamente me regala para recordarme que en los libros esta en conocimiento y el mejor compañero en la vejez que ya esta en mi puerta.

 

LA CARTA DEL ESCRITOR PEDRO MATEUS MARIN

 

Bucaramanga, enero 21 de 2012

 

Don Nauro José Waldo Torres Quintero

 

Gusto en saludarlo.

 

Gracias por su mensaje.  Ahí estamos, como ayer, al pié del cañón.

 

Otra vez el año escolar. Los muchachos al colegio. Con su morral a la espalda, su uniforme y sus intereses. Los profesores a sus clases. Vuelven los preparadores. Los observadores. El manual de convivencia. el consejo directivo. El Rector, el coordinador, la tienda escolar, las parejitas de enamorados, los besitos, las cogidas de mano..., el portero, el celador, la aseadora,  todo vuelve, es la rueda del sam-sara, el devenir;  al contrario de lo que dijo el filósofo Heráclito de Éfeso, otra vez nos bañamos en el mismo río. La rutina de siempre, dice la gente.

 

A estas alturas  de la vida, cuando ya poco vemos a lo lejos, o porque los ojos no dan más,  o porque no hay nada que nos interese en la otra loma. Volver al pasado, recuperar el tiempo perdido, hacer memoria... Eso es meternos en la eternidad. Porque no hay presente que valga. Ni futuro de dónde agarrarnos. Solo un eterno pasado, pasando a cada instante, la infancia, la juventud, todo llega a cada instante. Los lugares por donde uno ha andado después de haber pedido luz Dios para reconocer sus culpas, como decía el Catecismo del padre Astete. Ese era el examen de conciencia. Y la vida es eso, un examen de conciencia, con propósito de la enmienda, contrición de corazón y satisfacción de obra.

 

Qué bueno, qué reconfortante, a esta hora, un pequeño libro titulado "El gran arte envejecer", del monje benedictino Anselmo Grün.  Aprender a desprendernos de lo que ya no nos pertenece. La juventud. Los bienes materiales. El poder. La salud. La sexualidad. Aprender a ser lo que realmente somos: viejos. Viejos queridos.

 

Porque envejecer no es deteriorarse, dijo el otro. A no ser que nos amarre el complejo de "Peter Pan", o el de la Amparo Grisales que se niega a dejarse ver las arrugas. Qué tal, si ser viejo es bien sabroso. Se vive más y se duerme menos. Aunque nadie lo crea, la vida comienza a doblarse después de los cincuenta. Porque es  entonces cuando la vida comienza de la cintura para arriba y pasa a segundo plano de la cintura para abajo.

 

Y si no, léase esa historia trivial escrita por nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, que se titula "Memoria de mis putas tristes". Lo triste es que el viejito salió tan decepcionado que se le olvidó pagar la tarifa. Lo demás era obvio.

 

Ole, sí, también yo recuerdo el susto de la gente cuando se acercaba el año 60. Una oscuridad de tres días. El apronte de velas y fósforos benditos fue impresionante. Los curas no daban abasto a bendecir velas y confesar gente.

 

A propósito, estoy escribiendo una historia de algunos paisanos, amarrada a la leyenda de la aparición del cometa Halley en 1910. Eso sí que fue tenaz; todos creían que el mundo se iba acabar, pues los curas decían que cuando el cometa pasara cerca de la tierra la podía acabar con el barrido de la cola. Que no fuera más, cuatro años después, en 1914, estalló la Primera Guerra Mundial, cómo le parece. Fue el mismo que pasó en 1986, pero con menos expectativa, pero con no menos desastres, los horrores del narcotráfico con Pablo Escobar, la tragedia del Palacio de Justicia, la destrucción de Armero, el exterminio de la U.P. etc. etc.  Bueno, y como decíamos en una anterior, nos alegramos de ser protagonistas del comienzo de una nueva era, que no es poca cosa.

 

¡Amen, alleluja!

 

Por hoy, dejemos aquí la historia. Que Dios y su deseo de realización, le sean propicios, don Naurito. Un caluroso abrazo, y hasta pronto, mi querido amigo.

 

Pedro A Mateus M.     

viernes, 9 de enero de 2015

El canasto de Isabel

  

Hay una mujer al principio de todas las cosas”. 
Alphonse de Lamartine.  
  

Tenía  tez  canela que brillaba a la luz del día destacándose su cara  rectangular decorada con cejas pobladas armonizadas en los arcos de sus ojos negros radiantes de afecto desde el pozo de la dicha escondido entre sus pómulos sobresalientes; uno de ellos, adornado con un lunar color miel, que al mirarlo, la vista se perdía bajo el sombrero de paño negro barbisio adornado con brillante pluma de pavo real muy usual en la época de la vestimenta de paño negro con sobresalientes tejidos con hilo brillante del mismo color. 

 


El canasto, tejido por artesana de Tenza, Boyacá con delgadas tiras de caña de castilla, con forma de porrón y orejeras de ratón, tenía capacidad para unas cincuenta libras. En él, llegaban a la espalda de Isabel: las arepas de maíz con cuajada, las arepas cari secas, las habas verdes y tostadas, la arveja fresca y seca, las lentejas y los garbanzos, las chirimoyas, y, algunos dulces y chicharrones mezclados con maíz tostado que remplazaban a los chicles, hoy.

En el presente encanastado, no faltaban las nueve presas de una gallina campesina, debidamente cocida con leña y adobada con azafrán, cominos y migas de pan. La gallina ya cocinada,  luego de dejarse enfriar con las brisas de la noche, era empacada en hojas de plátano previamente sancochadas con el calor de las llamas del fogón de tres piedras sentado en tierra para abrigar las habitaciones de la vivienda campesina. 

El bocado boyacense llegaba envuelto en blanco mantel ilustrado con flores rojas y amarillas con verde amarrado con doble nudo con las puntas opuestas de la tela, y sobre él, el ave en estado inerte y provocativo. Llegaban en un joto, unas morenas señoriales mogollas de trigo rellenas con cuajada que lucían frescas para calmar antojos o para remplazar el piquete acompañándolas con un buen guándolo cerrero con miel de caña.


Si. El canasto de Isabel, subía cargado a la espalda, cual morral, por la cuesta, hasta la casa de mis padres, por el pendiente camino  indígena de la miel, la sal y las ollas, que desde la estación del tren de Providencia,  trepaba hasta Peña Blanca, la vereda productora de papa del Municipio de Puente Nacional, Santander. 

Las veces que ese canasto llegó lleno a la tienda y posada la Esperanza, fueron pocas en mi niñez.

El canasto que cargaba Isabel Sánchez, mi abuela, tenía un gemelo con más capacidad.  En él, arribaba sobre espalda masculina, igual presente. Este gemelo cesto, más gordito, era cargado por el siempre compañero de mi abuela. El tío Félix, el mayor de los Quintero Sánchez.


Los visitantes, provenientes de Sutatenza, Boyacá, llegaban  a la vereda en tren al que trepaban en Chiquinquirá, la capital mariana de Colombia, luego de un largo viaje en la flota del Valle de Tenza.

La abuela, tenía el nombre de la madre de San Juan Bautista, por lo que se infiere que el nombre tiene origen hebreo que significa “promesa de Dios”, razón por la cual es muy común en el mundo occidental, pues así se bautizaron reinas, princesas y duquesas en Europa.


Isabel, mi abuela materna, era una mujer de estatura mediana, delgada con pelo largo, siempre torcido en trenza tejida con alguna cinta de color diferente que combinaba con la blusa del mismo material y estilo, confeccionada en seda con encajes; cerrada al frente y con botones a la espalda; ancha en los hombros y pegada hacia la cintura desde donde se desplomaba un ruedo que tapaba el cordón con que aseguraba su, siempre falda negra de paño con pliegues verticales en los cuales llamaban la atención las flores bordadas a mano por la misma dueña que cubría el tronco hasta los tobillos.


Caminaba como una reina sin pasarela, no se exhibía como las mismas en desfile de modas, pero la veía avanzar por el camino, cual cuerpo de palmera totalmente de negro, pues su dorso se veía envuelto en fino pañolón de paño cruzado sobre si, protegiendo su misteriosa belleza.

Me extasiaba contemplando lo poco que se veía de sus pies, siempre protegidos por blancos alpargates tejidos en algodón bordados con hilo negro con suela en moño de fique delicadamente atado sobre el pie dando una particular vuelta sobre el mismo, convirtiendo los tobillos en un maniquí dejando a la imaginación el misterio de sus extremidades.

A diferencia de mi madre, hablaba pausado, con tono afectuoso bajo y comprensivo. Cuando ella anunciaba el regreso a su labranza, empezaba mi llanto, añorando su buen trato. Regresarían los gritos de mando de mi siempre madre que, con sus 90 años, bien vividos, me sigue mandando cual chino de los mandados.


Isabel, mi abuela, quedó viuda a los 49 años. Perdió su esposo en 1954. Mi abuelo nació el mismo día que ella, pero en 1883, y desde entonces, hasta su muerte, vivió sola en su rancho cultivando la fanegada de tierra con el apoyo del hijo mayor y el animo del hijo menor. Ella nació el 1º. De marzo de 1905 y murió de un infarto cardíaco el 12 del mismo mes en 1982.



San Gil, diciembre 17 de 2014.

NAURO TORRES Q. 














sábado, 3 de enero de 2015

Feliz año nuevo¡¡¡¡¡¡¡¡¡



Antigua Bendición Celta
 del Año Nuevo"


v
Que los PIES te lleven por el camino hacia el encuentro de quien eres, porque la felicidad,…es eso,….descubrirte detrás de ti…sabiendo que el verdadero disfrute está en transitar ese camino.



v  Que los OJOS  reconozcan la diferencia entre un colibrí y el vuelo que lo sostiene. Aunque se detenga, seguirá siendo un colibrí, y es importante que lo sepas, para que no confundas el sol con la luz, ni el cielo con la voz que lo nombra.


 
Que las MANOS se tiendan generosas en el dar y agradecidas en el recibir, y que su gesto más frecuente sea la caricia para reconfortar a los que te rodean.


Que el OIDO sea tan fiel a la hora de escuchar el pedido, como a la hora de escuchar el halago, para que puedas mantener el equilibrio en cualquier circunstancia….y sepas escucharte y escuchar
v 
Que las RODILLAS te sostengan con firmeza a la altura de tus sueños y se aflojen mansamente cuando llegue el tiempo del descanso.
v 
Que la ESPALDA sea tu mejor soporte y no lleves en ella la carga más pesada.
v 
Que la BOCA refleje la sonrisa que hay adentro, para que sea una ventana del alma.
v 
Que los DIENTES te sirvan para aprovechar mejor el alimento, y no para conseguir la tajada más grande en desmedro de los otros.

Que la LENGUA exprese de modo tal las palabras que puedas ser fiel a tu corazón en ellas, conservando el respeto y la dulzura.
  
Que la PIEL te sirva de puente y no de valla.

v  



v 
Que el CORAZÓN toque su música con amor, para que tu vida sea un paso del Universo hacia adelante.”

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

      ¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...