Hilario vivió su niñez
junto a la abuela. Hijo de madre soltera embarazada antes de cumplir 18 años y
padre fugaz que se escabulló al enterarse que Stella había quedado preñada esa
tarde, después de ir al cine.
Stella prefirió
trabajar en lo que encontrase a abortar como le recomendaron algunas amigas. La
abuela conoció el secreto, le brindó protección y ayuda.
Pastora había tenido y
mantenido hasta adultos, a tres hijos. Uno de ellos, varón. Stella fue la nieta
de sus afectos. Rosalba, madre de Stella, se lo entregó al cuidado de Pastora,
quien lo consintió y cuidó hasta que le salió bigote.
Hilario estudió y
cursó los años a espaldas de los amigos que le ayudaban con las tareas, y
algunas, amigas que le gastaban las onces. Pasó el bachillerato habilitando y recuperando
asignaturas. En las pruebas saber, el puntaje no le alcanzó sino para ingresar
a una universidad de garaje.
Lo que no tenía en
cultura general, le sobraba en estatura, musculatura, cara de actor y seducción
verbal. Gustaba de mujeres mayores con independencia económica, protectoras y
acogedoras.
Conquistó a Zulay, una
agraciada secretaria ejecutiva que hizo la práctica y se ganó el puesto en una
ladrillera en la Perla del Fonce. Ella alternó el trabajo extenuante con el
noviazgo con joven estudiante universitario que alternaba caricias con el drama
de sus limitaciones económicas al vivir con la abuela. María, la secretaria
ejecutiva, decidió apoyar económicamente al novio de fin de semana. Éste, se
acomodó a la generosidad de la secretaria, quien la cortó de tajo al
encontrarlo en discoteca, un viernes, con una compañera de aula.
-
Hilario anhelaba ser el macho de la casa.
John creció en la
vereda capellanía de Pinchote. Su padre fue un progenitor que vivió a la sombra
de la esposa, una mujer que recibió una extensa herencia sembrada de café.
En la escuela de la
vereda Piedra del Sol, vivía una maestra que había entregado la juventud al
servicio de la niñez. Yolanda rayaba los 40 años y no había tenido tiempo sino
para guiar a los niños en la escuela y ver por su progenitora y su hermana, una
solterona.
John, 20 años menor,
empezó a galantear a la maestra. Con flores del jardín de la madre, hacia
manojos de flores a la maestra, luego que los niños abandonaban la escuela. En
cosecha, le llevaba aguacates, mandarinas. Por la emisora local le dedicaba en
mañanitas campesinas, una canción a la maestra.
La soledad en el
apartamento de la escuela. La distancia de la madre y hermana, los informes al
director de núcleo y a la rectora, colmaban el tiempo de descanso de la maestra.
Tomó la decisión de acoger los amores de John, quien le acabó el verano un
febrero de la década primera del siglo XXI.
Se casaron por la
Iglesia. Ella asumió los gastos de la fiesta y por amor al novio, le regaló el
vestido, relegándole luego, el manejo de la economía del hogar y el uso de las
tarjetas débito y crédito.
El sueldo, a gatas, alcanzaba
para cubrir los gastos de los dos hogares: el de su madre y el de ella. John,
al final de cada mes, ostentaba en las tiendas, el honor de ser esposo de
maestra ostentando con las tarjetas del banco.
-John era el macho de
la casa.
Graciela necesitaba
con urgencia un crédito para cubrir los gastos del hogar, pagar la cuota de la
camioneta cuatro puertas comprada en el concesionario y cubrir la cuota del
paga-diario.
Trabajaba sin descanso
en un colegio público con nombre de heroína comunera. En las tardes asesoraba
tareas y asumía la jornada laboral en casa.
La profesora Graciela
es agraciada y generosa en palabras para chicanear de los afectos del marido.
Humberto, un joven, hijo de ganadero que no estudió, convencido que, para
conseguir una mujer atractiva y orgullosa, había que buscarla en el magisterio.
Y como prueba de ello, se convirtió en el joven enamorado esposo de Graciela.
Para facilitar la
presencia de Humberto como comprador de ganado en las plazas los días de
mercado, Graciela le dotó de una camioneta 4x4, y con ella chicaneaba.
Las deudas de la
maestra se incrementaron, así las cuotas mensuales, y los embargos aparecieron
dejando los ingresos como docente y pensionada, al mínimo vital.
Graciela, sin derecho
a volverse a endeudar, deberá trabajar hasta los setenta años para pagar los
embargos y liberar la casa para vivir, si es que lo logra, luego de cumplir 50
años como maestra y setenta de vida, mientras Humberto se jacta que la vieja
cada vez tiene menos alientos y más enfermedades, y podrá gozar, a sus anchas,
de las pensiones de la maestra que lo entregó todo por un amor tierno y meloso.
-
Humberto era el macho de la casa.
San Gil, marzo 05 de
2.020
Nauro Torres Q.