Al regresar del mercado proveniente de Aratoca, aquel hombre, fornido, de dos metros de alto, con rostro de calabazo y arrugas prematuras hilvanadas por la rigidez del escaso balbuceo del lenguaje, lento y escondido, que emanaba a tirones desde la garganta y la nariz, sintió por tercera vez, muy cerca de él, la pelona.
En el tierrero del pórtico, bajo la enramada de nacuma que sombreaba el rancho de cuatro paredes de
bareque, yacía tirado un engendro rodeado y vestido con una ronda de hormigas.
Junto a él, estaba inanimada, tumbada y escurrida en sangre, su Juanita; la
niña que tomó por esposa siete meses antes en la fiesta de la Pura y limpia, el 8
de diciembre de 1.953 en el incipiente poblado integrado por desplazados de la
violencia bipartidista, despues de ocurrido el bogotazo por la muerte de Jorge
Eliecer Gaitán, joven político que se apersonó de los ideales del liberalismo y
murió bajo las balas de un sicario con afinidades del gobierno godo empotrado
en el poder.
En un santiamén, más
vecinos se juntaron al convite. Ellos, aprontaron un guando con sacos de fique,
previamente tejidos por la mujer de cada rancho, y trasladaron a Juana al
puesto de salud del poblado que brindaba la primera atención en salud. Y ellas,
las mayoras, recogieron con lágrimas al sietemesino envolviéndolo en la bandera
de la Virgen de la salud, y, en silenciosa procesión, mientras balbuceaban las
cinco partes del rosario, lo trasladaron al destino final con la bendición del
astro rey, único testigo del fruto del primer coito, abonando los lirios que se multiplicaron
en el jardín del rancho de los padres de aquel hombre.
-
¡Pérfidas hormigas¡
- ¡las pringaré con agua caliente en sus nidos y las desapareceré de mi casa¡
- ¿Dónde?
Aquel hombre y su
padre, junto con un tío y una tía, en el corredor de la casa de tapia pisada
que acogía a la enfermera, escuchaba sin pronunciar palabra y sin poner
atención a los familiares que comentaban o inquirían.
Lloraba, ¡lloraba¡ pero sus lágrimas las
consumían sus ojos perdidos en las cuevas de sus pobladas pestañas que mojaban
el arrepentimiento por haberla dejado sola ese día. El domingo, día del mercado
de los empaques de fique en Aratoca. O se vendían los costales paperos, o no
había manteca, ni sal, ni el pirincho para el piquete, ni la choco-suela para la
mazamorra de la semana por comenzar.
Mientras caminaba sobre
sus mismos pasos, de un lado al otro, en la mente de aquel hombre brotaron
recuerdos tristes, alegres, dolorosos, y unos, felices.
Recordó que su tía
Filomena le había contado que nació sietemesino; que logró vivir, gracias a las
plegarias a la Virgen del Carmen, pues venía con el cordón umbilical enredado
en el cuello. Sus padres, guardaban ese secreto. Recapituló la escena que de
niño tuvo que vivir junto a su padre y un par de cosecheros de tabaco que
transitaban el camino hacia Barichara a la misa mayor de un domingo, cuando
fueron asaltados a tiros por desconocidos, dejando tres heridos, uno de ellos,
su padre que recibió en la pierna un impacto que iba directo a la humidad del
infante. Recreó la escena en la que conoció a Juana.
Había conocido a
Concha un día, despues de misa en Villanueva. Ese domingo se hicieron novios. -Eso
creyó aquel hombre-. Al siguiente festivo, decidió poner la cara en el rancho
de los padres de Concha. Arribó a la media mañana. Ella no estaba en casa. Fue
al pueblo a cumplir una diligencia ordenada por sus padres. Regresó antes del mediodía
acompañada del novio que tenía.
De regreso, estando
en la talanquera, observó a aquel hombre sentado en un taburete en el corredor
del rancho. Junto con el novio, extraviaron y entraron por el corral de los
chivos y accedieron sigilosamente a la cocina.
La niña Juana
despuntaba los 13 años. Estaba en el tendal fregando los trastos. Concha
cariñosamente le solicitó que saliera al corredor y acompañara a aquel hombre
que permanecía expectante solitario en el pórtico. Obediente a la orden de la
tía Concha, Juana abandonó el oficio. Salió. Saludó a aquel hombre mayor, con
rostro de calabazo, llevándole un guándolo.
Cinco meses despues,
ese hombre desposó a Juana. Concha y su novió asistieron al matrimonio. Ella se
ganó el ramo de cirios rifado por la novia. La tía de Juana se casó pocos años
despues con el primer novio que tuvo en la escuela y estaba trabajando en
Barranquilla.
Decenas de años
despues, uno de los hijos vivos, de los 14 que parió Juana, quiso saber las
razones que le asistieron para casarse muy niña con un hombre mayor.
Juana, poco hablaba
de asuntos de familia. Sin embargo, esa tarde, gracias al hijo que había
logrado estudiar con méritos propios, decidió responderle a Manuel. El cuarto
Manuel en sus cuentas maternas.
-
Mijo, en ese tiempo, en el campo, las cosas se hacían con
afanes. Dependíamos de las fases de la luna y de las cosechas sembradas en los
tiempos acostumbrados. Aquel hombre, ya tenía gracia con mis padres, y decir
no, era contradecir a mis mayores.
Mientras caminaban a
la huerta para sacar unas yucas para el piquete, Juana se explayó en cada
pregunta que hacía Manuel.
-
Mijo, las razones por las cuales perdí a cinco hijos, no
las conozco aún. Lo cierto es que, ni aquel hombre, ni yo, sabíamos que había
quedado embarazada recién casados. Él, se fue para Aratoca muy temprano a
vender la tarea de la semana, y yo, quedé sola en el rancho. Cómo a la hora, en
mi soledad, sentí un dolor de barriga muy fuerte. Fui al tendal. Tomé agua. Me
calmé un poco. Los dolores bajos
regresaron.
-¡Sentí mucho miedo¡
- Desperté muy confundida,
horas despues en una cama bien tendida. Estaba adolorida y oliendo a alcohol y
con una manguera en la parte superior de la mano izquierda conectada a una
bolsa con suero. Estaba sola.
-¡Grité¡ ¡Pedí ayuda¡
Una joven mujer
revestida de blanco se acercó a preguntar el ¿ por qué gritaba?
- ¿Dónde
está mi hijo? ¿Donde? - Pregunté.
- Ella indiferente me devolvió la pregunta.
¿Cuál hijo? ¡La trajeron sola¡
- Me puse más triste.
Lloraba sin calmarme. Luego me dormí nuevamente. Desperté, horas más tarde. Y
frente a mí, estaba aquel hombre; su padre, mirándome con compasión y tristeza.
Me cogió de la mano. Lo apreté inquiriéndolo por mi bebé. Él, solo se dobló
sobre mi frente; me dio un beso y me dijo al oído:
-
El niño ya no está con nosotros. Despues le cuento lo
ocurrido. Por ahora, descanse. Me ordenó abandonando la habitación.
Ya en el rancho de
regreso, una vez nos bajamos de los caballos, tomamos guándolo, reiteré las
mismas preguntas. Él, con calma, dijo, me está obligando a contarle.
- Al niño lo mataron
las hormigas. Cuando regresé ya no respiraba. Usted, sí. Contó aquel hombre con
la voz entrecortada, pero con el rostro rígido y sin doblegarse.
- Desde entonces nos
pusimos de acuerdo y lo bautizamos Manuel, he hicimos una promesa: Si teníamos
otro varoncito, le pondríamos el mismo nombre: Manuel.
- Por otras razones, tal vez, perdí cuatro
Manueles más. Pero usted vivió, mijo. Dijo con consuelo Juana, recordándole que
tenía 9 hermanos; ocho hembras y cinco varones muertos.
Manuel, desde niño
tuvo la curiosidad de saber la razón porqué Juana se refería a su padre como
aquel hombre. Y preguntó.
-
¿Madre, por qué llama a mi padre… aquel hombre?
Sus hijos y familiares regresaron a la casa materna, cortaron decenas de cirios, y con ellos, armaron numerosas coronas que acompañaron el féretro en la enramada de su casa donde fue velado. En el cortejo fúnebre desde la vereda al cementerio parroquial, lo encabezaron infantes en silencio portando ramos de lirios, mientras las mujeres artesanas del fique, en yunta, acompañaron a Juana portando una corona de cirios.
Los matones de cirios, se secaron en un intenso verano del año en que fue aprobada la nueva constitución de Colombia. Los descendientes de Juana, una vez muerta por las arrugas que la ahogaron con sus recuerdos, vendieron la finca tabacalera y se convirtieron en citadinos. El telar de Juana, lo consumió el gorgojo del olvido.
Ocasionalmente los biznietos, cuando visitan la tumba de sus mayores, la adornan con flores plásticas para que acompañen sus cenizas fundidas en el color terracota de las tierras de Villanueva.