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jueves, 18 de febrero de 2016

María Cristina, la niña con padres diferentes

 

 

 

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María Cristina vivía con la abuela que no era la abuela y tuvo tres padres, pero solo uno fue el biológico. Junto con Milton, el hermano menor de sangre,  habían sido confiados a Ernestina Gómez, la esclava que habían dejado en libertad los amos Bohórquez por servicios cumplidos por mas de treinta años.

 

Ernestina murió  señorita

En este registro fotográfico encontrado en el álbum familiar de Agustín Torres(q.e.p.d.) aparece la señorita Ernestina Gómez con los niños Milton y María cristina Martínez, en la capital de la Republica de un año cualquiera de la década del sesenta del siglo pasado cuando regresaron a la capital en unas fiestas navideñas.

 

 

 

 

Bernarda Rojas, la madre de María Cristina había sido criada por la señorita Ernestina por encargo de la progenitora, quien había abandonado la vereda tras un hombre que la escondió en el tiempo. Había Bernarda nacido el 20 de diciembre de 1928, año en que ocurre la masacre de las bananeras por El Estado Colombiano, contada por el mismo Gabriel García Márquez; fecha en que muere en Nueva York el novelista colombiano José Eustasio Rivera, autor de la novela La Vorágine, y en el día que se inauguran los primeros juegos olímpicos nacionales en Cali. Bernarda murió el 19 de diciembre de 2002 año en el que el euro empieza a circular como la moneda del mercado común europeo.

 

Ernestina Gómez vivía en un terrón de tierra de una hectárea de extensión en la que  cultivaba legumbres y granos, pero en su humilde cocina  había alimentos procesados industrialmente que los caminantes traían como contraprestación al  calor humano y hospedaje gratis que brindaba a los peregrinos y mercaderes que se cruzaban en el camino real que se trepaba como bejuco desde el templo de la Virgen de las Mercedes en Vélez, Santander, hasta la ermita de la Virgen de la Calendaría y el convento del santo Exehomo en Boyacá.

 

 

 

 

 

 

Bernarda mostró su salvaje belleza  desde niña, y por la condición de señorita, Ernestina decidió no exponer a su hija adoptada a las pasiones de los mozos que abundaban en ese entonces en las viviendas circundantes. Pidió consejo a  Agustín, un vecino familiar a quien le había brindado apoyo recién regresó casado a la vereda Alto Jarantivá del municipio de Puente Nacional, Santander.

 

Acordaron viajar hasta Leiva, a tres tabacos de camino, a hablar con los antiguos amos de Ernestina, a pedir consejo, quienes recomendaron a Bernarda para un trabajo en el servicio domestico con uno de los hijos  de los amos que trabajaba para el distrito capital de Bogotá.

 LA ESPERANZA

La pintoresca casa de Agustín Torres, el amigo de Ernestina Gómez y Bernarda Rojas. ( Registro fotográfico de una holandesa en 2006)

 

 

Bernarda abandonó la casa de barro de la madre adoptiva viajando en tren encomendada al mercader que cada ocho días iba a la capital a vender en la plaza de Palo quemado, las frutas, los huevos, las gallinas, los quesos, las almojábanas, las colaciones que abundaban en los hogares de esas tierras en el que los champos proliferan gracias a los murciélagos y los picadillos que dispersaban las semillas con los estiércoles.

 

Ernestina tenía  noticias de Bernarda, quien ocasionalmente le escribía alguna carta que acompañaba con un sencillo presente  de pastas, arroz y chocolate.

 

En el pedazo de papel de cuaderno, unas veces con rayas horizontales y otras cuadriculadas, Bernarda le contaba a la dulce Ernestina que ya había aprendido a hacer el aseo de la extensa casa del hijo de los amos, que la señora encargada de preparar los alimentos le estaba enseñando con alegría, que la señora encargada de ver y cuidar los tendidos y vestuarios, también le enseñaba con empeño, que los domingos la dejaban salir con las demás mujeres de la servidumbre, y ellas, les enseñaban la ciudad paseándola por ella. En otra carta con mas hojas, Bernarda contó que había retornado a la escuela a terminar la primaria como un gesto de reconocimiento del señor hijo de los amos de Leiva.

Ernestina que nunca fue a la escuela, guardaba con amor cada carta en su delantal de fabricato color negro con pepas blancas, y el domingo acudía a donde Agustín, el reservista que había abandonado la policia para cuidar de María Jesús, la madre, y a empezar una vida matrimonial con la boyacense, Custodia Quintero. Agustín vivía en una incipiente casucha de adobe que construía con la esposa trecientos metros abajo de la casa de barro de Ernestina; María de Jesús Torres, la madre de Agustín, vivía unos cien metros mas arriba.

 

Bernarda  perdió la flor con el colibrí

 

Después de cinco años, Bernarda, ya señorita, regresó a la vereda, pero no lo hizo en tren. Retornó en auto ferro, un servicio ferroviario especial en el que viajaban los ejecutivos y ricos de ese entonces.

La caja de cartón  en la cual Bernarda había llevado su pocos trapos, había sido remplazada por una maleta de cuero fino con tres correas que al ajustarlas, el motete se recogía como una acordeón o se habría al gusto como las piernas de una amante enamorada.

 

La maleta venía con vestidos de paño, sacos del mismo material, blusas de lino en colores oscuros, zapatos negros cerrados con cordón, medias veladas, un par de toallas, ropa interior blanca, un frasco de Alhucema como perfume y un pan de jabón para remplazar el jabón de tierra que hasta entonces era  el que se usaba en los campos colombianos para el aseo personal.

 

 

El jabón de tierra

 

A la estación de Providencia, el auto ferro arribó sobre las seis de la mañana de un sábado  de 1946 época en que la decadencia del gobierno liberal, y con él, las libertades democráticas empezaban en la Nación; Bernarda se bajó oronda y bella con su maleta de cuero en la mano derecha. Miró a los lados encontrándose con ojos sorprendidos de las mujeres que siempre a esa hora ofrecían en cafeteras, cafe con leche o tinto, quienes le saludaron cual desconocida que supuestamente llegaba a una de las pensiones que había en la estación a donde llegaban los eneros a veranear familias provenientes de las tierras frías del reino en el que La Virgen de Chiquinquirá era la reina.

Bernarda, ya en la estación y siguiendo los buenos modales que había aprendido en el trabajo, saludó a Don Antonio Sáenz, el jefe de estación que recién había llegado al casco urbano de Providencia fundado por liberales que habían sido desplazados por los conservadores en la guerra de los mil días. Antonio era descendiente de una familia  conservadora cuyo padre ofrendó la vida en la cruenta batalla entre radicales y conservadores del alto de  mazamorral  ocurrida el 11 de febrero de 1902 en el triangulo en donde convergen los municipios boyacenses de Santa Sofía y Muniquirá  y Puente Nacional, Santander, loma que desde la casa de Ernestina, se veía como la dominante de la hondonada por las que se desprenden en segundos las lloviznas que se originan precisamente en ese alto que desde Puente Nacional se le conoce como loma de la Vieja para olvidar los centenares de muertos que allí ocurrieron cuando los machetes, los palos y los grass se vistieron, unos de azul y otros de rojo para sembrar el odio y la violencia entre hermanos del mismo terruño.

Mientras atravesaba el corregimiento por la unica calle que se bifurca en tres caminos, Bernarda caminó con altivez y con pasos cortos llegando hasta la casa de Candelaria Gómez, la familiar de Ernestina; allí le ofrecieron un frugal desayuno. Se quitó los zapatos de medio tacón y se puso unas alpargatas nuevas que había comprado en la tienda del frente donde el padrino Jesús Becerra, quien se alegró de verle dándole para el camino varias colombinas de coco, que en ese entonces, se hacían en varias veredas donde se fabricaban  bocadillos usando la guayaba que abundaba silvestre en potreros y montes.

 

El diablo en el corcel

 

Tomó el camino, en un marzo pasado por agua, y recordando su niñez en el campo, cuando se iba por los potreros de las fincas vecinas a recoger chamiza, se echó la maleta de cuero al hombro y empezó a ascender con dificultad por el lodo y por el peso de la carga. Ya iba en cascajo negro, una parte del camino en el que la tierra tiene el color del diablo, y de ella, emana el agua, cual sudor por una cuesta. Estaba sorteando un enterradero de bestias arañando cual cabra el barranco para no caer en el lodo mientras escuchaba tras de sí un jinete que apuraba su corcel con fuete y espuela como si fuese retardado al encuentro con las nubes. Ella, pudorosa y sin miedo, descargó con elegancia la maleta y se dispuso a dejar pasar el caballo negro cabalgado por un señor de tez blanca, bigote poblado, sombrero de jipa blanco y ruana  de lana parda, quien lucía unos zamarros, de igual color que el barro que pisaba, quien miraba con dominio y prepotencia bajo unas gafas negras como las noches sin estrellas.

 

Bernarda ya tenía el donaire de una citadina, y el miedo ni la timidez, ya no se miraban en sus ojos también negros como los del caballo y se puso a la expectativa de lo que pudiera ocurrir. El jinete ajustó la arrienda y con disimulo fue frenando al corcel frente a la hermosa chica que sorteaba con saltos el fangoso oscuro cascajo que se escurría del barranco en donde estaba anidada la  vivienda de Silvino Becerra.

 

-Buenos días señorita. – dijo el jinete, mirando con admiración a la dama.

-Buenos días segundo, respondió Bernarda.

Sorprendido quedó el chalan con el saludo, que se vio obligado a hacer memoria  y en un abrir y cerrar de ojos, preguntó:

-Eres…eres Bernarda… Bernarda Rojas? Interpeló.

Y ella, sin dudarlo, afirmó –soy la mismita Segundo. - La misma que vengo de vacaciones a visitar y a estar con mi mamá Ernestina.

 

Segundo era hijo de  doña Margarita Pacheco, la dueña de la hacienda que estaba precisamente al frente de la casa de Ernestina en donde estaba el ojo de agua. Era el hijo menor de una tanda de nueve críos que le quedaron a la doña de la honda , pues el esposo se fue muy joven al mundo de los muertos. Segundo tenia unos años mas que Bernarda a quien intentaba encontrarse, siendo niño, en el ojo de agua a donde ella  mañana y tarde iba con el chorote a traer el agua siendo también niña; si no la encontraba en el yacimiento de agua, la buscaba desde las lomas que rodeaban la casa de barro de Ernestina pues estaba circundada por  propiedades de doña Margarita, la doña de la honda.

 

Entre obnubilado y curioso, Segundo, en vez de bajarse del caballo y cederlo a la recién llegada, le saludó con aprecio cogiendo la maleta desde el caballo para hacer menos dura la subida de la dama hasta frente a la casa de Silvino Becerra que estaba como una vigilante en la cresta del cascajo negro.


Bernarda apresuró el paso mientras el caballo continuó su camino con fino paso de todo ejemplar de raza colombiana en una pista de exhibición  mientras el jinete hacia preguntas diversas de la experiencia de la chica en la ciudad, a las que ella respondía, unas veces con  verdad y otras inventando para demostrar su dominio de la ciudad y sus diferencias con las demás jóvenes de la vereda.

 

Sin darse cuenta el tiempo pasó como un suspiro encontrándose los tres frente a donde la señorita Ernestina, y Bernarda evitando que ella la viera, se  bajó con hidalguía del corcel llevando la maleta a la dueña hasta el lindero de piedra que separaba la casa de barro del camino real.

Se miraron para despedirse, ella con un adiós, y él, con un hasta luego.

 

Ernestina no se percató de la llegada de Bernarda, estaba en la cocina terminándose de tomar la jícara de chocolate con leche con envuelto de maíz y se disponía a irse al tendal a lavar el chorote de barro y la taza del mismo material cuando fue gratamente sorprendida con los abrazos y besos de quien acaba de llegar de la capital colombiana.

-Madre la amo, la extraño y tenía muchos deseos de regresar a casa para que me consienta con sus amores y sus comidas preparadas con leña, dijo emocionada Bernarda.

La anciana la abrazó filialmente y con llanto en las mejillas la cubrió de besos, mientras le daba la bienvenida y bajaba de la lacena la loza de pedernal que le tenía reservada mientras regresaba a la cocina a prepararle desayuno. Bernarda acariciándole el pelo de plata la puso al tanto que ya había desayunado donde la prima Candelaria, que había llegado en el auto ferro y que el joven Segundo, el vecino, le había ayudado con la maleta.

Mientras le contaba sobre el trabajo donde la familia Bohórquez y de los parques y cines de la ciudad, Bernarda fue abriendo la maleta de donde sacó envuelto en papel regalo un fino pañolón negro de paño vicuña con tejidos en seda del mismo color, una blusa blanca con pintas negras de delicado dacrón, un sombrero aguadeño de jipa, pinta muy usada por las damas elegantes de la época para ir a misa los domingos y un par de alpargatas elaborados   con algodón y suela de fique por manos artesanas de Sutatenza, Boyacá.

 

La vieja Ernestina  que había nacido en 1879 no cesaba de llorar de la emoción, no tanto por el presente, sino por el regreso de la hija que nunca tuvo, pues se conservaba señorita  y así fue reconocida en la comarca hasta su muerte ocurrida el 5 de septiembre de 1964, el mismo día que  se celebraba la fiesta patronal al Niño Dios,  deceso ocurrido en  casa de Bernarda en el barrio 20 de julio precisamente donde la comunidad salesiana originaria de Italia estableció un centro de  adoración al Niño Dios.

 

 

Segundo continuó trepando la cuesta hasta el morro para desviarse luego hacía casa blanca en donde los González Pacheco tenían una tierra por herencia y en la que pastaban novillos de engorde. Por la distancia al pueblo donde ya vivía Segundo empezando como comerciante, debió hacer amigos finqueros cercanos en donde pudiese guardar las sales y medicamentos para el ganado, así como para que le vendiesen almuerzo. El joven ganadero estableció sinergia con la familia Merchán en la que habían  varias morenas volantonas que se alegraban en verle y se esmeraban en atenderle, en especial Rosalbina, a quien Segundo venía galanteando tiempo atrás.

Por el color de la piel, por la estatura, por la decencia que mostraban, por las extensiones de tierra bajo el dominio familiar, los Gonzales Pacheco eran vistos como un buen partido para cualquier moza que creciese en ese entonces en alguna finca de la comarca puentana.

 

Un amor para dos

 

Por sus comodidades y por estar sobre la ruta que cada semana hacía para visitar a la madre, Margarita, reconocida como la doña  de la honda (http://naurotorres.blogspot.com.co/2014/12/homenaje-las-mujeres-cabeza-de-familia.html)  a colaborarle en la administración de los ganados y ver sus propios animales, Segundo se las ingeniaba para hablar con Bernarda y para sentirse atendido por Rosalbina.

 

En esas vacaciones de Bernarda, Segundo la vio por ultima vez en el ojo de agua y al siguiente día le acompañó a tomar el tren para Bogotá, viajando con ella hasta la estación de El Roble, donde se despidieron, bajándose él para tomar el camino hacia la finca que por herencia tenía en San Francisco, llegando al medio día a hacer la rutina de cada ocho días, y de regreso al pueblo, visitar a la familia Merchán como achaque para hablar con Rosalbina a quien siguió visitando  en ese año, mientras mantenía una fluida correspondencia con Bernarda.

 

Bernarda Rojas regresó en tren al siguiente marzo a vacaciones. Lo hizo un martes día en que había mercado en Saboyá y al que usualmente iba Segundo a vender cerdos. Ese martes desayunaron en ese poblado con caldo de carne con papa, chocolate y mogollas de trigo y al  vaho de la caliente bebida acompañada con queso, Segundo le confesó sus amores a Bernarda, quien lo escucho en silencio y a  la vez con una profunda alegría interna que no exteriorizaba para evitar lo que le había pasado a su progenitora.

Le respondió con un apretón de manos que ella hizo sobre la extremidad de Segundo que tenía la mano izquierda sobre la banca de madera que hacía ángulo con la mesa del toldo donde estaban desayunando.

 

Pasearon por los jardines del parque y entraron al templo a orar con el respeto que todo campesino tiene con los asuntos del Creador. Transitaron varias veces la calle real y luego acudieron a la estación a esperar el tren que desde Bogotá, cual serpentina se desprendía al paso de un cien patas hasta Barbosa en Santander.

Segundo mostrando cortesía, compro tiquetes de primera, algo no usual en él que siempre viajaba en vagones de tercera. Sentados uno al lado del otro en medio del vagón, Bernarda se extasiaba con el paisaje que se adentraba por las ventanas, mientras el galán se rebuscaba tema para hablar con la citadina que le consumía toda la atención.

En la estación de Garavito probaron las papas saladas con jeta, en la estación de los Límites, cuajada con bocadillo, en la estación de El Roble degustaron la mantecada con cafe con leche y cuando llegaron al destino en Providencia, Segundo invitó a Bernarda a almorzar donde Hermencia Velandia quien tenía una casa techada con Eternit y paredes verdes en donde funcionaba un restaurante y una pensión. Degustaron una mazamorra con habas con un seco compuesto de yuca sata, pollo, arroz y poca ensalada acompañada con un masato de arroz.

 

Tomaron el pendiente camino atravesando juntos por primera y ultima vez la unica calle de la estación del tren trepando lentamente cuesta hasta la tienda de Custodia de Torres en donde refrescaron las gargantas, él con una babaria y ella con una gaseosa colombiana. Ya estaban a cien metros de la casa de barro en la que Bernarda estuvo sus últimas vacaciones.

Vacaciones usadas por los novios para verse en el ojo de agua, en la loma del Gavilán, en el poso de la Nutria y hasta en la quebrada la honda.  Esa cercanía de mentes, espíritus y cuerpos facilitó una cita entre paredes de arboles y techos infinitos en el bosque cercano en donde, tanto María de Jesús como Ernestina  escondían las ollas con guarapo en proceso de curación para hacer el chirinche, bebida alcohólica favorita entre propios y peregrinos, ya en fiestas, como en encuentros amistosos en las tiendas que adornaban el viejo camino que unía al reino con las tierras de las vegas del rio Sarabita en Santander en donde se cosechaba la caña de azúcar, el plátano y la yuca que se intercambiaba por la papa, las ibias, la cebada, el trigo y las verduras que bajaban los reinosos entres las ollas de barro que dormían placidas en los lomos de las recuas de burros que cada domingo, hacia al atardecer, se desgranaban con sus dueños loma a bajo desde Sutamerchan y Santa Sofía al mercado los lunes en la tierra de Lelio Olarte en donde la guanina y el torbellino se escucha entre guayabos y frutales, entre guarapos y jolgorios en tiendas y toldos.

Bernarda dijo a Ernestina que se iba a despedir de mamá Beroca, la partera de la región, la madre de las Gómez, mas no de Ernestina quien era prima, pues al otro día regresaría a la capital, que aprovechaba para hacer lo mismo con María de Jesús y Rafaela, la esposa de Tobías el tejedor ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2014/12/tobias-fue-un-campesino-santandereano.html ) , hermano mayor de Segundo. Hizo las visitas a carreritas mientras Segundo la esperaba entre los helechales en la loma de las torcazas desde donde el monte y las casas vecinas se veían como cajas  de cargar miel en las mulas.

Se desprendió por los potreros y huertas  y acudió al punto concertado. Allí se miraron contemplando sus rostros, jugaron con sus cuerpos abrazando los siete cueros que estaban florecidos, se dijeron cuando se amaban, y ambos, sin percatarse, se fueron quitando las prendas que cubrían sus angelicales cuerpos, y sin saberse, sin conocerse, con las mentes controladas por las pasiones eróticas se fundieron en un solo cuerpo, ella disponiendo  el gineceo bien hasta hora protegido, y él, cual colibrí deposito en la flor el néctar de la vida.

 

En el tren sin regreso.

De madrugada, ese lunes,  Bernarda tomó el tren de pasajeros en la estación de Providencia acompañada por el primer novio de juventud; viajaban con tiquetes de segunda en vagones de madera con sillas del mismo material.

Iban uno cerca al otro, sentados y cogidos de la mano, cuyos dedos y sudor, eran expresiones del amor y  pasión que los dominaba.

El trayecto entre Providencia y la curva  conocida como los Andes que desde la loma del gavilán en predios de Darío González, se apreciaba el tren como si fuese trepando entre las nubes hasta el cielo, ocurrió sin que los enamorados tuviesen conciencia del tiempo transcurrido. En esa pendiente curva de los Andes el tren asciende con lentitud, ocasión que viajeros sin tiquete tomaban o se bajaban del tren furtivamente; eso hizo Segundo, que miró como la locomotora No. 30 de origen germano penetraba con su humo y con su vagones llenos de gente los robledales que poblaban las montañas que escondían la estación de el Roble, llevándose a la mujer que lo hizo sentirse varonil por primera vez.

 

Él se desprendió por la ladera hasta la quebrada El Toro para llegar a tierras de Aniceto Ramírez y atravesar la propiedad de Bernardo Becerra embellecida con huertas de diversos pajoleros que cosechaban cada año las legumbres para el sustento diario, descolgándose luego por tierras de Rubén Beltrán para tomar el camino real que lo acercaba a la casa de Margarita Pacheco, en donde, luego de recibir el desayuno y de dar cualquier excusa por la demora y estadía, se fue al champal en chaques de ver los terneros de ordeño y se acostó a dormir en la cueva que hacia la piedra, en donde siempre con Darío, su hermano, se escondían cuando la madre les cantaleteaba por evadir el trabajo en la fincas.

 

 

 

 

En Colombia  en 1947 iniciaba el declive de  la radicalización popular con paros en ciudades liderados por Jorge Eliecer Gaitán, y el presidente conservador, Mariano Ospina Hernández, continuaba  su gobierno con el apoyo del partido liberal empeñado en fortalecer la CTC como expresión y representación de la clase trabajadora de las ciudades, pero a la vez, surgieron los pájaros o bandidos que a nombre del partido de gobierno empezaron a eliminar a los defensores de las ideas libertarias de los liberales defendidas por el abogado y orador que había perdido las elecciones recientes por la división presentada dentro del mismo partido liberal, del cual, una fracción había apoyado la unión nacional representada en Ospina Hernández.

 

Y nacieron en el contexto del bogotazo

 

Bernarda en el trabajo empezó a notar cansancio y sueño y cambios en su fisionomía, a los tres meses se sintió embarazada, pero no se lo hizo saber a Segundo, mas si, a su patrona, quien dudó sobre el verdadero padre de quien crecía en la barriga de Bernarda. Contó al esposo lo que estaba viendo en Bernarda, persona que le guardaba aprecio  por los lazos existentes con Ernestina, la esclava que había visto por él desde el nacimiento.

 

La pareja buscó una salida al embarazoso caso, y al señor que ocupaba un puesto de gobierno en la alcaldía de Bogotá se le ocurrió conseguirle un trabajo en el Distrito a Bernarda, quien en estado de gravidez empezó a laborar precisamente en el año que fue creado el seguro social colombiano como aseadora y guardiana de la Inspección de policía en el barrio del 20 de julio en donde vivió y trabajo hasta pensionarse.

El bogotazo ocurrió el 9 de abril de 1948, fecha en que es asesinado Jorge Eliecer Gaitán cuya muerte trajo al país una época oscura por la violencia que se prolongo hasta principios de la década del setenta. En la capital empezaron los incendios, las peleas y los enfrentamientos entre liberales y conservadores, y salir como entrar a la ciudad se tornó inseguro y difícil.

Mientras tanto, Bernarda enfrentó su embarazo, sola, pues aunque Segundo se comunicaba por cartas usando el mercader que iba cada ocho días a la plaza de palo quemado, éste había dejado de hacerlo por la confrontación que crecía y se expandía en los campos de Colombia. Segundo vivía los efectos de la confrontación política. Por ser de origen conservador, no pudo regresar a Puente Nacional casco urbano totalmente liberal. Tampoco volvió a Saboyá y Moniquirá para evitar ser reclutado para la policia como órgano militar del partido conservador. Se dedicó entonces a ayudar en las fincas de la madre y a ver por sus animales en San Francisco, nombre de la finca que por herencia había recibido en la vereda Montes.

El padre de Rosalbina era mas godo que  la bandera  del equipo de futbol colombiano, Millonarios, y facilitó las frecuentes visitas de Segundo a la hija, quien cayó bajo la pasión del ganadero González quedando embarazada, sin desearlo, asunto de honor que arregló con buenas palabras el padre afrentado, organizándose un matrimonio en pocos meses que se celebró en la parroquia de Santa Sofía en donde los conservadores empezaron a cumplir las obligaciones religiosas ante el impedimento, por asuntos partidistas,  para ir al casco del municipio que los vio nacer. De esa unión llegó una preciosa hija que bautizaron con el nombre de Elba.

 

 

Bernarda, por orgullo y con rabia mientras estuvo embarazada no contó a Segundo que iba a ser padre y el 25 de abril de 1948 dio a luz una niña a quien días después bautizó con el nombre Mery pasando la dieta sola como había sido su niñez en la casa de barro de Ernestina Gómez.

Los hechos violentos que estaban ocurriendo en la Nación, los meses que se iban sin noticias de ambos lados distanciaron a Segundo con Bernarda. El primero empezó en San Francisco su vida matrimonial y Bernarda empezó su primera experiencia como madre cabeza de familia comprendiendo sin explicaciones las causas  por las cuales su progenitora la había confiado a la señorita Ernestina.

 

Mery, la primogénita.

 

Bernarda volvió a Providencia cuando Mery tenía tres años. Regresó a visitar a la madre adoptiva y entregar a su cuidado a su primera hija, como si la historia debiera repetirse.

 

 

 

Mery Rojas es agraciada desde joven. El la foto camina por una calle de Bogotá con Agustín Torres, el vecino de la casa de barro de Ernestina Gómez, persona que se convirtió en la familia mas cercana de la familia que fue conformando Bernarda Rojas. (Foto tomada del álbum familiar de Custodia Quintero).

 

 

Esta niña de tez blanca y ojos negros se acomodó feliz en el campo, pues era libre para jugar, para correr, para bañarse y para interactuar con los animales. Estuvo con Ernestina mas de tres años, y en esa estadía, creció en ella un miedo por el diablo que cada cada martes en las tempranas mañanas aparecía en el cimiento que rodeaba  la casa de barro montando un brioso corcel negro vestido de igual color desde los estribos hasta la coronilla, quien llegaba a preguntar por la señorita Ernestina, quien al oír la  conocida voz del vecino, sacaba a hurtadillas a la pequeña niña para que se escabullera por el vallado que estaba haciendo la Lorenza, un manantial de agua que nacía pasos arriba de la casa de María de Jesús de donde tomaban el agua esta sexagenaria, Doña Beroca y los hijos de Tobías González, hasta llegar a la incipiente vivienda que construía Agustín Torres, quien se refería a Ernestina como la tía.

 

 Transcurrió medio siglo para que Mery y María Cristina retornaran al lugar donde estuvieron de niñas. En la fotografía de izquierda a derecha: Mery Rojas , doña Custodia Quintero, María Cristina Martínez y Miguel Agustín Torres; posan en la tienda la esperanza ubicada a la vera del camino que une a Puente Nacional con Sutamerchan. (foto del álbum de María Cristina Martínez)

 

 

Mery llegaba asustada y llorando quien era consolada por Custodia, la esposa de Agustín, quien le ofrecía desayuno, la mandaba con José, el primogénito, a echar los terneros o cortar barrendero para asear el patio, regresando a donde Ernestina al atardecer. Tanto Agustín y Custodia como Ernestina nunca le informarán a Mery el verdadero nombre del diablo del corcel negro, como si existiese un pacto entre ellos para que la niña no se enterara  quien importancia tenía quien la buscaba, cada martes al amanecer; era el padre que siempre quiso conocer, hecho que ocurrió en la escuela cuando en una pelea por guayabas, Isabelina González, hija de Tibias González le gritó que era una bastarda, termino que Mery ignoraba el significado, el cual, preguntó a Guillermo Beltrán, quien la tranquilizó diciéndole que así le decían a los niños, como a los dos, que tienen un padre que nunca los reconoció como hijos, negándoles el apellido.

 

 

 

Esta fotografía registra a los asistentes a la boda de Mary Rojas con Jorge Enrique González Gamba. (Fotografía tomada de internet).

 

 

Mery, al cumplir los seis años, la regresaron a la capital a terminar la primaria al lado de Bernarda, quien en su soledad pero con la belleza de una flor de la campiña le abundaban admiradores mientras servía el tinto en las oficinas de la Inspección de policía del barrio 20 de Julio de la capital colombiana, en donde además, se desempeñaba como aseadora y celadora, y a la que llegaban por montones las denuncias de los robos, homicidios y saqueos que invadieron la ciudad en el bogotazo.

 

Con las hojas de los calendarios llevados por la brisa de las montañas de la vida, Mery Rojas y su hermana María Cristina, acordaron un viaje por la ciudad emblemática colombiana, Cartagena a mediados de la primera década del siglo XXI, viaje en el que recordaron escenas de la vida infantil. Y como la vida es como un zapato, ellas posaron en el monumento “ a los zapatos viejos” que esta cerca a las murallas  de San Felipe.

 

 

Mery tenía el apellido de la madre a quien le debía total obediencia, razón por la cual, fue regresada al hogar de Bernarda a cuidar a sus hermanos que no conocía. En el campo se le recuerda como la candelilla, por culpa del jinete del corcel negro, que al buscarla, ella desaparecía en la madrugada y regresaba a la casa de barro al atardecer.

 

María Cristina se llama la hermana y Milton, el primer varón hermano. Fueron bautizados con nombres ilustres; a ella, como seguidora del Mesías, y a él, para recordar al poeta ingles. Los hermanos de Mery, son  hijos de  Pascual Martínez Vásquez, de cuyos recuerdos, aun persisten los malos tratos físicos y verbales, así como la total ausencia de la manutención, razones suficientes para borrar el nombre de sus memorias y esconderlo de sus averiguaciones sobre la suerte que lo corrió del hogar de Bernarda para nunca mas regresar.

 

Pero, así como se esfumó Segundo González, también lo hizo Pascual Martínez Vásquez, quien no era gitano ni tampoco alquimista, mucho menos el personaje de José Vasconcelos en su novela, La familia de “Pascual Duarte”.

 

Bernarda distribuía el tiempo entre el trabajo y los tres hijos, asunto que se le complicó porque los niños son inquietos y lloran, tanto de día como de noche, resolviendo un sábado de septiembre de 1960 tomar el tren de la sabana y regresar a Providencia a donde Ernestina Gómez.  Llegó con tres cargas: una pesada caja con mercado para dos meses y los dos chinos Martínez, que en vez de llorar porque la madre se regresaba dejándolos al cuidado de la “mamá Ernestina”; jugaban a sus anchas todo el día y dormían toda la noche; pero ese domingo amanecieron en la cama de quien sería la segunda madre, quien los cuidó hasta que terminaron la  primaria en la escuela de Providencia.

 

En el barrio 20 de julio, Mery cursó el bachillerato y antes de graduarse tenía un trabajo como secretearía en una chatarrería, que a la postre terminó de su propiedad, lugar donde conocía su único y primer amor, quien fue presentado por José, el chico con el que jugaba en los potreros de la abuela, aun, no reconocida.

 

José, un lunes en la tarde de un abril de 1973 le presentó a un vendedor de enciclopedias, quien había dejado un cargo publico en la alcaldía de Puente Nacional para encontrar otros rumbos en la capital colombiana. El vendedor de enciclopedias cumplía un mes en el trabajo, sin hacer la primer venta, pero era un buen charlatán, hizo la primer operación comercial con Mery, quien, tal vez por compasión o por animarlo a seguir trabajando, adquirió de contado la enciclopedia Salvat que eran varios tomos que incluían temas desde la A hasta la Z, la misma que vendió a las hermanas que se desempeñaban como maestras rurales en escuelas de la tierra del requinto y la guayaba en Santander.

 

El vendedor fue un lector desde niño, un amante de los versos costumbristas, un estudioso del periodismo a distancia, mediante folletos que llegaban por el correo desde  Argentina. Comentaba con erudición los libros de autoayuda escritos por Dale Carnegie, recitaba los diez pergaminos de “El mejor vendedor del mundo” y se ufanaba de narrar los consejos del mismo  autor en el  libro: “Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar la vida”. Cantaba las canciones del francés, Charles Asnavour y del italiano, Gian Franco pagliaro. En especial, cuando la soledad o la tristeza lo acompañaban, entonaba Bohemia (https://www.youtube.com/watch?v=3zIbbg9nbNs) o  Venecia sin ti (https://www.youtube.com/watch?v=LVq4y-RdGWE), canciones que alternaba con el poema de Gian Franco Pagliaro (https://www.youtube.com/watch?v=HHPJM03VAEY ) y con el poema “ no soy de aquí ni soy de allá (https://www.youtube.com/watch?v=2vabEuRj7qc).

 

El vendedor era un romántico, un patriota y un revolucionario. Cada 31 de diciembre, despedía el año con El brindis del bohemio (https://www.youtube.com/watch?v=AWeAdT8COiA), y ocasionalmente escuchaba El sueño de las escalinatas ( https://www.youtube.com/watch?v=3BVTA91_tcE) y se consideraba un seguidor del movimiento nadaista del colombiano Gonzalo Arango, sintiéndose identificado con el poema: “Medellín a solas contigo” ( https://www.youtube.com/watch?v=cjzkqMOPd-8) y se sentía nadaista (https://www.youtube.com/watch?v=7IhbcqoNwbM).

 

Pero ese vendedor de libros, se convirtió en un promotor de ideas, cuando, por influencias políticas,  fue vinculado como trabajador raso en la Empresa de Energía de Bogotá-EEB-, convirtiéndose en pocos años en dirigente sindical, cargo que desempeñó hasta pensionarse a la edad de 50 años.

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Jorge Enrique González Gamba y Mery Rojas, por muchos años retornaban los diciembres a la vereda Alto jarantivá de Puente Nacional a pasar la navidad y el año nuevo.

 

 

El vendedor se casó joven con Mery, igual joven. Fueron el uno para el otro, a pesar que se abandonaron muchas veces. Ella fue su compañía en la enfermedad que lo llevo al sepulcro en menos de dos meses. Y él, Jorge Enrique González Gamba, fue con su esencia, tras los dos hermanos mayores que murieron, igual, muy jóvenes.

 

 

Esta fotografía tomada con motivo de los cumpleaños de don Darío González capta la imagen bonachona que tuvo Jorge Enrique González Gamba, quien murió meses después de esta reunión familiar en casa de un conocido llamado Morocho.

 

Jorge Enrique González Gamba, el vendedor de enciclopedias, fue padre de dos hijos, una abogada y un ingeniero civil, quienes, hoy, luego de la prematura muerte del sindicalista, acompañan a Mery en su viudés; mujer que rompió la espiral  construida por la abuela y  por Bernarda.

 

María Cristina, la niña con padres diferentes.

 

María Cristina Junto con Milton, el hermano, fueron llevados a la casa de barro de la esclava liberada por los Bohórquez. Mamá Ernestina, como aun le dicen los hijos de Bernarda, los recibió con afecto, y desde ese momento, se convirtieron en sus críos y los cuidó como tales.

 

María Cristina Martínez, nació con una sonrisa en los labios, y la conserva como parte de su personalidad; habló a muy tierna edad, y desde entonces, es dueña de la palabra pues ha sido maestra desde que tiene uso de razón. Lo que no sabía, se lo inventaba. Sus primeros alumnos fueron, Milton, su hermano, y José, el hijo del vecino de Ernestina. A ellos les enseñó a hacer pan con arcilla, a viajar en avión trepados en un árbol, a nadar en un pichal, a comer mortiñas en vez de dulces, a chupar naranjas en vez de colombinas, a ser presidiarios atados por varias horas a un árbol, a ser jinetes acaballados en un palo, a domar animales tirando con una cabuya a limber, el perro de la casa, a comulgar con tajadas de banano, a pescar grandes peces cogiendo guabinas en el ojo de agua, a ser esclavos cargando agua en potes mientras ella, trepada en una piedra daba ordenes con un lazo en la mano; a coger saltones como si fueran dinosaurios, a contemplar los copetones como si fuesen ángeles, a ver a Dios tirándolos de las orejas, a ser pastores venerándola como si fuese la madre de Jesús, a cazar animales despulpado las cobijas, a contar echando las pulgas a ahogar en un  platón con agua.

 

Siempre ha sido curiosa, aprende mirando y haciendo. Con “mamá Ernestina” aprendió cocina y los cuidados de la ropa, la loza y todo lo relacionado con el hogar. Con Custodia, la esposa de Agustín, aprendió panadería, a hacer tamales y envueltos y el cuidado del jardín, y con Agustín, todo lo relacionado con la agricultura y la cafetianza. Con Bernarda a ser una relacionista pública y un espejo a no imitar. Con Mery, la lealtad y fidelidad.

 

María Cristina y el hermano Milton, los regresaron a Bogotá cuando estaban a punto de terminar la primaría en la escuela de la estación del tren de Providencia, Santander.  Ya en la casa donde funcionó la inspección de policia del distrito en el barrio del veinte de julio de la capital colombiana, encontraron el afecto usual de Bernarda, y una bebé con la que jugaron a criarla. No estaba en casa el padre que los maltrataba, pero había otro señor. El padre de la bebé de cabello dorado y tez blanca que bautizaron con el nombre de María Magnolia Rojas, pues quien la engendró fue otro fugaz en el hogar de Bernarda.

 

 

 

María Magnolia Rojas con uno de sus hijos, quienes le han dado el afecto negado por el padre.

 

Pero Bernarda no nació para vivir sin pareja, tampoco sin mas hijos. Había transcurrido poco tiempo del ultimo abandono  cuando conoció a un obrero de la EEB, quien empezó a cortejarla, y en pocos meses, terminó siendo el ultimo esposo de Bernarda, y a quien le tocó ver por ella en su corta enfermedad.

 

Josué en el antiguo testamento, fue quien debió continuar guiando al pueblo de Israel con la muerte de Moisés. Y Josué Ruge fue el cuarto padrastro de tres de los  hijos de Bernarda, quien le hizo dos hijos varones, uno de ellos alcanzó a ser clérigo y terminó trabajando en otros oficios en Australia, y el mayor estudio publicidad pero se dedicó al transporte y a la distribución de materiales; actualmente es quien vela por José Ruge, quien ha perdido la memoria, luego de la muerte de Bernarda, tal vez para borrar todo el daño moral que hizo a sus hijastros, los cuales ocasionalmente lo visitan en el aposento donde se refugió con Hernando, el hijo mayor,  en una de las lomas que circundan la plaza de la catedral del Niño Jesús en Bogotá.

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Bernarda Rojas fue una mujer querendona y amable, no amarró a nadie a su vida, pero lo dio todo a quien le brindó amor y pasión, así fuese una mezcla con el maltrato.

 

 

Mery Rojas no conoció el afecto del padre, tampoco su reconocimiento, el cual logró mediante examen de ADN, años después de la muerte de Segundo González Pacheco, por el solo placer de no morir con la duda de su origen biológico, confirmando muchos años después, lo que siempre sospechó, que se había casado con un primo, pues Jorge Enrique González Gamba era hijo de Darío González Pacheco, hermano menor de Segundo, el diablo del corcel negro.

Esta fotografía fue tomada posteriormente de la muerte de Bernarda. En ella, los seis  hijos  con el padrastro Josué Ruge.

 

Aunque  Mery, María Cristina, Milton y María Magnolia,  nunca conocieron el afecto paternal, si recuerdan el maltrato de los progenitores machos; en especial, de quien en honor al apellido, usó el bolling, la ironía, el sarcasmo, el desprecio y la burla para correrlos de la casa. Josué, por ver a alguno llorar, le regaba el plato de sopa,  quitaba el plato de pastas y lo estrellaba en la pared para que ellos, la recogieran luego para calmar el hambre. Los fines de semana, y  las horas de la noche, no eran deseados por los demás hijos de Bernarda, pues por ser menores de edad y ser vistos como intrusos, los hijos de Josué y el mismo Josué, acudían a picardías para burlarse. Los hijos de Bernarda, una vez lograron el primer trabajo, se independizaron, olvidando con el tiempo los malos recuerdos de niñez marcada por la carencia de afecto paternal.

 

 

Bernarda con cuatro de los hijos.

 

 

Aparece María Cristina acompañando a Bernarda, un día cualquiera de la década del setenta.

 

Mery abandonó el negocio de la chatarra y se dedicó a vender joyas, oficio que desempeño en forma independiente el resto de vida productiva. Veló por la salud y cuidado de Jorge Enrique en su corta enfermedad que le produjo la muerte. Ya pasados los sesenta años de edad, decidió irse a vivir  a la capital salinera de Colombia para estar cerca a sus dos hijos profesionales y a sus hogares, y desde luego, cerca a la catedral de sal tallada a 200 metros bajo tierra convertido en el templo mas extenso del mundo (https://www.youtube.com/watch?v=rb3eCYXDn_U).

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La profesora María Cristina con las hijas, siendo niñas.

 

María Cristina estudió biología en la Universidad Nacional y ejerció hasta pensionarse como maestra de primaría casándose en la madurez y siendo madre de dos hijas, la mayor, una estudiosa de las matemáticas, campo en el que esta pronto a doctorarse, y la hija menor, estudia alta cocina. Vive en el campo en donde dedica su tiempo al cultivo del cafe, frutales y manejo de especies menores. Esta orgullosa de su vida porque rompió la espiral que apareció con la abuela.

 

 

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Las lúdicas y las expresiones culturales han sido recursos que María   Cristina usa para comunicarse.

 

 

Milton Alberto se profesionalizó en contaduría publica, formó su hogar en el que hubo dos hijos, pero con los años, se veía como la ultima coca cola del desierto, abandonó el hogar sin reconocer los derechos de la madre de sus hijos, pero como todo en la vida se paga, es decir la vida no que queda con nada, fue precisamente la unica sobrina abogada, quien le restableció los derechos a la esposa abandonada, quedando Milton en la condición que el mismo había tejido con hilos de amores pasajeros que se alimentan con monedas de madera.

 

 

Un registro fotográfico de la descendencia de Bernarda Rojas. (Foto tomada de internet).

 

 

 

 

 

 

Bernarda rojas murió hace varios años, pero en la mente de vecinos y conocidos de la vereda donde nació, persiste el recuerdo de una campesina que se fue a la ciudad, y desde allí, ayudó a tantos jóvenes de esa región para que pudiesen estudiar, y a otros, a iniciar algún negocio para sobrevivir en la selva de cemento que cada vez es mas tupida. En los países latinoamericanos abundan las bernardas que crecieron sin el amor de los padres, y lo dan todo de si mismas mendigando amor de un varón, esperanzadas que el siguiente si será el compañero comprensivo y solidario, responsable y respetuoso; pero abundan mas los varones que rompen corazones y engendran hijos sin medir el daño que hacen a los hijos engendrándolos sin amor. Pero hay hijas como Mery y María Cristina que deciden romper el pasado de los padres y construir una familia basada en el amor en doble vía. Y hay otros hijos que dedican tiempo a pensar y averiguar sobre el pasado y terminan repitiendo las historias de sus progenitores.

 

 

 

 

María Cristina, la niña con padres diferentes solo guarda gratos recuerdos de su infancia y juventud, los mismos que la impulsaron a abandonar la ciudad y vivir en una parcela, la misma que había soñado siendo niña, sin embargo, junto con las dos hijas retorna ocasionalmente a los parajes donde transcurrió la niñez en Providencia, no solo para recordarles el origen de sus motivaciones, sino para afianzar el sentido que la vida es mas llevadera en el campo para facilitar devolver al planeta lo que se ha consumido en el transcurrir existencial.

 

La Margarita, febrero 4 de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de febrero de 2016

El templo Angkor Wat y el lago Tonlé dos caras de Camboya

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Hay cosas en la vida que uno desea que sucedan, y suceden algunas veces por aquello que las cosas suceden porque sí. Pero hay cosas en la vida que uno no desea ni imagina que sucedan, y suceden por las circunstancias o porque uno con acciones anteriores, se ha hecho merecedor y entonces, suceden porque si.


Viajar ha sido para mí un placer desde niño, tal vez por ser el mayor de la manada quien tenía que acompañar a mi  padre en sus jornadas extenuantes en el campo, ya guiando la yunta de bueyes en el abrecho, ya tras un novillo con un rejo, o tras las mulas cargadas con zurrones  por dos días de camino para llevar la miel a los reinosos que vivían del cultivo de la papa, las ibias, la arveja y el maíz blandito; ya como un apéndice  de la carga compuesta de habios y bebidas de los peregrinos o fiesteros que se juntaban en la vereda para cumplir las promesas a los santos patronos o simplemente para ir a parrandear mezclando el culto con la fracachela.

Siendo joven el placer se acrecentó alimentado por la costumbre en el seminario, de llevar a los muchachos reclutados para el fin sacerdotal, a las fincas de recreo que la comunidad religiosa salesiana tenía en tierras cálidas cultivadas de frutales que aislaban la posada como si se estuviese en una selva poblada de aves.

Ya en el ejercicio de ganarse el pan con el sudor de la frente, como me recordaba mi padre, en cada ocasión que no corría presuroso a ejecutar los menesteres del obrero gratis de la familia, estando en la capital, no había fin de semana que no saliese caminando o en buseta colgado cual uva en racimo, a algún parque, teatro, plaza de mercado o monumento a los héroes de la independencia.

Pero trabajar y vivir con un salario mínimo en la capital, desde ese entonces, es un asunto de ingenio para mamarle gallo al hambre y darle gusto a la vista y gasto a la zuela de los zapatos.  Pero el hambre se acumula como se acumulan las deudas, y como decía mi padre, “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”; debí abandonar la ciudad recordando a mi madre que siempre decía, cuando alguien llegaba a la tienda La Esperanza a comprar algo: … “siga, llegó  a buena hora, donde come uno comen tres y donde comemos seis, comen siete”, y la comida se multiplicaba en tantos platos como personas hubiese en ese momento en la casa. Por esa deliciosa razón regresé a casa, para calmar el hambre, cambiar los zapatos por los alpargates y el lápiz rojo y los originales por un rejo, un azadón o simplemente mis brazos para coger café o sembrar las legumbres para reponer las energías que a diario se nos van.

Pero el cambio de los libros por el azadón y el pasar las paginas leyendo en mi trabajo como corrector de estilo en la empresa Italgraf de propiedad de Los Gomez Hurtado con sangre presidencial en Colombia en donde el poder político se hereda, por coger café con ambas manos, fue un cambio brusco que solo lo noté cuando retomé esos oficios, luego de estudiar y trabajar por primera vez como obrero de las artes gráficas, oficio que había aprendido muy bien con la comunidad salesiana de Colombia en el Instituto San Jose de Mosquera, Cundinamarca.



“Al bobo se le aparece la Virgen” decía mi padre para justificar la no aceptación que a todos nos va diferente en el camino de la vida. En  la década del setenta, y aun sucede en numerosos pueblos de Colombia, conseguir un empleo, sin saber hacer mucho, es con referencias políticas. Mi padre fue un servidor a carta cabal de la comunidad veredal donde nací. Ya en el arreglo de los caminos, en el transporte de los materiales para el templo, la escuela o el acueducto. Ya siendo vocero y líder de las pastoral parroquial, y desde luego, seguidor de los gamonales políticos del partido en el que siempre militó. Uno de esos representantes a la asamblea del departamento, postuló mi nombre para el magisterio santandereano, siendo nombrado, un agosto en reemplazo de una joven y bella profesora que ya llevaba varios meses ejerciendo como maestra en la vereda donde nació.

Y terminé en un pueblo escondido en la cordillera oriental  fundado por colonos en la época de la masacre de las bananeras que bautizaron con el adjetivo que todo enamorado le pone a la ama que esta conquistando el corazón,  en donde ejercí por tres años, lapso que aproveché para conocer las veredas y sus habitantes junto con sus costumbres y apreciar las bellezas de esa Belleza que en ese entonces era corregimiento de Jesús María, y hoy es, un prospero municipio rico en  minerales y dotado por naturaleza de fértiles tierras bien bautizadas por ello por el único escritor que a la fecha ha dejado en libros poco conocidos, la historia de esta población distante de Puente Nacional unos setenta kilómetros que hoy se transitan en dos horas, y que en ese entonces se hacían entre seis y ocho horas a vuelta de rueda por una vía construida a pico y pala por los mismos colonos para buscar salida y contacto con las poblaciones cuyos habitantes profesaban en mismo color político.


La vida es una permanente transacción. De niño, por un dulce uno hace lo que le manden. Por hambre uno come lo que se le presente. Por amor uno abandona a los padres. Por los hijos uno se abandona así mismo. Trabaja por dinero y el dinero se esfuma en gastos para curar las enfermedades que adquirió en el trabajo.


Presionado dejé el magisterio departamental, y por oportunidad, me convertí en un docente nacional, en ese entonces, mejor remunerado; circunstancia que cambio con los años, convirtiéndose los  maestros nombrados directamente por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia en los únicos que no tenían acceso a la pensión a los cincuenta años y a morirse con dos pensiones para la viuda como si sucedió hasta hace una década con los maestros nacionalizados y municipales.


Por asuntos del grupo humano en donde laboré, y por aquello del liderazgo aprendido de mi padre  y por el oficio que aprendí en el seminario y el gusto por los libros, terminé en comisión oficial trabajando en un proyecto de comunicaciones para la Diócesis de Socorro y San Gil en donde  di la vida y el sombrero por hacer empresa, inicialmente en medios escritos, y luego en medios impresos, institución que facilitó oportunidades de conocer y compartir otras experiencias en otras latitudes donde se fomentó el gusto por viajar.


Camboya país donde la pobreza y los estragos de la guerra se viven labrando la tierra y olvidando el odio.



Luego de conocer  fugazmente a Vietnam ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2016/01/hanoi-la-capital-con-1006-anos-de.html  ) y Thailandia (http://naurotorres.blogspot.com.co/2016/01/bangkok-un-coctel-de-sorpresas-y.html), viajamos a Camboya para mirar los estragos de la guerra civil ocurrida entre 1967 y 1975 y conocer El centro arquelogico Angkor Wat y el lago Tonlé Sap, en mi opinión,  dos caras de Campuchea, hoy Camboya, ese país con mas minas quiebrapatas por persona en  sus campos sembradas por una guerrilla convencida que las ciudades había que despoblarlas para retornar al campo a vivir laborandolo teniendo el penoso premio del país con mas mutilados por estos artefactos de inhumana guerra, pues uno de cada 234 habitantes es víctima de esta letal arma hechiza pero voraz. Un país cuyos habitantes, unos viven en el olvido y en la pobreza y otros se enriquecen rápidamente usando la corrupción y la explotación sexual, ambos efectos de la guerra suscitada por los americanos contra los vietnamitas  y contra los neutrales camboyanos en ese conflicto entre comunistas y los capitalistas del norte.


Camboya, como Vietnam y Tailanadia fueron poblados inicialmente por emigraciones de chinos, malasios e indios, así se infiere de huesos encontrados de épocas 1.500 años antes de Cristo que reflejan gran similitud con los actuales Khmeres.


Podría inferirse que la historia empieza en el siglo I de la presente era con el reino Funan, conocido como el primero estructurado y organizado políticamente que si instauró en Camboya con influencia en toda la región que hoy forma Vietnam, Tailandia y parte de Birmania, Laos y Malasia.  Así se infiere al contemplar el mayor y mas extenso complejo arqueológico de templos y construcciones civiles descubierto hasta hoy, el templo de Angkor del cual mostraré en fotografías nuestra contemplación en nuestra breve visita a esta maravilla del mundo antiguo que como otras tantas civilizaciones e imperios brillaron y se extinguieron por razones humanas  o ambientales.


El terror en el poder que produjo mas tres millones de muertos y otros tantos desplazados.


Los 3 años, 8 meses y 20 días que los Jemeres Rojos estuvieron en el poder fueron, sin duda, el capítulo más oscuro de la historia de Camboya. Los guerrilleros liderados por Pol Pot (aunque ellos no lo supieran) tomaron la capital Phnom Penh. El régimen se basaba en una ideología comunista radical de corte maoísta. Se instauró una sociedad agraria que trabajaba sobre una tierra colectiva. Se vaciaron las ciudades, se abolió el dinero y no había derecho a la propiedad privada. Se colectivizaron todas las actividades humanas, desde la comida (nadie tenía derecho a cocinar para sí mismo) a los matrimonios, que eran arreglados (a menudo simplemente se establecían dos filas de hombres y mujeres y cada uno se casaba con quien estuviera a su lado). Las personas con educación “burguesa” eran asesinadas y los vestigios de religión, literatura, artes y manifestaciones de cultura, fueron borrados con odio y sangre y los que siempre habían trabajado en el campo tuvieron mejores condiciones de vida, pues en los analfabetos, los campesinos y los niños se basó el régimen. Fue en este lapso en que con sangre se escribió la historia recién pasada de este país que sigue luchando por escribir etapas mas humanas de su historia reciente.


Angkor, la ciudad perdida del antiguo reino de Camboya


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Este centro arqueológico de templos construidos entre los siglos IX y XV   por el imperio khmer es mas majestuoso que el templo erigido por Salomón, mas armónico que los construidos por los griegos, mas simbólico que los construidos por los romanos y mas extenso que los construidos por los católicos hasta hoy.


Angkor es el museo a cielo abierto tallado y levantado en piedra del arte camboyano que se erige augusto en esta parte de Asia, que según las ultimas investigaciones abarcó influencias en unos 3.000 kilómetros cuadrados , hoy  rodeado por la selva tropical en este país poblado por  seres humanos trabajadores, sencillos, humildes, respetuosos, creyentes, amables y con sonrisas eternas que han superado el dolor y las secuelas de la guerra, cuyos lisiados no inspiran caridad sino admiración por su música, sus cantos, sus artesanías y su paciencia para ganarse el sustento diario y ser espejo de la crueldad de la guerra suscitada por colosos del mundo que usan las armas que fabrican para dominar y empobrecer mas a los países con la deuda y los intereses que se vieron avocados a tomar y pagar para intentar otra vez ser libres autodeterminarse.


Angkor es hoy el símbolo de Camboya. Esta en su bandera, y en 1992 fue declarado patrimonio de la humanidad. Su construcción inicial tuvo un tinte hinduista y posteriormente, según la religión del rey de turno, fue aromatizado y adoptado con las creencias budistas encontrándose dentro del complejo de templos manifestaciones claras y mezcladas de estas dos creencias religiosas, sin que la una destruyese a la otra como si hubiesen tenido la intención que en asuntos de religión, las búsqueda de la trascendencia y desarrollo del ser, tiene diversos caminos pero todos conducen al mismo infinito.


Los primeros europeos en encontrar y contar en libros la inusitada  majestuosidad de esta prueba colosal de un imperio que debió abandonar la ciudad con mas de un millón y medio de habitantes, tal vez por el asedio de los malasios, por un cambio climático, por una hambruna o por alguna otra razón aun sin verificarse,  fueron misioneros españoles y portugueses en 1586. Años después varios misioneros fueron sacrificados en la actual capital y desde entonces los europeos se olvidaron de esta joya mas preocupados por la expansión colonial, comercial y religiosa que por la historia de las tierras conquistadas. Transcurría el 1850 cuando un monje francés visita el complejo y  sus impresiones las deja plasmadas en el libro : Viaje a Indochina 1848–1856, los Annam y Camboya.

Camboya fue colonia francesa y desde entonces han mostrado interés en restaurar esta colosal construcción invadida inicialmente por la selva, y lo vienen haciendo con cuidado y con técnica, ya sea restableciendo, cambiando con similares a las piezas originales y proyectando la originalidad que en algunos años será un referente mundial para quienes osan viajar y conocer lo desconocido.


Conocer y viajar por Camboya se hace con poca maleta y pocos euros. Estando en la capital decidimos visitar primero el centro arqueológico Angkor y luego conocer otros atractivos de la urbe de Phnom Penh.


Viajamos en comidas busetas y luego de una hora nos encontramos bajo  arboles milenarios con vías carreteables bajo sus sombrillas y lagos naturales, unos, y otros construidos por el hombre junto con vastos canales hasta el lugar de acceso a la maravilla de la humanidad. Luego de la correspondiente fotografía y la imposición del identificador personal y luego de avanzar con calma y a pie extasiados por la novedad y la majestuosidad, fuimos rodeados por niños menores de quince años que ofrecían souvenires y artesanías, luego de un saludo camboyano para entrar en conversación y detectar ellos, la lengua de los visitantes, y desde ese momento, ofrecer no solo los detalles, sino el acompañamiento por todo el complejo religioso en la lengua del turista.



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En esta maqueta podrá el lector valorar la majestuosidad de Angkor. Si bien no esta cerca al complejo, la encontramos en un lugar en la capital construida sobre el piso bajo otros arboles tan grandes como nuestra sorpresa.

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El complejo, en buena parte del perímetro, esta rodeado de agua y se accede por muro de piedra tan viejo como el mismo centro y tan bello el panorama que pareciese que en vez de entrar a contemplar una obra humana, fuese a apreciar una edificación levantada por  dioses.
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La construcción levantada en piedra, cuyas canteras estaban distantes varios kilómetros fue por muchos siglos conquistada por la vegetación y vestigios de ella, rodea el templo que aun mantiene en buena parte de él, el color de la intemperie mezclado con el abandono y la armonía puesta por el hombre por varios centenares de años, piedra sobre piedra, como una prueba petrificada de la grandeza de una época antigua que muchos desconocemos, incluso despreciamos con ignorancia.

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ACCESOS
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Ante las maravillas de la naturaleza y de las obras del hombre, son numerosos los hombres de tantas latitudes que visitan lugares recónditos para extasiarse ante ellas, sin importar el clima y la espera, pues muchos, como yo, solo volverán a esos lugares con los recuerdos.
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Informados menos de los diseñadores y constructores de esta maravilla de la humanidad, pero la ciencia lo dará a conocer en años por venir; Sin embargo, hubo algún Miguel Ángel, o varios, que con sus manos y herramientas de la época dejaron tallados en un gigante mural, escenas que recrean cada época en que se fueron construyendo y ampliando estas piezas talladas en piedra en las que me llamó la atención el transporte de la piedra en elefantes y pasajes de guerra usándolos como caballos.


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En el complejo de templos construidos con piedra armoniosamente talladas por varios dignatarios se aprecia las creencias que profesaron y difundieron desde el gobierno. La imagen del maestro Buda se aprecia en cada torre de las tantas que se levantan como hasta en el templo principal y primero que por los siglos expuestos al sol y al agua están cubiertas con las huellas del tiempo representadas en musgo con el color gris oscuro de los años.
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Pero si el paso de los años se percibe en los hongos del tiempo que cubren las piedras equilibradas en el espacio, las tallas en cada pieza permiten a quienes ven mas allá de los ojos, contemplar la espiritualidad que los diseñadores y artistas anhelaron expresar al detallar la figura de sus divinidades.

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En Angkor se respira paz, se siente a flor de piel lo que realmente somos, la esencia de las esencias. Allí el pasado y los recuerdos se esfuman con la respiración para dar espacio a la contemplación y al éxtasis, a la admiración y al reconocimiento que en pocas antiguas hubo seres humanos inteligentes que dejaron sus expresiones en el material que soporta la lava, los terremotos, las inundaciones y las carga de los siglos: las piedras, con las cuales, ademas del culto budista e hinduismo, con ellas levantaron espacios para la lectura para los archivos de los recuerdos y para recordar a los seres venideros que de barro somos y en barro nos convertiremos, pero el espíritu de quienes soñaron y levantaron este gigante a la contemplación, invaden a los visitantes que se abandonen a si mismo para entregarse a la sorpresa, a la silencio, a la meditación y dar riendas sueltas a la imaginación.



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A diferencia de otras civilizaciones que se impusieron destruyendo los credos y símbolos de sus creencias, en Angkor se palpa que por los siglos que se fue construyendo el complejo, lo anterior se mantenía y lo por construirse era una expansión de los existente levantado en honor de quienes en cada momento iluminaban a los gobernantes de cada época en que se fue construyendo esta maravilla, que como otras en diferentes partes del mundo donde hubo civilizaciones avanzadas, fueron abandonadas, muy posiblemente por cambios climáticos o por las nuevas rutas del comercio o por los intereses políticos y económicos de los gobernantes.
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Camboyanos y franceses, desde hace algunas décadas, están empeñados en reconstruir y conservar cada pieza luego de investigar su originalidad, pero a la vez han dejado como una pintura en volumen, la historia del tiempo expresada en los gigantes arboles que abrazan partes de las construcciones como si quisiesen transmitir que nada pasa porque si, y si bien, Camboya es hoy vista como un país en desarrollo, fue poblado originalmente por   hombres que vinieron de India, China y Birmania que confesaban y practicaban un credo, y que los credos pueden convivir con armonía así como lo inerte sirve de soporte a un ser viviente.
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Cuentan los guias y se lee en los identificadores de las salas que los monjes budistas posiblemente nunca abandonaron el complejo, sin embargo fueron respetuosos con quienes asumieron el hinduismo como la religión oficial y en el extenso lugar se encuentran templos a sus divinidades como se puede apreciar en las siguientes fotografías.

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Los espejos de la guerra.


En diversos escenarios, tanto en Vietnam como en Camboya, se encuentran grupos musicales de lisiados por la guerra que desde la música autóctona le cantan a la  vida sin remordimientos y odios, pero en sus caras y en sus cuerpos están las huellas de las confrontaciones ideologicas de quienes defendían el comunismo o el capitalismo, ambos sistemas en franca decadencia.
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En la capital camboyana y con mas veras en las otras poblaciones abundan los criaderos de diversos animales. Visitamos un criadero de cocodrilos en un espacio de una piscina familiar de ellos usan la carne, muy apetecida entre los nativos y el cuero con el que elaboran fina marroquinería, es especial bolsos para damas, botas y correas para los señores.


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Los Poblados flotantes en el Lago Tonlé Sap.

 

Todos los lugares tienen sus encantos, pero hay unos que son mas premiados con la belleza y la riqueza natural, así florezca en ellos, la pobreza de quienes la poblan.

 

El lago Tonlé sap Forma parte del mayor ecosistema hídrico del sudeste asiático y es objeto de protección como biósfera, declarado como tal por la Unesco en 1997. El lago está alimentado por numerosos cauces procedentes de todas las latitudes, que son, a su vez, un importante medio de transporte en la región central del país. Por otra parte, el lago es tributario del río Sap que fluye hacia el suroriente y que en Nom Pen se une al Mekong formando el río Basac. Es además vital para la economía regional por su riqueza en pesca y la fertilidad de sus riberas para el cultivo del arroz. El lago está asociado además al complejo arqueológico de Angkor Wat, el cual se extiende en su área noroccidental, cerca de la Ciudad de Siem Riep

 

 

En la época de verano es un pequeño lago de 2.590 kilómetros cuadrados con una profundidad de dos metros, pero en la época de lluvias de junio a diciembre, esta riqueza hidrica se hincha hasta los los 24.605 kilómetros cuadrados conviertiendose, como el Nilo en Egipto, en fuente de fertilización natural para los cultivos de arroz en su riveras y desarrollo natural de la pesca.

 

Tanto en verano como en invierno el lago goza de una pintoresca polución de palafitos o casas flotantes pobladas por Vietnamitas que huyeron de ese país a finales del siglo pasado en plena guerra contra los E. U.  Son varios los poblados que flotan en el lago, y ellos, están conformados por casas de madera pintorreadas y decoradas según las creencias religiosas que se aprecian como postales vivas que flotan con familias que usan las plantas eléctricas como fuente de energía, el agua para el consumo y el cultivo de peces, las canecas metálicas como pilotes de las viviendas, la madera para los paredes y zancos, las hamacas para descansar y las lanchas y botes como medios de transporte y recurso para ejercer el comercio flotante.



Panorámica de palafitos de uno d los tantos pueblos flotantes.


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Vista del puerto a donde llegamos y partimos para el periplo por el lago ya en lanchas o barcos adoptados para el servicio turístico, cuyos viajeros, como nosotros, prefieren contemplar las bellezas que no ven los ojos, pero que están ahí para encontrar en ellas las maravillas de la naturaleza y las acciones de quienes allí habitan.
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Las personas de la barca, no son asaltantes. Son valientes camboyanas guerreras en el trabajo que cuidan sus cuerpos de los rayos del sol y sus pulmones de las partículas sucias que están en el aire. Y en la fotografía inferior se puede apreciar un templo catolico flotante.

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Los niños crecen sobre el agua y se movilizan hasta en platones por el inmenso lago. Navegan para hacer mandados o para abordar a las lanchas con turistas y mostrar sus habilidades, sus mascotas y para solicitar como contraprestación, uno o dos dolares, suma que es mayor al ingreso diario de un obrero razo en el campo.
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Las lanchas y barcos repletos de grupos de turistas europeos y americanos, en el transcurso del recorrido, estacionan en tiendas flotantes, en restaurantes, en cultivos de peces y otras especies. Los turistas compensan la contemplación, ya sea comprando algún recuerdo o dejando un dolar por la atención brindada.
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Pero hay pobres entre los pobres. Y en las riveras del lago viven los mas pobres de los habitantes del lago. Solo al comparar las viviendas, el observador pueden establecer los niveles de pobreza, pero si uno compara con las favelas de Sao Pablo y las casuchas de algunos cerros de la capital colombiana, no encuentra diferencias guardadas las proporciones, pero lo que si hace la  diferencia es que los hijos de los vietnamitas y camboyanos que viven en y del lago, son mas felices y mas recursivos que los hijos de los hacinamientos de las grandes urbes. Sustento esta afirmación luego de contemplar por varios minutos a un par de niñas que navegaron a la par que la lancha en la que paseábamos, montadas en platones de aluminio usando como remos los delgados brazos y un palo, como merienda huevos empollados, como bebida el agua del mismo lago y como juguete, el paisaje y objetos elaborados por ellas mismas con bambú y como mascotas, culebras.

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En los rostros de los niños y en las caras de los ancianos, en las facciones de las mujeres, en las viviendas de las familias y en las comidas podemos encontrar el grado de felicidad de las personas.



Luego de visitar algunos lugares en Tailandia, Vietnam y Camboya y ver y admirar como viven sus habitantes, infiere que llegamos a la vida sin nada, y sin nada la vida nos abandona.



Mientras en las escuelas y colegios, y mas en las universidades se insiste que el modelo a seguir es alcanzar el exito acumulando dinero,  bienes materiales y pergaminos, y quien no lo alcance se siente marginado y la depresión y la envidia se convierten en el pan de cada día, los habitantes sencillos que pueblan las regiones en donde el hinduismo y el budismo y otras creencias de estas partes de Asia, viven felices con el dia a dia, pues es lo unico que se tiene, y mientras se tenga, todo es ganancia.

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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