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martes, 9 de agosto de 2016
El aljibe que se ahogó con la indiferencia
miércoles, 27 de julio de 2016
Olivo, el empujado
jueves, 21 de julio de 2016
¡Yo, soy bueno para algo¡
Mi madre dice siempre que mi padre es “un bueno para nada” y que yo soy la copia de él. Para mí, mi padre es una persona silenciosa que me quiere y se preocupa por mí, lo que pasa es que no ha tenido suerte con el trabajo, pues dura muy poco tiempo en los trabajos que ocasionalmente consigue; por eso es que aporta muy poco a los gastos de la casa, pero cuando tiene algún trabajito, él trae toda la quincena para la casa. Mi madre es una batalladora buscándose el dinero para la comida, el arriendo y los gastos en mis cuadernos, las onces y los uniformes.
Soy un niño que pasé los primeros cuatro años en guarderías, no tengo hermanitos, y cuando no estoy en el colegio, estoy solo en la pieza donde vivimos. Veo a mis padres en las mañanas y en las noches, y en los dos momentos, mi madre que lo hace todo por mí, no encuentra nada bueno en mí.
Que no hago bien los oficios encomendados, que no doblo perfectamente la ropa, que lo que preparo para comer no me queda rico, que no hago bien las tareas y que voy al colegio a pasear y a jugar con los compinches.
En el colegio mi profesora Esmeralda Naranjo me reprende en el salón porque no llevo la tarea completa o porque no la hice y delante de los otros niños me dice que soy un bruto porque no aprendo y un bobo porque no se explicarle las razones por las cuales no hice la tarea o quedó incompleta.
A mis padres no les pregunto sobre las tareas porque siempre llegan cansados a rebuscar la comida, porque están siempre peleando o porque nunca me preguntan sobre como me ha ido en el colegio; pero cuando recibe mi madre el boletín y ve los logros no alcanzados entra en furia y me pellizca desde que sale del colegio hasta el Transmilenio, y ya en él, mientras mantiene una sonrisa ante los demás, sigue pellizcándome a ver si aprendo a las malas. Yo, no me quejo porque si lo hago el pellizco se arrecia, y ya en la pieza, me suelta mientras prepara algún alimento y luego de consumirlo me agarra a correazos hasta dejarme sin gritos por el dolor, pero si tengo la suerte que mi padre ya este en la habitación, la tanda de manos mi madre es menor y se duplica con la de mi padre que grita pegándome pero lo hace con menos fuerza para que no me duela, y yo disimulo gritando mas duro para calmar a mi mamá.
A mi profesora Esmeralda Naranjo no le pregunto porque me regaña, no le cuento nada porque no tiene tiempo para escuchar a los niños pues somos 35 en el aula y de varios grados. Lo que ella no sabe es que poco entiendo sus clases, que le tengo miedo y que no le pregunto porque me dice como mi madre; “soy un bueno para nada”. Ella no se da cuenta que mis compañeros mas altos que yo me llaman burro y me pegan con frecuencia una hoja de cuaderno con ese nombre a la espalda, sin que yo me de cuenta, pues quien lo hace primero me abraza en señal de aprecio.
En el recreo en algún corredor del colegio donde intento estar tranquilo, algunos compañeros se acercan y me desafían a pelear si no les entrego las onces que con tanto esfuerzo mi madre compra y me empaca en una bolsa y esconde en el bolso. Otros en el baño, algunas veces me empujan o no me dejan entrar al inodoro, así este para orinarme, lo que efectivamente una mañana sucedió y la burla fue mayor, tanto en los patios como en el salón.
Yo tengo 14 años pero parezco como de sexto bachillerato porque mi padre es alto de estatura. Un día cuando salíamos del colegio un alumno de grado superior me saludó muy atento y me dijo que quería ser mi amigo para darme fuerzas y animarme, ese día me acompañó hasta el Transmilenio. Los siguientes días me buscaba en los corredores y me acompañaba algunos momentos en el recreo.
Un lunes llegué muy triste al colegio porque mi padre esa semana no tenia trabajo y mi madre entraba en cólera por la situación. Ese día mi amigo del grado noveno escuchó mis tristezas y me anunció que me tenía el remedio para todo. Me regaló una pasta que luego de tomarla me haría olvidar de los reproches de mis padres de los gritos de mi profesora Esmeralda Naranjo y de las carencias de comida en la pieza. La pasta me hizo sentir tranquilo, relajado, fuerte y valiente pero me dio sueño en el salón y la profesora Naranjo me despertó de un grito. El amigo de noveno grado me regaló las primeras cinco pastas, pero después me tocó comprárselas robando plata a mi mamá.
Pero el efecto de las pastas duraba muy pocas horas y mis problemas en la casa y en la escuela no tenían solución. Estaba acorralado por mis compañeros de aula que me llamaban burro y por los gritos de mi profesora Esmeralda Naranjo que me comparaba con los demás y me tildaba que no aprendía nada, de los problemas de mi padre que no conseguía trabajo y de las rabias de mi madre que batallaba todos los días para conseguir el sustento diario y yo no le correspondía con las notas.
Mi profesora Esperanza Naranjo en clase de ética nos leyó una parábola y la lectura dejaba la enseñanza que todo problema traía una solución. Eso lo aprendí clarito. En casa yo era el problema. En el aula, yo era el problema, en los recreos yo era el problema. Entonces busqué el camino mas corto para acabar con el problema. Hurté por ultima vez la cuchilla de afeitar de mi padre y la escondí entre las hojas del cuaderno de ética, y en el recreo luego de comerme las onces, entré a un baño y como si fuera un hilo corté el flujo de mi existencia demostrando que si soy bueno para algo.
La Margarita, junio 8 de 2016.
NAURO WALDO TORRES Q.
sábado, 16 de julio de 2016
Romelia y la casa de lata
jueves, 7 de julio de 2016
Edipo ocultó a su padre en la mata de guadua
Antonio, un campesino cuarentón, andariego desde joven, se ganaba el jornal cogiendo café en Caldas, algodón en el Cesar, cortando caña en Guepsa o echando azadón donde le contrataran en épocas sin cosechas, pero desde niño aprendió a guardar monedas para las épocas de las vacas flacas. Con la suma de varios chanchos que engordaba con monedas de alta denominación y con billetes que escondía en hendiduras de la pieza de adobe de la casa de los padres, logró comprar un terreno a la vera del camino real que unía a Puente real con Vélez, Santander; el terreno fue denominado como “salto del burro” por lo abrupto de su topografía.
El predio escaseaba una extensión de tres hectáreas faldudas que caían en pendiente de sesenta grados de una loma rayada transversalmente por el paso de los años del camino real coronada por una casa colonial levantada en adobe que servía de garita para identificar a los caminantes que trepaban o bajaban rumbo al poblado que vio nacer al maestro, Lelio Olarte el 4 de diciembre de 1882 quien a los 18 años compuso el pasillo “amor secreto”.
Los andariegos que derivan su sustento recogiendo cosechas en varios municipios y departamentos colombianos, son como los marineros o como los policías, tienen un amor en cada puerto, pero Antonio luego de haber dejado unos cuantos jornales con las mujeres de la vida en bares, cantinas y prostíbulos de mala muerte, se robó una hermosa doncella campesina en una vereda de Pijao, Quindío, y la hizo de su propiedad horas después del rapto ocurrido en una vieja chiva de carrocería de madera que hacia la línea a Calarcá.
Él, con la experiencia de un cuarentón la poseyó con pasión desmedida, y ella, una pura doncella, entre susto y curiosidad vio como el jornalero que le llevó dos veces chocolatinas y le regaló un par de cortes de popelina que usó para mandar coser unas jardineras y le endulzó el oído con una mejor vida, le quitó con agilidad los pantis de algodón blancos con pepitas verdes y le desojó el corpiño dejándola cual flor a las chagualas, sin sentir una tierna caricia, escuchar una palabra que enamore, un beso que despierte amor y una penetración placentera.
Francelina fue el nombre que le dieron los padres a la bella doncella raptada. Ella siendo niña había escuchado de su progenitora que los hombres actúan sexualmente como ladrones agresivos, Francelina perdió la cuenta de las veces que su padre, luego de llegar borracho del pueblo el día de mercado, trataba con groserías y palabras agresivas a la madre que sola en casa estaba pendiente de los hijos, y luego de pegarle y hacerla llorar, escuchaba en la pieza de tabla de al lado que ella disminuía el llanto mientras el padre pujaba como si estuviese muriéndose.
Esa noche en una pensión para jornaleros, Francelina escuchó varias veces que Antonio pujaba y se moría sobre su delgado y tierno cuerpo, mientras ella sentía ardor en la vagina y sus delicadas piernas estaban húmedas con su propia sangre. Esa primera noche con Antonio le dio la razón a su madre, los hombres sexualmente son ladrones agresivos.
En la madrugada partieron para la capital colombiana arribando hacia el medio día a la plaza España, lugar cercano a la estación principal de la red ferroviaria nacional. En las horas de la tarde, Antonio la llevó a caminar por los alrededores de San Victorino, de la plaza de Bolívar y el templo del voto nacional, y en las primeras horas de un lunes de 1950 tomaron el tren de segunda que partió a las tres de la mañana rumbo a Santander, arribando sobre las primeras horas del medio día a la estación La Capilla.
Tomaron el camino que se descolgaba hasta la quebrada La Agua Blanca y de allí atravesaron por el camino usado por arrieros de caña hacia el trapiche de los señores Vallés para coger el camino rumbo a Pirasía en cuyo trayecto vivían los padres de Antonio, quienes se alegraron de volverlo a ver y mostraron curiosidad por la tierna joven que lo acompañaba a quien presentó como su esposa.
Marcos, el padre de Antonio se puso muy contento que el hijo mayor hubiese cogido juicio y le animó a iniciar unos cultivos por aparcería en tierras de Pedro Ariza. Con empeño y trabajo remplazaron el rancho de hoja de caña por una casa de tres piezas de adobe y techo de eternit cuya cara mira al camino real y desde el patio de atrás se aprecia la estampa del bello poblado de Puente Nacional y su hotel Agua Blanca que en época del tren alojaba a extranjeros que se arriesgaban a conocer los parajes de las abruptas y misteriosas tierras del departamento de Santander que su parte sur penetra con permiso y sin él al pintoresco departamento de Boyacá.
Por el camino real que ascendía desde boca puente por el lava patas hasta bajar a las entrañas de la quebrada que dio el nombre a la vereda Jarantivá y desde la guarapería mate caña, lugar donde se daban a guardar las armas de uso exclusivo de los conservadores en la época de la violencia partidista, se veía como un blanco huevo la casa de Antonio y su doncella quindiana.
Al cumplir los nueve meses dio a luz Francelina, trayendo al palomar al primer hijo que bautizaron con el nombre de Edipo. Los esposos se dedicaron a la labranza, cuyo oficio alternaba Antonio con el de prensero en el trapiche de los señores Valles ubicado unos doscientos metros camino arriba del palomar donde nacieron otros dos hijos distanciados uno del otro mas de un quinquenio.
Cerca al palomar Antonio sembró el agua. Trajo desde la Basílica de Chiquinquirá un potado de agua bendecida por el fraile que ofició la misa de nueve de un 16 de junio de la década del cincuenta. El potado fue sembrado en un descanso de la pendiente en cuyo cucurucho se había levantado el palomar y junto a la siembra, luego de un ritual religioso que aún se conserva en familias campesinas, se sembró una mata de guadua traída de las vegas de la quebrada Jarantivá que se descuelga desde su origen en la vereda Páramo hasta fundirse en amor consentido en las cristalinas aguas de la hermana quebrada Agua Blanca cuyo nacimiento esta al margen izquierdo de la misma vereda Páramo.
Francelina, además de los oficios de una mujer del campo, le correspondía vender las cargas de hoja seca de bijao que aun sirve de empaque del reconocido bocadillo veleño, así como los bultos de naranja y las cajas de guayaba en época de cosecha, y Antonio en el mercado feriaba las cargas de yuca y plátano que se cosechaban, tanto en el predio “salto del burro” como en las cementeras que tenía en otros predios por el sistema de aparcería.
Edipo creció libre como la liebre. Fue a la escuela de Brazuelito en donde cursó hasta cuarto primaria para dedicarse a la arriería como ayudante del yuntero arrimando caña al trapiche en donde ocasionalmente el padre trabajaba como prensero.
Francelina amaba con mas consentimiento a Edipo por ser el hijo que engendró Antonio en su luna de miel y violada recordación para Francelina. Para él había huevo el domingo, al igual que para Antonio, mientras los demás hermanos se lo imaginaban en el plato. Para él había bocado de carne azada a escondidas en los piquetes con yuca asada entre la ceniza. Para él había colombinas de coco todos los lunes al regreso del mercado. Para él había abrazos y besos en la boca desde que era un bebé, así como arrunchamientos y echada de pierna cuando el viejo Antonio llegaba borracho del mercado.
Para Edipo, su madre era su luna, era el sol y el aire que respiraba. Cuando se desarrolló y lo invadió la pubertad y la adolescencia, cada vez que Francelina lo apapachaba en ausencia del viejo Antonio, Edipo notaba que tenia erecciones. Francelina lo notaba cuando lo arrunchaba debajo del cobertor de algodón, y mientras lo hacía, se transportaba a su juventud y tenia la fantasía de lo que siempre soñó que era una luna de miel.
Y tuvo su primera luna de miel con su propio hijo. Y Edipo fue por primera vez varón poseyendo a su propia madre y con la abundancia y fuerza como bajaban las aguas de la quebrada Jarantivá en invierno, se ayuntaron cada vez que se topaban solos, asunto del que nunca se percató el viejo Antonio que cogió el vicio del guarapo en la prensería del trapiche de los señores Valles.
Lo que ocurrió entre Francelina y Edipo fue igual que las chagualas a la miel en el trapiche en donde sacaban la miel que se vendía en la tierras frías de los municipios del reino de la Virgen de Chiquinquirá protegido por los frailes dominicos.
Para ellos, Antonio se convirtió en un estorbo, y luego de tantas lunas sin testigos decidieron sacar del medio al borracho. Escogieron el día, la hora, la forma y el lugar donde dejarlo descansando para siempre. Un lunes era el apropiado, pues se fue al mercado y no regresó; el arma los lazos para amarrar la carga al mercado y la forma como se ahogan los terneros cuando se pone un lazo con nudo corredizo, y la hora, la misma en la que llegaba el viejo los lunes perdido con el guarapo que tomaba las últimas totumadas en la tienda matecaña.
Esa noche la luna iluminaba como si fuese cómplice de los amantes. Los hermanos dormían en la cama de varas sobre una estera de bagazo de plátano metidos cada uno entre un costal de yute en lo que llegaba el salvado de trigo.
El lazo hizo el trabajo y los cuatro brazos lo arrastraron sobre un cuero viejo de res que servía para secar los granos de café. Días antes habían construido un foso para hacer abono en el que echarían la cereza del café. El foso fue la sepultura para Antonio y su tumba la mata de guadua que él mismo había sembrado sobre el pote de agua bendita que había traído en una promesa a la Virgen reina de Colombia.
Pasaron tres quinquenios de esa fatídica noche. El nuevo dueño del “santo del burro” que había adquirido meses después de la desaparición de Antonio por venta de Francelina, quien había regresado a su tierra natal junto con Edipo dejando a los demás hijos al cuidado de una cuñada a quien le entregó la mitad del precio de la venta del predio que había comprado Antonio, observó luego de una noche de intensa lluvia que la mata de guadua se había corrido con el barranco y había aflorado un esqueleto.
La fiscalía dictaminó que la osamenta correspondía al ADN del viejo Antonio que había desaparecido un lunes quince años antes. Francelina y Edipo estuvieron en la cárcel 35 años sin que ninguno supiese de la suerte del otro.
Finca La Margarita, Puente Nacional, junio 3 de 2016.
viernes, 1 de julio de 2016
Camino a potrero largo
La vida es como una gota de agua en el mar. Es como una brizna de aire en un ojo. Es como un grano de arena en la playa. Es como un punto negro en una pared blanca. Es como un átomo en el universo. sin embargo, quienes la tenemos creemos que es eterna, y muchas veces, la desperdiciamos en el camino, olvidando que “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, pues no hay camino cierto, cada uno vamos configurando nuestro camino, nuestro sendero con piedras y llanos, con senderos de felicidad, con pendientes de tranquilidad, con sorbos de placer y tragos amargos.
Porque….
“todo pasa y todo queda
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo camino,
camino sobre el mar
Caminante son tus huellas
el camino y nada mas
caminante no hay camino
se hace camino al andar
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pasar”.
Los labriegos al referirse a las distancias por caminar comparan lo lejos de un destino con un potrero largo y el tiempo para recorrerlo con tabacos, por eso desde antaño la vida se compara con un largo camino con varios tabacos por trasegar.
Titán era el macho rucio de Rodrigo que lo acompañó desde joven hasta entrada la edad mayor. Fue titán el medio para acortar la jornada en los caminos recorridos por Rodrigo. Fue su jumento para aliviar la carga al mercado, fue su bestia para cargar la leña a la casa, fue el mular en el que sus hijos aprendieron a cabalgar, fue el dócil animal que sirvió por treinta años a la familia de Rodrigo.
El pelo de titán se tornó grueso, hosco y largo, su blanco color de joven jumento, con los años, se tornó gris y áspero. Sus molares y dientes se le cayeron y sus orejas que siempre fueron erguidas se mostraban flácidas y decaídas. Sus cascos no volvieron a ser herrados ni a campanear en los pedregales. Sus bríos de juventud fueron reemplazados por la lentitud de la vejez. Sus descomunales fuerzas con 12 arrobas sobre el espinazo se redujeron a cargar un par de arrobas, y sus dientes, se fueron cayendo como granos de maíz colgado en tusa sobre una fogonera. Titán no volvió a ser bañado con jabón de tierra, ni curado sus heridas causadas por el peso desequilibrado de las cargas de caña, después de cada jornada. No volvió a recibir el premio de una panela a pedazos en la jeta. Su dueño, al notar la poca utilidad del rucio, lo soltó al camino real para que pastara a su gusto de cabo a rabo, y el fiel y manso animal buscó un bocado de pasto en potrero largo hasta que murió de inanición e infección siendo comida para los buitres.
Juan, Pedro, Raúl, Ramón, Laureano, Gilberto y otros… fueron curas que desde su juventud sirvieron al pueblo de Dios desde sus jurisdicciones eclesiásticas en la que estuvieron incardinados. Hicieron votos de obediencia a su pastor y por más de medio siglo, trabajaron sin descanso en las parroquias donde fueron designados, sin pensar nunca que los años se acaban como las fuerzas del cuerpo.
Ninguno quiso ser maestro oficial porque se hicieron sacerdotes para pastorear, no para dar clases, y con los escasos ingresos por estipendio en las parroquias donde laboraron, aportaron a la seguridad social para recibir, a los 62 años de edad, una pensión igual a un salario mínimo legal vigente.
Como ya no tienen la vitalidad de antaño, no les volvieron a asignar parroquia y viven de arrimados a cualquier parroquia en donde los asignan como colaboradores a cambio de la comida y algún peso por celebrar alguna misa extra. Como no fueron curas religiosos no forman parte de una comunidad que responda por ellos. Fueron votados en potrero largo.
Fernando y Carlota fueron novios estudiosos logrando graduarse y conseguir un trabajo que les generaba ingresos limitados para cubrir los gastos de la familia con tres hijos que formaron y por quienes hicieron ingentes esfuerzos porque ellos tuviesen mejores comodidades que las que les dieron a ellos, sus mayores. La pareja vivió para trabajar y la crianza de los hijos se la delegaron a las guarderías y señoras del servicio, pero ellos amaban a sus hijos, sin medida; pero no tenían el tiempo que requerían los niños en sus primeros siete años, periodo en que se forma la conciencia, el pensamiento, las habilidades y los valores.
Fernando Y Carlota trabajaron más jornadas que sus padres, cuyas madres, siempre estuvieron en el hogar. Pasó el tiempo y se pensionaron, mientras que sus hijos estudiaron y se hicieron profesionales, formaron una familia y siguieron el circulo que los padres trazaron. Carlota y Fernando pasaron de los setenta años y los últimos treinta estuvieron poco visitados por sus hijos y nietos. Los viejos se fueron convirtiendo en una carga para los hijos que los visitaban cada domingo a la hora del almuerzo, pues Carlota siempre se caracterizó por tener buena sazón. Los hijos decidieron internarlos en un ancianato; a los hijos les era más costoso, pero como no tenían tiempo para cuidarlos, ni tuvieron la voluntad de contratarles una enfermera.
La suerte del macho titán, la suerte de los curas Juan, Pedro, Raúl, Ramón, Laureano, Gilberto y otros, y la de Fernando y Carlota, fue la misma.
Hay cada vez más guarderías en ciudades y campos, pero también hay más casas o centros geriátricos. Hoy la gente vive trabajando para tener y tener más y votan a sus mayores al potrero largo, a los ancianatos, mientras los niños crecen sin el afecto fraternal alimentando una sociedad cada vez mas materialista y ausente de valores olvidando que la vida es un camino que se hace “golpe a golpe, verso a verso y se hace camino al andar”.
Con los años, habrá más personas viviendo solas, más niños en las guarderías y más ancianos en centros de la tercera edad, en un circulo en que los jóvenes y adultos de hoy no se percatan que están en él, mientras la familia se desmorona sin piedad ante la indiferencia de todos.
San Gil junio 17 de 2016.
NAURO TORRES QUINTERO
jueves, 23 de junio de 2016
La cruz de un acoso escolar
Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.
¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...
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“El amor no se mira, se siente , y aún más cuando ella está junto a ti”. Pablo Neruda Nauro Torres 2.021 Amándote amanecí, contigo soñé; ...
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¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...
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La huella que dejó en los feligreses de numerosas parroquias de la Diócesis de Socorro y San Gil, son imborrables. el rastro que ha dejado ...