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martes, 9 de agosto de 2016

El aljibe que se ahogó con la indiferencia


La naturaleza lo pintó y lo puso a brotar agua en la cuesta de una loma de greda blanca poblada por piedras de arena del mismo color vestidas de hongos grises  que semejan una cobija del color de la vejez a cielo abierto. Tuvo como sombrero arbustos de tunos, cucharos, manchadores y payos y como cinta mortiños, helechos y malezas benéficas para los cucaracheros.

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Los párparos del ojo de agua se cierran ante la indiferencia de los humanos que usaron y usan el agua, y se ahoga ante la indiferencia estatal y el abandono comunitario. (Fotografía de Nauro Torres, 2016)

El ojo de agua tenía un diámetro de dos metros rodeado de musgo verde, poblado de guabinas y libélulas que brillaban con los rayos del sol que las acariciaban a diario  mientras las primeras nadaban a su antojo, y las segundas, caminaban como el hijo de Galilea, sobre las aguas bailando una melodía que solo la culebra, madre del agua conocía el son.

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Fotografía de un perfil del ojo de agua en el que se aprecia el bello paisaje Puentano, y a la vez, la deforestación y la primacía de las praderas para los ganados, y el abandono del yacimiento del agua. (foto de Nauro Torres, 2016)

Del aljibe se desprendían dos lazos de agua en medio de musgos verdes que metros abajo formaban un manantial que llegaba a alimentar el humedal principal que sostenía un pantano de cien metros de diámetro que tenía  bacterias e insectos benéficos que eran suculento plato para chirlomirlos, y avacados que revoleteaban y se reproducían en  el mismo humedal, y en épocas de inmigración aviar, los alcaravanes y las garzas  pernoctaban, a la vez que millares de diminutas aves llegaban adormir en los matorrales y árboles  que circundaban el ojo de agua.


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El paisaje contrasta con el olvido de una fuente de agua-al fondo, bajo las piedras el ojo de agua- que tributaba a la quebrada la Honda por cuyo nacimiento esta proyectado el paso de un oleoducto. (Foto de Nauro Torres, 2016)

Del ojo de agua se surtían, en chorotes, los miembros de cinco familias, también los transeúntes que cansados trepaban por el camino real y no tenían ni un cuartillo o un centavo para comprar un guarapo en cualquiera de las tiendas que abundaban a la vera de la vía del rey.

El humedal es el centro de una plana tierra que alguna vez fue pensada para levantar un poblado, pero los habitantes de ese entonces cuidaban las fuentes y los arroyos de agua mas que el dinero,     y el poblado se formó unos mil metros arriba en otra planada que era una arrabal en el que poco se producía la agricultura y la grama que salía era alimento para los rebaños de ovejas.
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Vista desde el ojo de agua, al fondo la planada que fue un humedal. En la imagen inferior la planada con los vestigios de lo que fue un humedal frondoso y rico en biodiversidad. (Fotos de Nauro Torres, 2016)
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Cincuenta años después, el humedal se convirtió en potrero y sus escasas aguas salen por una estrecha zanja que tributa a la quebrada Honda, hoy un zanjón mas, y el ojo de agua ha ido cerrando sus párparos por el mismo musgo que produce su escasa humedad. Su sombrero fue talado para dar espacio al pasto y sus piedras vestidas de musgo del color de la vejez, fueron voladas e incorporadas en pedazos en la carretera que se comió el camino real que ya no es del rey, ni del Estado que no mantiene la vía, pues lo hace los mismos usuarios ante la desidia municipal.

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En antaño, los alcaravanes y las garzas pernoctaban en sus migraciones en el humedad, al fondo, y como fuente diversa crecían y vivían los avacados y chirlomirlos, hoy solo en los recuerdos de los mayores. (Foto de Nauro Torres. 2016)

Los avacados, chirlomirlos, alcaravanes y garzas, las nuevas generaciones no los conocieron pues los insectos se fueron con las aguas y las bacterias escasearon igual que los microbios benéficos y la vida en ese sistema natural se ahogó con los pastos para engordar novillos, y los niños que escasean en las escuelas vecinas no conocieron los pozos  de la quebrada Honda donde los niños de viejas generaciones aprendieron a nadar y a pescar, pues en las quebradas de la municipalidad desaparecieron los pescados como han desaparecido especies de aves e insectos sin que nadie se pregunte el por qué.  

Solo dos ancianos que rondan por los 90 años se surten del ojo de agua que la conducen a sus casas con manguera de media pulgada y protegen la riqueza hídrica con dos oxidados alambres de púas en un área que no supera los cuatro metros cuadrados. La vieja Custodia de Torres y el viejo  Gustavo  Gonzalez Cubides se acuestan soñando que el alcalde recién posesionado aísle los yacimientos de agua, los humedales y se apropie de los 15 metros al lado y lado de las quebradas que dicen que son del Estado para que los arboricen y las quebradas vuelvan a henchirse como cuando fueron niños y se pueble de nuevo con runchos, chocas y  sardinas y volver cada semana santa a pescar y comer guardando la vigilia al Amo de Galilea.


Puente Nacional, finca la Margarita, junio 9 de 2016.

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