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domingo, 10 de mayo de 2020

Amortajado amor


 

Erato se graduó de bachiller cumplidos 15 años. Consiguió el patrocinio para estudiar en el SENA, secretariado comercial en una empresa de Hilados y Tejidos. Para cursar los estudios técnicos debió trasladarse a Bucaramanga y acomodarse en un espacio reducido en casa de la suegra de la hermana mayor que laboraba en la misma empresa de Hilados. A la dueña de la casa le pagaba el hospedaje y la comida asumiendo las labores domésticas en la jornada opuesta al tiempo de estudio.


Al cumplir 17 años conoció a Chepe, un apuesto joven corredor de seguros. Luego de algunos meses de galanteo, Erato aceptó ser novia de Chepe con el temor que los padres le reprochasen por ocupar parte del tiempo en asuntos ajenos al estudio.


Erato regresó a la ciudad natal a hacer la practica en la empresa de Hilados, y ocasionalmente fue visitada por Chepe, una persona agradable que ganó el aprecio de los padres de la estudiante.


Luego de tres meses de visitas a la novia, un domingo al atardecer, estando de regreso a Bucaramanga, fue atropellado por un automóvil fantasma. Chepe murió cuando se transportaba en su moto de regreso a casa.


La noticia desboronó a Erato. El llanto, la tristeza, la aflicción, el dolor cercenaron su fe; y el desconsuelo, se apropió de su ser. Vestida de negro y con la compañía del padre, estuvo en el funeral. Se despidió con gritos desolados y congoja, mientras los dolientes pensaban para sí, del intenso amor que debía prodigarle al novio accidentado. La madre de Chepe la acogió en su regazo y mantuvo con ella, la amistad para recordar al hijo mayor muerto en aciago percance.


Por tres años consecutivos se le vio como la secretaria de la tristeza, vestida siempre de negro. La esbelta joven se escondió en el trabajo y en las paredes de la casa con las ventanas del corazón cerradas sin esperar que el tiempo limara la aflicción y rehiciera el corazón deshilachado.


No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, un amanecer con el sol radiante, extingue la oscuridad.


Reanudó los estudios profesionalizándose en la UIS en Gestión Empresarial, ascendiendo a la gerencia comercial de una empresa con capital venezolano, retirándose, luego, a intentar otros horizontes laborales.


Acompañando a Luz, su hermana menor, quien trabajaba en un banco en el Socorro, fue a contemplar un partido de futbol entre la selección local y el Atlético Bucaramanga en el estadio del Batallón Galán.  Al terminar el partido, los jugadores visitantes, fueron objeto de atención por la ciudadanía y los militares. En los pueblos, los empleados de los bancos son reconocidos socialmente, a la par que el cura, el juez y el alcalde. En la celebración estuvo Luz y Erato. Allí, la egresada del SENA conoció a un joven futbolista natural de Valledupar. 

 Erató - Wikipedia, la enciclopedia libre

Remilgada y esquiva, Erato aceptó el galanteó del nativo del valle de Upar. Meses, pocos transcurrieron; e intentó poner en práctica el refrán que reza “Dios aprieta, pero no ahorca” y abrió el maltrecho corazón para darse una segunda oportunidad. 


Empezó a comprender el fútbol y encontrarle gusto a este deporte de las patadas. Por el vallenato y sus jugadas en el campo medio, los fines de semana que el Bucaramanga jugaba de local o en Bogotá, Erato viajaba para sumarse con los aplausos al equipo leopardo.


 Completarían un año de noviazgo. En el estadio Alfonso López el equipo bumangués recibiría al Santa Fe. Edgar Perea narraba el partido. Estaban empatados, cuando un jugador de piel cobriza flaqueó en el césped. El árbitro paró el partido. El jugador recibió atención médica oportuna. Había algarabía en las tribunas y jolgorio en las barras de los dos equipos.


Fernando, el jugador vallenato había jugado con empeñó y lucidez.  Se conoció el diagnóstico médico. Al jugador le ocurrió un infarto. Había muerto en lo que más le gustaba: jugar.


El hado maligno había amortajado a Erato con un segundo luto, esta vez, más largo en el tiempo. Se prometió a sí misma no volverse a enamorar. Pensaba que no resistiría otra nostalgia, otro duelo con la suma de tristezas que sumaron en los recuerdos. Le reanimaba el convencimiento que había sido amada hasta la muerte.


Luego de cinco años de severo luto, decide una noche de septiembre, divertirse para empezar a olvidar. En una fiesta se reencontró con un compañero de colegio y restauraron los lazos de amistad que, con los meses se convirtió en noviazgo. Un noviazgo a la distancia, pues el novio trabajaba en la capital.  Juan hacia honor al autor de la obra maestra de José Zorrilla, escritor español.


El tenorio ofreció un amor efímero que compartía con otra fémina que, al igual que Erato, creía que había sido la escogida y única amada por el apuesto con apelativo de apóstol. A ambas dejó embarazadas. Erato fue madre de una niña, y la otra joven, de un niño. A la niña le concedió el apellido; al varón, aun se lo niega a pesar de que es su estampa.


La madre irrigó su amor en la hija a quien bautizó en honor a la abuela y a la Virgen del perdón. Se prometió no volverse a enamorar, y para evitarlo, usaba vestidos en tonos fríos dedicando el tiempo libre a su hija y a los cuatro sobrinos que vio crecer y ayudó a criar. Fueron dos varones y dos mujeres. El mayor, Ernesto, estudió en un colegio confesional en la cuidad guanentina junto con un grupo de jóvenes de semejante edad, con quienes, aún siguen compartiendo en vacaciones, como lo hacían en el bachillerato. Por sus estudios y gusto por el inglés, consiguió trabajo en Canadá, recién graduado.


Ernesto hizo selectos amigos en el bachillerato. Uno de ellos, Pedro, perdió a la madre antes de graduarse en la universidad. Al funeral delegó a la tía Erato, quien, acudió al velorio con prontitud y solidaridad. Ella fue paño de lágrimas y protectora en algunas borracheras de los compañeros de Ernesto; en particular de Pedro, quien desahogaba la tristeza en el licor al presentir que se extinguía la vida de su progenitora con una enfermedad que no daba tregua para enfrentarla y evacuarla del organismo de la joven madre.


En el funeral, Erato presentó sus respetos, condolencias y solidaridad a los hermanos y al padre de Pedro. 


La orfandad ante la pérdida de su esposa, el llanto de un padre enfrentado a cuidar educando solo a sus hijos, conmovía a quienes acudieron a la sala de velación. La tristeza y la soledad que brotaba en sus ojos instó a Erato a acompañarle unos minutos en la funeraria, mientras le recordaba la importancia que tenía la difunta en la vida de Pedro.


Tres años después, Erato se casó con el viudo retándose a sí misma suplir, en parte, la ausencia de la madre y el vacío que deja una esposa amada. Fruto de esa unión, nació un hijo, años después. Por la edad de los padres, le bautizaron Tobías. Compartieron un cuarto de siglo conservando los valores y costumbres del primer hogar. El esposo de Erato, luego de sobrevivir a una estenosis aortica y una endocarditis, estando, visitando a la madre de 90 años en la primera cuarentena declarada por el presidente de Colombia en marzo de 2.020, sin poder regresar a casa, muere con su progenitora en la soledad de una vereda veleña, victimas del covid-19.


Sin velorio, sin el llanto presente de los hijos, sin la asistencia de los familiares, sin el cumplimiento de las obligaciones de la aseguradora funeraria que pagaron por veinte años; dos campesinos vecinos a la parcela donde estaban los ancianos construyen dos ataúdes en pino y los enterraron en el cementerio veredal, sin ceremonia religiosa y cortejo fúnebre.


Los hijos, dispersos por asuntos laborales y de estudios, los mayores viven un segundo calvario en soledad, y Tobías en una habitación fría de una casa para estudiantes afronta la pérdida de su padre con estoicismo, pues debe acompañar a la madre a la distancia sin mostrar la tristeza que lo embargaba, sin haberle acompañado en el tercer luto. 

 

Desmigajada, abatida y sola, Erato, por tercera vez, asume el duelo retornando a vestirse de luto hasta su muerte ocurrida diez años después.


 Siguiendo instrucciones previas, los hijos le amortajaron de negro.


En la piedra con forma de rayo que cubre el sarcófago de Erato, un epitafio brilla con el sol y resplandece con la luz de la luna.


“Nací, y fui amada. Crecí y amé sin medida. Fue fugaz, pero me amaron hasta la muerte”


En su tumba, en el campo La Esperanza de Mochuelo, cada lunes al amanecer, adornan EL sepulcro tres ramilletes de violetas rosas asidos con cintas blanca impresas con tres girasoles: uno rojo, otro azul y el tercero, rosado.   

 

San Gil, febrero 19 de 2.020

Nauro Torres Quintero

 

 


4 comentarios:

  1. CARMENZA ´POVEDA ZIPAQUIRA

    La vida fue muy cruel con la protagonista de la historia que a pesar de que fue amada por tres hombres y traicionada por otro, algo no muy fácil de soportar para cualquier ser humano....

    Quedando desolado, herido, sin ganas de vivir y siempre se pregunta porque yo porque me pasó esto a mi, quedando una incertidumbre devastadora y nefasta....

    Pobre mujer digna de lástima.... Lo que no entiendo.... Es....

    Este relato es de estos momentos que estamos viviendo con el último esposo que murió de covid 19 y luego dices que murió ella después de 10 años y del epitafio en la tumba..... No se si fue que no leí bien🙈🙈🙈🙈

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    1. He retomado una parte del comentario. Te preguntas del porqué a ella, a la persona de esta historia le pasaron esos tres eventos?

      Y es cuando uno debe volver la vista a los ancestros, bisabuelos, abuelos, primos y padres. Nada es gratuito ni nada ocurre porque. Nacimos para aprender, crecemos aprendiendo y morimos, igual aprendiendo. Si creemos en la reencarnación, en la siguiente vida sera mas placentera, pues ya pagamos en carma.

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  2. Excelente historia, triste, conmovedora y a la vez llena de esperanza. Felicidades contador de historias!!

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    1. Sarita, la prosista. Zarit, la poetisa. Jenny, la santandereana. Bautista la catedrática, bienvenida a mi blog.

      Agradezco tu paseo lector por esta historia de amor. Un cuento que tiene esos ingredientes que resaltaste.

      Que la palabra sea nuestra juntanza. Que los versos hilos que nos provoquen soñar en un poemario compartido para continuar sembrando el amor a la literatura entre los chicos, entre los amigos, y en especial, acompañando a los mayores en su soledad lectora.

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Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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