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martes, 26 de mayo de 2020

Relato de un testigo de la masacre del Pienta en Charalá


El 4 de agosto de 1.819 desde la madrugada el ejercito realista con cizaña atacaron a los 3.300 guanentinos que los esperaban en el puente para impedir, a toda costa, en avance del ejercito del rey a reforzar al general Barreiro en Boyacá. Por esta acción comunitaria suicida, los santandereanos lograron que Bolívar, enfrentase a los reconquistadores en el pantano de Vargas y en el Puente de Boyacá y los venciese definitivamente.

Esta carta escrita por Don Fernándo Arias Nieto, desde la finca Capellanía de Riachuelo, Santander, sin verificar su autenticidad, cuyo supuesto original encontró en un baúl, el señor Edgar Cano Amaya, empleado judicial, natural de la localidad, autor del libro, "En nombre de la Libertad", llegó a mi correo electrónico por un sangileño radicado en Charalá en el mes de marzo de  2.020. El relato  destinado a un socorrano, es tan detallado en lo que vio en la defensa de los guanentinos  y el ataque sangriento y sin clemencia de los españoles a los comuneros,  y después de ella, por quien, supuestamente participó en la batalla sobre el río Pienta  que impidió que los refuerzos del ejercito realista que venció a los patriotas en la batalla de Cachirí, llegasen a apoyar al coronel Barreiro en la batalla de Boyacá en la que los españoles empezaron a perder sus colonias en América.

Precisa Alvaro Sarmiento Santander en su libro "Del infierno a la gloria", pg. 221; "que 3.300 comuneros estaban esperando a los realistas que iban rumbo a Boyacá. Eran 800 de Charalá, 2.000 de San Gil y 500 de Encino. La misión, contener la avanzada de los españoles para reforzar el ejercito del general Barreiro". 
La Batalla del Pienta, por un lugar en la historia | Vanguardia.com

Capellanía de Riachuelo, 29 de agosto de 1819. 


Muy Señor mío, Don Joaquín Gómez 

Socorro.

Enfermo y atribulado me encuentro desde hace días, lo que quiero relatarle quizás abra en mi ser la luz y no solo esa libertad conquistada con la vida y las armas de mis paisanos, sino que saque de mi alma esa desesperación que me embarga y pueda librarme de esas pesadillas que cada noche me atacan con horrorosas visiones, sabiéndome perseguido por soldados para quitarme la vida, en las que me veo caminando sobre cadáveres que me quieren aprehender pidiendo auxilio y socorro, con heridas, cortes y mutilaciones en la cara y el cuerpo que me hacen vomitar. Y es tal la angustia que me producen tales escenas, que me despierto con convulsiones, entre gritos terribles y un llanto de no parar, alertando a mi adorada esposa, hijos y servidumbre, que acuden en mi auxilio hasta lograr calmarme con aguas que me tranquilizan y logro después de un buen rato, conciliar un poco el sueño. 

Mi querida Elvira no hace sino llorar y rezar para que me cure y de verme cada vez peor y sin esperanza alguna, pues mi mal sólo ha logrado amainar muy poco y me parece a ratos sucumbir en trastornos que me llevan al abismo de la locura; me aferro por horas al altísimo pidiendo ayuda, y eso me da esperanza en lo profundo de mi ser, últimamente me siento a ratos con algún alivio, pero no con los progresos que deseo, por eso acudo a usted, para que venga a mi lado y tenga con quien compartir mi tristeza, disipando los fantasmas que me acosan constantemente en mis sueños. Usted que siempre ha sido mi apoyo en todos los momentos difíciles y en quien puedo confiar con absoluta certeza de que su silencio será grande en mi beneficio para evitar especulaciones en gentes incultas o mal intencionadas que desearían verme destruido, por eso le pido mi querido amigo acuda pronto a mi casa de campo, donde estoy alejado de molestias innecesarias.

Pero como dije al principio, quiero relatarle la raíz de mis aquejas. Todo comenzó con la toma del pueblo por los rebeldes y la posterior llegada a Charalá del Coronel Antonio Morales el pasado 28 de julio, quien fue enviado por nuestro General Simón Bolívar para organizar las gentes ansiosas de luchar contra las fuerzas españolas, y que por informes de los espías dispuestos en el Socorro, dieron noticia que las tropas realistas se aprestaban a acudir en ayuda del coronel Barreiro quien estaba en correrías por las inmediaciones de Paipa con su ejército para atajar a nuestros soldados al mando del Libertador. Como usted lo sabe, ese mismo día 28, fue fusilada en el Socorro, la señorita María Antonia Santos y Plata, conocida y apreciada por mi familia, y sabedores de la simpatía que profesaba a la causa del pueblo y de la libertad de nuestra patria, fue apresada en su casa de campo de El Hatillo, por don Pedro Agustín de Vargas y un buen número de soldados, acusada de traición al rey y de infidencia. Este suceso causó conmoción no solo en su familia sino en toda la región. Supe después por el mismo don Fernando, su hermano, que junto con algunos de los comandantes de la guerrilla, trataron de reunir la mayor cantidad de gentes para intentar un rescate por la fuerza, pero que desistieron del acto por considerar de sumo peligro para su hermana Antonia, su hermano Santiago, su sobrina la niña Elenita y demás acompañantes y que en el asalto resultaran muertos o heridos.

Su muerte solo causó irritación y malestar y esto propició que más gentes se unieran al grupo de rebeldes y de la causa que profesaba, ocurrido esto fueron convocados no solo los vecinos de Charalá, sino los de Coromoro, Cincelada, Ocamonte, Riachuelo y Encino, y mal contados se reunieron en esta plaza, un poco menos de tres mil personas que estuvieron prestas a la causa de la patria. Don Fernando Santos, junto con Don Pedro Agustín de Vargas y muchos otros que comandaban esa fuerza considerable se tomaron el pueblo, rato después llegó el Coronel Antonio Morales con su gente a quien se le unieron los demás y lo proclamaron su comandante.

LA BATALLA DEL RÍO PIENTA HA SIDO MENOSPRECIADA – La pagina de ...

Por espías que se mantenían en constante acción, que lo eran unos pocos pero muy discretos, que unos desgraciadamente hacían parte de las fuerzas del Socorro por haber sido reclutados a la fuerza, entre ellos unos dos o tres que habían sido servidores de la distinguida familia de doña Antonia, y lo supe después por confesión del soldado Velandia, que desertó y entró a las filas patriotas inmediatamente después del fusilamiento de la señorita, de ellos se obtenían noticias precisas que salvaron muchas vidas, pues cuando pasaban los soldados del Rey por los campos en busca de rebeldes, no había un alma a quien perseguir por estar ya avisados y lejos de su alcance, o si no, prestos a la emboscada como ocurrió en varias ocasiones; como le digo, los espías informaron que una partida de no menos de sesenta godos llamada Fieles Lanceros de San Gil, pasarían por esta después del 10 o 12 de julio, que a propósito, no faltó que unos pocos del pueblo, echaran al aire un par de cohetes y gritaran vivas a la patria libre, a la independencia conseguida en 1810, recordando la revuelta que estalló en Santafé, y vivas a los Morales, al Tribuno Acevedo, Caldas y otros, que no se supo quienes fueron a pesar del revuelo que esto causó. Luego de este insuceso siguió la soldadesca por Riachuelo, para de allí salir a Coromoro pasando por La Mina y El Hatillo, pues en estas haciendas se reunían los comandantes de la guerrilla y se escondían sus seguidores.

198 años de la Batalla del Pienta.

Para esas correrías se aprestó el Capitán don Pedro Agustín de Vargas, conocido zorro, traidor y doble, que vendía con tal facilidad su alma según le convenía, y aún hoy, no sé cómo conseguía pasar de un bando a otro y ser aceptado sin sospecha alguna, ora era patriota y rebelde, ora servidor fiel a los intereses del Rey, este capitán se unió a los godos con otros del pueblo, según se vociferó por bando conforme a la orden del alcalde y cabildo quienes habían recibido misiva perentoria de Lucas González, que debían reunir la mayor cantidad de gentes del pueblo y agregarse a los soldados; en esta persecución, fue él que hizo presa a la señorita Santos, a su hermano Santiago, su sobrina Elenita y dos esclavos, con igual suerte corrieron dos de sus seguidores que estando cerca fueron sorprendidos y apresados, Isidro Bravo y Pascual Becerra, otros pudieron escapar de las manos de la soldadesca. La noticia corrió como pólvora y causó indignación y repudio en toda la región, las gentes como dije, no pudieron hacer un rescate por temor a lastimar a tan distinguida señorita, sus familiares y acompañantes. A su paso por Charalá todo el pueblo salió a ver el cortejo, podía verse especialmente a las mujeres que se vistieron todas de negro y bajaban la cabeza que tenían cubierta con sus mantillas al paso de la señorita Santos y los hombres descubrían su cabeza quitándose sus sombreros en señal de respeto, pero con pena, dolor, rabia y mucho odio contra los godos; después de un refresco y protocolo siguieron en sus caballos en larga fila que podía verse desde la plaza remontando la sierra camino del Socorro.

Según pude establecer, el 16 de julio se dictó la sentencia de muerte contra la señorita María Antonia, Pascual Becerra, Isidro Bravo y sus dos esclavos. A la primera se le acusó de reunir en su casa a los rebeldes, para acordar acciones contra la autoridad soberana del Virrey y del Gobernador del Socorro para atacar las tropas, que ella era la principal organizadora y fomentadora de la tal guerrilla, de pagar y sostener de su propia riqueza a los sublevados, de mantener y pagar espías de los que se obtenía información y daba avisos precisos para lograr el buen éxito de sus acciones, de prestar su casa, al igual que concentrar tropas en la hacienda La Mina, de enviar mensajes secretos a los cabecillas de Riachuelo y Charalá para actuar en contra de las armas de su majestad. Y lo más grave de lo que se le acusaba, de jurar dar su vida por la libertad de su pueblo, de escupir y pisotear la bandera de España con rabia en una reunión secreta, lo que dudo lo haya hecho por conocer de su señorío y respeto y no necesitar de tales actos y que más bien creo obedeció a la maquinación de querer desprestigiar y mancillar su nombre y su honra. La sumaria que se le siguió fue rápida sin defensa alguna, sirviendo a las órdenes del Virrey Sámano, de pasar por las armas a quien fuera considerado enemigo de su majestad. Su juicio breve fue de lo peor según testigos y por informes de los espías y sus familiares que estuvieron con la señorita María Antonia acompañándola, obedeciendo como se dijo, a no prolongarlos para no gastar tiempo en causas perdidas, pues toda persona era apresada por simple sospecha y era llevada al cadalso sin vacilación alguna.

Especial Bicentenario de los Pueblos: La Batalla del Pienta

Así, la señorita Santos en la sumaria, con altivez, desaires a sus juzgadores y sin temblores en su voz, se declaró partidaria de la causa del General Bolívar, del amor a su Patria y a la Libertad, manifestó como cruel y despiadada la autoridad de los gobernantes que extorsionaban y arruinaban los pueblos, y que por lo tanto era justo que todos los patriotas tomaran las armas para destruir un gobierno que mancillaba la dignidad de las gentes, rechazando los ofrecimientos ignominiosos para salvaguardársele la vida a cambio que delatara a todos los cabecillas de Coromoro, Cincelada, Riachuelo, Ocamonte y Charalá, comprometidos en la causa patriota, que viendo la altivez de la dama, se le leyó la sentencia en el salón de la guardia junto a los demás y se le dispuso debía firmar la aceptación de la dicha sentencia, y sin vacilación alguna estampó su firma con presteza dejando escuchar nuevamente su voz clara en aquél recinto profetizando en nombre de sus mayores que antes de que terminara el presente año, el suelo de la patria estaría libre de los tiranos que oprimían al pueblo, y que gozarían de la libertad absoluta. Sus palabras causaron conmoción en el acto considerándolas irrespetuosas y soberbias siendo retirada de inmediato junto con sus compañeros a sus celdas.

236 años del nacimiento de la rebelde Antonia Santos

 Como devota cristiana fue asistida por su confesor todo el tiempo, su sobrina Elenita fue entregada a sus familiares a su paso por Charalá, pero con ella viajaron al Socorro acompañándola en su infortunio, regresándose al día siguiente de su muerte, a su hermano Santiago se le siguió el juzgarlo por infidencia y permaneció algunos días preso en el Socorro y luego fue dejado libre por no habérsele comprobado participación a favor de los rebeldes o que haya proferido manifestación pública alguna en contra de su Majestad y sus gobernantes.

Así llegó el 28 de julio, sacaron de sus prisiones a los condenados y entre filas de soldados fueron llevados al sitio dispuesto para su ejecución después de habérsele permitido a la distinguida dama entregara a su hermano Santiago, su testamento y alhajas, a quien se le autorizó acompañarla en el último suplicio siendo engrilletado por los pies, y luego que la señorita obsequiara al oficial de los fusileros su anillo y de habérsele atado las manos y vendado sus ojos, al toque del tambor y a la señal, fue muerta en el acto, igual suerte corrieron Becerra, Bravo y sus dos esclavos.

Ese día, no sé si decir nefasto o grandioso para todos, es cuando la guerrilla de Coromoro al mando de los comandantes don Fernando Santos, don Pedro Agustín de Vargas, Antonio Tobar, Vicente y José Ardila, don Tadeo Rojas, don Joaquín Saoza Durán, Vicente Fiallo, José María Arias, don Ramón Santos, Juan Antonio Gómez, don Juan Martín de Amaya y su hijo Pedro José de Amaya, don Nicolás Gómez, que con la agregación de personas que ayudaban a fomentar la rebelión, el inconformismo contra la autoridad real, como don Nicolás Chacón, don Ramón Lineros, Ildefonso Hurtado, Juan José Velandia, Manuel Arguello, Pedro Monsalve, Nicodemus Arguello, Juan de Dios Bautista, José Antonio Flórez, Luis Cristancho, Santiago y Juan José Cano, entre otros muchos que no menciono por no acordarme ahora y alargarme más en este punto y que junto con la comitiva que llegó después de Cincelada al mando del Coronel Antonio Morales, con no menos de cincuenta o sesenta soldados, que sumados todos los concurrentes, digo yo, eran de dos mil ochocientos a tres mil personas poco más o menos, y como ya dije, se apoderaron de Charalá, que con gran ruido y alboroto, al paso de tambores, cohetes y disparos, con gritos de vivas al General Bolívar, a la libertad, a la señorita Antonia Santos, a la guerrilla de Coromoro y Charalá, al Coronel Morales, a quien la gente reconoció públicamente como su comandante, al Capitán don Fernando Santos, en fin, y al repique de las campanas de la iglesia que llamaban a la plaza, cuyo Sacristán don Joaquín Carreño, no dejó de tocar, fue apresado el alcalde y afectos reconocidos al Rey, que no pudieron escapar, nombrando como tal a don Ramón Santos, quien declaró libre a Charalá y los demás pueblos, habiendo don Fernando Santos, antes de la llegada del Coronel Morales, leído desde el altozano de la iglesia, la Ley Marcial expedida por el General Bolívar y la noticia de la derrota de la división española en Gámeza, Belén y Corrales, por lo que el pueblo se alborozó en gritos y más vivas a la patria libre, reunidos ya el grueso del grupo el nuevo comandante de la plaza solicitó de inmediato recoger armas, caballos, municiones alimentos y todo lo demás para ir al encuentro del libertador, pero que después de conocida la noticia de la venida del Coronel Lucas González se dio comienzo a la organización de la multitud de convocados en cuerpos de milicias.

Los cuerpos creados fueron dispuestos cada uno de a quinientos hombres poco más o menos y quedaron como paso a explicarle:

Milicias de Libertadores

Milicias de Charalá

Milicias de Coromoro

Milicias de Cincelada

Milicias de Ocamonte

Cada grupo se dividió en otros de a cincuenta personas cada uno que eran mandados por otros jefes para tener la facilidad de su conducción. No quiero dejar de anotar, que después de haberse nombrado como comandante de Cincelada a don Pedro Agustín de Vargas, al día y medio más tarde, con excusas se retiró sin saberse para donde, según parece para la hacienda de Cincelada a traer gente y armas y no se supo más de él, no asistió a lo que sucedió después, pues yo nunca me fié de él y supuse era mejor no tenerlo como aliado, habiéndose todos olvidado de su persona por las necesidades urgentes que apremiaban y lo ocupados que estábamos todos en la organización y consecución de caballos, armas y víveres, que nos tomaba todo el día y la noche instruyendo a los hombres. La noticia de los sucesos de Charalá, se propagó con rapidez por Confines, el Socorro, San Gil, El Páramo, Valle de San José y demás pueblos, teniendo en cuenta que el 29 de julio el Coronel Lucas González había salido con toda su tropa y particulares que se le agregaron del Socorro para Tunja, sumando en total, como ochocientos o más hombres, y que estando en Oiba ya sabía lo de Charalá y de la llegada del Coronel Morales, decidiendo pasar por esta plaza para  a los revoltosos y seguir luego para Tunja.

Y aquí, mi querido, amigo es donde comienza a edificarse mi aflicción y la raíz de mis perturbaciones, pues no ajeno a las ocurrencias, simpatizaba con la causa de la libertad, pero que la excesiva prudencia y celo de no manifestar públicamente mis pensamientos para no poner en peligro mi vida, ni la de mi querida Elvira, ni de mis hijos, socavando mi alma; por dentro me quemaba el amor a mi patria y quería empuñar mis armas para ayudar a la causa, me la pasé muchas veces limpiando mi fusil, mi pistola y sable, lo que causó en mi adorada Elvira desazón y me inquiría por tan inusual actitud y por no causarle dolor profundo en su corazón me contuve de manifestarle mis deseos de unirme a los comandantes rebeldes, así permanecí viendo cómo el pueblo se levantaba y acudían algunas de las principales familias solícitas alzando su voz sin miedo en círculos confiables, contra el gobierno despótico del Virrey y sus autoridades, dejando pasar esos momentos hasta que no pude más y el 28 pasado de julio que como una aurora que rompe con toda la oscuridad, y por encima de todo, sin pensar nada más que en la libertad, me uní al coronel Morales y al pueblo que se alegró de mi presencia al igual que don Fernando Santos. Los días siguientes fueron de organización y preparación en la disciplina de los rebeldes y recién convocados realizando maniobras, manejo de las armas, recopilando escopetas, fusiles, pistolas, trabucos, pólvora, municiones, piedras de chispa, espadas, sables, dagas, puñales, chuzos, lanzas, dardos, hondas, arcos y flechas, y en fin, todo lo que fuera ofensivo y mortal, acumulando piedras, troncos, tierra, cavando trincheras en las afueras, en los boca puentes y entradas al pueblo, pidiendo prestados caballos y mulas, toda clase de alimentos, ropas y donaciones para el sostenimiento de la gente.

Se hicieron banderas para identificar los distintos cuerpos de milicias, la del Coronel Morales partía de un rectángulo color amarillo que ocupaba la parte superior izquierda a la mitad de la bandera y el resto de color azul claro. En el rectángulo se bordaron una corona de laurel, un sable y una estrella blanca; el amarillo y la corona de laurel representaba la grandeza del General Bolívar como jefe y libertador supremo; el sable el poder que expulsaría a la fuerza a los españoles de nuestra patria, y la estrella la libertad soberana de nuestro pueblo, la parte azul clara el horizonte diáfano que guía nuestras vidas en la paz, la concordia y el progreso general.

La bandera de Charalá tenía una parte amarilla y otra roja cortada de la parte izquierda de arriba a la parte derecha de abajo, quedando la amarilla en la parte de arriba y la roja abajo con una estrella roja en la parte amarilla y una estrella amarilla en la roja, significando la primera franja la libertad de nuestra patria y la estrella los anhelos de los oprimidos que rompían el yugo y la esclavitud a que nos sometía España, la de abajo la grandeza de los pueblos de Charalá, Coromoro, Cincelada, Ocamonte, Encino, y Riachuelo que se levantaban contra el gobierno, y la estrella amarilla al General Bolívar, como la luz que guía al pueblo en la perenne esperanza de ser siempre libres.

La bandera de Coromoro, al contrario de la anterior, iba cortada de la parte izquierda de abajo a la punta derecha de arriba, llevaba un sol en la mitad, la primera parte de color rojo y la otra azul claro, el rojo nos manifestaba la bizarría, el poder y la fuerza de un pueblo oprimido que empuñaba las armas contra la tiranía del español; el sol representaba a la señorita Antonia Santos que iluminaba desde lo alto la libertad anhelada, como protectora del valor del guerrero que entrega su vida por ideales nobles, la parte azul clara, la esperanza del nuevo amanecer que nos esperaba.

Las demás banderas se quedaron de un solo color, esto para identificar el grupo, así la de Cincelada era toda de color amarillo con una estrella roja en la mitad; la de Riachuelo de color verde claro con una estrella amarilla en la mitad; la de Ocamonte de color blanco con una estrella verde en la mitad, esto para no generar discusiones innecesarias y por no ponerse de acuerdo sus gentes porque sus comandantes decidieron que sus subordinados intervinieran en su elaboración generando tal cantidad de pareceres y desorden que hubo qué llamarlos y cortar con autoridad de una vez con la orden ya dicha.

Era de ver a las mujeres cómo se desvelaban en aportar mucho a sus hombres y a la causa, entregaron su voluntad y el ardor de sus nobles ideales a sus esposos, hermanos, hijos amigos y familiares, pues el ejemplo, la altivez y el valor demostrado por la señorita Santos, fue la llama para que la imitaran y pusieran todo su esfuerzo en ayudar a las milicias, sea en la preparación de alimentos, sea con ropas, con mantas, alpargatas, con medicinas y con lo necesario para que cada uno se sintiera lo mejor, pues era de ver con cuanto fervor acudían a dar lo que fuera. Mi querida y adorada Elvira se contagió al fin del ambiente que producía el celo de las gentes que aumentaba con las noticias de la cercanía del General Bolívar, del General Santander y el ejército libertador en el territorio de Boyacá, pues sabedores de esto, varias partidas de milicias habían ido en gran número a encontrarse con las tropas del General Bolívar al mando de Ferminio Vargas, comandante rebelde de la guerrilla de Coromoro. Así mí adorada Elvira junto con otras damas elaboraron cintas y estandartes para alentar a las gentes en su empeño por liberar la región de los godos y así fue que llegó el día que marcó mi vida y por lo que actualmente me sucede.

Como ya dije, supimos que el Coronel Lucas González había desviado su ruta para Santafé tomando el camino para este pueblo, sabiendo de la llegada del Coronel Morales enviado por el General Bolívar a organizar a los pueblos y buscar apoyo con gente, armas y provisiones para su ejército. Llegó y se apostó con sus soldados la madrugada del 4 de agosto como a las tres o cuatro de la mañana sobre la margen opuesta del río Pienta y oculto por el monte y los vallados seguramente observando nuestras posiciones que estaban dispuestas en grupos de acuerdo a los distintos cuerpos establecidos a distancia de la entrada del puente, cuyo camino fue tapado con toda clase de cosas, piedras, palos, tierra y muchos trastos viejos inservibles, los de Charalá detrás de las defensas del camino y costados, junto con los soldados del Coronel Morales, manteniendo el mayor número de fusiles en primera línea y el resto dispuestos en sitios que facilitaran mejor los disparos para que fueran certeros contra el enemigo; a nuestro costado izquierdo y como lo más se pudo y lo permitía el terreno, quedaron los de Coromoro, al costado derecho los de Cincelada, y esparcidos en cierto trecho y altos a lado y lado los de Ocamonte, Riachuelo y Encino; de todas manera el acomodo fue algo torpe por la dificultad del lugar, al final todo fue un desorden aunque los comandantes trataron de conservar la disciplina para no disgregarse y mantenerlos bajo su mando.

Al aclarar el día 4 de agosto permitiendo la luz la vista del enemigo, rompimos fuego sobre ellos produciéndole las primeras muertes, igualmente las tropas de Lucas González prorrumpieron en fuego vivo y sostenido contra nosotros causándonos algunos destrozos que rápidamente eran retirados y atendidos los que iban siendo heridos. Así permanecimos un buen rato, pero ocurrió que algunos osados, atrevidos y necios que no observaron la disciplina, en número de doce o quince lanceros de la tropa de Coromoro, sordos a las órdenes de sus comandantes, que por el ardor de la lucha y el amor a su patria, quisieron atacar de frente tratando de pasar el puente a la carrera sin protección alguna de los demás y sin aviso de sus intenciones y ha descubierto, los desgraciados cayeron a la poca distancia de nuestra posición bajo el fuego nutrido y certero de las balas enemigas, esto causó no solo dolor, sino rabia y también miedo en algunos. Don Fernando Santos rompía su garganta a gritos dando órdenes, tratando de mantener la disciplina para dirigir a sus hombres con orden y poder tener fuego preciso contra las tropas realistas, igual lo hacia el Coronel Morales y los demás comandantes.

En tanto se veían movimientos de tropa al otro lado y se previno a los nuestros de una arremetida para atacarnos cruzando el puente, eso en opinión del Coronel Morales iba a ocurrir a fuego y a la bayoneta, por lo que se extremaron precauciones y se daba órdenes para su contención; esto resultó que salieran a relucir divergencias y algunos reproches que alteraron el ánimo en un momento, culpándolo de la desgracia que se veía venir por falta de previsión y decisión, como la de no haber destruido el puente el tres por la noche y poner estacadas en el camino lo que no se dejó por la excesiva confianza que daba el ardor del momento y el número crecido de gentes dispuestas a la defensa; otra, como la de no dejar entrar o salir a nadie del pueblo poniendo vigías bien armados a lo largo de los ríos Táquiza y Pienta, con orden de disparar contra quien lo intentara excepto a nuestros espías con la identificación secreta de amarrarse un pañuelo rojo en el cuello o mano derecha; otra, como la haber colocado trampas ocultas a lado y lado del río y que pudieran haber causado algunos destrozos en los soldados enemigos; o como la de haber fabricado al menos un par de cañones de menor calibre lo que se sintió su necesidad en esos instantes de angustia, para haber defendido el boca puente con sus potentes disparos que habrían podido atajar a cualquiera que intentase pasar, fue en vano su aprobación a pesar del ofrecimiento que hizo el herrero de construirlos por tener conocimiento de su hechura por haber servido como soldado en el batallón de artillería estando en Santafé en el año de 1800, y por tanto pedía se le aprestara el metal necesario para su fundición y fabricación inmediata, esta petición se le hizo al Coronel Morales y otros comandantes el mismo 28 de julio por la noche, y poder hacer algunas pruebas el 30 de julio o el primero de agosto, cuyo objeto era el de llevarlos al ejército de Bolívar.

Tal era el estado de malestar y alteración de algunos comandantes como don Juan Martín de Amaya y don Tadeo Rojas, que le reclamaban al Coronel Morales la decisión de no haber tomado las medidas y precauciones necesarias que se le dijeron, sabiendo de la gravedad que precisaba con anterioridad la venida de Lucas González a Charalá, pues en ocasiones se le vio más plácidamente con una fulana en galanterías y ofrecimientos a su persona dejando en manos de sus subalternos las decisiones que le eran consultadas que enfrentar las circunstancias con la seriedad inevitable, pero todo eso se disipó rápidamente con la confianza que todo se arreglaría antes de la llegada del Coronel Lucas Gonzáles y su ejército, pero que en la hora verdadera del enfrentamiento se le vio un poco indeciso y en diálogo constante con sus oficiales, el capitán Castro, el sargento de apellido Rodríguez, el subteniente López, venidos de Boyacá, y así fue que una vez vino la arremetida de las tropas españolas que arreciaron sus disparos en forma nutrida contra nuestras posiciones, mientras un buen número de sus soldados con sus fusiles prestos y a la bayoneta, abocó el puente logrando cruzarlo aunque con algunas bajas que se les causaron, no siendo suficiente para atajarlos, comenzando al instante un verdadero desorden en nuestros hombres, pues a pesar que los comandantes trataban de llamar a la calma y organizar la defensa, las gentes devolvían sus pasos hacia el pueblo y casi en seguida otro grupo de soldados realistas volvieron a cruzar el puente, muchos de los nuestros cayeron en el camino y en los montes donde se atrincheraban, defendiendo su posición logrando por momentos contener la arremetida a pesar el fuego graneado y vivo del enemigo en nuestra contra. La indecisión del Coronel Morales arrastró a los hombres, pues viendo que este apresuró su regreso al pueblo, los demás desoyendo a sus comandantes lo siguieron enseguida sin esperar otra orden, los únicos que resistieron, fueron los de Ocamonte, Encino y Riachuelo, mientras que los demás pasaban y se reagrupaban en las primeras casas, estos bizarros disparaban desde los altos y laderas con sus escopetas, lanzando piedras con la mano o con las hondas y algunas flechas que vi tenían y se fabricaron por algún diestro artesano pero muy pocas y que se disparaban sin ningún tino, estos que estaban a descubierto caían atravesados inmisericordemente por las balas, o la bayoneta y por los sables y espadas.

Supe, porque me lo contó después don Fernando Santos, que el Coronel Morales había manifestado realizar la nueva defensa en las primeras casas a la entrada del pueblo para emboscar y contener a los godos, fue tal el desorden que se parapetaron en la boca calle real y aguantaron hasta donde más pudieron, logrando parar un buen rato a los soldados para que acabaran de pasar los nuestros que estaban rezagados y no fueron muertos o heridos; ante trágico cuadro y viendo que esto no duraría mucho, decidí volver a mi hogar y prevenir a mi familia, logré llegar presuroso a mi casa y dispuse sin demora alguna que mis hijos y mi adorada Elvira recogieran tan solo algunas ropas, las alhajas y el dinero y salieran en sus monturas al instante rumbo a Riachuelo en compañía de dos de mis sirvientes con la orden de tomar rumbo a Coromoro si veían el menor peligro de persecución, por mi parte me volví y me apresté a la defensa, llamando al orden y la disciplina a los hombres, reuniendo un buen número de dispersos, así de inmediato acudimos por las calles sobre la salida del camino real y apoyamos a aquellos que defendían con su vida sus posiciones deteniendo por momentos semejante embestida, pero infructuoso resultaba el esfuerzo porque los godos se nos metían por las casas, los costados y los solares aledaños, haciéndonos retroceder cuadra por cuadra, así como matábamos cada soldado, eran más los que caían de los nuestros por la falta de armas de fuego, la pericia en su manejo, la diligencia y rapidez en cargar los fusiles, pistolas, escopetas y trabucos, la falta de disciplina, el orden y el oído para acatar a las órdenes, vi que algunos de los paisanos que se rendían eran de inmediato atravesados sus cuerpos a bayoneta o espada sin misericordia, no hubo piedad con mujeres y niños, pues estas pobres desgraciadas eran atropelladas en su dignidad y luego asesinadas; a unos jóvenes valerosos que no pasaban de los dieciséis años, que defendían con bizarría su posición con sus lanzas fueron apresados y de inmediato sin miramiento alguno decapitados; en definitiva el desorden para la defensa era uno solo cada quien atacaba de puro corazón y no con la cabeza, otros escapaban por donde mejor podían, retrocedimos hasta llegar a la plaza, todo era un caos, muchos se refugiaron en las casas y también en la iglesia, cuyo sacristán no hacía otra cosa sino hacer tocar las campanas, otros ya viendo perdida la esperanza huían del pueblo por cualquier punto; quise saber sobre el Coronel Morales, y me fue informado que había recogido a la fulana y junto con sus soldados ganaban la vía presurosos hacia Cincelada con un gran número de gentes que se les unió.

Mientras tanto los que quedamos quisimos enfrentar a los enemigos de donde fuera, desde los balcones, ventanas, esquinas, quicios, detrás de los árboles y desde allí se hacía fuego contra los godos, se les enfrentaba con las lanzas, se les arrojaba piedra, palos, cada vez más nuestra defensa era destrozada y los hombres caían por doquier llegando el momento de ver nuestra vida perdida, unos pocos corrimos con desesperación buscando refugio, solo escuchábamos gritos y llanto desgarradores de hombres, mujeres y jóvenes, que eran inmediatamente asesinados, paramos, y lo que vi desde la esquina de la calle del cementerio, fue a los soldados entrar por la fuerza a la iglesia y casa del cura, habían dejado tras de sí gran cantidad de muertos.

Los soldados estaban por todas partes y se acercaban a donde estaba yo con unos diez más, escuché unos disparos de nuestro lado que mataron dos de los que venían hacia nosotros, sentí un empujón que nos hizo correr a todos como alma que lleva el diablo cuadra arriba, voltee y miré por un instante viendo que varios de los que nos perseguían hacían fuego cayendo uno que iba inmediato detrás mío, apenas dimos vuelta a la esquina, fui a dar, por ser el último y por el impulso que llevaba, contra las puertas del cementerio que estaban entreabiertas, sin pensarlo seguí corriendo hacia adentro y sin que los demás se vinieran conmigo siguiendo estos camino abajo y no supe más de ellos, no sé qué ángel me protegió porque los soldados continuaron detrás de mis compañeros y no se percataron más de mí, lo único que recuerdo era que estaba metido en un hueco, no sé cómo llegué allí, percibiendo un hedor terrible que me penetraba, tan solo escuchaba gritos y disparos lejanos, traté de pensar en orden, pero el miedo me invadió, estaba crispado y alerta, mis sentidos se agudizaron de tal manera que escuchaba la caída de las hojas de los árboles, me sobresaltaban las sombras de las ramas que movía el viento creyendo que los soldados me buscaban y se asomaban al hueco, estuve aterrado sintiéndome como un niño indefenso al que un feroz animal quiere devorar, sudaba copiosamente, mi corazón quería salirse de mi pecho, temblaba todo mi cuerpo el que sin control realizó sus funciones naturales, fue horrible; a medida que pasaba el tiempo me fui tranquilizando recobrando el control de mis emociones, pero en constante alerta, allí permanecí el resto del día escuchando disparos a lo lejos, como en la plaza, llegó la noche y no me atreví a salir por temor a que los soldados me esperasen, lo que no me equivoqué de cierta manera, porque oía los gritos de algunos cuando realizaban cambio de guardia custodiando la esquina y supuse también las cuadras del lugar, como debía ser, según mi entender en pericia militar a pesar de no haber sido soldado ni oficial, y en previsión a que los nuestros intentaran volver al pueblo.

Pasó la oscuridad de la noche, estaba a tan solo dos cuadras de la iglesia y una de la plaza, al norte el río Pienta, medité intentar la huida por allí, no pude, el temor no me dejó, quería vivir y no me iba a arriesgar, así en la incomodidad, el hedor a muerte, la orina, el excremento y toda la suciedad en mí, me obligaba a permanecer allí, no quería morir, ni menos entregarme a la ferocidad de los soldados que no me perdonarían la vida, el hambre y la sed comenzaron a hacerse sentir, no había pensado en eso, eran ya como las diez de la mañana y recordé que desde el día tres por la noche no había probado bocado alguno, pero no había más nada qué hacer sino permanecer allí, comencé a analizar la situación y observé con claridad dónde me encontraba, era una tumba cubierta con apenas una vara y media de tierra más o menos, y yo reposaba sobre una sepultura de donde salía el hedor a cadáver, supongo llevaba unos nueve días desde su fallecimiento y que el sepulturero Manuel Gómez, no acabó de tapar desde la llegada a Charalá de los rebeldes y del Coronel Antonio Morales, y que se fue seguramente a hacer parte de la muchedumbre o de algún grupo y no regresó más, para fortuna mía; el lugar quedaba detrás de una piedra que cubrían matas de monte y hierba crecida que caían sobre la tumba, y que tenía uno qué observar muy detenidamente para darse cuenta que allí estaba, además la tierra se amontonó sobre las raíces de unos árboles y no se veía, había qué estar por la parte de abajo para percatarse de ello.

Con la nariz y la boca cubierta con la manga que arranqué de mi camisa para evitar el hedor a muerto, hacía pequeñas observaciones por entre la hierba y matorrales, y divisaba la puerta del cementerio, al igual supuse dos o tres soldados allí apostados porque los escuchaba de vez en cuando hablar en el cambio de guardia y por las ordenes que recibían, intenté salir por la parte de abajo hacia el río, con la sorpresa que habían soldados apostados a lo largo vigilando, por lo que deduje que Lucas González dispuso sus hombres cercando el pueblo en previsión de algún suceso, lo que no hicimos nosotros, realicé cuenta de lo que tenía en mi poder, conservé mi pistola por tenerla en la cintura, mi sable, una daga, mi fusil se lo di a uno de mis acompañantes en la última huida y en la carrera se quedó con él, hasta ese instante lo recordé, tenía un pañuelo, unas monedas que sumaban tres pesos y tres y medio reales, veinte cartuchos de pólvora y quince municiones en la bolsa, en mi cuello una cadena de oro con su crucifijo, no era mucho pero en caso de defender mi vida lo haría hasta el último instante, así fuera a pescozones.

Indagué los movimientos y rutina de los soldados percibiendo en ellos la confianza que se da cuando se tiene el dominio de la situación, y aprovechando esos instantes de alejamiento en las rondas, pude salir de la tumba en la penumbra de la tarde y buscar refugio a espaldas de la capilla donde había gran cantidad de palos amontonados, tablas tejas, ramas que cubrían un buen pedazo y que abrigaba seguridad. Como pude y en el menor tiempo posible acomodé el lugar con mucho sigilo, eso cambió mi actitud por una mejor esperanza, agradecí a lo alto que el sepulturero hubiera dejado a medio tapar la tumba y el abandono en que se encontraba el cementerio, lleno de hierba y maleza; en una pila encontré agua lluvia, la que tomé con ansias calmando mi sed, además pude coger unas seis naranjas verdes del árbol apostado contra el muro, que las comí dejando dos para después, a pesar de lo ácidas que se encontraban y, poco más tarde asee como pude mi cuerpo quitándome la suciedad con la manga de la camisa que mojé.

El día seis vino con el sol, me causó extrañeza que ni los soldados hubieran traído a sus propios muertos al cementerio, lo que nuevamente agradecí a Dios, me preguntaba qué estaba pasando, y como pude me parapeté alcanzando el borde de la pared de la callejuela acomodando algunas tejas de tal suerte no pudieran verme desde afuera, con tal cuidado podía ver en parte a lo largo de la calle, observando que los guardias se habían retirado del cementerio hasta la esquina de la plaza dándome esto alguna seguridad, vi movimientos de caballos y tropa, y supuse estaban reunidos en la plaza pero que no podía divisar, el hambre me atormentaba, pero las naranjas me confortaban un poco, el agua se había acabado, ese día fue de vigilia sobre la calle, y pude tener un poco de movilidad por el lugar, encontrando en el solar contiguo al oriente, separado del cementerio por pedazos de tapia en ruinas y cercas de varas y palos unas ahuyamas cuyas enredaderas cubrían un arbusto y solar, ellas me proporcionaron una buena comida, aunque crudas, con la daga se me facilitó el abrirlas y comer cuanto pude, lo que mezclé con hojas de guacas picantes que crecían allí, mejorando así el sabor.

El temor no se me había quitado aún, y cualquier ruido extraño me sobresaltaba, haciendo agitar mi respiración, debilitando mis piernas hasta hacerme temblar, en uno de esos descuidos en que me acomodé y casi me quedo dormido contra el muro de la capilla me sobresaltó sobremanera haciéndome prácticamente saltar, sabiéndome se me salía el corazón por la boca, estallaba un gran ruido en las tablas de las puertas de la capilla que a intervalos inmediatos retumbaban con más fuerza por el eco que dentro se producía al tiempo que se oían chillidos de perros y gruñidos de cerdos y carcajadas suponiendo algunos soldados practicaban tiros con piedras sobre los animales saliendo estos en gran alboroto en lastimeros ladridos camino abajo como el rayo, sentí los soldados se alejaban hasta no escucharlos más, el resto del día pasó sin sorpresas para mí, salvo disparos que no sabía contra qué o contra quién se hacían, y a ratos ladridos de perros y gruñidos contra el muro hasta el anochecer.

Amaneció el día siete, y vi gran cantidad de caballos y soldados suponiendo nuevamente se reunían en la plaza, yo me inquiría cómo salir de allí sin peligro, quería hacerlo, los movimientos de tropa me albergaban miles de pensamientos, a veces fantasiosos. Desde que estuve escondido, a mi mente llegaba todos los días el recuerdo de mi adorada Elvira y mis hijos, pensando estarían con el corazón en la boca por la angustia, sin noticias mías, seguramente creyéndome muerto; hacía votos al cielo para que todo cesara y pudiera encontrarme nuevamente con ellos, esos recuerdos me daban fuerza y tomaba valor para no arriesgarme innecesariamente, por eso no volví a intentar ir por el río, además por los movimientos de soldados y animales, preví que pronto sucedería algo, quizás se aprestaban a abandonar Charalá, y no me equivoqué, todo ese día fue de correrías, ires y venires, mucha agitación de caballos, mulas, cajas y petacas, soldados que iban y venían, a lo lejos sobre el altozano un grupo de oficiales, en los que a cual más, ataviado con uniforme, charreteras y sable, deduje era el coronel Lucas González, daba órdenes que no oía por la distancia de dos cuadras, pero que podía distinguirse de los demás; su ejército seguramente en frente y formado atendía sus órdenes militares. 

Esperé con ansiedad su partida, pero no, el día transcurrió con mucho movimiento y mi salud había comenzado a menoscabarse, sentía fiebre, debilidad y una tos persistente que me asustó que el ruido pudiera ser escuchado por algún soldado, me cubrí la boca con mi pañuelo para apaciguar los estertores, el sereno de las madrugadas y las noches frías hicieron mella en mi cuerpo que además estaba todo picado por los mosquitos y los bichos, y aunque para dormir me cubría con tablas y ramas, el frío me hacía levantar para mover un poco mi cuerpo y frotarme buscando calor, dormía a intervalos, y con el mayor sigilo iba al solar vecino en busca de ahuyamas, fue penoso, me ardían los ojos y la garganta, la debilidad estaba por todo mi cuerpo, olía mal, estaba sucio, la cabeza y mi cara llenas de tierra y mis ropas eran una desgracia, solo rogaba por mí a Dios que me dio la vida, no me la quitara, de solo pensar en mi adorada Elvira renovaba mis fuerzas y esperanzas de salir de esta angustia que me embargaba y hacía salieran lágrimas desahogándome de las penas en que me hallaba, así llegó la noche sin ninguna otra novedad exterior.

El ocho de agosto llegó con sus primeras luces tímidas comenzando a apagar las estrellas y luceros del cielo y por primera vez logré escuchar el canto de las aves llenándome de mucha emoción, la noche fue terrible, la fiebre y la tos fueron mucho más sentidas y constantes, casi no podía conciliar el sueño, no me importó si me oyeran, pero además no quería perder el poquito calor del escondite de palos, pero la vejiga y el estómago me obligó a salir a evacuar, no escuché más que aves, me asomé por la tapia y vi todo tan apacible por la penumbra de la madrugada, observé a lo lejos y hasta donde los árboles me lo permitían, el hilo claro sobre el horizonte limpio de nubes, que la luz abrazaba los filos de las montañas que guardaban y protegían a Cincelada y Coromoro, solo me restaba esperar un poco, al rato volví a ver y ya con un poco de más luz se me presentaba la soledad de las calles, no se oían las campanas de la iglesia, pues desde el día cuatro dejaron de sonar.

Todo era silencio, no había soldados, ni gente, ni caballos, me sobresalté y quise saber más, pero por dentro algo me impulsaba a salir de allí, la tos y la fiebre amainaron por la excitación que me producía el silencio, esperé con ansiedad un instante, nada, bajé de allí y me dirigí a las puertas del cementerio entreabriéndolas con cuidado y prevención, escuché claramente el ruido acompasado y chirriante de sus goznes, asomé mi cabeza con precaución, miré hacia la entrada de la capilla con rapidez, luego hacia la callejuela y todo lado, no había nada, salí y subí un poco y me topé con el cadáver de una persona, tal fue mi impresión que di un salto y creí salírseme el corazón de mi pecho al tiempo que ahogué un grito con mi pañuelo, los cerdos y los perros estaban acabando de roer lo que quedaba de él, yacían pedazos de esqueleto y trozos de carne adheridos en algunos huesos, la cabeza había sido arrancada y se encontraba a unos pocos pasos del resto, un hedor a podrido inundaba el sitio, recordé al compañero muerto en la huida y pensé los soldados lo arrastraron hasta allí y por eso los ladridos y gruñidos que escuchaba y las pedradas de los soldados que me hicieron sobresaltar.

Ecolecuá - La batalla del río Pienta en 1819. La lucha... | Facebook

Pasé rápido a la esquina de enfrente cubriéndome con la tapia que encerraba el solar hasta bien debajo de la callejuela, miré sobre la calle sin ver a nadie ni escuchar nada, las paredes se veían largas a lado y lado de la cuadra, cargué mi pistola llevándola presta por cualquier sorpresa, con la boca cubierta con mi pañuelo bajé de espaldas contra la pared hasta encontrar los resquicios de la pesebrera de la primera casa, así con mucho cuidado y con apenas luz suficiente en la claridad de la mañana, llegué a la esquina de la plaza, todo era soledad, observé rápido pero con detenimiento para todo lado sin ver movimiento alguno, eso me dio tranquilidad, y bajé a la plaza no sé por qué, encontrándome con la escena más terrible de mi vida, como si la angustia de haber estado escondido en medio de cadáveres, lleno de constante miedo pareciéndome era aprehendido en cualquier momento por fantasmas y espantos y aun soldados, fuera poco, comencé a ver las terribles imágenes que estaban frente a mí, personas colgadas de los balcones, unos del cuello, otros de los pies, aun de los árboles de la plaza, o amarrados a los troncos, sin cabeza, o con sus brazos y piernas mutilados, sin orejas, narices o con los ojos fuera de sus cuencas, algunos degollados, abiertos sus vientres con las tripas colgando hasta el piso, lo que quedaba de ellas, pues los gallinazos, los cerdos y los perros habían hecho su festín, mujeres desnudas, seguramente vejadas y luego asesinadas, destrozadas; pedazos de cadáveres esparcidos por todas partes, tal era el horror que vomité no sé qué, y se llenó de mi un temblor que no sabía si lloraba, gritaba o gemía, en mi cuerpo solo sentía punzadas infinitas y no acataba qué hacer, vi cantidad de cadáveres por doquier, amontonados, decenas que seguramente fueron fusilados.

Como pude solo atiné a pensar en mi casa, y con dificultad movía mi cuerpo, fui por el costado de la iglesia por la calle real caminando por entre cadáveres hasta antes de la esquina, las puertas estaban abiertas y adentro por doquier un desorden total, los soldados habían estado allí revolcaron todo, saquearon la casa, ropas tiradas, los muebles una desgracia, la vajilla destruida. Busqué agua y sacie mi sed, lavé mi cabeza, cara y manos, ya un poco calmado escuché gente en la calle, salí y vi tres personas que con sombreros y el rostro cubierto venían con mucho sigilo, con mi pistola lista en una mano y el sable en la otra les salí al paso y les inquirí quiénes eran y asustados de verme por la sorpresa gritaron no les hiciera daño, que eran vecinos y venían a ver porque en la noche siendo la una o dos de la madrugada, en distancia como a legua y media del pueblo, oyeron mucho ruido de caballos por estar su rancho cerca del camino y salieron a esconderse en el monte cercano, vieron gran cantidad de soldados que llevaban gente presa, que esperaron prudentemente hasta después que pasaron y se vinieron para el pueblo en busca de sus familiares sabedores de lo que había ocurrido aquí, viendo desde la llegada los destrozos y gran cantidad de muertos por las calles, que estaban muy asustados y venían rezando el rosario cuando yo aparecí.

Tranquilizado y con la ayuda de estas personas que se ofrecieron a acompañarme un rato al reconocerme y como pudieron hicieron un poco de orden en mi casa y prepararon como desayuno una changua para mí, porque no había más, lo que no consumieron se lo llevaron las tropas del rey, huevos, pan, carne salada, las gallinas, el jamón, los cubiertos, algunas ropas, mantas y lo que pudieron encontrar y les podía servir, me asee y cambié de pantalones y camisa, que por fortuna hallé unos pocos, los zapatos los mismos porque no encontré otros, se los llevaron también, quedé más a gusto en mi presentación, busqué en el solar unas hierbas medicinales para curar mi afección tomando aguas y pensando en ir a buscar a mi esposa e hijos, ya estaba solo porque los infortunados ayudantes se fueron a encontrar a sus familiares, o lo que quedara de ellos, agradecí en silencio su ayuda, en eso escuché gran tropelía en la calle y salí presuroso a averiguar, viendo que se trataba del Capitán don Fernando Santos, el Coronel Morales, don Antonio Tovar, los Amaya, Ardilas, y demás comandantes con toda su tropa que se tomaban nuevamente a Charalá, el encuentro fue muy emotivo para mi renovando un poco mis fuerzas después de haberles relatado mi desventura a los oficiales y comandantes y de habérseme proporcionado alimentos decentes, fui invitado a seguir en aquella tropa como comandante a lo que muy amablemente decliné de su ofrecimiento.

Don Fernando Santos me dijo del triunfo de Bolívar el día siete que destruyeron las tropas del coronel Barreiro, lo que me alegró inmensamente, que el pasado cuatro en su huida habían sido perseguidos por Lucas González hasta Cincelada, pero que dado que nada conseguía se devolvió para esta, mientras tanto hubo reorganización de la milicia decidiendo volver a Charalá con toda la gente para ahora encontrarse con el horror que les proporcionaba lo que veían, el hedor invadía las calles, casas y plaza, los que habían huido a los montes, a Riachuelo y a Ocamonte habían comenzado a volver con la noticia que los godos abandonaron el pueblo, el llanto y los gritos se oían por doquier, especialmente de las mujeres, supe igualmente por boca de algunos que se libraron de la muerte, que el cuatro muchos fueron donde el Coronel en solicitud de perdón y piedad, y que solo encontraron el filo de la espada en los tres días siguientes, en la plaza mandó fusilar decenas, mutiló, degolló, torturó sin escrúpulo alguno, permitió que sus soldados vejaran a cuanta niña y mujer caía en sus manos, incendiaron casas, aun con gente dentro de ellas, saquearon muchas otras, especialmente se ensañaron contra la de las gentes más ilustres y prestantes, (lo que me constaba porque la mía quedó un desastre) y lo peor, que los que buscaron refugio en el sagrado recinto de la iglesia, y de los que se salvaron de la ferocidad de los soldados, contaron que allí fueron asesinadas muchas personas, hombres, mujeres y niños, saquearon las joyas de la cofradía, los ornamentos de oro, plata, esmeraldas, rubíes, perlas y demás que había, la sangre corrió empapando hasta el sagrario, lo que verificaron los que fueron enviados allí por don Fernando Santos, diciendo que solo habían encontrado pedazos de cadáveres por doquier y que se los comían los perros y los cerdos; Lucas González dio orden terminante bajo severo castigo que no se enterrara ningún muerto para que sirviera de escarnio y ejemplo a quien en adelante osara sublevarse, yo por fortuna estaba sentado porque sentí desvanecerme volviendo en mi con ayuda del encargado de sanidad que venía de Boyacá con el Coronel Morales, que aunque no era doctor en medicina, sabia tratar de muchas dolencias y heridas.

Las guerrillas y las mujeres en nuestra primera Independencia ...

Restablecido, se me comunicó que uno de mis sirvientes estaba buscándome hacía rato por todas partes pensando que tal vez estaba muerto, y que como llegaron los comandantes supo que yo estaba entre ellos, alegrándome sobremanera, diciéndome que mi esposa, en la tarde de ayer se había ido a la hacienda de la Capellanía y había dado orden para que se me encontrara, sabedora de la partida del ejército real, que aunque se le veía triste y pensativa, rezaba el rosario constantemente por mí, no pude más y con el caballo que me trajo mi esclavo José María, dispuse marcha inmediata para mi hacienda en busca de mi adorada Elvira y mis hijos, deseándoles éxitos a don Fernando Santos, al Coronel Morales, a Tovar, los Amayas, Gómez, Lineros, Ardilas, Hurtado y muchos otros que quisiera anotarle en este relato, recibí un gran abrazo de don Fernando Santos, los Amayas y otros, igual lo hizo el Coronel Morales quien al instante dio orden inmediata se cavaran algunos fosos en la plaza para enterrar allí los cadáveres que se pudieran, los que había dentro de la iglesia y algunos de la plaza, esto para evitar un espectáculo morboso, innecesario y doloroso para muchas familias.

No todos los que bajaron con las tropas de Cincelada y Coromoro se fueron para Oiba y Socorro, pues se trataba de organizar un batallón con el nombre de Rifles de la Guardia, al mando de don Fernando Santos, con el mismo grado de Capitán, según órdenes del General Bolívar a quien se le llamaba merecidamente El Libertador. Repuesto en mi ánimo y entre hombres armados de lanzas, fusiles, espadas y demás, fui despedido casi que con honores y en medio de esos grupos que alzaban sus armas, como haciendo calle se oían gritos de vivas y aplausos, lo que francamente consideré no merecía, pero que aquellos amigos dijeron era justo por lo que había pasado. Partí de allí sintiéndome libre y con nuevos aires de esperanza, pero sentía también una gran herida en mi corazón, las lágrimas me brotaban constantemente atravesando mi alma, desde ese día comencé a sentir miedo, un miedo a no sé qué, a muchas cosas, pero también a nada, y que no sé cómo sacar.

El encuentro con mi familia fue de alegría, pero con mucho llanto. Supe que el Coronel Cruz Carrillo, enviado con tropas desde el mismo campo de Boyacá después de la victoria del siete de agosto, se encontró con las del Coronel Lucas González que iban para reforzar a Barreiro, causándole desbandada, algunos muertos y prisioneros, que tomó rumbo de regreso pero no tuvo valor para pasar nuevamente por Charalá, pues el muy cobarde había encontrado fuerte resistencia y sabiéndose perseguido por la retaguardia, buscó ruta para escapar hacia el norte, pues no tenía otro camino. Pasó por Ocamonte evitando entrar nuevamente a éste y con las sombras de la noche en marchas forzadas y la soledad de los caminos llegó a San Gil, desvió para Onzaga, y creo sigue camino para Cúcuta huyendo de nuestros hombres. Ruego a Dios se apiade de los pueblos y de las gentes por donde pase, pues lleva en su corazón el odio y la sed de venganza y de la sangre de inocentes, porque su único pecado es el de querer ser libres.

Así amigo mío, ruego venga a ayudarme en estos funestos días para expulsar de mí, todos esos recuerdos que cada vez renacen aún, cuando estoy despierto, llegando nuevamente la vivencia de esos días terribles. Por expresa petición di orden para no saber noticias de lo que sucede en otras partes, no queriendo estar al tanto de guerras, ni de muertes, y por ello hasta el día de hoy no he vuelto a Charalá, para no recordar lo que vi y viví. Así me despido con la esperanza de verle, y si puede acudir pronto hágamelo saber por medio de una misiva que traerá mi fiel servicio, rogando a Dios lo cubra de paz y felicidad junto a su querida esposa Ana y sus hijos, a quienes llevo en mi corazón. Su amigo que nunca lo olvida. 

 

 

Don Fernándo Arias Nieto.



JOSE NAURO WALDO TORRES QUINTERO
T. P. 4650 del MEN
San Gi, julio 28 de 2.020




sábado, 16 de mayo de 2020

ISAÍAS ARDÍLA DÍAZ, EL HISTORIADOR GUANE

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La huella que dejó en los feligreses de numerosas parroquias de la Diócesis de Socorro y San Gil, son imborrables. el rastro que ha dejado en la historia con sus publicaciones sobre algunos municipios donde laboró, prevalecerá como referente. Las señales que dejo en la recuperación de la historia de San Gil en el libro “San Gil 300 años”, el origen de la cultura santandereana lo plasmó en el libro, “El pueblo de los guanes”, así como otras en tantos libros, son y serán de consulta obligada para quienes, buscan en las paginas del olvido los hechos que nos remontan al pasado para encontrar algunas explicaciones del presente y a la vez, encontrar los orígenes de nuestra identidad cultural.

Sus publicaciones serán recursos de consulta para historiadores, antropólogos, sociólogos y politólogos, y quienes, en una palabra, se inquieten por el origen de nuestra cultura santandereana, pues al sacerdote escritor le debemos el rescate  del origen, evolución y fin de la cultura de nuestros ancestros, los Guanes que vivieron entre los ríos Suarez, Fonce y Chicamocha, etnia que hablaba el chibcha y que describe un cronista que vivían en unas treinta mil casas.

Para contribuir con lo que hay en la red sobre este insigne Zapatoca que ofrendó su vida con el sacerdocio a los católicos de la jurisdicción eclesiástica donde nació y estuvo incardinado, escribo esta crónica.  Con esta motivación sigo escribiendo sobre personajes que han dejado huellas en las comunidades donde laboraron.

Le conocí en 1978 y en agosto de 1983 le entrevisté para el periódico JOSE ANTONIO en la edición 41, pagina 13. En ese entonces, escribí:

Desde niño jugaba con sus hermanos a celebrar la misa y hacer procesiones con ocasión de la semana santa; jugaba a ser explorador yéndose al campo a buscar piedras con formas de animales que fue coleccionando desde entonces, y luego de mas de medio siglo después se exhiben en el museo Guane que él mismo  organizó y dejó como prueba en el corregimiento de Guane, que la regiones  del Guanentá, Socorro y Vélez hasta Leiva en Boyacá fue mar hace millones de años.

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VIDA Y OBRA SACERDOTAL

Mientras que en Colombia los liberales por primera vez fueron mayoría en el congreso, y el presidente Laureano Gómez declarara la paz interior  y  guerra en la frontera contra El Perú, y Guillermo León Valencia es nombrado presidente del congreso y se publicaba el libro de Fernando González, “Don mirocletes” que fue excusa para ser excomulgado por el arzobispo de Manizalez, y Charles Chaplin se casaba; Isaías Ardila Díaz era ordenado sacerdote en la Diócesis de Pamplona.

En los municipios de Cincelada y Coromoro lo recuerdan con cariño; y en Puente Nacional, aun lo lamentan, pues fue el cura que dirigió la parroquia por pocos días, ya que algunos liberales, conociendo el origen y talante del cura, ordenaron poner un petardo en la casa cural en la que descansaba el levita, viéndose obligado a salir a hurtadillas para proteger su integridad protegido por soldados.

Los mogotanos lo veneran pues fue el párroco que propició el desarrollo del municipio con la construcción de tres colegios:  Don Bosco, el agropecuario y la normal, además la casa del anciano, la casa de la comunidad, el teatro, el Hogar de Nazareth y el Amparo de Niños, y,  la conformación de la cooperativa de ahorro y crédito, entre otros,  en el transcurso de 15 azarosos años de trabajo pastoral que cambiaron el rumbo de este municipio fiquero.

En Zapatoca, su tierra natal figura en la palestra de los reconocidos hijos de la ciudad levítica. Allí también dejó huellas. Dio por terminado el Ancianato, arregló el campo santo, fomentó la fe cristiana y contribuyó en las soluciones de los problemas que aquejaban a los campesinos en esa época.

Escribir sobre este insigne historiador es pertinente citar a los miembros de su familiar, personas  con destacados logros en Santander. Fueron 14 hermanos en el hogar de don Leónidas Ardila y doña  Ana Josefina. El Dr. Benjamín Ardila Duarte, fue alcalde de Zapatoca, San Gil Y Barrancabermeja; Isnardo fue director del Instituto de desarrollo urbano del Distrito; Gerardo Ardila Díaz es el gestor de Ferretería Al Día; y fueron dos hermanas religiosas dominicas.

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Isaías Ardila Díaz murió pastoreando a los pobres a quienes instaba a ahorrar en vez de tomar guarapo y son precisamente esos pobres y sus descendientes que lo recuerdan como un cura con talla y talante, con brío y con autoridad de taita, con conocimiento y sencillez, con juicio y el don de servir sin condiciones.

EL PUEBLO DE LOS GUANES

Turistas nacionales e internacionales al visitar Barichara han contemplado la cristalización de las aspiraciones del padre Isaías Ardila: El museo Guane en el corregimiento del mismo nombre. Fue  este lugar donde pudo culminar sus investigaciones sobre los indios Guane plasmadas en el libro “El pueblo de los guanes”.

Reza este histórico libro: “ DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA.

"El primer conquistador que penetró en territorio de los Guanes fue AMBROSIO ALFINGER,, por orden del Emperador Carlos V, que a principios de 1528 celebró un tratado con los alemanes concediéndoles la conquista de las tierras comprendidas desde el límite de la gobernación de Santa Marta hasta Marcapana, hoy Venezuela. Es extraña esta concesión a los alemanes porque los españoles se creían dueños absolutos de todas las tierras comprendidas más allá del descubrimiento de Colón.  En ese entonces Alfinger era agente en Santo Domingo de los grandes banqueros Welter y recibió de la Corona el nombramiento de Gobernador de las tierras cedidas a los alemanes. 

Nació Alfinger en Thalfinger, población cercana a ULM (Alemania); el nuevo gobernador pronto empacó maletas ilusionado por las noticias que se tenían de que los indígenas se bañaban en oro; con este pensamiento se hizo a la vela el 24 de febrero de 1529 llegando a Coro, en Venezuela, fundando en junio, de ese mismo año la población de Maracaibo. Después de casi un año de permanencia en Coro, emprendió, el primero (1º) de septiembre de 1531, el proyecto de llegar a los confines de Guane en compañía de Pedro Gutiérrez, soldado que impulsó a Alfinger a esta conquista, como también el valeroso capitán Bartolomé Hernández de León, que más tarde sería alcalde de Guane; en compañía de 40 jinetes, 120 hombres y muchos indios esclavos y después de muchas penurias y de encarnizadas luchas con los naturales que iban encontrando a su paso, llegaron al valle del Río de Oro, cruzaron sus aguas y ascendieron a la meseta de Bucaramanga, en los dominios de Guane.

La opinión más común y aceptada es que el reino de los Guanes cobijaba también el oriente de toda la meseta de Bucaramanga, ejerciendo dominio sobre Floridablanca, Piedecuesta y Lebrija. En su periplo por querer dominar las tierras del dominio Guane, encuentran inicialmente la belicosidad de los Yariguíes, que en encarnizadas batallas quedan muertos varios indígenas por la diferencia en armamentos de los expedicionarios al frente de los naturales; siguen su camino llegando a la laguna, que después se llamó de San Mateo; en este valle encontraron muchos caracoles y moluscos que hicieron las delicias de los expedicionarios, dándose a la llanura el nombre de “Valle de los Caracoles”.

 El Guane: Los guanes no fueron guerreros

Por las penurias de este viaje sin sentido, Alfinger ordenó a uno de sus más valientes capitanes, Estéban Martín, fuese a inspeccionar un pequeño caserío de indios que habían divisado desde uno de los montes cercanos, con el fin de conseguir provisiones. El capitán se dirige al pueblo llamado “Elmene”, los naturales corren a defender sus tierras desatándose una carnicería que, como siempre, la ganan los invasores. Alfinger, al enterarse de la abundancia de los frutos hallados en Elmene, resuelve girar hacia esta región. Los indios, al enterarse, prendieron fuero a los bohíos antes de huir, lo que obliga a los expedicionarios a refugiarse allí con bastante incomodidad, permaneciendo cinco días; reanudando la marcha escalando la cordillera, hasta llegar a las altas cumbres del páramo; el frío mortal y la soledad de esos terrenos dificultaron el paso de Alfinger y de sus huestes causando la muerte a muchos de los indios cargueros y a no pocos soldados. Después de muchas y penosas jornadas llegaron a Servitá en los dominios de Los Laches; allí descansaron unos días después de haber perecido muchos indígenas que llevaban como esclavos, como también muchos de los expedicionarios.

En su desesperación por lo agreste del terreno, Alfinger resuelve regresar a Coro, en Venezuela, poniendo fin a la idea de querer dominar a los Guanes. Decidió a atravesar el Páramo del Almorzadero, llegando al valle que después se llamó del Espíritu Santo, donde más tarde sería fundada la ciudad de Pamplona. Desciende por las orillas del río, donde hoy se encuentra la ciudad de Chinácota, guiándose siempre en busca del lugar de dónde habían salido a esta heroica, pero loca expedición.

Pero los enfurecidos Chitareros impidieron el paso del, ya mermado pero intrépido grupo de Alfinger y después de una encarnizada lucha lograron clavar una de sus flechas en el cuello del jefe enemigo, Alfinger, quién murió días después. Sus compañeros, afligidos por la muerte del caudillo sepultaron piadosamente su cadáver junto a un frondoso árbol, colocando el epitafio siguiente: “En Alfinger fue nacido una ciudad de Alemania. Tierra bárbara y extraña tiene mi cuerpo escondido en medio de esta montaña. Muerto de crueles manos de los placeres humanos no llevó mejor placer que morir donde ha de ser habitación de cristianos.”.

Es muy difícil hacer un juicio imparcial y justiciero de este varón, a quien muchos historiadores llaman “el cruel de los crueles”, culpándolo de atrocidades con los indios, pero es justo reconocer que fue un hombre de una intrepidez asombrosa; a su actitud cruel, causa común a todos los conquistadores unió rasgos de verdadera nobleza, que para concluir, podemos decir que, “persona bien nacida y eminente, y cuya dirección y valentía se puede bien decir, ser excelente”".

CORDILLERA DE LOS COBARDES

MARTIN GALEANO CONQUISTA LA PROVINCIA DE GUANE

Ambrosio Alfinger fue ciertamente el primero que con sus huestes puso el pie en las tierras de los Guanes; pero la historia, con toda verdad, consagra el nombre del Capitán MARTIN GALEANO, como el verdadero descubridor de los dominios del gran Cacique GUANENTÁ; después de la cruel muerte infligida a su jefe Alfinger por los Chitareros, Martín decide salir a la conquista de los Guanes y el 21 de enero de 1540 inicia su marcha llegando tres días después al pueblo de POASAQUE donde encuentran al Cacique CORBARAQUE. Galeano finge amistad con los naturales, para así apoderarse de sus tierras, condicionando la amistad al vasallaje al Rey y a la entrega de los tesoros de aquellos, logrando hacer con ellos mutuas promesas de paz, siendo las condiciones siempre desiguales, con la balanza pegada al suelo para los indios, que perdían su libertad y juraban obediencia a un señor de ultramar, conocido solamente por las humillantes cargas que les imponían sus representantes. Galeano, siempre en camino hacia la tierra de los Guanes, se encuentra con el Cacique BABASQUEZA y más adelante con el Cacique POIMA que, como el primero, lo recibe amistosamente y obsequia a los invasores con el fruto de sus campos y le brinda el vino generoso de los Guanes; en todas las tierras iban tomando posesión a nombre del Rey y les ofrecía buen trato a los naturales, si se sometían; de lo contrario, se les amenazaba con arrasar sus pertenencias y llevarlos a la muerte.

Tesoros guanes, la búsqueda de la génesis - Periódico 15

Galeano, con sus infantes, desciendo luego por el cauce del Río Mochuelo (hoy llamado el Fonce), encontrándose con un poderoso y rico Cacique llamado MACAREGUA, jefe de una poderosa tribu que, ante la noticia de la llegada de los españoles, se habían convertido en un poderoso ejército, que bien ordenados y ardidos de furor no retrocedieron ante sus atacantes, sino que les hicieron frente logrando dar muerte al español Pedro Vásquez, que presuntuoso se adelantó a lo demás con el ánimo de ensartar en su lanza a uno de los más valientes indígenas; los indios arrastraron su cadáver y lo llevaron, como señal de triunfo hasta la puerta de la mansión del cacique.

El sacrificio de Vásquez enardeció a los españoles trabándose entonces una de las más terribles batallas, en las cuales las armas españolas obtuvieron la victoria; en el campo de combate quedaron muchos indios muertos y muchísimos heridos, y como botín para los intrusos mucho, pero mucho oro, tanto que les permitió herrar sus caballos con “oro bajo”. De todas maneras la belicosidad de los naturales al mando de MACAREGUA y de las gentes de las tribus vecinas hizo que los 3 conquistadores se vieran obligados a cambiar de ruta.

 Galeano y su gente se dirigen entonces hacia el suroeste llegando a un pueblo de nombre GUANENTA; toda la confederación de cacicazgos de Guane estaba enterada de la invasión de los españoles, y los indios, justamente enfurecidos, lucharon con enloquecido arrojo comandados por el CACIQUE GUANE o GUANENTA. Los Guanes tocaban sus trompetas de caracoles, levantaron una espantosa gritería y además de disparar sus dardos y flechas envenenadas, arrojaban grandes piedras hacia la hoya del río, para impedir el avance español. Estos, al ver el ardor de los indígenas, tan bien atrincherados, se unieron en un solo escuadrón y resolvieron hacer a los naturales, muy inferiores en armas y en estrategia militar, una artera jugada: dejaron en el frente de batalla unos pocos soldados con algunos indios amigos, y el resto de los arcabuceros y toda la caballería dieron la vuelta y sorprendieron a los indios por la espalda, atacándolos con tanta crueldad que quedaron tantos muertos y heridos que fueron pocos los que escaparon. Luego los vencedores recogieron todo el botín, particularmente varias piezas de oro que traían los muertos. Allí cayó el gran CACIQUE GUANENTA, quien ofrendó su vida en defensa de los suyos, marchando con ellos a la vanguardia para infundirles valor y como el más esforzado y mayormente preocupado por el bien y el honor de su raza. Nuestro gran poeta curiteño y guanentino, Ismael Enrique Arciniegas, idealizó con brillante pluma y viva imaginación el fin glorioso de este gran señor: “Después de tres combates iba en derrota. El día brillaba en Macaregua como una llamarada y contra pedregones, en la árida hondonada el Chicamocha, en blancas espumas se rompía".

Guanentá con su gente el peñascal subía haciendo rodar piedras, la ira en su mirada; Galeano y sus soldados siguieron la jornada por entre los barrancos de la agria serranía. Ante los arcabuces, su fila ya deshecha subió el Cacique a un risco bañado en resplandores; Y cuando ya en su aljaba faltó la última flecha, su airón de rojas plumas despedazó bravío el arco de macana lanzó a los invasores y de un salto, sobre ellos, precipitóse al río”. Terminada la hetacombe, el grupo de Galeano y sus caballeros marcharon a otro pueblo llamado BUTAREGUA, de fértiles tierras y con agua abundante y tan bien repartidas en acequias, que llamó mucho la atención de los hispanos. Los indios butareguas no esperaron a los españoles, pues ya sabían de la crueldad que habían mostrado con sus vecinos de Guanentá; abandonaron sus chozas y se fortificaron en la parte alta, en las cuevas y salientes de la peña de Butaregua".

Los españoles, con táctica malévola, simularon subir hacia ellos, y estando ya cerca de la parte alta, se devolvieron, haciendo creer a los indios que lo hacían por temor a ellos. Así lograron que éstos descendieran en su persecución hacia la parte baja, donde era más fácil combatirlos; Galeano y sus acompañantes los embistieron sacrificando muchos indígenas: los pobres indios, viendo los estragos sufridos entraron en concierto de obligada paz con Galeano, quien los prometió dejarlos en usufructo de sus ricas tierras. Este pacto de amistad fue pronto conocido por los cacicazgos vecinos, que recibieron muy bien a los invasores. Debemos anotar que ninguno de los historiadores mencionan víctimas españolas en estas batallas, a no ser la de Pedro Vásquez; pero sí cuentan de los numerosos indios que murieron en defensa de sus tierras y de sus derechos naturales y sacrosantos, entre ellos el inmortal Cacique Guanentá y señor de las tierras  Guane".

ENCUENTRO CON EL VALEROSO CHANCHON

"Prosiguieron de Bócore hacia arriba, pero no con el mismo éxito obtenido en los pueblos últimamente recorridos. Los indios de CHAGUETE y BOCORE no opusieron resistencia, sino que prometieron sumisión dando muestras de generosa amistad. Los YANACONAS anunciaron a los conquistadores que se acercaban a un gran pueblo de un poderoso y temido Cacique: CHANCHON".

"Galeano envió una embajada de veinte soldados y seis de caballería, para anunciar a los chanchotes que llegaban en son de paz y amistad; muy diferente parecer tuvo por entonces Chanchón, pues no sólo no vino de su voluntad, como los demás, a tratar de paz con los españoles, sino que despreció la embajada con arrogancia, atacando a los expedicionarios con palos y piedras, respondiendo los españoles con demasiada crueldad con espadas y lanzas no escapando ninguno, capturando al Cacique, que maniatado hizo compañía a los demás llevándolo hasta la presencia de Galeano, apaciguándose por el momento como un león enjaulado, el valeroso e imponente Cacique. Los españoles, ante las promesas y obsequios de todos los caciques anteriores y ante el prudente silencio de Chanchón, creyeron tener ya completamente dominada toda la provincia de los Guanes".

"Cumplido ya el objetivo que se habían propuesto, Galeano y sus acompañantes resolvieron regresar a Vélez por la banda izquierda del Saravita (Suárez). Fray Pedro Simón cuenta que a su regreso de Guane, fueron “tan bien recibidos por el buen suceso de dejar la tierra de Guane en paz, sin haber perdido más que un soldado, ni peligrado ninguno”.

Es triste recordar que únicamente el español Pedro Vásquez fue muerto, y en cambio, fueron muchos los indígenas sacrificados bajo las lanzas y los caballos de los invasores. 

Los indígenas nunca en su vida habían visto un caballo y mucho menos alguien montado en él, de modo que la sorpresa fue mayúscula, de tal modo que algunos los consideraban “dioses” y no tenían, por supuesto, la idea de cómo liberarse de ellos. Esta circunstancia y la gran diferencia en armamento fue la consecuencia de la mortandad de los naturales en relación con la de los españoles.

Lo que no se imaginó Galeano fue que al dejar vivo y libre de movimientos al Cacique Chanchón, él se vengaría, y en qué forma la humillación y muerte de sus hermanos.

Cuando Galeano marcha hacia Vélez, deja al encomendero Alonso Guasón al mando de la encomienda constituida con Chanchón y sus subordinados; Chanchón finge amistad con el encomendero y logra escapar a sus antiguas tierras, que para ese entonces se habían encomendado a Jerónimo de Aguayo, quien la administraba desde Vélez. Aguayo no quedó satisfecho con el tributo que pagaba el monarca indio y sus vasallos, y resolvió enviar a tres soldados, para que de todas maneras, cobraran mayor impuesto al Cacique. 


"El jefe indio los recibió con aparente mansedumbre y los alojó en una de sus viviendas y luego, sin que éstos lo advirtieran, reunió a cuatrocientos de sus vasallos, que se lanzaron de noche sobre los tres españoles, cuando éstos se creían más seguros.; naturalmente todos cayeron ultimados por los indígenas; el orgullo español se sintió profundamente herido al conocer, por medio de uno de los yanacones, que pudo escapar del asalto, la muerte de los tres soldados". 

"En Vélez, a Galeano le causó gran revuelo esta noticia, angustiosa para los hispanos, pero satisfactoria, sin atreverse a manifestarlo, para quienes tenían que soportar la dura carga de los tributos reales y envió otro grupo mas numeroso de soldados, al mando del Capitán Juan de Rivera, quien hizo la guerra lo mejor que pudo con más excesos de rigor, que blandura; Chanchón y los caciques del territorio de los Guanes continuaron en su rebeldía contra los españoles y se negaron a pagar los tributos que se les exigían".

CACHER, nombre propio del gran Cacique Chanchón, previó la venganza española: reunió a todos los Caciques vecinos con huestes numerosas para tratar de resistir la furia de los españoles y aún alejarlos definitivamente del territorio Guane; el Capitán de Rivera envía un fuerte destacamento al mando de Pedro de Ursúa y al hallar a los indios listos para defenderse con un ejército de miles de guerreros, se lanza enfurecido sobre ellos, y con la superioridad incomparable de sus armas, y la majestuosidad de sus caballos, logra derrotarlos.

Los vencedores, orgullosos de su innoble victoria, se precipitaron sobre los pobres indios y efectuaron la matanza más  grande y vergonzosa de toda la historia de la Conquista, en donde murieron cientos de miles de indios en la porfiada lucha, recibiendo la quebrada, frente a la cual se libró tan encarnizada batalla, el nombre de “LA QUEBRADA DE LOS CINCO MIL”, nombre que aún conserva, como un homenaje a estos antepasados nuestros. (Esta quebrada está localizada entre El Palmar y El Socorro)". 

El historiador Rodríguez Plata escribe que Chanchón sobrevivió a esta masacre, que el aguerrido monarca continuó defendiendo a los Guanes y llegó a enfrentarse, en posteriores ocasiones, cuatro veces con los españoles. Estos, al fin, lograron sorprenderlo en una emboscada y dar fin a la sublevación de los Guanes, después de nueve años de lucha, matando a los jefes indígenas y a su máximo conductor, CACHER o CHANCHON. De esta forma, la sangre de los CHALALAES, MACAREGUAS, BUTAREGUAS, GUANENTINOS, CHUAGUETES, TAMACARAS y CHANCHONES, corrió hasta convertir en ríos de sangre el Saravita; saltó hasta enrojecer la “Quebrada de los Cinco Mil” y voló hasta confundirse con la sangre de nuestros patriotas, para teñir de rojo nuestro pabellón nacional.

Chanchón, consciente de sus derechos y de los todas las tribus circunvecinas, confiado en su fortaleza, en su voluntad resuelta hasta el heroísmo y en el número y fidelidad a toda prueba de sus vasallos que lo amaban y admiraban, desprecia primero a Galeano y sus soldados; luego resiste a la ambición de los españoles, sacrificando a sus emisarios; lanza luego un grito de alerta a todos los Caciques y tribus de esta región, se ciñe el penacho de jefe supremo de los Guanes, en reemplazo de Guanentá que había caído en defensa de su pueblo; se enfrenta a un ejército disciplinado y con buen número de soldados de caballería, y llora la derrota de miles de sus combatientes y la carnicería despiadada que hacen de ellos; pero él, no se siente vencido, continúa luchando contra los invasores, hasta que cae, enrojeciendo su manto real con la sangre del martirio, sellando para siempre el dominio español en la Provincia de Guane y los caciques sobrevivientes y sus gentes desposeídos de sus tierras, sometidos como esclavos a un rey desconocido que reinaba más allá de los mares y que se creía dueño y señor absoluto de todas las tierras conquistadas”.

El 13 de agosto de 1990 de dio a conocer el libro que el mismo sacerdote escribió con motivo de los 300 años de La Perla de Fonce.

 La obra tiene el prologo del entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, Dr. Jorge Carreño Luengas, en cuyo texto dice. “ Leer esta obra constituye para los amantes de la historia y para quienes vivimos en San Gil, un verdadero deleite espiritual. En prosa castiza, pulcra, diáfana y fluida, expone el autor todo aquello que su espíritu de investigador ha podido captar sobre la formación, desarrollo, evolución y progreso de nuestra ciudad, tratando múltiples y complejos temas con sobrado dominio de la materia. Nos ilustra sobre el cacicazgo guane, la conquista del territorio por el español Martin Galeano, la fundación de la ciudad, sus primeros años de vida en la época de la colonia, su participación en la revolución comunera, su decisiva intervención en las luchas de la independencia, su vida en la primera república, su influencia cultural y religiosa, sus rivalidades con ciudades vecinas y hermanas, hasta el gran desarrollo social, cultural y económico que ha alcanzado la ciudad hasta nuestros días, resaltando el prestigio de tantas cosas que viven en el pasado, pero que evocan con reminiscencias y añoranzas, para resaltar los valores y virtudes de una raza”.

Se afirma que quien no conoce la historia, o no escudriña en ella, esta condenado a repetirla, y es en los libros en donde encontramos las diversas versiones sobre la historia, pues  la historia se escribe, según la visión de cada historiador.


 San Gil, junio de 2.012

NAURO TORRES Q. 

 

 

 

viernes, 15 de mayo de 2020

Historia del departamento de Santander en coplas



Coplas a Santander en sus 163 años  
 
Queridos Santandereanos
 todos tenemos que saber, 
 por qué nuestro departamento
 hoy se llama Santander. 
 
 Fue en el año 1857  
el día trece de Mayo,
 ley que firma el presidente
 y también su secretario 
 
 El Dr. Mariano Ospina 
dividió la Nueva Granada
 en tan sólo ocho Estados
 y por ley Confederados. 
 
 Aprobaron la división
  liberales y Conservadores,
 serían Estados Federados
 autónomos y mejores- 
 
 De “El Hombre de las Leyes” 
escogimos su apellido, 
y desde ahí Santander 
es la tierra en que vivimos. 
 
 Pamplona, Ocaña y Socorro
  las Provincias del Estado,  
16 Cabeceras Municipales 
y 101 Distritos creados. 
 
 La Asamblea Constituyente
 con 35 Diputados, 
se reunieron en Pamplona
 a elegir el Designado. 

 Nuestro primer mandatario 
 Dr. Manuel Murillo Toro, 
la capital Bucaramanga 
que crecía con decoro. 
 
En el año 1858
 hubo nueva Constitución, 
y Confederación Granadina 
nuestro país se llamó. 
 
El estado de Santander
 pronto cambió de capital, 
título dado a el Socorro
 claro ejemplo de libertad. 
 
 Estados Unidos de Colombia
 con la Constitución del 63, 
otro nombre a mi patria 
y nueve Estados en su haber. 
 
 Son Estados Soberanos
 autónomos para gobernar,
 con libertades plenas
 y un gobierno Radical. 
 
Un cuarto de siglo capital
 del Estado Soberano de Santander, 
dirigió la cuidad del Socorro
 con altura, honra y prez. 
 
 En educación la Edad de Oro
 Escuelas Normales, Agronomía,
 Arte, teatro, bibliotecas, 
de Alemania gran pedagogía. 
 
 caminos, vías, ferrocarriles 
puentes colgantes de acero, 
telégrafo que une distancias
 y Lengerke del gran ingeniero. 
 
Bancos en Bucaramanga y Socorro
 ejemplo en obras sociales, 
20 de Julio y 16 de marzo 
clásicas fiestas Nacionales. 
 
El Socorro perdió el título
  Bucaramanga es la capital, 
decreto temporal que firmó
  el ejecutivo Antonio Roldán. 
 
 La Constitución de 1886
 con un Centralismo muy ufano,
 creados los Departamentos
 adiós los Estados Soberanos. 
 
El 14 de Julio de 1910 
se creó Norte de Santander, 
fuimos uno solo como Estado 
y Departamento también. 
 
 “Santandereano es todo aquel, 
que pise tierra Santandereana”, 
y 163 años después
 es nuestro lema que engalanaría. 

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Curití, 13 de mayo de 2020 
Autora: Ana Isabel Urrea Zafra 
Investigadora Temas histórico 
 

jueves, 14 de mayo de 2020

PROFES@R, GRACIAS...MUCHAS GRACIAS.


 Sin usted, profe..qué hubiera sido de mí?

Dos contadores de historias, rendimos gratitud a nuestros maestros. A la madre, primera maestra. A quienes nos enseñaron con el ejemplo, hoy 15 de mayo, acepte nuestro reconocimiento y aprecio.

 

Esta es otra historia

que yo les vengo a contar

de hombres y de mujeres

que se dedicaron a educar.

 

Ha llegado el mes de mayo

mes de madre y de educador

los que dedicaron su vida

a enseñarnos con mucho amor.

 

Aquí me estoy refiriendo

a hombres y mujeres valientes

que imparten educación

a seres muy diferentes.

 

Iniciando con nuestra madre

que siempre nos corregía

fue mi primera maestra

con postgrado en psicología.

 

También nuestra madrecita

nos enseñó la lección

que antes de acostarnos

hay que hace una oración.

 

Nos aprendimos de niños

de Carreño la urbanidad

nos enseñaba de modales

lo mismo de moralidad.

 

Recuerdo a mis profesores

los de la escuela primaria

a la profe Herminia López

y a doña Amparo de Vargas

 

También al profe Pinzón

y al profesor tombo loco

los alumnos así le decían

porque le patinaba el coco

 

Fue mucho lo que enseñaron

y poco lo que aprendí

a sumar y luego a restar

a leer y hasta escribir

  

La educación ha cambiado

desde la pizarra y el giss

el examen se llamaba previa

ahora evaluación o quizz

 

Los tableros eran de madera

pintados de verde oliva

se escribía con una tiza

y se borraba con almohadilla.

 

Ahora son de acrílico

y blanco es su color

se anclan en la pared

y se escribe con marcador.

 

También a las aulas de clase

la tecnología les ha llegado

las clases que hoy son virtuales

al cuaderno han desplazado.

 

Ser educador hoy en día

es una gran profesión

que requiere dotes de paciencia

y mucha capacitación.

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Que Dios los bendiga a todos

los que imparten educación

muchas gracias, profesores

por hacer grande nuestra Nación.

 

Por eso hoy en su día

yo exalto su gran labor

no importa cómo te llamen

profesor o educador

 

También a los que ya gozan

de su merecida pensión

quienes fuimos sus alumnos

les agradecemos de corazón

 

Y aquí termino esta historia

de alumnos y profesores

muchas gracias a los profes

muchas gracias… educadores.


LUIS MARTINEZ ARIAS

Charalá, Santander.

Mayo 14 de 2.020




martes, 12 de mayo de 2020

Homenaje a l@ s enfermer@s

Por el poeta del Pienta, Luis Martinez Arias. 

Soy un contador de historias
y una historia quiero contar,
la del gremio de enfermería,
a quienes voy a saludar

Enfermer@s de mi país
hoy les quiero felicitar,
hoy que es su gran día,
éste día tan especial.

Día en el que homenajeamos
al gremio de enfermería,
hoy 12 de mayo,
el mes de la Virgen María.

De blanco van revestidos 
con orgullo y devoción
a aquellos que escogieron,
la enfermería por profesión.

Son clínicas y hospitales
sus trincheras de trabajo,
trabajando largas jornadas
incluso con muy poco pago. 

Noches enteras sin dormir
cuidando al que esta enfermo,
no importa ya su cansancio
nunca les falta el tiempo.

No importa la edad ni el sexo
ni la edad ni su condición,
atienden todos sus pacientes
con la misma  devoción.

Una enfermera siempre tiene
dedicación por sus pacientes,
no importa si esta enfermera
 o tampoco si hambre siente.

Son héroes y heroínas
que van vestidos de blanco
que alivian su sufrimiento
haciendo bien su trabajo.

No les da asco mi herida
ni mi nauseabundo olor,
lo único que les importa
es calmarme mi dolor.

Una oración yo elevo 
a Diosito, mi Creador,
que todos los días les de
a ellos, fuerza, fe y valor.

Para que sigan cumpliendo
su admirable labor,
no importa que sea de noche
 o que no haya salido el sol.

Lo tienen muy merecido
hacerles un homenaje
por su trabajo cotidiano,
que Diosito se lo pague.

Aquí termino el relato
con un abrazo sentido
al gremio de la enfermería
un feliz día, yo les digo. 



Cuándo es el Día de la Enfermera en Colombia 2020
















domingo, 10 de mayo de 2020

Amortajado amor


 

Erato se graduó de bachiller cumplidos 15 años. Consiguió el patrocinio para estudiar en el SENA, secretariado comercial en una empresa de Hilados y Tejidos. Para cursar los estudios técnicos debió trasladarse a Bucaramanga y acomodarse en un espacio reducido en casa de la suegra de la hermana mayor que laboraba en la misma empresa de Hilados. A la dueña de la casa le pagaba el hospedaje y la comida asumiendo las labores domésticas en la jornada opuesta al tiempo de estudio.


Al cumplir 17 años conoció a Chepe, un apuesto joven corredor de seguros. Luego de algunos meses de galanteo, Erato aceptó ser novia de Chepe con el temor que los padres le reprochasen por ocupar parte del tiempo en asuntos ajenos al estudio.


Erato regresó a la ciudad natal a hacer la practica en la empresa de Hilados, y ocasionalmente fue visitada por Chepe, una persona agradable que ganó el aprecio de los padres de la estudiante.


Luego de tres meses de visitas a la novia, un domingo al atardecer, estando de regreso a Bucaramanga, fue atropellado por un automóvil fantasma. Chepe murió cuando se transportaba en su moto de regreso a casa.


La noticia desboronó a Erato. El llanto, la tristeza, la aflicción, el dolor cercenaron su fe; y el desconsuelo, se apropió de su ser. Vestida de negro y con la compañía del padre, estuvo en el funeral. Se despidió con gritos desolados y congoja, mientras los dolientes pensaban para sí, del intenso amor que debía prodigarle al novio accidentado. La madre de Chepe la acogió en su regazo y mantuvo con ella, la amistad para recordar al hijo mayor muerto en aciago percance.


Por tres años consecutivos se le vio como la secretaria de la tristeza, vestida siempre de negro. La esbelta joven se escondió en el trabajo y en las paredes de la casa con las ventanas del corazón cerradas sin esperar que el tiempo limara la aflicción y rehiciera el corazón deshilachado.


No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista, un amanecer con el sol radiante, extingue la oscuridad.


Reanudó los estudios profesionalizándose en la UIS en Gestión Empresarial, ascendiendo a la gerencia comercial de una empresa con capital venezolano, retirándose, luego, a intentar otros horizontes laborales.


Acompañando a Luz, su hermana menor, quien trabajaba en un banco en el Socorro, fue a contemplar un partido de futbol entre la selección local y el Atlético Bucaramanga en el estadio del Batallón Galán.  Al terminar el partido, los jugadores visitantes, fueron objeto de atención por la ciudadanía y los militares. En los pueblos, los empleados de los bancos son reconocidos socialmente, a la par que el cura, el juez y el alcalde. En la celebración estuvo Luz y Erato. Allí, la egresada del SENA conoció a un joven futbolista natural de Valledupar. 

 Erató - Wikipedia, la enciclopedia libre

Remilgada y esquiva, Erato aceptó el galanteó del nativo del valle de Upar. Meses, pocos transcurrieron; e intentó poner en práctica el refrán que reza “Dios aprieta, pero no ahorca” y abrió el maltrecho corazón para darse una segunda oportunidad. 


Empezó a comprender el fútbol y encontrarle gusto a este deporte de las patadas. Por el vallenato y sus jugadas en el campo medio, los fines de semana que el Bucaramanga jugaba de local o en Bogotá, Erato viajaba para sumarse con los aplausos al equipo leopardo.


 Completarían un año de noviazgo. En el estadio Alfonso López el equipo bumangués recibiría al Santa Fe. Edgar Perea narraba el partido. Estaban empatados, cuando un jugador de piel cobriza flaqueó en el césped. El árbitro paró el partido. El jugador recibió atención médica oportuna. Había algarabía en las tribunas y jolgorio en las barras de los dos equipos.


Fernando, el jugador vallenato había jugado con empeñó y lucidez.  Se conoció el diagnóstico médico. Al jugador le ocurrió un infarto. Había muerto en lo que más le gustaba: jugar.


El hado maligno había amortajado a Erato con un segundo luto, esta vez, más largo en el tiempo. Se prometió a sí misma no volverse a enamorar. Pensaba que no resistiría otra nostalgia, otro duelo con la suma de tristezas que sumaron en los recuerdos. Le reanimaba el convencimiento que había sido amada hasta la muerte.


Luego de cinco años de severo luto, decide una noche de septiembre, divertirse para empezar a olvidar. En una fiesta se reencontró con un compañero de colegio y restauraron los lazos de amistad que, con los meses se convirtió en noviazgo. Un noviazgo a la distancia, pues el novio trabajaba en la capital.  Juan hacia honor al autor de la obra maestra de José Zorrilla, escritor español.


El tenorio ofreció un amor efímero que compartía con otra fémina que, al igual que Erato, creía que había sido la escogida y única amada por el apuesto con apelativo de apóstol. A ambas dejó embarazadas. Erato fue madre de una niña, y la otra joven, de un niño. A la niña le concedió el apellido; al varón, aun se lo niega a pesar de que es su estampa.


La madre irrigó su amor en la hija a quien bautizó en honor a la abuela y a la Virgen del perdón. Se prometió no volverse a enamorar, y para evitarlo, usaba vestidos en tonos fríos dedicando el tiempo libre a su hija y a los cuatro sobrinos que vio crecer y ayudó a criar. Fueron dos varones y dos mujeres. El mayor, Ernesto, estudió en un colegio confesional en la cuidad guanentina junto con un grupo de jóvenes de semejante edad, con quienes, aún siguen compartiendo en vacaciones, como lo hacían en el bachillerato. Por sus estudios y gusto por el inglés, consiguió trabajo en Canadá, recién graduado.


Ernesto hizo selectos amigos en el bachillerato. Uno de ellos, Pedro, perdió a la madre antes de graduarse en la universidad. Al funeral delegó a la tía Erato, quien, acudió al velorio con prontitud y solidaridad. Ella fue paño de lágrimas y protectora en algunas borracheras de los compañeros de Ernesto; en particular de Pedro, quien desahogaba la tristeza en el licor al presentir que se extinguía la vida de su progenitora con una enfermedad que no daba tregua para enfrentarla y evacuarla del organismo de la joven madre.


En el funeral, Erato presentó sus respetos, condolencias y solidaridad a los hermanos y al padre de Pedro. 


La orfandad ante la pérdida de su esposa, el llanto de un padre enfrentado a cuidar educando solo a sus hijos, conmovía a quienes acudieron a la sala de velación. La tristeza y la soledad que brotaba en sus ojos instó a Erato a acompañarle unos minutos en la funeraria, mientras le recordaba la importancia que tenía la difunta en la vida de Pedro.


Tres años después, Erato se casó con el viudo retándose a sí misma suplir, en parte, la ausencia de la madre y el vacío que deja una esposa amada. Fruto de esa unión, nació un hijo, años después. Por la edad de los padres, le bautizaron Tobías. Compartieron un cuarto de siglo conservando los valores y costumbres del primer hogar. El esposo de Erato, luego de sobrevivir a una estenosis aortica y una endocarditis, estando, visitando a la madre de 90 años en la primera cuarentena declarada por el presidente de Colombia en marzo de 2.020, sin poder regresar a casa, muere con su progenitora en la soledad de una vereda veleña, victimas del covid-19.


Sin velorio, sin el llanto presente de los hijos, sin la asistencia de los familiares, sin el cumplimiento de las obligaciones de la aseguradora funeraria que pagaron por veinte años; dos campesinos vecinos a la parcela donde estaban los ancianos construyen dos ataúdes en pino y los enterraron en el cementerio veredal, sin ceremonia religiosa y cortejo fúnebre.


Los hijos, dispersos por asuntos laborales y de estudios, los mayores viven un segundo calvario en soledad, y Tobías en una habitación fría de una casa para estudiantes afronta la pérdida de su padre con estoicismo, pues debe acompañar a la madre a la distancia sin mostrar la tristeza que lo embargaba, sin haberle acompañado en el tercer luto. 

 

Desmigajada, abatida y sola, Erato, por tercera vez, asume el duelo retornando a vestirse de luto hasta su muerte ocurrida diez años después.


 Siguiendo instrucciones previas, los hijos le amortajaron de negro.


En la piedra con forma de rayo que cubre el sarcófago de Erato, un epitafio brilla con el sol y resplandece con la luz de la luna.


“Nací, y fui amada. Crecí y amé sin medida. Fue fugaz, pero me amaron hasta la muerte”


En su tumba, en el campo La Esperanza de Mochuelo, cada lunes al amanecer, adornan EL sepulcro tres ramilletes de violetas rosas asidos con cintas blanca impresas con tres girasoles: uno rojo, otro azul y el tercero, rosado.   

 

San Gil, febrero 19 de 2.020

Nauro Torres Quintero

 

 


Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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