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martes, 14 de junio de 2022
domingo, 12 de junio de 2022
El paladín
Conocía los desechos, senderos, caminos y carreteras para acceder al reducido casco urbano de las ruinas de la estación del tren de Providencia. Los había transitado siendo niño para visitar abuelos maternos y tíos -comentaron quienes lo distinguieron y se enteraron de sus escondidas andanzas. Para no dejar rastros en su fuga, escogió una ruta para sumarse -desapercibido- en la clausura del evento deportivo del grupo juvenil y del bazar de la acción comunal para mejoras en la escuela del lugar. Seleccionó la ruta más corta y con penumbras para abandonar el poblado -por la abandonada ruta del tren que no regresó en 1.976-, la zona y el departamento en una flota intermunicipal para esfumarse entre las casuchas asentadas en uno de los cerros poblados de Soacha, Cundinamarca. Años despues, transitando por una de las empinadas y escarpadas calles de uno de los improvisados barrios, cayó sin resuello, por medio similar a los que usó, siendo borradas sus huellas en algún expediente judicial del pais del Sagrado Corazón.
El
balón de microfútbol fue remplazado por la cerveza para calentar los ánimos de
los vecinos que se juntaron con los jugadores y comunales bajo las carpas que
guarecían las ollas, las escasas mesas y sillas plásticas en donde celebraban
el encuentro veredal y se escuchaban opiniones y percepciones sobre el auge del
conflicto armado y las propuestas del exgobernador de Antioquia, aspirante a la
presidencia y los proyectos del joven alcalde recién de origen liberal que tambien
fue elegido como otra opción a la enraizada en la municipalidad para administrar
la cosa pública vista como un fortín político familiar.
El
esbirro no tenia afán. Era calculador y relajado. Llegó al escenario del bazar
en las postreras horas del día 9 de septiembre de 2001. Ya tenía identificada
el objetivo. Ya había escogido el lugar y el momento de cumplir la misión por
la cual había recibido otra paga. El lote donde se construyeron las seis aulas
en tres bloques de un piso en 1.964 con ayuda de la Alianza para el Progreso que,
entonces acogieron a más de 150 niños de seis veredas circunvecinas, solo ha
tenido un portón metálico de dos hojas. Es el único acceso a la zona escolar.
El
objetivo, un joven estudiante de especialización de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de
Tunja, creada e instituida por su admirado General Rojas Pinilla, cuando dirigió
la junta militar, luego de un golpe de Estado al conservador nazi, Laureano
Gómez. El militar se posesionó el 13 de junio de 1953 y fue derrocado -despues
de diez dias un paro nacional-, por los partidos liberal y conservador, el 13 de
mayo de 1957. El marcado, el coordinador de los grupos juveniles católicos de
la parroquia Santa Bárbara, el fundador del “Movimiento Renovación puentana”
con el que aspiró al concejo en 1.997 y le faltaron votos para ser elegido. Se
convirtió en concejal en el 2.000 -en ese entonces el periodo era de tres años-
y empezó a ejercer el 1º de enero de 2.001 siendo alcalde Yury García, el
ciudadano que instauró la celebración del 8 de mayo como el día comunero para recordar
la 1ª victoria comunera en 1.781 en esa localidad cuando los comuneros, sin
quemar un tiro, atajaron a la guardia real española y la devolvieron a Santafé
para notificar al Virrey español de las demandas de los caminantes . El nacido
en la vereda Páramo, había logrado
terminar la primaria en la escuela de Quebrada Negra perteneciente a la vereda Páramo, cercana dos kilómetros de la casa de cuatro aguas en donde había nacido
junto con sus diez hermanos-ocho mujeres- y obtenido el grado de bachiller
técnico en la Industrial Francisco de Paula Santander asentada en la playa del
rio Sarabita del casco urbano donde nació el extinto músico Lelio Olarte Pardo,
muerto 61 años antes. Estaba terminando al carrera de Administración de Empresas en la UPTC, titulo que fue entregado a la esposa, luego del vil asesinato.
El
seguidor, vestía de negro con chamarra azabache. Usaba cachucha negra y un
poncho de igual tonalidad. Calzaba tenis Croydon azules y llevaba consigo un
bordón de algarrobo seco al calor del fogón con brincho ajado por agua y barro
de los caminos abandonados por las recuas de mulas y jinetes sin zamarros y
fuete. Sus ojos de búho escudriñaban en la oscuridad cualquier movimiento
humano para evitar ser observado, sin perder de vista el portillo por el que
tenía que salir el concejal, patrocinador del campeonato juvenil y propiciador
del bazar pro-fondos escolares. Sentado una veces en los barrancos, otras
caminando alrededor del campero, pensaba en su padre descolgándose a la cuarta
edad que no ejerció la disciplina con la que crio a los hijos mayores del primer
matrimonio décadas atrás borradas por las lluvias deslizadas a las negras aguas
de la quebrada la Negra. Pensaba en los sufrimientos de su joven madre que no
tenía ni idea donde estaba y en que andanzas caminaba en su mocedad incierta. Ella
estaba contenta con su pobreza-pensaba- pero yo, no seré uno más de los mismos -se
retaba. Una cosa es ganarse el jornal recogiendo guayaba, cortando y arrimando
caña, tirando azadón, y otra, ganársela fácil apretando el gatillo. -Lo tenía
muy claro. Igual de claro tenía los puntos en donde debía disparar con calma y precisión.
Con tres tiros bastaba para cumplir la tarea; el resto de la carga es prevención
para evitar sobresaltos, en caso de defensa-pensaba mientras acariciaba nervioso
la pistola que siempre quiso tener y mostrar entre los chicos de la escuela en
donde estudio a unos 30 kilómetros donde se encontraba. La misma arma que ya había
estado en uso en la vía a la vereda Delicias en la que cayó otro líder del partido liberal, el joven, Mario Reinaldo gerena cuando partía de la
casa de sus padres al trabajo en el casco urbano.
El
concejal, un empleado del Banco Popular de la oficina de Puente Nacional, padre
de dos niñas y un varón, revisó su Victorinox fieldForce portado en la mano izquierda.
Marcaba las nueve pm. Es tarde -pensó- es hora de regresar a casa -decidió- la
familia lo estaría aguardando. Empezó a despedirse de cada uno de los conocidos
con quienes compartía unas cervezas. Lo hizo con un abrazo, un cruce de manos y
un agradecimiento por confiar en él como vocero de la región en el Concejo Municipal
y líder del "Movimiento de renovación puentana". No aceptó que lo acompañasen
hasta el carro. Se encontraba en sus cabales. Las docena de cervezas no le habían
hecho efecto, pues había contrarrestado el alcohol con un suculento piquete con
gallina y carne asada en el mismo lugar donde estaba departiendo con seguidores
de la “Movimiento Renovación puentana”.
Salió
sin preocupación. Solo pensando en manejar despacio de regreso al poblado. En
su mano derecha portaba una bolsa plástica, y en ella, un suculento piquete
abrigado en hojas de plátano para sus pequeños y adorable esposa a quien enamoró
siendo niña y la desposó 9 años despues de un noviazgo juvenil. A la mano izquierda, pasó el presente y con la derecha buscó la llave en el bolsillo. Se dirigió al
automotor cobijado por la oscuridad. Desde ella, le sorprendieron tres fogonazos
que se apagaron en su tórax. Intentó trancarse en el chasis del carro, pero se
desplomó sin poderlo evitar. Cayó como una guayaba bajada con un garrotazo.
Sintió intenso dolor. Su respiración se agitó. Le escaseaba el aire. Quiso
gritar, pero la voz se esfumó dentro de sí. Pensando en ella, quiso avisarle
con un beso que la amenaza se había cumplido, pero sus pensamientos se
esfumaron sintiéndose amado por la única chica que amó y con la que está
eternamente.
Los
disparos esparcieron a los asustados. Los curiosos salieron a verificar que había
ocurrido; entre ellos, quienes departieron con él la ultima hora de su vida como
líder juvenil. Lo encontraron en el piso sangrando y sin conocimiento, pero con
respiración. Con premura consiguieron una camioneta y lo trasladaron con afán al
hospital Integrado San Antonio de la localidad. Su novia eterna, guarecía a los
hijos a una cuadra del centro hospitalario. Un joven del grupo juvenil de Providencia, golpeó la puerta con insistencia. La profe, dormida, soñaba auxiliando a un alumno herido nadando en
un charco de sangre. Se levantó presurosa. Abrió la puerta. La noticia la embriagó
en llanto, dolor y desespero. Se vistió en un santiamén y salió presurosa al hospital.
La enfermera que atendía al herido le informó que no había algodón, ni jeringas,
ni un bisturí para prestar atención médica. Ni la ambulancia tenía gasolina para el traslado a Vélez. Ella regresó a la casa por dinero, luego corrió
tres cuadras abajo a la droguería de Gabriel Murillo, el boticario amigo de
todos en la región y disponible a cualquier hora, quien se solidarizó con la
profe, y agregó al pedido, medicamentos
para atender al herido. La profe de Muralla -escuela donde laboraba- regresó en
un santiamén al centro hospitalario. El adalid había muerto.
Fue el promotor inicial de las cabalgatas en Puente Nacional. En este registro lo acompañan hacia Santa Sofía, los caballistas: Arístides Contreras(q.e.p.d.), Agapito Castro, Miguel Sanchez(q.e.p.d.), y 4 jóvenes de Jarantivá. A la derecha, Rafael Pineda Gómez acompañados por tres mujeres amantes de los caballos.
La
victima, hizo honor al nombre de su padre, Juan, quien fue un líder religioso y
comunal, misericordioso y servicial, adoptado por un par de ancianos campesinos
de la vereda Montes que le conservaron el apellido. El apellido Pineda. El caído,
hermano de ocho damas recordadas en la comarca como las bellas blancas por su
piel y cabello pardo. Cinco de ellas con profesión, pedagogía. Hoy, Juan, ronda
un siglo de vida. Las nuevas generaciones no saben que él fue un promotor de
los rosarios a la Virgen en cada hogar para recaudar dinero para levantar el
templo de Quebrada Negra y la construcción de la escuela del mismo lugar donde
el adalid cursó las primeras letras.
El
líder social, gozó de una madre amorosa, trabajadora; partera y sobandera, horneadora
de las mejores almojábanas de la comarca, quien asumió el hogar, mientras el
marido, Juan, se fue a Venezuela a trabajar sin descanso para lograr educar con
el bachillerato a seis de los hijos, comprando una casa esquinera en la vía del
acceso antiguo a Puente Nacional paralela al rio Suárez, en la que Teresa
organizó la panadería y cuidó de sus hijos, alternando su labor con los
servicios en la parroquia como apóstol seglar.
En la casa de adobe con teja de barro posada en una planada a menos de cien
metros del lecho de la quebrada Jarantivá, sombreada por un par de pinos, signo
de los Pineda que allí vivieron, se deteriora lentamente arrugada por los
vientos de agosto y mojada por las lluvias de abril y mayo que hinchen la
quebrada que surte de agua a más de mil familias puentanas, sin que a la fecha,
ningún burgomaestre se empeñe en comprar los dos predios en donde brotan humedales que conservan el origen de esta fuente hídrica que nutre a la
quebrada Aguablanca para embellecer la cañada en la que asentaron el histórico Hotel
Agua Blanca, construido en la dictadura del general Rojas Pinilla en la década del
cincuenta del siglo XX.
En
el lapso que fue eliminado el adalid -por usar la palabra dicha y pensar
diferente a los incrustados en el poder local-, cayeron en iguales circunstancias
y motivo, los hermanos: Siervo Tulio y Samuel Gamboa Supelano en Sabaneta - vereda
Montes- y Mario Reinaldo Gerena, en la vereda Delicias del mismo municipio de
la guabina y el tiple. En el libro. “Tras
las huellas del maestro”, el sacerdote Benjamín Pelayo, promotor de la
pastoral juvenil diocesana, en ese entonces, narra que por igual causa -usar la
palabra ducha- cayeron bajo las balas defensoras del estatus quo: Jacinto
Quiroga en la vereda Guayabal de Bolívar; una familia fue asesinada en la vereda
Alto Nogales de Sucre, salvándose tres niñas que estaban en el aljibe trayendo
agua para el consumo doméstico. Las niñas fueron acogidas por Ben posta,
organización no gubernamental que les brindó estudios universitarios. El mismo sacerdote, y el hoy, sacerdote Fredy Gamboa natural de Providencia y que ejercían su misión pastoral
en la parroquia de Puente Nacional, debieron abandonar la Diócesis para
salvaguardar sus vidas. Mientras transitaba entre Puente Nacional y Barbosa,
Pelayo fue advertido con una llamada telefónica, que lo estaban sesteando para
eliminarlo del camino de la doctrina social de la Iglesia. No tuvo la misma suerte el misionero secular
José Antonio Beltrán-un gigante en miniatura-, ultimado y martirizado en la vereda
Cucuchonal del municipio de San Ignacio el 2 de octubre de 1.991 bajo las balas
de una célula de las Farc, por asistir litúrgicamente a campesinos de veredas
patrulladas por los tiznados de San Bosco de Laverde, en igual servicio
pastoral a los habitantes de veredas controladas por la misma guerrilla. 32
años despues, el padre Beltrán es considerado un mártir de la paz y se está
aunando información para declararlo beato de la paz.
Varios jóvenes campesinos veredales, familias campesinas y profesionales simpatizantes del movimiento de "Renovación Puentana", debieron abandonar la municipalidad para preservar sus vidas. Entre los profesionales, la abogada y ex-personera, María Luz Rozo González, oriunda de la vereda Páramo y su esposo, construyeron patrimonio y se desarrollaron exitosamente en una ciudad capital fuera de Santander.
Según
a JEP desde 2.016 luego de firmar los acuerdos de paz en Colombia, a la fecha,
se han asesinado 904 lideres sociales, personas que usaron “la palabra dicha”
en sus comunidades. Las estadísticas registran que en Colombia se han asesinado
a 163 personas cuyo medio de trabajo fue “la palabra escrita”. 163
periodistas que usaron la palabra para denunciar. En menos de 70 años, he leído
en la prensa, el sacrificio de más de un millar de adalides cuya única espada
fue la palabra: “La palabra dicha” y “La palabra escrita”.
Un
artesano de la palabra refiriéndose a ella, un mes antes del martirio del padre
Beltrán, escribió: “Ella es vida o muerte; es materia o espíritu; es verdad
o mentira; es propia o ajena; es rica y pobre. Se puede prestar o vender; es
todo y es parte; es libre, pero puede encadenarse; es arma o escudo; es bella o
inmunda; es Dios o demonio… ¡Es la palabra¡”.
San Gil, junio 13 de 2022
Nauro Torres Quintero
A LA MEMORIA DE RAFAEL PINEDA GÓMEZ
Con las palabras entrecortadas que produce este vil asesinato, presento este saludo en nombre de la comunidad universitaria Upetecista de la facultad seccional Chiquinquirá que siempre fue su casa, su lugar, su campo de encuentro con la vida y la palabra.
A su familia y a sus compañeros de trabajo, al pueblo de Puente Nacional que lo vio crecer, estudiar y defender las causas justas, estas palabras solo alcanzan a llevar una pequeña parte de nuestro afecto.
No alcanza el dolor para lamentar la perdida de Rafael, el estudiante, el hombre que con su serenidad y responsabilidad universitaria convocó a la comunidad académica cuando se hizo necesario contribuyendo para que ésta recobrara su unidad institucional y el orden que reconoce la legitimidad del reconocimiento volviera a su lugar, al justo lugar en donde solo puede habitar el debate y la palabra.
No alcanzará el dolor, ya lo sabemos para encontrar respuesta que colocaron los asesinos en sus armas. No nos alcanzará el dolor para lamentar la partida inesperada de Rafael, menos las balas en complicidad con las mismas oligarquías que Gaitán condenara hace 80 años, siguen llevando su barbarie a los campos y veredas donde la voz de los que luchan se levantan en justicia.
miércoles, 8 de junio de 2022
El capitán capotera
Nació el día y hora
que empezó el bogotazo en una bahía camino al morro en el seno de una familia
que alternaba la siembra de papa con la ganadería de leche y la atención a los
campesinos que trepaban o descendían por el camino que unió a Puente nacional
con Saboyá.
Para cursar la primaria, caminaba cada día 10
kilómetros. Fue el segundo en una familia con 6 hijos que perdieron al
padre, siendo niños. En cien años, fue el único del territorio que cursó la
carrera militar y alcanzó el grato de capitán. Fue llamado a calificar servicio
por no tener vara en la jerarquía militar.
Remplazó el sable por
la macheta; el fusil por el azadón; la munición, por las semillas; el bastón de
mando, por el rejo; la cachucha militar, por el sombrero de fieltro; las botas
militares, por La macha; la alimentación en los casinos, por la caserita;
las fiestas sociales, por las reuniones de la Junta Comunal; la ciudad, por el
campo; el morral militar, por una capotera; la ostentación militar, por la vida
apacible del campo.
Era flaco como un
garabato; alto como un vástago de plátano tocaimero; Tenía nariz de estribo
español; y hablaba mojando las palabras como notas de un saxofón. A pie trepaba
a las carreritas y bajaba con afán: A caballo tomaba el camino como si fuese el
desfile militar. Y en carro, saludaba a quienes encontraba a su paso como si
fuese rey de carnaval.
Perteneció al
batallón de ingenieros del Ejército Nacional. Su ejercicio militar se reflejó
en las carreteras, puentes y alcantarillas que contribuyó a abrir y construir
para conectar a los marginados campesinos con los cascos urbanos municipales.
Siendo teniente efectivo fue comandante de reclutamiento, facilitando la
libreta militar a quienes hablaban con la sencillez de un nacido en el campo.
Finca la Esperanza, vereda Páramo. Esta a la vera del camino indígena por el que treparon los comuneros en 1.781 rumbo a Zipaquirá. Aquí nació y murió el militar.
En uso de buen
retiro, regresó a vereda Páramo, donde nació. Acompañó a Zenaida, la madre y veló por sus
hermanos menores. Retomó las costumbres productivas del padre que perdió siendo volantón; implementó la división de potreros para aumentar la carga bobina y
amplió el área de pastos para mejorar el ingreso de la pensión con los ocasionales
ingresos por ganadería y papicultura.
Se juntó en la acción comunal veredal y contra
viento y marea, abrió carretera con su propio peculio hasta predios lindantes a
los del terreno de sus ancestros conectando la región con la vía a Peña Blanca
y la carretera central para facilitar la movilidad con la capital del pais por Robles.
Con el contacto de
Alberto Segura, lograron del alcalde Yuri García, de origen liberal, una góndola
de las usadas por el tren de oriente, sobre la cual, el capitán calculó y dirigió
la construcción de puente sobre la quebrada Jarantivá facilitando la conexión
con otras veredas y Boyacá, por el paraje sabanetas.
Los vecinos del
camino, al mirarlo descapotando, terraplenando y cuneteando para la carretera,
corrían las cercas de alambre imaginando que los carros treparían como vacas en
manga. Y el capitán, en el mantenimiento de la carreteable, levantaba los
estacones, hasta que los propietarios, comprendieron la pertinencia de la vía
para el transporte automotor rural cuando fueron las mujeres las que empezaron a
salir a los convites comunales.
Con los años, la vía
fue conectada con la 45A. Más luego, usada por empresas de gas y petróleo y en
medio de conexión con Boyacá y Bogotá.
Pedro fue su
nombradía y Alarcón su impronta de cuna. Nunca tuvo carro, pero los vecinos, y
otrora enemigos de la carretera, son los únicos con automotores años despues.
Al capitán lo
recuerdan en el territorio porque el uniforme y las armas no le quitaron la
sencillez y don de gentes. Ni el uniforme, ni las armas usó para ejercer
dominio del otro. Ya a pie, ya en carro, el capitán Alarcón siempre terció su
capotera, ya con el mercado, ya con las pertenencias.
El capitán, se
infartó una oscura y lluviosa noche de abril, en la misma fecha que nació. Sus
hermanos gestionaron para que algún locomotor viniese por él para llevarlo al
hospital más cercano. Ningún vecino se ofreció a prestar el servicio. Murió
sobre las tres de la madrugada en la habitación que lo acogió en su existencia
campesina.
Los campesinos no lo recuerdan por el trazado
de la vía y cálculo del puente sobre la quebrada Jarantivá, ni por su aporte
pecuniario para trazar la carretera, pero sí, como el capitán capotera, un
militar que murió en el 2.008 con la tristeza que muere un soldado que sirvió a
su patria y se fue con su honorabilidad y patriotismo al pais del olvido.
Jarantivá, Junio 8 de
2.022
martes, 24 de mayo de 2022
Pactaré, pactaré: Poema de Nauro Torres Quintero
209
24/05/2022
Puedo
pactar
con
la luna, una noche sin estrellas,
con
el sol, un día sin rayos solares,
con
el mar, una noche sin olas,
con
la tierra, amaneceres sin auroras,
con
el viento, brisas sin rostros.
fotografía del maestro Domingó
Puedo
pactar:
con
los indígenas del amazonas,
con "los nadie" de Colombia,
con
los desplazados de sus ranchos,
con
los guerrilleros amnistiados,
con
las mujeres del burdel.
Pero
no nunca pactaré:
con
flecheros del ser,
con
piratas del ciberespacio,
con
infanticidas y feminicidas,
con mosén que se escuda en Dios
para doblegar al otro,
con
arcabuceros de la otredad.
Nunca
me reconciliaré :
con
fusileros de sus hermanos,
con e cocidas, feminicidas e infanticidas,
con
aprovechados de los dineros públicos,
con
desmemoriados de los falsos positivos,
con
despojadores de las tierras campesinas,
con los tierreros que estafan
desplazados en la ciudad,
con
los que desprecian a los nadie,
con
los que usan la violencia para gobernar,
con
los que siembran injusticias para gobernar.
Pacto
con los seres de buena voluntad:
con
las personas que siembran equidad,
fraternidad,
igualdad, justicia y solidaridad;
pactos con los humanos que siembran hermandad.
lunes, 23 de mayo de 2022
El retrato de la tatarabuela
El viejo relator de historias murió a los 88 años
en una cama de hospital extrañando su estera de papelón, a su perro capitán, al
camino por donde anduvo sin descanso y sin final. Murió en la capital a donde
lo llevaron buscando una cura de un mal que no tenía cura porque el cáncer
viajaba cauteloso en cada gota de sangre que irrigó sus brazos atenazados y sus
piernas de can acosado por los años.
No murió en el lugar que siempre quiso morir. Una
pieza de adobe y techo de caña atada con cuan sobre unas tablas de pino
acerradas con su serrucho cuatro manos, herencia del abuelo que nunca conoció y
del padre que solo recordaba vagamente, pues solo tenía 4 años cuando lo dejó
junto a su hermano, el mayor cuando despuntaba los 24 años.
Por años añoró tener una fotografía de su padre,
Miguel, para imaginar el rostro de quien lo engendró. Ya era volantón cuando
murió su abuela, Ana Rosa Gómez. Al fiado logró que su prima, Trinidad, le
hiciera una fotografía al rostro de los restos mortales de su abuela paterna, Ana
Rosa.
El retrato lo mandó enmarcar en madera de zapan.
Inicialmente lo colgó en la pieza que fue su refugio de joven, recamara marital
y la pieza en donde parió por primera vez su enamorada, Custodia; una boyacense
de rostro angelical, pelo cuchumbeado y un genio irascible.
El rostro de la muerte fue el retrato principal en
la sala de su casa que construyó adobe por adobe con su eterna novia en la que
pasa el mayor tiempo su Custodia que rondó los 90 años para reencontrarse con
su viejo, el viejo relator de historias.
Las mujeres viven más años que los varones; pero
Custodia dobló el promedio nacional. Fueron 15 años de viudez solitaria
masticando los recuerdos de su viejo, sus espacios, sus construcciones
materiales e imaginarias.
El rostro de Ana Rosa yaciendo en un ataúd es la
fotografía de la muerte. El pelo ya no lo era; semejaba un ovillo de fique sin
cardar. Los surcos de la piel escondían la vanidad del existir. Los párpados
apagados tapaban la miseria humana. Las pestañas de la vieja revelaban lo banal
de la belleza facial. Las fosas nasales semejaban, los misterios de la vida. El
angulado ataúd en el que reposaba el rostro de la tatarabuela recuerda al
observador lo limitado que somos en el universo. Hoy somos, mañana no seremos.
Eco posada La margarita, diciembre de 2.021
jueves, 19 de mayo de 2022
Aquel hombre
Al regresar del mercado proveniente de Aratoca, aquel hombre, fornido, de dos metros de alto, con rostro de calabazo y arrugas prematuras hilvanadas por la rigidez del escaso balbuceo del lenguaje, lento y escondido, que emanaba a tirones desde la garganta y la nariz, sintió por tercera vez, muy cerca de él, la pelona.
En el tierrero del pórtico, bajo la enramada de nacuma que sombreaba el rancho de cuatro paredes de
bareque, yacía tirado un engendro rodeado y vestido con una ronda de hormigas.
Junto a él, estaba inanimada, tumbada y escurrida en sangre, su Juanita; la
niña que tomó por esposa siete meses antes en la fiesta de la Pura y limpia, el 8
de diciembre de 1.953 en el incipiente poblado integrado por desplazados de la
violencia bipartidista, despues de ocurrido el bogotazo por la muerte de Jorge
Eliecer Gaitán, joven político que se apersonó de los ideales del liberalismo y
murió bajo las balas de un sicario con afinidades del gobierno godo empotrado
en el poder.
En un santiamén, más
vecinos se juntaron al convite. Ellos, aprontaron un guando con sacos de fique,
previamente tejidos por la mujer de cada rancho, y trasladaron a Juana al
puesto de salud del poblado que brindaba la primera atención en salud. Y ellas,
las mayoras, recogieron con lágrimas al sietemesino envolviéndolo en la bandera
de la Virgen de la salud, y, en silenciosa procesión, mientras balbuceaban las
cinco partes del rosario, lo trasladaron al destino final con la bendición del
astro rey, único testigo del fruto del primer coito, abonando los lirios que se multiplicaron
en el jardín del rancho de los padres de aquel hombre.
-
¡Pérfidas hormigas¡
- ¡las pringaré con agua caliente en sus nidos y las desapareceré de mi casa¡
- ¿Dónde?
Aquel hombre y su
padre, junto con un tío y una tía, en el corredor de la casa de tapia pisada
que acogía a la enfermera, escuchaba sin pronunciar palabra y sin poner
atención a los familiares que comentaban o inquirían.
Lloraba, ¡lloraba¡ pero sus lágrimas las
consumían sus ojos perdidos en las cuevas de sus pobladas pestañas que mojaban
el arrepentimiento por haberla dejado sola ese día. El domingo, día del mercado
de los empaques de fique en Aratoca. O se vendían los costales paperos, o no
había manteca, ni sal, ni el pirincho para el piquete, ni la choco-suela para la
mazamorra de la semana por comenzar.
Mientras caminaba sobre
sus mismos pasos, de un lado al otro, en la mente de aquel hombre brotaron
recuerdos tristes, alegres, dolorosos, y unos, felices.
Recordó que su tía
Filomena le había contado que nació sietemesino; que logró vivir, gracias a las
plegarias a la Virgen del Carmen, pues venía con el cordón umbilical enredado
en el cuello. Sus padres, guardaban ese secreto. Recapituló la escena que de
niño tuvo que vivir junto a su padre y un par de cosecheros de tabaco que
transitaban el camino hacia Barichara a la misa mayor de un domingo, cuando
fueron asaltados a tiros por desconocidos, dejando tres heridos, uno de ellos,
su padre que recibió en la pierna un impacto que iba directo a la humidad del
infante. Recreó la escena en la que conoció a Juana.
Había conocido a
Concha un día, despues de misa en Villanueva. Ese domingo se hicieron novios. -Eso
creyó aquel hombre-. Al siguiente festivo, decidió poner la cara en el rancho
de los padres de Concha. Arribó a la media mañana. Ella no estaba en casa. Fue
al pueblo a cumplir una diligencia ordenada por sus padres. Regresó antes del mediodía
acompañada del novio que tenía.
De regreso, estando
en la talanquera, observó a aquel hombre sentado en un taburete en el corredor
del rancho. Junto con el novio, extraviaron y entraron por el corral de los
chivos y accedieron sigilosamente a la cocina.
La niña Juana
despuntaba los 13 años. Estaba en el tendal fregando los trastos. Concha
cariñosamente le solicitó que saliera al corredor y acompañara a aquel hombre
que permanecía expectante solitario en el pórtico. Obediente a la orden de la
tía Concha, Juana abandonó el oficio. Salió. Saludó a aquel hombre mayor, con
rostro de calabazo, llevándole un guándolo.
Cinco meses despues,
ese hombre desposó a Juana. Concha y su novió asistieron al matrimonio. Ella se
ganó el ramo de cirios rifado por la novia. La tía de Juana se casó pocos años
despues con el primer novio que tuvo en la escuela y estaba trabajando en
Barranquilla.
Decenas de años
despues, uno de los hijos vivos, de los 14 que parió Juana, quiso saber las
razones que le asistieron para casarse muy niña con un hombre mayor.
Juana, poco hablaba
de asuntos de familia. Sin embargo, esa tarde, gracias al hijo que había
logrado estudiar con méritos propios, decidió responderle a Manuel. El cuarto
Manuel en sus cuentas maternas.
-
Mijo, en ese tiempo, en el campo, las cosas se hacían con
afanes. Dependíamos de las fases de la luna y de las cosechas sembradas en los
tiempos acostumbrados. Aquel hombre, ya tenía gracia con mis padres, y decir
no, era contradecir a mis mayores.
Mientras caminaban a
la huerta para sacar unas yucas para el piquete, Juana se explayó en cada
pregunta que hacía Manuel.
-
Mijo, las razones por las cuales perdí a cinco hijos, no
las conozco aún. Lo cierto es que, ni aquel hombre, ni yo, sabíamos que había
quedado embarazada recién casados. Él, se fue para Aratoca muy temprano a
vender la tarea de la semana, y yo, quedé sola en el rancho. Cómo a la hora, en
mi soledad, sentí un dolor de barriga muy fuerte. Fui al tendal. Tomé agua. Me
calmé un poco. Los dolores bajos
regresaron.
-¡Sentí mucho miedo¡
- Desperté muy confundida,
horas despues en una cama bien tendida. Estaba adolorida y oliendo a alcohol y
con una manguera en la parte superior de la mano izquierda conectada a una
bolsa con suero. Estaba sola.
-¡Grité¡ ¡Pedí ayuda¡
Una joven mujer
revestida de blanco se acercó a preguntar el ¿ por qué gritaba?
- ¿Dónde
está mi hijo? ¿Donde? - Pregunté.
- Ella indiferente me devolvió la pregunta.
¿Cuál hijo? ¡La trajeron sola¡
- Me puse más triste.
Lloraba sin calmarme. Luego me dormí nuevamente. Desperté, horas más tarde. Y
frente a mí, estaba aquel hombre; su padre, mirándome con compasión y tristeza.
Me cogió de la mano. Lo apreté inquiriéndolo por mi bebé. Él, solo se dobló
sobre mi frente; me dio un beso y me dijo al oído:
-
El niño ya no está con nosotros. Despues le cuento lo
ocurrido. Por ahora, descanse. Me ordenó abandonando la habitación.
Ya en el rancho de
regreso, una vez nos bajamos de los caballos, tomamos guándolo, reiteré las
mismas preguntas. Él, con calma, dijo, me está obligando a contarle.
- Al niño lo mataron
las hormigas. Cuando regresé ya no respiraba. Usted, sí. Contó aquel hombre con
la voz entrecortada, pero con el rostro rígido y sin doblegarse.
- Desde entonces nos
pusimos de acuerdo y lo bautizamos Manuel, he hicimos una promesa: Si teníamos
otro varoncito, le pondríamos el mismo nombre: Manuel.
- Por otras razones, tal vez, perdí cuatro
Manueles más. Pero usted vivió, mijo. Dijo con consuelo Juana, recordándole que
tenía 9 hermanos; ocho hembras y cinco varones muertos.
Manuel, desde niño
tuvo la curiosidad de saber la razón porqué Juana se refería a su padre como
aquel hombre. Y preguntó.
-
¿Madre, por qué llama a mi padre… aquel hombre?
Sus hijos y familiares regresaron a la casa materna, cortaron decenas de cirios, y con ellos, armaron numerosas coronas que acompañaron el féretro en la enramada de su casa donde fue velado. En el cortejo fúnebre desde la vereda al cementerio parroquial, lo encabezaron infantes en silencio portando ramos de lirios, mientras las mujeres artesanas del fique, en yunta, acompañaron a Juana portando una corona de cirios.
Los matones de cirios, se secaron en un intenso verano del año en que fue aprobada la nueva constitución de Colombia. Los descendientes de Juana, una vez muerta por las arrugas que la ahogaron con sus recuerdos, vendieron la finca tabacalera y se convirtieron en citadinos. El telar de Juana, lo consumió el gorgojo del olvido.
Ocasionalmente los biznietos, cuando visitan la tumba de sus mayores, la adornan con flores plásticas para que acompañen sus cenizas fundidas en el color terracota de las tierras de Villanueva.
jueves, 12 de mayo de 2022
Magdalena, la animera.
“Hay quienes no temen a los muertos, porque han aprendido a
abrazar sus almas.”
En un rincón polvoriento del Magdalena Medio, donde el río
serpentea con heridas abiertas por la guerra, vivía Magdalena, una mujer de
rostro curtido por la brisa caliente y los suspiros de los ausentes. Nadie supo
nunca de dónde venía, como si hubiera brotado de la misma tierra dolida, parida
por el silencio y los clamores del monte.
La llamaban la animera, porque tenía por costumbre
rezar por las almas sin nombre, por los cuerpos que el río devolvía sin voz ni
historia. Mientras otros corrían del espanto, ella se arrodillaba junto a los
huesos, tejía oraciones con el murmullo del viento y cubría los restos con
flores silvestres, como si fueran coronas de dignidad.
Su casa, una choza de bahareque, era altar y refugio. En las
paredes colgaban escapularios desteñidos, velones derretidos y un crucifijo de
palo, roído por la humedad, que parecía llorar cada vez que traían otro cuerpo
hallado en la maleza. Magdalena no preguntaba por el pasado de los muertos.
Para ella, todo ser humano tenía derecho a un adiós.
Dicen que hablaba con las ánimas en las madrugadas, que las
oía suspirar en el humo del fogón o tocarle las trenzas cuando el gallo aún no
cantaba. A cambio, los espíritus le confiaban secretos, revelaban los sitios
donde dormían los desaparecidos, y ella acudía con su pala y su rezo a darles
reposo.
No recibía paga ni buscaba reconocimiento. Su alma era un
cántaro lleno de compasión, y su oficio sagrado, invisible a los ojos del
mundo, era redimir el olvido. En los cementerios sin lápidas, ella plantaba
cruces de madera y escribía con carbón una palabra que nunca se borraba: Presente.
Cuando Magdalena partió, nadie encontró su cuerpo. Algunos
dicen que se la llevó el río para devolverla a su origen. Otros creen que ahora
camina entre los vivos y los muertos, guiando a las madres que aún buscan a sus
hijos, o susurrando consuelo en las noches cuando el miedo vuelve.
Pero los que conocieron su paso por la tierra saben una
verdad profunda: Magdalena no murió. Se volvió alma peregrina, oración
encarnada, memoria viva. Y en cada cruz sin nombre, su espíritu reza.
Mujer, verso sagrado de la tierra
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