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miércoles, 8 de junio de 2022

El capitán capotera

 

Nació el día y hora que empezó el bogotazo en una bahía camino al morro en el seno de una familia que alternaba la siembra de papa con la ganadería de leche y la atención a los campesinos que trepaban o descendían por el camino que unió a Puente nacional con Saboyá.

 Para cursar la primaria, caminaba cada día 10 kilómetros. Fue el segundo en una familia con 6 hijos que perdieron al padre, siendo niños. En cien años, fue el único del territorio que cursó la carrera militar y alcanzó el grato de capitán. Fue llamado a calificar servicio por no tener vara en la jerarquía militar.

Remplazó el sable por la macheta; el fusil por el azadón; la munición, por las semillas; el bastón de mando, por el rejo; la cachucha militar, por el sombrero de fieltro; las botas militares, por  La macha;   la alimentación en los casinos, por la caserita; las fiestas sociales, por las reuniones de la Junta Comunal; la ciudad, por el campo; el morral militar, por una capotera; la ostentación militar, por la vida apacible del campo.

Era flaco como un garabato; alto como un vástago de plátano tocaimero; Tenía nariz de estribo español; y hablaba mojando las palabras como notas de un saxofón. A pie trepaba a las carreritas y bajaba con afán: A caballo tomaba el camino como si fuese el desfile militar. Y en carro, saludaba a quienes encontraba a su paso como si fuese rey de carnaval.

Perteneció al batallón de ingenieros del Ejército Nacional. Su ejercicio militar se reflejó en las carreteras, puentes y alcantarillas que contribuyó a abrir y construir para conectar a los marginados campesinos con los cascos urbanos municipales. Siendo teniente efectivo fue comandante de reclutamiento, facilitando la libreta militar a quienes hablaban con la sencillez de un nacido en el campo.


Finca la Esperanza, vereda Páramo. Esta a la vera del camino indígena por el que treparon los comuneros en 1.781 rumbo a Zipaquirá. Aquí nació y murió el militar. 

En uso de buen retiro, regresó a vereda Páramo, donde nació. Acompañó a Zenaida, la madre y veló por sus hermanos menores. Retomó las costumbres productivas del padre que perdió siendo volantón; implementó la división de potreros para aumentar la carga bobina y amplió el área de pastos para mejorar el ingreso de la pensión con los ocasionales ingresos por ganadería y papicultura.

 Se juntó en la acción comunal veredal y contra viento y marea, abrió carretera con su propio peculio hasta predios lindantes a los del terreno de sus ancestros conectando la región con la vía a Peña Blanca y la carretera central para facilitar la movilidad con la capital del pais por Robles.

Con el contacto de Alberto Segura, lograron del alcalde Yuri García, de origen liberal, una góndola de las usadas por el tren de oriente, sobre la cual, el capitán calculó y dirigió la construcción de puente sobre la quebrada Jarantivá facilitando la conexión con otras veredas y Boyacá, por el paraje sabanetas.

Los vecinos del camino, al mirarlo descapotando, terraplenando y cuneteando para la carretera, corrían las cercas de alambre imaginando que los carros treparían como vacas en manga. Y el capitán, en el mantenimiento de la carreteable, levantaba los estacones, hasta que los propietarios, comprendieron la pertinencia de la vía para el transporte automotor rural cuando fueron las mujeres las que empezaron a salir a los convites comunales.

Con los años, la vía fue conectada con la 45A. Más luego, usada por empresas de gas y petróleo y en medio de conexión con Boyacá y Bogotá.

Pedro fue su nombradía y Alarcón su impronta de cuna. Nunca tuvo carro, pero los vecinos, y otrora enemigos de la carretera, son los únicos con automotores años despues.

Al capitán lo recuerdan en el territorio porque el uniforme y las armas no le quitaron la sencillez y don de gentes. Ni el uniforme, ni las armas usó para ejercer dominio del otro. Ya a pie, ya en carro, el capitán Alarcón siempre terció su capotera, ya con el mercado, ya con las pertenencias.

El capitán, se infartó una oscura y lluviosa noche de abril, en la misma fecha que nació. Sus hermanos gestionaron para que algún locomotor viniese por él para llevarlo al hospital más cercano. Ningún vecino se ofreció a prestar el servicio. Murió sobre las tres de la madrugada en la habitación que lo acogió en su existencia campesina.


 La capotera, hoy solo usada en tierras guajiras. 

 Los campesinos no lo recuerdan por el trazado de la vía y cálculo del puente sobre la quebrada Jarantivá, ni por su aporte pecuniario para trazar la carretera, pero sí, como el capitán capotera, un militar que murió en el 2.008 con la tristeza que muere un soldado que sirvió a su patria y se fue con su honorabilidad y patriotismo al pais del olvido.

Jarantivá, Junio 8 de 2.022

martes, 24 de mayo de 2022

Pactaré, pactaré: Poema de Nauro Torres Quintero

209

24/05/2022

Puedo pactar

con la luna, una noche sin estrellas,

con el sol, un día sin rayos solares,

con el mar, una noche sin olas,

con la tierra, amaneceres sin auroras,

con el viento, brisas sin rostros.

 

                                                          fotografía del maestro Domingó

Puedo pactar:

con los indígenas del amazonas,

con "los nadie" de Colombia,

con los desplazados de sus ranchos,

con los guerrilleros amnistiados,

con las mujeres del burdel.

 

Pero no nunca pactaré:

con flecheros del ser,

con piratas del ciberespacio,

con infanticidas y feminicidas,

con mosén que se escuda en Dios 

para doblegar al otro,

con arcabuceros de la otredad.

 

Nunca me reconciliaré :

con fusileros de sus hermanos,

con e cocidas, feminicidas e infanticidas,

con aprovechados de los dineros públicos,

con desmemoriados de los falsos positivos,

con despojadores de las tierras campesinas,

con los tierreros que estafan 

desplazados en la ciudad,

con los que desprecian a los nadie,

con los que usan la violencia para gobernar,

con los que siembran injusticias para gobernar.

 

Pacto con los seres de buena voluntad:

con las personas que siembran equidad,

fraternidad, igualdad, justicia y solidaridad;

pactos con los humanos que siembran hermandad.   

lunes, 23 de mayo de 2022

El retrato de la tatarabuela

 

El viejo relator de historias murió a los 88 años en una cama de hospital extrañando su estera de papelón, a su perro capitán, al camino por donde anduvo sin descanso y sin final. Murió en la capital a donde lo llevaron buscando una cura de un mal que no tenía cura porque el cáncer viajaba cauteloso en cada gota de sangre que irrigó sus brazos atenazados y sus piernas de can acosado por los años.

No murió en el lugar que siempre quiso morir. Una pieza de adobe y techo de caña atada con cuan sobre unas tablas de pino acerradas con su serrucho cuatro manos, herencia del abuelo que nunca conoció y del padre que solo recordaba vagamente, pues solo tenía 4 años cuando lo dejó junto a su hermano, el mayor cuando despuntaba los 24 años.



Por años añoró tener una fotografía de su padre, Miguel, para imaginar el rostro de quien lo engendró. Ya era volantón cuando murió su abuela, Ana Rosa Gómez. Al fiado logró que su prima, Trinidad, le hiciera una fotografía al rostro de los restos mortales de su abuela paterna, Ana Rosa.

El retrato lo mandó enmarcar en madera de zapan. Inicialmente lo colgó en la pieza que fue su refugio de joven, recamara marital y la pieza en donde parió por primera vez su enamorada, Custodia; una boyacense de rostro angelical, pelo cuchumbeado y un genio irascible.

El rostro de la muerte fue el retrato principal en la sala de su casa que construyó adobe por adobe con su eterna novia en la que pasa el mayor tiempo su Custodia que rondó los 90 años para reencontrarse con su viejo, el viejo relator de historias.

Las mujeres viven más años que los varones; pero Custodia dobló el promedio nacional. Fueron 15 años de viudez solitaria masticando los recuerdos de su viejo, sus espacios, sus construcciones materiales e imaginarias.

El rostro de Ana Rosa yaciendo en un ataúd es la fotografía de la muerte. El pelo ya no lo es; semeja un ovillo de fique sin cardar. Los surcos de la piel esconden la vanidad del existir. Los parparos apagados esconden la miseria humana. Las pestañas de la vieja revelan lo banal de la belleza facial. Las fosas nasales semejan, los misterios de la vida. El angulado ataúd en el que reposa el rostro de la tatarabuela recuerda al observador lo limitado que somos en el universo. Hoy somos, mañana no seremos.

Eco posada La margarita, diciembre de 2.021

jueves, 19 de mayo de 2022

Aquel hombre

 

Al regresar del mercado proveniente de Aratoca, aquel hombre, fornido, de dos metros de alto, con rostro de calabazo y arrugas prematuras hilvanadas por la rigidez del escaso balbuceo del lenguaje, lento y escondido, que emanaba a tirones desde la garganta y la nariz, sintió por tercera vez, muy cerca de él, la pelona.


En el tierrero del pórtico, bajo la enramada de nacuma que sombreaba el rancho de cuatro paredes de bareque, yacía tirado un engendro rodeado y vestido con una ronda de hormigas. Junto a él, estaba inanimada, tumbada y escurrida en sangre, su Juanita; la niña que tomó por esposa siete meses antes en la fiesta de la Pura y limpia, el 8 de diciembre de 1.953 en el incipiente poblado integrado por desplazados de la violencia bipartidista, despues de ocurrido el bogotazo por la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, joven político que se apersonó de los ideales del liberalismo y murió bajo las balas de un sicario con afinidades del gobierno godo empotrado en el poder.

 
Aquel hombre, con sombrero de jipa blanca, camisa de nieve en algodón y pantalón atezado, calzado con chocatos de suela de bovino y nívea capellada tejida y combinada con hilo negro, se desboronó cayendo de bruces confirmando la respiración de los dos cuerpos que yacían apareados por el dolor y la inconciencia bañados con sangre negruzca como las hormigas que pululaban en el nacido examine.


Corrió al rancho de los jechos paternos a pedir auxilio.


En un santiamén, más vecinos se juntaron al convite. Ellos, aprontaron un guando con sacos de fique, previamente tejidos por la mujer de cada rancho, y trasladaron a Juana al puesto de salud del poblado que brindaba la primera atención en salud. Y ellas, las mayoras, recogieron con lágrimas al sietemesino envolviéndolo en la bandera de la Virgen de la salud, y, en silenciosa procesión, mientras balbuceaban las cinco partes del rosario, lo trasladaron al destino final con la bendición del astro rey, único testigo del fruto del primer coito, abonando los lirios que se multiplicaron en el jardín del rancho de los padres de aquel hombre.


-      ¡Pérfidas hormigas¡ 

- ¡las pringaré con agua caliente en sus nidos y las desapareceré de mi casa¡


-      - ¿Dónde está mi hijo? 

- ¿Dónde?


Gritaba y preguntaba Juana, tirada y dormida en una camilla en el puesto de salud de Villanueva, Santander.


Aquel hombre y su padre, junto con un tío y una tía, en el corredor de la casa de tapia pisada que acogía a la enfermera, escuchaba sin pronunciar palabra y sin poner atención a los familiares que comentaban o inquirían.


 Lloraba, ¡lloraba¡ pero sus lágrimas las consumían sus ojos perdidos en las cuevas de sus pobladas pestañas que mojaban el arrepentimiento por haberla dejado sola ese día. El domingo, día del mercado de los empaques de fique en Aratoca. O se vendían los costales paperos, o no había manteca, ni sal, ni el pirincho para el piquete, ni la choco-suela para la mazamorra de la semana por comenzar.


Mientras caminaba sobre sus mismos pasos, de un lado al otro, en la mente de aquel hombre brotaron recuerdos tristes, alegres, dolorosos, y unos, felices.


Recordó que su tía Filomena le había contado que nació sietemesino; que logró vivir, gracias a las plegarias a la Virgen del Carmen, pues venía con el cordón umbilical enredado en el cuello. Sus padres, guardaban ese secreto. Recapituló la escena que de niño tuvo que vivir junto a su padre y un par de cosecheros de tabaco que transitaban el camino hacia Barichara a la misa mayor de un domingo, cuando fueron asaltados a tiros por desconocidos, dejando tres heridos, uno de ellos, su padre que recibió en la pierna un impacto que iba directo a la humidad del infante. Recreó la escena en la que conoció a Juana.


Había conocido a Concha un día, despues de misa en Villanueva. Ese domingo se hicieron novios. -Eso creyó aquel hombre-. Al siguiente festivo, decidió poner la cara en el rancho de los padres de Concha. Arribó a la media mañana. Ella no estaba en casa. Fue al pueblo a cumplir una diligencia ordenada por sus padres. Regresó antes del mediodía acompañada del novio que tenía.


De regreso, estando en la talanquera, observó a aquel hombre sentado en un taburete en el corredor del rancho. Junto con el novio, extraviaron y entraron por el corral de los chivos y accedieron sigilosamente a la cocina.


La niña Juana despuntaba los 13 años. Estaba en el tendal fregando los trastos. Concha cariñosamente le solicitó que saliera al corredor y acompañara a aquel hombre que permanecía expectante solitario en el pórtico. Obediente a la orden de la tía Concha, Juana abandonó el oficio. Salió. Saludó a aquel hombre mayor, con rostro de calabazo, llevándole un guándolo.


Cinco meses despues, ese hombre desposó a Juana. Concha y su novió asistieron al matrimonio. Ella se ganó el ramo de cirios rifado por la novia. La tía de Juana se casó pocos años despues con el primer novio que tuvo en la escuela y estaba trabajando en Barranquilla.


Decenas de años despues, uno de los hijos vivos, de los 14 que parió Juana, quiso saber las razones que le asistieron para casarse muy niña con un hombre mayor.


Juana, poco hablaba de asuntos de familia. Sin embargo, esa tarde, gracias al hijo que había logrado estudiar con méritos propios, decidió responderle a Manuel. El cuarto Manuel en sus cuentas maternas.


-      Mijo, en ese tiempo, en el campo, las cosas se hacían con afanes. Dependíamos de las fases de la luna y de las cosechas sembradas en los tiempos acostumbrados. Aquel hombre, ya tenía gracia con mis padres, y decir no, era contradecir a mis mayores.


-      ¿Madre, y una vez casados, se quedaron a vivir con los abuelos?


-      ¡No mijo¡ ¡El que se casa, quiere casa¡ 


-      Con el apoyo de mis padres y suegros, ahí, en hato Viejo, nos fuimos para la finca Capachora y armamos rancho aparte. Él, a sembrar tabaco y comida, y yo, a darle al oficio del tejido de sacos. Como regalo de bodas, mis padres me entregaron un telar para hilar fique y hacer costales paperos; oficio que ya conocía, porque en la casa, como en todas las casas de Villanueva, es la mujer la que tiene que proveer lo que se compra en la tienda con el producto de la venta de los empaques que ejecuta el hombre por costumbre y peso para transportar. 


-      Madre, sabemos que tuvo 14 hijos, pero solo vivimos, 9. ¡Qué pasó con los otros? ¿Por qué murieron?


Juana, bajó la cabeza. No miró al hijo preguntón. Las lágrimas brotaron sin quejidos y se escurrieron por las arrugas del rostro tostado por la vida de trabajos y silencios. Inicialmente pensó en no responder las preguntas. Pero sabía que, si no lo hacía, vendrían más preguntas. Y el curioso era Manuel, el hijo que decidió abandonar el mocho e invertir el producto de la venta de unas cargas de tabaco e irse a cursar el quinto de primaria, lejos de la parroquia, gracias al apoyo de un párroco amante de la promoción campesina. Luego el bachillerato técnico agropecuario; mas tarde como capataz en una empresa de palma de aceite, se tituló de ingeniero agrónomo.


Mientras caminaban a la huerta para sacar unas yucas para el piquete, Juana se explayó en cada pregunta que hacía Manuel.


-      Mijo, las razones por las cuales perdí a cinco hijos, no las conozco aún. Lo cierto es que, ni aquel hombre, ni yo, sabíamos que había quedado embarazada recién casados. Él, se fue para Aratoca muy temprano a vender la tarea de la semana, y yo, quedé sola en el rancho. Cómo a la hora, en mi soledad, sentí un dolor de barriga muy fuerte. Fui al tendal. Tomé agua. Me calmé un poco.  Los dolores bajos regresaron.

 -¡Sentí mucho miedo¡


-      Caminaba alrededor del rancho con una mano teniéndome la panza, y la otra, recargándome contra la pared del rancho. Respiraba profundo para intentar dominar el dolor. Noté que estaba sangrando. Entré al rancho y me tiré en la estera. Me quité la ropa interior con dificultad; pero el dolor aumentaba. Por instinto empecé a pujar y apareció la cabeza de un bebé entre mis piernas lavadas de sangre y se rodó a la tierra. Quise arrullarlo, darle pecho, pero, pero, perdí la noción del tiempo y del espacio.


Los recuerdos inundaron los ánimos de Juana. Las lagrimas se fusionaron con el calor. Las hojas de yuca intentaron convertirse en pañuelos. La nostalgia húmeda contagió a Manuel. Lloró solo imaginando la escena, y luego sollozó solidariamente con la madre, para ahogar la culpabilidad por provocar el retorno de los sufrimientos de Juana, quien, por años, no quiso traer a la memoria lo ocurrido ese domingo en el rancho donde levantó a la prole.


- Desperté muy confundida, horas despues en una cama bien tendida. Estaba adolorida y oliendo a alcohol y con una manguera en la parte superior de la mano izquierda conectada a una bolsa con suero. Estaba sola.


-¡Grité¡ ¡Pedí ayuda¡


Una joven mujer revestida de blanco se acercó a preguntar el ¿ por qué gritaba?


 -  ¿Dónde está mi hijo? ¿Donde? - Pregunté.


-  Ella indiferente me devolvió la pregunta. ¿Cuál hijo?  ¡La trajeron sola¡


- Me puse más triste. Lloraba sin calmarme. Luego me dormí nuevamente. Desperté, horas más tarde. Y frente a mí, estaba aquel hombre; su padre, mirándome con compasión y tristeza. Me cogió de la mano. Lo apreté inquiriéndolo por mi bebé. Él, solo se dobló sobre mi frente; me dio un beso y me dijo al oído:
-      El niño ya no está con nosotros. Despues le cuento lo ocurrido. Por ahora, descanse. Me ordenó abandonando la habitación.


Tres dias despues, regresó con un caballo aperado ayuntado al de él. Cogimos camino de regreso al rancho. Ya fuera del pueblo, intenté varias veces que su padre me contara qué había pasado con mi bebé.    

   
Ya en el rancho de regreso, una vez nos bajamos de los caballos, tomamos guándolo, reiteré las mismas preguntas. Él, con calma, dijo, me está obligando a contarle.  


- Al niño lo mataron las hormigas. Cuando regresé ya no respiraba. Usted, sí. Contó aquel hombre con la voz entrecortada, pero con el rostro rígido y sin doblegarse.


- Desde entonces nos pusimos de acuerdo y lo bautizamos Manuel, he hicimos una promesa: Si teníamos otro varoncito, le pondríamos el mismo nombre: Manuel.


 - Por otras razones, tal vez, perdí cuatro Manueles más. Pero usted vivió, mijo. Dijo con consuelo Juana, recordándole que tenía 9 hermanos; ocho hembras y cinco varones muertos.


Manuel, desde niño tuvo la curiosidad de saber la razón porqué Juana se refería a su padre como aquel hombre. Y preguntó.


-      ¿Madre, por qué llama a mi padre… aquel hombre?


-      Fue su abuela materna, mijo. Ese día que su tía Concha me mandó a acompañar llevándole un guándolo a su padre; ella vaticinó: aquel hombre le causará muchos dolores y sin sabores. Y desde entonces, me refiero a él, como aquel hombre. Su abuela paterna tuvo razón.


Aquel hombre no logró evitar la pelona en su cuarta visita. Regresando del mercado un domingo en la tarde montado en su caballo relámpago, éste, alebrestado, al encontrar en el camino, una coral, se levantó de manos arrojándolo hacia atrás en el camino empedrado. Una abandonada piedra filosa fue la almohada de aquel hombre en sus últimos suspiros camino al rancho.

Sus hijos y familiares regresaron a la casa materna, cortaron decenas de cirios, y con ellos, armaron numerosas coronas que acompañaron el féretro en la enramada de su casa donde fue velado. En el cortejo fúnebre desde la vereda al cementerio parroquial, lo encabezaron infantes en silencio portando ramos de lirios, mientras las mujeres artesanas del fique, en yunta, acompañaron a Juana portando una corona de cirios. 

Los matones de cirios, se secaron en un intenso verano del año en que fue aprobada la nueva constitución de Colombia. Los descendientes de Juana, una vez muerta por las arrugas que la ahogaron con sus recuerdos, vendieron la finca tabacalera y se convirtieron en citadinos. El telar de Juana, lo consumió el gorgojo del olvido. 

Ocasionalmente los biznietos, cuando visitan la tumba de sus mayores, la adornan con flores plásticas para que acompañen sus cenizas fundidas en el color terracota de las tierras de Villanueva.
 
San Gil, mayo 4 de 2.022

jueves, 12 de mayo de 2022

Magdalena, la animera.

 

Que Dios conceda la paz eterna. Tenía sus pecados, pero fue una buena persona; decían unos. Si lo mataron, algo debía, decían otros. Era guerrillero; se lo merecía. Decían algunos simpatizantes de las AUC. Era paraco, tenía que pagar: comentaban los del otro bando. Unos y otros los raptaban o detenían en sus hogares, o en el trabajo, unos. Otros, en las regiones en disputa.

Los retenidos, raptados o desaparecidos, los acribillaban sin piedad. Los restos mortales al rio tiraban para que no los encontraran. A los más reconocidos, con una piedra al cuello hundían en las bravas aguas del Rio mayor de Colombia que se despeñaban a las planicies del martirizado Magdalena medio hasta yacer en aguas superficiales en Puerto Berrio, Antioquia, Colombia.

Humildes creyentes pescadores, respetuosos del otro, en especial, de los muertos, se daban las mañas para arrimarlos a la playa y con la suma de otros, daban cuentas a las autoridades. Ellas, ocupadas en sus menesteres no daban importancia a las solicitudes de los lugareños desposeídos.

Los pescadores, por varios años cambiaron la pesca de peces por la pesca de cuerpos que enterraron luego, como N.N.


Magdalena, una madura mujer en cuyo rostro se notan las arrugas de la tristeza, y en los ojos, las lágrimas de años añorando a sus deudos, también desaparecidos por uno de los dos bandos, o por el bando oficial; decidió acudir a la solidaridad comunitaria. Ese gesto que nace en las poblaciones abandonadas para afrontar y compartir el sufrimiento. Entre los que vivían el mismo sentir apoyaron la iniciativa de Magdalena, quien empezó a organizar un improvisado cementerio en las afueras de Puerto Berrio.

El cementerio de los desaparecidos del medio magdalena. El camposanto de los NNs en Puerto Berrio. La necrópolis del rio Magdalena tiene unos tres mil desaparecidos no identificados.

La misericordia, el dolor propio y ajeno convirtieron a Magdalena en líder social y cultural. Ella, como sus ancestros antioqueños, nació devota de las Benditas Almas del Purgatorio. Personas que murieron en pecado mortal, unas. Seres humanos que murieron en intenso dolor y sus cuerpos físicos no han tenido paz en un cementerio, otras.

Magdalena, cristiana por convicción aprendió las oraciones usuales y piadosas para implorar la liberación de las almas del purgatorio para que puedan descansar en la vida eterna en el cielo.

Los cuerpos desfigurados, los rostros de jóvenes, el olor a sangre humana, el despiadado tratamiento a los muertos dados por los victimarios, despertaron la clemencia de Magdalena, y a la vez, la convirtieron en mediadora piadosa para implorar a Dios, piedad por las almas que sufren por diversas causas y obtener, por medio de la oración y las plegarias, la liberación de los embargos materiales que las tienen atados al mundo terrenal.

Ella, empezó a desarrollar la sensibilidad psíquica y física. Lo empezó a notar cuando usualmente visitaba las tumbas de los NNs. La primera vez, se encontraba cerca de una cripta de cemento cuando se sintió abrigada por una fría brisa misteriosa. Y sin premeditarlo, pronunció un nombre y apellido de un varón, sin ser recordado previamente: Miguel Andrés Duque, balbuceó dos veces para sí misma y el anima en pena.

-      Miguelito…miguelito ya se dónde estás. Te desenterraré. Cristiana sepultura te daré. Le anunció Magdalena. Y ella, le cumplió.

Magdalena cumplió la promesa. En una tumba descansó Miguel Andrés. Y cada lunes de cada semana, flores y jaculatorias recibió el muerto aparecido.

Así como los demás rescatados de las aguas del rio que enterraban la solidaridad creciente en el dolor e iban registrando en un cuaderno, signos y señales de los restos humanos. Así se fueron sumando los creyentes de las ánimas como iban rescatando cadáveres NNs de las turbias aguas del rio grande; y en el camposanto, más cruces brotaban del suelo, sin nombres, sin familiares dolientes, pero se acrecentaban los devotos de las Benditas Almas para implorar perdón por las faltas de los desaparecidos a quienes han ido adoptando con las oraciones, ritos y procesiones por calles y callejones en los que cayeron muertos otros NNs.

Magdalena, la animera, ocasionalmente en los recorridos que hace cada lunes y todos los dias de cada noviembre, después de las tres de la mañana, hora en que se liberan del estado, las animas, recibe manifestaciones sensoriales identificando espacios en los que reposan restos de personas o en tumbas en los fueron acogidos, otros. A los primeros, logra desenterrarlos y trasladarlos al cementerio de los NNs; y a los otros, registra los nombres que brotan de la boca para luego, no olvidar y contar a quienes buscan a los desaparecidos.


Ecoposada La Margarita, abril de 2.021

Nauro Torres Quintero

 

domingo, 1 de mayo de 2022

En la vereda aprendí...Poema de Nauro Torres Quintero

En la vereda aprendí, que…

Poema 149

01/02/2.022

 

En la vereda aprendí que el vivir es un arte

y el existir es ver pasar el tiempo.

 

 Se puede estar solo entre mucha gente,

  la soledad es grata compañía.

 


El mirar no es ver,

es usual ver sin mirar.

 

La bondad nos hace diferentes,

 la indiferencia nos convierte en enajenados.

 

La mentira es un hábito que esclaviza,

 la verdad nos hace libres.

 

La sinceridad nos fortalece,

la hipocresía nos convierte en indiferentes y vacíos.

 

El amor es dar sin esperar nada a cambio,

 el querer es deseo de tener.

 

La impaciencia es mala consejera,

la paciencia cosecha buenas amistades.

 

La gratitud trae bendiciones,

 la ingratitud, sin sabores.

 

El errar es humano,

el perdón, dignifica.

 

La prepotencia obnubila,

la humildad nos acerca al otro.

 

La responsabilidad nos acrisola,

la insensatez nos aísla.

 

La solidaridad nos hermana,

la indiferencia nos deshumaniza.

 

La confianza construye,

la desconfianza fractura relaciones.

 

La hermandad teje amistad,

el egoísmo hila indiferencia.

 

El honor nos dignifica,

la deshonra, margina.

 

La libertad nos hace libres,

la esclavitud, nos aminora.

 

 

Justicia es el clamor comunitario

la explotación es un rostro de injusticia.

 

La paz es un estado pleno de convivencia,

la guerra es el arma de los dominantes.

  

sábado, 9 de abril de 2022

Florián y sus ventanas con historia

 

Huellas indígenas, territorios y paisajes de Florián, Santander

-Memoria histórica recopilada por Libardo A. Verano Cortes-

En el extremo sur de Santander, abrazado por la Belleza, Jesús María, Albania, y la provincia de occidente de Boyacá, está Florián que en cumplió 106 años de existencia.

El médico veterinario Libardo Verano A. Cortes, en su retiro pensional, con la intensión de preservar la memoria histórica y afianzar los afectos por la tierra de quienes nacieron, nacen y tienen vínculos con Florián, por varios años fue haciendo consultas documentales, entrevistas, visitas y viajes por el territorio, cuyas impresiones entregó en su primer libro que tituló: “Florián: huellas indígenas, territorios y paisajes”.


En el preámbulo del libro, el autor cita las fuentes de su obra publicada con motivo del primer centenario de la población. En él, aclara que su trabajo no es una monografía, ni un estudio histórico, geográfico, antropológico o algo similar; pero si, el fruto de indagaciones y consultas en las fuentes humanas.

El territorio de Florián, en su mayor extensión, fue habitado por los indios Tisquizoques, antes y después de la llegada de los españoles. Ésta cacicazgo comprendió franjas territoriales de la Belleza, Sucre Y Jesús María, mientras que por la zona suroccidental fue poblado por los Móporas y Casacotas; etnias muiscas con genes caribes por la vecindad con los indígenas muzos, quienes fueron alguna vez, dominados por los indígenas Nauras. Los nativos se fueron extinguiendo en el choque de culturas al llegar los españoles por estos lares desde 1.539, provenientes de Andalucía, Extremadura, Castilla La Nueva, Castilla la Vieja, León, y otros de Portugal, y de los provenientes de África que fueron esclavos en haciendas cañeras y de algodón en cercanías a Vélez.


Según Nelson Rodríguez A. Chacón, quien fuera rector del colegio que lleva el nombre del fundador del pueblo, en su monografía del municipio, narra que la primera migración proveniente de Jesús María pudo ocurrir entre 1.870-1.880. Según los mayores, el nombre del municipio es en honor a una de las primeras familias colonizadoras: Ezequiel Florián, un boyacense, y su primogénita, Romelia Florián de Téllez.

 En 1.910 ya existía la escuela en el Manzano. Y entre 1.915 y 1.918 se fundó el actual caserío, pues el primero fue en otro lugar no apropiado para asentamientos humanos. Inicialmente se llamó Puerto Florián.

El autor, en el capítulo 20 del libro, en base a fuentes primarias y en recuerdos de la infancia, cuenta los efectos de la violencia partidista a mediados del siglo XX. Fue Florián un casco urbano, netamente liberal y estuvo rodeado por poblados exageradamente, conservadores.


La cabecera actual municipal fue tomada e incendiada el 6 de abril de 1.953 por conservadores y miembros de la policía; en ese entonces, conocida como “Chulavita” creada con varones originarios del poblado: Chulavita, en Boyacá por el presidente en ese momento, Laureano Gómez; cuerpo armado que sembró la violencia y asesinó a los opositores de su gobierno y que defendieran las ideas de Jorge Eliecer Gaitán, asesinado por el Estado el 9 de abril de 1.948, muerte que originó “El Bogotazo”.

Los abusos de la Chulavita comandada por el cabo Vargas, de origen Bellezano, cuenta el autor, la policía ingresó desde la Belleza a disipar una gresca que hubo entre conservadores y liberales ese domingo de resurrección en horas de la mañana en el sector la Culebrera. En el incidente resultó muerto el comandante de la policía: Esa misma noche, en el casco urbano, con un tiro de fusil Grass, estando en el segundo piso de la vivienda donde estaban pernoctando, fue asesinado otro policía, cuyo nombre no cita el medico Verano, pero advierte que supo del nombre y apellido de quien disparó desde la oscuridad cuando el agente salió al balcón a chupar un cigarrillo.

Las dos muertes de uniformados instaron a los habitantes a abandonar a hurtadillas el casco urbano protegidos por la oscuridad y se refugiaron en las veredas: Guamaral, La Indiana, La Vueltiada, Impal y Puerto.

Al otro día, 6 de abril, junto con refuerzos de la Policía y civiles, ingresaron a Florián, lo saquearon e incendiaron luego. -Según el sobreviviente, Jorge Quiroga, le contó al autor, que los elementos del pillaje fueron trasladados en mula y camiones a las poblaciones vecinas pobladas por conservadores-.  Solo quedó en pie el templo y la casa cural y la casa de don Luis Carlos Pardo. La historia no registra víctimas civiles. La humareda blanqueó el entorno por tres dias con sus noches, según contó Misael Guevara al profesor Ulises González, -también fue rector del colegio Ezequiel Florián, junto con el docente, Álvaro Pardo-, en otra monografía del municipio.

El 7 de abril del mismo año, proveniente de Sucre, el Ejercito Nacional arribó al poblado; cuerpo militar que brindaba, en ese entonces, alguna seguridad a quienes no ostentaban afinidades al pensamiento godo del gobernante, quien fuera embajador en Alemania, en época de Hitler y quien facilitó en su gobierno el ingreso al país, de nazis, algunos de ellos, estuvieron radicados en la Belleza y Puente Nacional. 


El nefasto gobierno de Laureano Gómez fue depuesto el 13 de junio de 1.953 por el general Gustavo Rojas Pinilla, del Ejercito Nacional, y en noviembre del mismo año, llegaron ayudas humanitarias a las familias que habían perdido sus viviendas en el incendio, luego empezaron a retornar para reconstruir el poblado que surgió con más ahínco y pertenencia desde entonces.

En entrevista con Miriam Fajardo Pineda, hija de Carlos Fajardo Camelo y entre líneas del libro: “Las guerras de la paz” de Olga Behar, el autor concluye que luego del 9 de abril, se constituyó un grupo de defensa liberal para defenderse de los abusos de los conservadores, dirigido por Carlos Fajardo Camelo, quien fue sargento retirado de la policía, oriundo de Guavatá. Luego de la quema del pueblo, cuenta Ricardo Rojas:  …” antes del incidente, yo organicé una autodefensa en Florián, Santander. Estábamos muy desapercibidos. Apenas con unas armitas…” Una finca de la vereda Vianí fue el lugar de reunión y entrenamiento de los integrantes. Entre ellos, cita a: Arnulfo Pineda P., Plutarco Elías Alonso Cubides, Daniel Sánchez, Joselyn Peña, José Pastran, Teodoro Pinzón, Isidoro Osma, Marco Tulio Niño, Vitaliano Vargas, Eliecer Fajardo, Polo Fajardo, Jeremías Hernández, y otros florinenses. La autodefensa estuvo integrada por volantes en: La Vueltiada y el Caracol.

Por testimonio de mi amigo Arnulfo Ardila, folclorista, padre de un caricaturista santandereano. -en ese entonces también hubo reclutamiento obligatorio de jóvenes, incluso de la parte contraria-  oriundo de Sucre, municipio conservador, junto con otros 49 jóvenes fue reclutado y trasladado al Llano a enfrentar el ideario de la guerrilla liberal en donde estuvo retenido por 14 meses y liberado junto con 800 más en Monterey, Casanare, el 15 de septiembre de 1.953, en virtud de la negociación que hizo el General Rojas Pinilla con Guadalupe Salcedo Unda, -el reconocido guerrillero de los llanos, perseguido junto con su descendencia posteriormente por el mismo Estado-.

 

El pueblo con las ventanas abiertas” como los coterráneos se refieren a Florián, tiene una temperatura media de 21 grados. Está a 275 kms. de Bogotá, a 62 de Barbosa, a 63 de Chiquinquirá, a 33 Jesús María y a 11 kms. de la Belleza.

Verano describe: la “topografía es de ladera donde está el poblado. No es la más llamativa pero el entorno geográfico es monumental. Está guarecido por los gigantes farallones del Opón, El peñón de Tisquizoque y sus ventanas, más la cordillera del Zarval. Y como otro centinela, hacia el norte, está el cerro de los Venados. Por el occidente esta la quebrada la Venta y los pintorescos valles de Tununguá y Pauna”.

En el sur de Santander, el desarrollo y mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, está más ligado, en el principio, al dinamismo que párrocos dieron a las comunidades para crear y fortalecer la imagen de parroquia. Si bien, en otrora se hacía creer entre los conservadores que los liberales no eran creyentes, los floridenses son una muestra que es una afirmación usada para encender las llamas de la violencia. Hoy dicen… los de la izquierda o mamertos.

En 1.918 los habitantes y vecinos erigieron desde ese año una primera capilla, muy modesta; más luego levantaron una más amplia con paredes en adobe y teja de barro. Igual, erigieron la casa cural. Esta capilla se mantuvo en pie hasta 1.965 que se fue deteriorando hasta clamar por el remplazo. Eclesiásticamente en sus orígenes dependió de la parroquia de Albania, hasta el 25 de marzo de 1.960 fue constituida en la parroquia San José de Florián mediante decreto 14 firmado por el prelado Pedro José Rivera, siendo el primer vicario ecónomo, José Expedito Diaz Orejarena, oriundo de Zapatoca; y el primer párroco, Luis Ambrosio López.

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

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