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lunes, 23 de marzo de 2015

Los amasijos de Ana Elvia, una mujer cabeza de familiar que es un ejemplo

 

 
"Como ya es usual, detrás de cada idiota siempre hay una gran mujer". John Lenon.
Tuvo seis hijos y sigue siendo señorita. El padre de sus hijos nunca los reconoció, pero murió a la merced del hijo mayor de Elvia. No tuvo tierra, ni casa pero vio de sus padres. No tuvo esposo que le ayudara a levantar a sus hijos, pero si, un par de canastos en los que vendía amasijos que cada tarde amasaba para ofrecer al otro día en cada tren que subía o bajaba por la estación de Providencia. Tampoco tuvo en sus haberes, vacas, pero fabricaba deliciosas almojábanas, y en las escasas dos hectáreas de sus padres florecía sementaras para alimentar a más personas de la familia.

Bajaba sin descanso en las mañanas por el mismo camino a la estación. Siempre erguida cual jirafa llevando en cada mano sus canastos cargados de amasijos. Negros eran sus vestidos como su abandono marital. Delgado es su cuerpo de color igual al de las tejas de barro de la casa de adobe construida con esmero y paciencia por sus mayores a la vera derecha del camino que desde Puente Nacional trepa a las tierras frías de la misma jurisdicción pasando por Quebrada negra vía a Santa Sofía en Boyacá.

Ana Elvia es su nombre y Beltrán su apellido. El mismo que tiene sus hijos que desde muy jóvenes debieron rebuscarse la vida con la bendición que los dos mayores fueron varones que ayudaron a cuidar, no solo a Ana Elvia y a sus padres, sino a las simpáticas hermanas volantonas que tenían en casa el oficio de moler el maíz y recoger la leña en los potreros de las parcelas vecinas para hornear los amasijos.

Los amasijos puentanos son a base de harina de maíz amasados con mantequilla de vaca y una pizca de sal, sin polvo de hornear y sin saborizantes. Se hornean con bajo calor luego de las almojábanas. Los lunes en la plaza de marcado son ofertados por mujeres campesinas encargadas de fabricar con sus manos, además de los amasijos y almojábanas, las arepas, las galletas, el ponqué y la mantecada, que en sabor y suavidad, no tiene que envidiarle a Ramo. Los amasijos y demás son las golosinas autóctonas de esta tierra del torbellino y el requinto en la que ningún emprendedor los ha industrializado aun.

Alfonso Pardo fue el padre de los hijos de Ana Elvia, un apasionado anapista que improvisaba sus discursos pronunciándolos desde una mesa. Siempre vestía de pantalón negro de paño y camisa blanca de manga larga. Usaba sombrero gris de ala corta y revolver trinquete al cinto. Recorría los caminos en un caballo blanco. Vivía solo y hacia todos los oficios de la casa, desde ordeñar y sembrar pasto hasta lavar y cocinar sus alimentos. Hacía en secreto los quesos de hoja, que por su textura, color y sabor, tenían un costo mayor y solo se vendían en tiendas de conservadores en el Puente Real de Vélez.
Nunca fue visto en la casa donde crecieron sus hijos. Ellos no sintieron el calor de sus manos ni el abrazo de un padre, incluso el saludo fue negado muchas veces y el regalo común fue el desprecio.

Alfonso fue un reconocido orador de la provincia de Vélez que defendió las ideas del General Rojas Pinilla en la plaza pública. Murió a la merced del hijo mayor, quien lo recogió y cuidó los últimos años de vida en Barranquilla.
El amor que Ana Elvia brindó a sus hijos fue suficiente para que ellos hoy cuiden de ella, igual que Guillermo Beltrán, el hijo mayor, veló por sus hermanas. Guillermo se hizo a pulso. Trabajó desde niño, y cuando alcanzó la pubertad alcanzó su sueño de ser policía, y aunque no vivió con el padre, aprendió de él a cubrirse con la sombra de un buen árbol.

Fue muy amigo de comandantes y generales, logrando cosechar un patrimonio que triplica el número de reses que pastan en los potreros del municipio de Puente Nacional, pueblo al que regresa en cada navidad cargado de regalos para los niños que aún viven en cinco veredas en que él recorrió de niño jornaleando para ayudar con el pan para la hogar.

La señorita Ana Elvia regresa a su casa de campo cada vez que la trae alguno de sus hijos. Tiene alientos para alcanzar el siglo, gracias al positivismo que siempre mostró ante las dificultades de la vida, gracias al empeño y al amor conque hacia sus amasijos.

Colombia está poblada de Anas Elvias, personas anónimas que nunca serán noticia, pero con el tesón de una madre y padre a la vez, aportan ciudadanos trabajadores al país poblado cada vez más por hijos con padres como Alfonso.


NAURO WALDO TORRES QUINTERO
San Gil, diciembre 18 de 2014
 
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