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domingo, 19 de junio de 2016

Terrones, abrojos y espinos de Agustín Torres Torres,

 

AGUSTIN TORRES 2005

Miguel Agustín Torres Torres, (22 de noviembre de 1923- agosto 4 de 2011) contempló la vida con esperanza y la vivió sin apuros sonriéndole a cada circunstancia.( Fotografía cortesía de Suzanne Meijles 2005).

Las benditas almas lo acompañaron en tortuosos caminos; no lo amilanó la  muerte del padre cuando tenía cuatro años, no lo postraron las lagrimas de su madre, María de Jesús cuando el Ejercito Nacional lo reclutó para el servicio militar; no lo corrompió el poder naciente de Víctor Carranza en las minas de Chivor; no mostró temor en la década del cincuenta, cuando los caminos por veredas liberales eran vedados a los conservadores; no  tuvo miedo a Efraín González, cuando por orden de la profesora Rita Pardo (http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/01/rita-la-maestra-asesina.html)    recomendó su muerte; no cedió a las pretensiones extorsivas del “comandante Martin” del frente 23 de las Farc cuando regresó de “casa verde” a recuperarse en la provincia de Vélez de las heridas producidas por esquirlas de bombas del ataque militar con 46 naves y 800 soldados que ordenó el presidente Gaviria el 10 de diciembre de 1990 al nido del supuesto ejercito del pueblo. Menos la muerte que lo preparó por doce semanas para morir en brazos de Lidia, su hija amada en la habitación 510 de la Clínica Jorge Piñeros Corpas    de Bogotá en donde fue internado con urgencia luego de un diagnostico que le produjo el deceso: Leucemia.

Como los arrayanes, Agustín murió de pie; agradecido por el camino recorrido, agradecido porque pudo despedirse de sus seres queridos y de sus amigos que lo visitaron a granel en la clínica, mientras su cuerpo se deshacía cual gelatina y el dolor dominaba su cuerpo físico mientras las sonrisas con que enfrentó la vida prevalecían en sus labios  morados de muerte. Nunca maldijo, ni se arrepintió por haber hecho daño de pensamiento, palabra y obra a otro ser humano. Murió el 4 de agosto de 2011 pero su esencia revoletea en las guacharacas, toches y cillaros que en las madrugadas y en los acasos musicalizan el entorno de la casa de barro ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2016/03/las-mascotas-estimulan-las-emociones.html) que construyó con sus manos para allí florecieran sus amores: su esposa e hijos.

La vida de Miguel Agustín Torres Torres, fue marcada por el amor a la tierra que con su azadón acariciaba los terrones para usar su fertilidad para que nacieran semillas que brotaban: tubérculos, granos, hortalizas y legumbres; fue marcada por un espíritu de servicio a los familiares, y las comunidades veredales. Tenía una capacidad nata para enseñar a los niños las labores del campo, por darle la mano a las mujeres cabeza de familia acogiendo a los hijos y educarlos en el trabajo responsable. Las  acciones terrenales de Miguel Agustín Torres Torres estuvieron marcadas, unas con flores, otras con abrojos y otras con espinas.

Un campesino orgulloso 

de su patria

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Con tez teja, con ancestros muiscas, no escondió su condición. El sombrero lo usó para protegerse del sol, por dignidad y por respeto. Se lo quitaba ante las damas, los mayores y los estudiados. (Fotografía de Nauro Torres, 2009) 

Agustín amó a su país como así mismo, se entregó a su Iglesia, como templo vivo, vivió para su familia como razón de su existir,  enseñó a amar la tierra como parte nuestra, defendió sus ideas políticas razonablemente, convirtió su vida en una sonrisa y la vivió como un chiste endulzándola con picante del autentico sabor veleño.

Estuvo convencido que lo mejor por venir estaba después de que su cuerpo físico retornase a su origen. amó a la tierra de la cual vivió y mantuvo a su familia cosechando café sus primeros 50 años productivos y pastando ganados en los últimos 28 años de su vida.

Fue un colombiano orgulloso de sus ancestros, respetuoso de las leyes y del buen gobierno que gozó el pasillo y el torbellino así como de las rancheras. Coplero por naturaleza, jocoso de sangre, católico profeso y practicante desde niño. Predicador en la adultez. Esposo amoroso y fiel, padre anhelado y recordado. Educador en todas sus prácticas cotidianas y trabajador hasta los últimos días de su existencia. La gozó en toda acción que hacía, y que solo acudió a los facultativos en dos momentos de su vida, cuando tenía, cincuenta años que sufrió de tifo y en los postreros amaneceres que cerraron sus ojos para siempre.

Origen y condición

Agustín  nació el 22 de noviembre de 1923 en la vereda Alto Jarantivá del municipio de Puente Nacional, Santander, provino de una familia cosechera de caña de azúcar y de cultivos de pan coger. Perdió a su padre Agustín, cuando no cumplía los cuatro años;  desde esa edad, cuidó de su madre María de Jesús hasta el final de sus días en su calidad de segundo hijo prefiriendo abandonar su trabajo de militar para convertirse en el bastión de ella que culminó su misión terrena en forma natural antes de cumplir los sesenta años, pues en ese entonces no había medios para establecer las causas de la muerte.

 

 

Su padre, Agustín Torres Menjura, tuvo como hermanos a José María, Eccehomo y Etelvina, quienes provenían de la vereda Páramo y nacieron en una finca cercana al caserío Peña Blanca en límites con los municipios de Saboyá y Santa Sofía en Boyacá.

 

ABUELA Y MADRE

  Es la única fotografía que existe de María de Jesús Torres Gómez, la de la izquierda; la del centro Carmen Rosa Torres Torres y María Custodia de Torres, esposa de Agustín Torres. (Foto del álbum familiar 1963) 

María de Jesús Torres Gómez, la madre,  tuvo varios hermanos, entre ellos, Luis Torres, quien fue colono en el Carare y posteriormente continuo con su oficio en las tierras de Guamal, Meta, donde murió de viejo, abandonado y sin descendencia en una casa hoy ubicada en la calle más comercial de ese municipio petrolero.

 

MI PADRE E HIJO AGUSTIN

En la casa La Esperanza, Miguel Agustín Torres Torres, fue visitado en el 2007 por el sobrino llanero que lleva su nombre. En la fotografía alza al  hijo de quien compartió la imagen. (Cortesía de Agustin Torres González).

De contextura delgada y musculosa, piel color maíz tostado, estatura media, pelo lacio y negro, ojos picarescos azabaches escondidos en amplia frente que caía en forma regular con el mentón formando una cara trapezoidal, caracterizada por hendidura circular en la carraca centrada con alargadas orejas que reflejaban estética con la nariz; de manos amplias con dedos gruesos con uñas aplastadas muy particulares, cabeza en equilibrio con el tronco que siempre cayó perpendicular sobres sus extremidades propias de los descendientes de los muiscas, etnia de la que siempre se sintió orgulloso, así le llamasen “chicharrón”.

 

MIS PADRES CON GLORIA MALAGON

Cada ocho de mayo desde el 2000, Puente Nacional celebra la Victoria comunera, celebración en la que los habitantes unos se visten de comuneros y otros de españoles y en obras de teatro representan el memorial que reclamaban los comuneros.  De izquierda a derecha: Custodia Quintero, Gloría Malagón y Agustín Torres.(Fotografía de Nauro Torres 2011).

Aprender a leer y a escribir fue su sueño infantil

Solo pudo ir a la escuela un par de años pero gozaba de hermosa caligrafía que perfeccionó en el transcurso del servicio militar, y en el servicio de la Policía de Boyacá en donde cogió adicción a la lectura, costumbre que mantuvo hasta el final de sus días por medio de la cual gozó de excelente ortografía y basta información sobre los aconteceres nacionales.

De su padre Agustín, recordaba muy poco, pero se jactaba que le amaba y contaba con profunda tristeza como le hizo falta en su vida de niño, joven  y adulto; pues él,  murió muy joven victima de la viruela que en ese entonces la cura no llegó oportunamente a esos campos con sabor santandereano y boyacense en donde floreció por primera vez la carranga ( https://www.youtube.com/watch?v=7Fh47uaqJKc)  y el torbellino ( https://www.youtube.com/watch?v=6AiI9SgaJZ0).

Roberto, fue su hermano mayor. Mayor solo unos años, quien cansado de la dureza de los tíos y de la responsabilidad a lado de María de Jesús y de la cantaleta porque se había ennoviado con la vecina de la finca materna, decidió con su novia, Aurora, probar suerte en los Llanos orientales convirtiéndose en colonos de las tierras que hoy se conocen como Castilla la Nueva  en cuyos subsuelos brota el mejor petróleo de Colombia y en donde viven los otros herederos de la estirpe Torres González de la cual forma parte esta familia.

 

  LA FOTO DE LOS MAYORES TORRES

  Quienes en ese entonces nacieron en el campo y por circunstancias en el rebusque de la vida, las distancias separan a los hermanos, cuando se encuentran, celebran como si fuese el ultimo día por vivir. Ello ocurría cuando Roberto Torres se encontraba con el hermano Agustín. Parrandeaban, tomaban y departían hasta que los venciera el licor y el amanecer haciéndose la promesa de siempre: “Usted me hace el favor y no me deja solo en mi funeral”. Y la promesa se repetía cada cinco años. Agustín debió enterrar a su hermano Roberto y luego a su cuñada del alma, María Aurora. Los sobrinos, en grupo vinieron al funeral de Agustín. ( fotografía de Nauro Torres 1998. de izquierda a derecha: María Aurora, María Custodia, Agustín y Roberto).

 

Carmen Rosa fue la hermana menor por parte de la madre, pero murió igual de joven al abuelo Agustín, luego de ser madre de dos hijos cuyo padre fue otro llanero hijo de santandereano colonizador en las mismas tierras de Castilla, Meta.

Soldado y policía al servicio de la patria

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El 9 de abril de 1948 lo cogió en plena juventud y mientras vendía productos agrícolas en Moniquirá. Fue reclutado para el servicio militar obligatorio y posteriormente seleccionado por su puntería y don de gentes para ingresar a la policía por sus orígenes políticos en el partido azul que había incendiado las antorchas de una época de violencia fratricida entre hermanos de un mismo pueblo que defendían, unos color rojo,  y otros, el azul.

En la misión policial de confrontar cualquier brote de “chusma liberal” fue designado al municipio de Guateque, Boyacá, en donde se enamoró por primera y única vez de otra campesina de tez blanca y ojos claros de cuya cabeza caían  trenzados bejucos enchumbados abundantes cabellos negros que coronaban esbelto cuerpo proporcionado y escondido entre faldas de paño de cuadros y blusas blancas que eran la moda de la  mitad del siglo XX.

Custodia, la novia y esposa

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Toda la vida se jactó de ella al convertirla su esposa. Vivió orondo de haberse desposado con una mujer de otras tierras al compararse con su hermano Roberto, a quien, su hijo mayor siguió el ejemplo de casarse con una vecina, decisión personal que siempre consideró  una carencia de aventura afectiva para buscar mujer en otras tierras.

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  Un registro de algún momento después de la boda de Agustín y Custodia ocurrida en Zutatenza, Boyacá el 24 de noviembre de 1951.  

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Testimonio de una reunión ocurrida un sábado de 2003, en la que aparece Agustín con los dos hijos hombres y una hija.

María Custodia Quintero Sánchez, una boyacense orgullosa de su origen que con su belleza, su sazón y su autonomía económica conquistó al “flaco”. El moquete como fue conocido mientras usó el uniforme militar. L conoció en su tienda que estuvo ubicada adyacente donde hoy es la alcaldía de Guateque, cerca a la tierra donde estuvo, por primera vez en Colombia, la antena más potente de Colombia, en ese entonces, donde se originaba la “Radio Sutatenza” por medio de la cual aprendieron a leer, escribir y a mejorar el campo, millones de colombianos incrustados en las dispersas montañas de Colombia a mediados del siglo pasado.

Los traslados esporádicos dentro del mismo departamento lo instaron a colgar el uniforme en Tunja donde hacia su trabajo policial para cambiarlo por los arreos y el azadón regresando a su tierra con varias misiones personales: buscar estabilidad familiar, cuidar de su madre, María de Jesús, orientar a su hermana menor y empezar su vida productiva en la tierra que trabajó su padre, Agustín y que estaba siendo barbechada por los tíos.

Del uniforme al azadón y la arriería.

Regresó a la tierrita, como dicen por esos lares del maestro Lelio Olarte, orgulloso de su esposa, pero en calidad de arrimados a la casa materna, María de Jesús tenía una chichería, panadería y posada al servicio de los mercaderes que desde tierras frías de Leiva y pueblos circunvecinos intercambiaban productos cada lunes en la plaza de Puente Nacional tal como lo hacían los ancestros muiscas.

Con los escasos ahorros, compró menos de una cuadra de tierra en donde pocos meses después empezó a construir, la que siempre fue su casa. La levantó lentamente a la vera del camino real que desde Puente Nacional conduce a Sutamarchan.

Adquirió un par de mulas y el caballo “cinco pesos” que revistió con aparejos provenientes del Socorro y Santana y empezó su vida de arriero llevando miel de caña a los pueblos boyacenses que están en el límite con Santander del Sur. De regreso, traía trigo y maíz, papa, ibias, nabos y cuyos que ofrecía en su casa donde siempre existió la tienda de vereda marcada como “la esperanza”.

Su labor como arriero lo combinó con la agricultura que ejercía en tierras ajenas bajo la costumbre de la aparcería en tres pisos térmicos diferentes. De cada cosecha, entregaba la mitad al dueño de la tierra a Miguel Becerra, Trinidad de Lancheros, Pacho Mejía en clima templado, y en clima frió, al primo José Atanel. En esa partición de la cosecha  enseñó a sus que “quien no cuida lo ajeno, no cuida lo propio”.

De adobe en adobe.

Aprovechando su juventud y viendo que el hijo mayor correteaba ya por el patio y los potreros frente a la vivienda donde él nació y que su esposa acostumbrada a trabajar, había montado una mesa en la que exhibía los lunes a la orilla del camino para ofrecer viandas y bebidas caseras a los parroquianos y reinosos,  compró unos derechos sucesorios y empezó a construir el sueño de  tener rancho propio.

 

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Esta es la casa de adobe que la familia Torres fue construyendo con convites y con trabajo de fines de semana. Esta en medio de los poblados de Providencia y Quebrada negra. (Fotografía de Cristian Torres, en ella aparece Custodia de Torres arreglando el jardín).

Agustín hacia hasta dos viajes por semana a Labranza Grande y Santa Sofía, en los cuales gastaba un poco más de tres días de ida y de regreso, logrando así conseguir dinero para las maderas.  En convites, fue haciendo el adobe con el cual fue levantando, poco a poco, la casa a la que llegó con Custodia y el primogénito a vivir  en la primera pieza techada superficialmente con tejas de zinc para guarecerse del agua, más no del frío que en las noches penetraba por los huecos de las paredes y tejas ya que el piso de tierra lo hacía más penetrante y helado.

En ese entonces ese camino real a Vélez-Bucaramanga, hoy desaparecido brutalmente bajo la carretera, era muy transitado pues era el único sendero para hacer la comercialización entre varios municipios, ya que rozaba el ferrocarril que existió entre Barbosa y Bogotá por el cual se transportó la carga y los pasajeros que del oriente colombiano iban a la capital de la república o viceversa.

La competencia entre pobres

 

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En esta casa, que fue hospedería hasta 1965 cuando el camino fue remplazado por la carretera, nació Agustín Torres, y en la pieza de la derecha con ventana, vivió con su joven esposa, y en ese espacio recibieron al primer hijo. Al frente de este aposento. María Custodia Quintero colocó una mesa en la que ofrecía, los domingos y lunes, las bebidas y viandas a los reinosos y paisanos.

Custodia, comerciante de abarrotes y comidas desde los 13 años, fue organizando su tienda con la visión de una pueblerina, convirtiéndose en una competencia para su suegra, generando una desacuerdo que perduró hasta pocos días antes de la partida de María de Jesús Torres Gómez.

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  En el campo, un reproductor de cualquier especie se convierte en la esperanza para los dueños. En en caso de Agustín,  ´le veía la mejora genética al cruzar la raza cebeína con la criolla”.

Cuatro y mas manos trabajando, la joven pareja, empeñados en poseer los medios de producción, fueron comprando los pedazos de tierra que le correspondieron a los tíos, convertidos ya en llaneros, en los que probaron con el cultivo de caña, para convertirse luego en prósperos cafeteros, de cuyo oficio vivieron hasta cuando apareció la roya y las jóvenes fuerzas se perdieron al cumplir Agustín los 12 lustros, obligándose a vender su apreciada Vega, como se llamaba el terruño con el cual logró hacer parte del patrimonio, pues la otra fue del trabajo de Custodia, que alcanzó a tener hasta cuatro personas permanentes, trabajando en la tienda que siempre se llamó “La esperanza”. Por esos oficios pasaron jóvenes de ambos sexos, que aprendieron con ellos a trabajar. Varios se hicieron militares, y ellas, comerciantes en Bogotá, la ciudad que mas desplazados ha recibido en todas las épocas de violencia que han enfrascado a Colombia y aun no cesa.

Su Ser social y eclesial

Por haber recibido entrenamiento militar debió, en la década del cincuenta  del siglo XX, coordinar la organización de la defensa comunal, que en muchas noches con sus días, hicieron guardia para enfrentar e impedir que los rojos penetraran en tierras arriba del caserío  Providencia, reconocidas en ese entonces como dominios godos. Entre esas noches, fueron varias que la esposa con el primogénito debieron dormir en las cuevas y cambuches, que hacían con otras mujeres, para guarecerse y esconder a los críos, mientras los varones vigilaban desde las cúspides de las montañas ya convertidas en pastizales.

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  Participó en el proceso de formación  de comunidades eclesiales en las que la familia es considerada la célula de la Iglesia. (fotografía cortesía de Diego Reyes). 

Estas diferencias partidistas apoyadas por los políticos de la época, obligaron a las comunidades que tenían el mismo credo y creencia partidista, a establecer lazos de unión con los cuales convirtieron a pica y pala, caminos en carreteras, así no tuviesen conexión con otras vías municipales; a crear escuelas en terrenos donados por generosos finqueros y levantar templos en cada vereda, con el objeto de ir menos a la cabecera municipal reconocida desde siempre con tradición liberal.

El arrayán fue visto liderando con otros que murieron primero que él, la Acción comunal de Providencia, posteriormente la de Quebrada Negra y en su implementación de su ser social, fue concejal de Puente Nacional que junto con otros del mismo partido, como Eduardo Malagón y José Leví Bohórquez, gestionaron la carretera Providencia- Quebrada Negra, que para poder abrirla, llevaron el buldócer en tren, desde la estación la Capilla, y en sus extremos, animados por el párroco de la población, José María Rangel, comprometieron a los habitantes de las veredas para levantar capillas, para que periódicamente recibieran el catecismo y la formación religiosa, todos, en especial quienes crecían en población infantil y juvenil abundante.

Un mediador

Agustín fue un mediador nato para limas diferencias. Una noche le vieron  acompañado del hijo mayor por los potreros rumbo a dialogar con el “bandolero conservador” Efraín González para aclarar cara a cara los comentarios de la ex maestra de Providencia, Rita Pardo, quien abandonó los pupitres por las armas, para acompañar en la aventura a su amante “don Juan” que se había convertido en el verdugo y terror de las comunidades liberales de los municipios de la provincia de Vélez. 

Lo vieron con balay en mano y revolver en la otra, aclarar lo que había que aclarar, para que él y su familia no fuera objeto militar del “tío” como también se le conoció al mismo Efraín González Téllez, quien murió en el barrio 20 de julio de Bogotá, bajo la acción coordinada de más de dos mil soldados a los que enfrentó, cuando intentaba negociar una amnistía con los fundadores de la ANAPO ya en la década del sesenta del mismo siglo XX. En la casa-trinchera donde mataron a Efraín hay un epitafio que reza: “aquí peleó, durante cuatro horas, un cobarde criminal contra 1.200 valerosos saldados colombianos”. 

En la década del ochenta y posteriormente en la del noventa, se supo de sus gestiones de paz para establecer diálogos con la cuadrilla 23 de las FARC, que empezó a rondar, en dos ocasiones diferentes, por las veredas que en tiempos pretéritos fueron dominio del mismo Efraín González Téllez.

Se conoció de su acción decidida contra la extorsión que quiso hacerle el primer reducto del grupo guerrillero, negándose a pagar.

Posteriormente se supo de sus visitas nocturnas a las familias de las veredas, para que impidiesen que sus hijos fuesen reclutados por el comandante Martín del frente 23, quien realizara el primer secuestro de policías en Santander, en el municipio de Santa Helena del Opón, cuando éste regresó a Santander a reponerse en  tierras puentanas de las esquirlas que lo impactaron cuando recibía entrenamiento en casa verde, el templo del hoy grupo terrorista de las FARC,   guarida que fue borrada por decisión del presidente Cesar Gaviria. 

Los sacerdotes Eduardo Vargas y Eduardo Rodríguez, en su momento, párrocos de Puente Nacional, reorientaron el liderazgo de Agustín, mediante cursillos de cristiandad dirigidos por el sacerdote Hernándo Vargas, hoy dedicado a escribir historia.


MIS PADRES Y LA NANA 2011

Este registro fotográfico ocurrido en 8 de mayo de 2011 en el contexto de la celebración en Puente Nacional de la primeara victoria comunera, es el ultimo en vida de Agustín, pues una semana después debió ser trasladado a una clínica en Bogotá en la que duró doce semanas padeciendo, muriendo el 4 de agosto del mismo año. Los restos del  arrayán fueron velados en Bogotá, sus cenizas en Quebrada Negra, las cuales reposan en la catedral de San Gil.  Aparecen de izquierda a derecha, María Custodia Quintero de Torres, la nieta, Adriana Torres, y, Agustín. (Foto de Nauro Torres 2011).

 El legado del arrayán  

Cuando era muy niño, Agustín  orientó al primogénito en el pliegue de barcos de papel, en los cuales zarpaban zanjón abajo a puertos imaginados, enseñándole a construir un futuro en puertos de mares lejanos en tierras distantes a las de él, pero atados al mástil de la tierrita y la familia  guiados por el faro de Dios. Cada barco que se hundía en el intento de partir, el mayor de la familia debía reemplazarlo, cada barco que atracaba en los obstáculos del arroyuelo, debía revisarlo para reorientar su curso, así  enseñó a ser proactivo, persistente y a no darse por vencido, hasta lograr siempre las metas propuestas.

 

Mientras él pisaba el barro y formateaba los adobes para la casa, él  guiaba  la pisada de los adobes del pequeño hijo. Mientras él arrimaba en bestias las maderas para su nido de amor, el primogénito hacía lo propio en su perro, así enseñó que todo en la vida se puede lograr con trabajo honesto y siendo metódico. El chico aprendió a gozar cada actividad para evadir el cansancio y ver el trabajo como una diversión. 

Lo vieron arreglar con sus manos los cascos de los caballos y los arreos de sus mulas, además de disponer armoniosamente las herramientas y los costales para que cada lugar fuese agradable para vivir y trabajar, enseñando a los hijos que la vida se compone de las pequeñas cosas y que la felicidad esta en el goce que cada uno le ponga a las mismas cosas que, entrelazadas se convierten en la vida.

 

Lo vieron llorar y enterrar a sus tías y a la madre,  María de Jesús, a sus suegros y hermanos, y en su llanto, convertido siempre en una oración, aleccionó a los hijos a dar gracias a Dios por las alegrías y las tristezas para que comprendieran  que la muerte es parte de la vida, y que la vida sin la muerte, sería muy aburrida con la vejez encima. 

 

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En las noches tenebrosas, frías y lluviosas; en los lodazales de los caminos, sacando juntos con el hijo mayor, las mulas enterradas, con sus cargas de zurrones de miel; en las enfermedades de sus seres queridos y en la pérdida final de sus vecinos, los hijos lo vieron llorar para guarecerse  en la Divina Providencia, luego de un diálogo frecuente con Dios, enseñando que las cargas se hacen menos pesadas cuando se le entregan a Dios.

 

Lo recuerdan armando guandos para trasportar heridos y enfermos en sus bestias, unas veces, y en otras, al hombro rumbo al hospital de Puente Nacional. Lo vieron cortando maderas y alistando rejos para cargar los muertos a los funerales y luego al cementerio. Lo recuerdan haciendo colectas para comprar el ataúd y hablar con el párroco, para que hiciera rebajas a los servicios religiosos y buscando ayuda en la Alcaldía para vecinos que no tenían ni para el funeral, enseñando que los humanos debemos ayudarnos, cuidarnos entre todos y solidarizarnos entre sí, pues todos nos necesitamos, pues no hay persona tan encopetada que no tenga que recibir, ni pobre tan pobre que no tenga que dar.

 

 Lo evocan dedicando tiempo al trabajo comunal en el arreglo de caminos y carreteras, puentes y templos. Lo rememoran haciendo la colecta de la misa, empezando por su limosna, enseñando que quienes tienen la fortuna de tener algo, podemos compartirlo con los que no lo tienen, aleccionado que entre más se da, mas se recibe.

 

 

Lo vieron llorar por cada uno de sus hijos, cuando se enfermaban y ellos sintieron como los curaba con sus besos y caricias, percatándose ellos durante su existencia que fueron amados y seguros a su lado. Así los instó a amar a la familia.

Los hijos y nueras lo vieron cocinar, arreglar la habitación y barrer la casa y a atender a todos los que vivían en ella, ensañando a cuidar y apreciar lo que se les da y lo que se tiene.

Lo vieron traer la prensa cada vez que podía y leerla de principio a fin, para mantenerse enterado de los asuntos del gobierno. Lo escucharon los hijos, siendo niños, en muchas noches sentados juntos a la vera de las tres piedras, que servían de fogón en el rancho de paja y de vareque en su finca cafetera, llamada la Vega, los mitos y leyendas de sus antepasados, convirtiéndolos en  amantes de la lectura y animándolos por el gusto  de escribir, así sea para sí mismos. Enseñando que hay que conocer la historia, para no ser condenados a repetirla. Así los convocó  a ser sensibles y viajar por el mundo atreves de la lectura potenciando  la imaginación para volar a otras tierras y conocer otros personajes.  

 

Quienes le conocieron gozaron  siempre de sus abiertas sonrisas y sus charlas jocosas, así como de sus coplas y sus cantos rancheros. También lo vieron llorar solo y a escondidas enseñando que la felicidad es un estado de ánimo, que en la vida muchas cosas duelen y que los varones también lloran, porque el llanto  libera de las angustias y pesares e ilumina para enfrentar las tristezas con paciencia y esperanza.

Con el impulso y apoyo el hijo mayor pudo estudiar becado en Zipaquirá, pero siempre mostró interés por lo que él hacía y anhelaba, y ese hijo comprendió que podría llegar a ser más de lo que el padre  imaginaba y había alcanzado.

Arriando mulas, cogiendo café, vendiendo naranjas, ofreciendo pan y almojábanas a los pasajeros del tren y a los pasajeros de las busetas,  enseñó a sus hijos  que el trabajo es una distracción y que si  se es metódico, el trabajo da para vivir bien y  con honestidad, con sencillez y alegría.

 

A los 15 años  asignó al hijo mayor la tarea de cuidar a la madre en el hospital de Chiquinquirá después de una delicada cirugía, enseñándole con esta delegación a cuidar a los suyos y a estar con ellos en los días aciagos que la vida trae en su diario trascurrir.

En cada viaje de regreso a casa, lo vieron llevarle, algunas veces colombinas de coco, y otras, mogollas con chicharrón o pata sudada a su siempre amada y respetada esposa, enseñando la grandeza del matrimonio y su rol en la sociedad y que el amor se puede demostrar, hasta en una panelita que se lleve como detalle de cada salida a los miembros de la familia.

A sus hijos varones, un 24 de diciembre recibieron como regalo una guitarra de juguete fabricada en la capital religiosa de Colombia, y su en casa no se perdían festival del requinto o de la guabina y del tiple, sembrando  el folclor veleño. (https://www.youtube.com/watch?v=beRKaprYj_M&list=PLD8E8C2ACA4F2C68C&index=7)

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La tradición veleña se siembra de generación en generación. Los hijos de los descendientes de Agustín acuden al festival del requinto y la guabina a Puente Nacional, al festival de tiple y la guabina en Vélez y la festival de moño y la guabina a Jesús María.

 

En romería con vecinos y amigos iban en febrero a visitar el Cristo de Guavatá, una veces, y otras, en peregrinación a la Virgen de la Candelaria, en el desierto del mismo nombre; otras  acudieron a los santuarios de Leiva a la Virgen del Carmen o a Chiquinquirá a la Virgen reina de los colombianos, enseñando que la religiosidad popular mezclada con el folclor convierte al veleño en un colombiano más colombiano.

Cuando sus hijos mentían, recibían  merecido castigo, enseñando la durabilidad de la verdad, así, ésta  sea desagradable porque es la verdad la que  saca del alma las penas y las culpas.

 

Lo vieron orar en los momentos de gozo. Lo vieron rezar en momentos de incertidumbre. Lo vieron rezar el rosario muchas veces por la paz de Colombia. En sus oraciones identificaron más plegarias de agradecimiento que para implorar favores, así predicó que a Dios rogando y con el mazo dando.

Miguel Agustín Torres Torres fue un varón a carta cabal. Un vacan¡¡¡ para los jóvenes de hoy. Un ciudadano ejemplar, un cristiano a imitar, un padre modelo, un vecino anhelado, un anciano que se ganó el respeto durante su existencia y con su sabiduría orientó a quien demandó ayuda.

Vivió 88 años bien vividos y en esos años cercanos al siglo, fueron muchas las personas que le conocieron y que hoy lo recuerdan con particular afecto.

La vida de Agustín tuvo una particularidad, enfrentó la adversidad con el mismo entusiasmo que la felicidad. Estuvo convencido que se vive en un paraíso, y en él, hay flores, hay abrojos y hay espinos, y el vivir plácidamente es asumir que la existencia humana es una colcha de retazos y corresponde a cada quien remendarla para tenerla siempre limpia para cuando la colcha se convierte en mortaja.

Miguel Agustín Torres murió en el ocaso del 4 de agosto de 2011 pero su esencia revolotea animando a las aves para que acompañen a su vieja que sigue en la “Nueva Esperanza”, esperanzada en irse pronto a acompañar al viejo, mientras tanto en este agosto de 2020, luego de muchos años, manadas de golondrinas posaron en la arboleda y en el techo de la casa en donde ella ve pasar los años, y en las mañanas como en los atardeceres las parejas de toches, ciotes y guacharacas acuden a cantar sus melodías armonizando el ambiente y convirtiendo la soledad de la anciana en una esperanza pues todo fin tiene un principio.  

 

 

Esta fotografía tomada en 1960 registra momentos en el Agustín Torres en compañía de Mery Rojas, visitaba en el Hospital San José de Bogotá a un conocido que estaba allí en tratamiento.

A la tienda la Nueva Esperanza en la vereda Jarantivá acuden en cada puente a visitar a la octogenaria Custodia Quintero Vda. de Torres, personas con sus familias, unos por solidaridad y otros porque aún no sabían de la muerte de Agustín  ocurrida en el 2016; pero todos llevan, además de un presente, abundantes palabras de agradecimiento por lo que este arrayán de la vida hizo por ellos, enseñándoles a trabajar y ser correctos en la vida, otros por el buen consejo. El ser agradecidos es propio de los seres sencillos y justos.


La Margarita, marzo 23 de 2016

 NAURO TORRES

 

 

 

jueves, 16 de junio de 2016

Joselyn Aranda, el de el Común.



En esta sociedad competitiva, centrada en el tener y el acumular, personas que tengan como fundamento ético el trabajar para servir sin condición, son escasas y el toparse con alguna de ellas, es como hallar un aguja en un pastal. Pero ese fundamento ético se amalgama en el hogar, se mezcla en el entorno y se acrisola en el trabajo.
 
La mayoría de  sacerdotes y  las religiosas optan como profesión el servicio a las personas que están al frente, al lado-el prójimo-; pero hay corrientes eclesiales que determinan que el prójimo es aquella persona que sufre necesidades corporales, incluso espirituales, así no estén al frente o al lado, pero que despiertan solidaridad en quienes creen en los postulados de Jesús, de Buda y otros iluminados que estuvieron en la tierra para enseñar la razón de la existencia humana: la felicidad.

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Joselyn Aranda  Cano es un laico que ha dedicado su vida a servir a los demás, inicialmente como educador, luego como promotor social y en los últimos 18 años como líder social de la causas reivindicativas campesinas, de la defensa y promoción de los derechos humanos y ciudadanos y un hortelano de la paz. Trabajo que estuvo realizando desde la Coordinadora de organizaciones campesinas del Sur de Santander: EL COMUN con sede en San Gil, Santander, Colombia. 


Joselín fue un apoyo y un orgullo para sus padres.

Siendo adulto, y luego de hacer unos ahorros y recibir el apoyo de sus padres y hermanos, se fue al instituto de liderato social de El Páramo, Santander, a terminar la primaria. Allí en esa institución de la Diócesis de Socorro y San Gil pero dirigida por sacerdotes vicentinos, fue animado y apoyado a iniciar estudios secundarios en el Instituto de liderato social de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o de bachillerato y fue formado como agente de pastoral social con claros conocimientos en la producción agrícola y pecuaria. Se hizo bachiller técnico en el Instituto Técnico de Pamplona, vinculándose desde 1980  a SEPAS de San Gil, cuyo director ( http://naurotorres.blogspot.com.co/2015/06/ramon-gonzalez-parra-gestor-de-un.html) le asignó la misión de despertar y aglutinar a los jóvenes del campo en una organización de jóvenes rurales que tres años después logró vida jurídica con el nombre de AJUSAN con cuadros en cada parroquia de las provincias guanentina y comunera compartiendo liderazgo con otros jóvenes con reconocido nombre en el tiempo: Luis Eduardo Figueroa, Filemón Solano y Manuel Mejía Buenahora.

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Esta fotografía expuesta en uno de los corredores del Instituto de Liderato social de El Páramo tomada en 1977 en una semana de estudios de la doctrina social de la Iglesia en la que participaron los docentes y alumnos del Instituto de Zapatoca liderados por los el extinto obispo  de la Diócesis de Socorro y San Gil, Ciro Alfonso Gómez y los sacerdotes Ramón González Parra-director de SEPAS- y su hermano Samuel- rector del Instituto de Zapatoca-, Cesar Flaminio Rosas, salomón Pineda y Jorge Jiménez y Gustavo Martínez Frías, estos dos últimos los nombraron arzobispos posteriormente. En la primera fila, de izquierda a derecha, esta el joven Joselin Aranda Cano, conocido como “el mono”. Todas las personas fueron agentes de pastoral, quienes con su labor, gestaron en el sur de Santander todo un movimiento social y tejieron desarrollo conformando cooperativas de ahorro y crédito gestando un cambio social y cultural que sigue siendo estudiado por universidades nacionales e internacionales como un fenómeno de cambio cambio cultural y como un modelo para restablecer la paz en zonas de conflicto.(fotografía del archivo del Instituto del Páramo 1977).


Joselín es un escudero de la familia.

Joselyn nació en la vereda San Ramón del municipio de Guadalupe, Santander un año después del surgimiento de las Farc como grupo de autodefensa campesina; nació el día del calendario gregoriano, el  11 de mayo de 1951; sus padres, José del Carmen Aranda Y Josefina Cano le dieron compañía al mono como le llamaban con 9  hermanos, Ricaurte, Benedicto, Juan de la Cruz, Carmen Julia, Margarita, Querubín   y Elpidia. Compañía en su niñez y juventud  y desde 1996, en la adultez, cuando  fue diagnosticado y tratado de una enfermedad que ahora- 20 años después-  lo tiene en cuarentena en la FOSCAL, en Bucaramanga,  la cual se reactiva luego de algunos años de relativa quietud sin manifestación preocupante.


En 1977 su  hermana Elpidia, luego de una recuperación lenta y tranquila de una cirugía de corazón abierto para dejarle el musculo con marcapasos, se trasladó a San Gil a acompañar a Joselyn en una recaída. Como toda mujer nacida en el campo jugando con el trabajo, llegó a la residencia del representante legal de EL COMUN y empezó a limpiar, asear y lavar cuanto chiro, trasto o vasija encontró. Creyendo en no recargar con el volumen y el peso la lavadora, se dio a la tarea de lavar las cobijas a mano y entre un platón, y tal vez pensando en su progenitora que la apuraba con los oficios del hogar; sin escurrir las cobijas, las sacó para colgarlas en la cuerda a  secar, pero el esfuerzo y la fuerza que hizo le descompuso el marcapasos y murió en el patio de la casa de Joselyn.

El sacerdote Samuel González Parra, fue quien lo convenció de ir a iniciar el bachillerato en el Instituto de Zapatoca.


El guadalupano luego de dejar estructurada y financiada a AJUSAN y con proyectos en desarrollo como el fondo de crédito rotario para grupos juveniles, le entregó el liderazgo a los jóvenes Filemón Solano y Luis Eduardo Figueroa para convertirse en el tesorero de EL COMUN por tres años seguidos, y luego en 1996, en el representante legal de la misma coordinadora de organizaciones campesinas cuya dignidad se llamó desde el 2000, dirección ejecutiva, cargo que ostentó hasta el 2014 para entregárselo por elección a la señora Edelmira Hernández.


El radio de acción de la labor de EL COMUN liderada por Joselyn cubrió parte de otras Diócesis en Santander. Logró apoyo financiero de MISEREOR por varios años gracias a la confianza del obispo Jorge Leonardo Gómez Serna, y quienes le sucedieron, le suspendieron el visto bueno para seguir obteniendo apoyos de los cristianos alemanes; pero dada su experiencia y roce nacional e internacional en el campo social, logró conseguir aprobación y financiación de un proyecto de desarrollo agroecológico para las parroquias de Guadalupe y Confines con el apoyo de MANOS UNIDAS; luego con PAN PARA EL MUNDO consiguió recursos para fortalecer la democracia suscitando espacios en asociación con otras entidades de igual fin con sede en Vélez y  Duitama.

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Escribo este relato para no dejar en el olvido la vida y obra de mi alumno, quien siendo compañero de trabajo, siempre me ha visto como su maestro. Una persona, como muchas que son abortados del campo a la ciudad a conseguir trabajo, pero que añoran cada día el aire fresco, las aves, las praderas y lo árboles del campo.

Monseñor Jorge Leonardo Gómez Serna, siendo obispo de la Diocesis de Socorro y San Gil, fue un apoyo a El Comun y al trabajo ejecutado por Joselín en su existencia laboral.

A Joselin lo vi estudiar mas que a sus compañeros, lo vi madrugar a asear y alimentar los animales bajo su responsabilidad en el Instituto de Zapatoca donde fui docente. Lo vi trabajar en vacaciones en la vereda San Ramón para conseguir dinero para la ropa y los viajes al instituto. Lo acompañé madrugando en viajes en carro o en moto a visitar y animar a los hermanos campesinos para que se organizaran para lograr un mejor nivel de vida. Lo observé motivando a los jóvenes de Villanueva Y Barichara en donde conformó asociaciones de jóvenes que transformaron sus veredas siendo ya padres de familia. Presté mi hombro para secar sus lagrimas y calmar su ira santa cuando un arzobispo de hoy le negó la firma de un proyecto de ayuda que debía enviar a Misereor bajo la escusa que no era ya competencia eclesial el visto bueno porque el dinero no entraba a las arcas diocesanas. Lo vi visitar a mi esposa Margarita en su penosa, larga enfermedad. Fue mi bordón y compañía en el 2000 en el funeral de ella y mi amigo en mis soledades.

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Joselyn no fue sacerdote, y tal vez nunca lo hubiesen recibido en un seminario por su manera particular de hablar, pero su vida fue un autentico apostolado del cual solo se retiró hace un par de meses porque ese gusano que lleva dentro se reactivó para carcomerle hasta la medula. Fue tanta su entrega a sus ideales y al trabajo social por sus hermanos de clase que no tuvo tiempo sino de enamorarse de su labor.
Son numerosas las personas- las personas del común- que recibieron su aliento y sus ánimos en su trabajo desde las organizaciones campesinas,  pero hoy solo sus hermanos y cuñadas están pendiente de él en su cuarentena en la clínica Milton Salazar en el complejo hospitalario de la FOSCAL. Esa es la vida, nacemos en el seno de una familia y morimos en brazos de esa familia. Es la vida como un tren, en cada estación distinguimos a personas, y en el recorrido, unas se bajan en una estación, y otras se suben; son pocas las que nos acompañan en todas las estaciones de la vida, pero serán numerosas quienes guarden gratos recuerdos y encuentren valores cuando  ya estamos en el inevitable  camino del olvido gracias a “la gentileza de Dios”.


San Gil, junio 15 de 2016

domingo, 12 de junio de 2016

Juan Pineda, el subastador de Montes

 

No supo quienes fueron sus padres, tampoco el por qué tiene el apellido Pineda, no fue a la escuela pero sabe de letra, y aún, es un buen conversador; no tuvo hermanos pero lo criaron un par de hermanos; se relacionó por primera vez con otros niños en el “catecismo” cuando ya tenía ocho años, vivió desde cuando tuvo razón entre un monte por el que caminaba hasta la quebrada Jarantivá a traer en un chorote el agua para el consumo familiar; mientras vivió en el campo lo hizo en el mismo lugar en donde creció y formó su hogar en el que se criaron sus hijos integrados por siete mujeres y par de varones.

 

Su niñez, juventud y adultez ocurrió entre los montes, los arroyos, los caminos, el ferrocarril, y en ese lapso sembró aprecio, admiración y respeto por los demás y uno de sus mayores orgullos, ya a los 92 años, es que en su tranquila y placida vida no se ha enfermado ni recuerda que haya tenido un disgusto con alguien.

 

A Juan Pineda lo bautizaron el 29 de agosto de 1924. Nunca se enteró de quienes le mandaron echar el agua y hacerlo crédulo, pero cree que su nombre tiene alguna relación con  el hombre que lo recibió y asumió su crianza. Ese buen campesino tenía el nombre de Evangelista Merchán, quien junto con Celsa Merchán, su hermana, se convirtieron en los padres putativos de Juan Pineda, “el subastador”.

 

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Don Juan Pineda a sus 90 años

 

Los hermanos Merchán vivieron en un baldío  cuyos padres descuajaron de pinos, robles, estoraques, tunos, cucharos, siete cueros, en extensión de 30 hectáreas dejando una tercera parte en montaña. En ese predio conocido como  El Charrascal  se hicieron adultos los hermanos Merchán, quienes velaron por sus padres hasta el ultimo suspiro, sin darles tiempo de conquistar pareja, razón por la cual, luego de un costoso diezmo, recibieron la bendición de un cura de Santa Sofía que les consiguió un niño abandonado al que criaron con esmero con amor y con rectitud. Ese niño es  Juan Pineda “el subastador”.

 

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En los meses de verano de las décadas del  cuenta y sesenta  del siglo pasado, sin que nadie lo propusiera, se convirtió en “el subastador” en cuanto bazar hubo y en  las visitas de la Virgen de Fátima a  las familias de las veredas Páramo y Jarantivá que promovió el párroco de Puente Nacional para fomentar la devoción a la madre de Jesús  que se la apareció a tres niños en el valle de la Cova de Iria, cerca a Fátima en Portugal, y recaudar fondos para construir el templo de Quebrada Negra.

 

 

 


La colmena para construir una templo.

 

 

Los habitantes de la vereda Páramo se organizaron en cinco sectores: Quebrada Negra, La Muralla, el Morro, Montes y Peña Blanca; cada sector nombró un presidente y organizados como una colmena empezaron la construcción del templo que dio origen al nombre del caserío,  Quebrada Negra(https://www.youtube.com/watch?v=pV3sovaTwKw), en honor la quebrada que baña parte de la vereda Páramo, mientras que los habitantes de Brazuelito y Providencia, se empeñaron en recaudar fondos para comprar el terreno donde levantaron su capilla a trecientos metros de la estación del tren sobre las ruinas de una casona incinerada y  abandonada por sus dueños de estirpe liberal.

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El registro fotográfico en 1964 toma el momento del brindis de inauguración de la casa cural de Quebrada Negra. de pie, de izquierda a derecha,  Monseñor Pedro José Rivera, el sacerdote Eduardo Vargas y don Agustín Torres, al fondo el profesor Gabriel Gamboa.

 

Alfredo Parra, productor de papa y el ganadero Eduardo Malagón en el sector  La Muralla; Vicente Malagón   en el sector Peña Blanca; Ismael Contreras y Juan Pineda en el sector Montes; Horacio Parra en el sector El Morro y Agustín Torres y los hermanos, Salvador, Alejandro y Tobías González representaron a las familias que quedaron en un sándwiches entre las dos iniciativas, quienes  apoyaron a las dos.

 

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Un momento de un reinado de la simpatía para recaudar fondos para la construcción del templo de Quebrada Negra. En la fotografía de izquierda a derecha, los estudiantes Nauro Torres, Rubén Darío González, la reina, Felisa Pineda y Custodio González.(foto cortesía del álbum de la familia Torres Quintero 1970)

 

Con el recaudo producido por reinados, por los bazares, por los rosarios cantados y visitas de la imagen de la Virgen de Fátima, los habitantes de las veredas Páramo y Jarantivá construyeron en menos de quince años sus templos.

 

 

El templo de Quebrada Negra

 

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Vista del templo de Quebrada negra. (foto de Nauro Torres 2016)

 

 

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Las fotografías muestran unas caídas que  forman las aguas de la Negra en predios del actual dueño de la casona; caídas que están a unos cien metros de la misma construcción. (Foto de Nauro Torres junio 8 de 2016)

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Juan Pineda “el subastador”

 

quien aprendió haciendo el oficio de construcción, se convirtió en el animador de cualquier iniciativa para recaudar dinero para comprar el ladrillo, la arena y el cemento para la construcción del templo de Quebrada Negra (https://www.youtube.com/watch?v=h2ulWcdkt9c)  . El ladrillo se cocía en el chircal de la estación La Capilla, la arena se compraba en la mina de alguna peña de Tunja, y el cemento se comparaba en Puente Nacional, y los tres productos eran trasladados en tren hasta la estación de Providencia, y de allí hasta el cruce de los caminos a lomo de mula en convites en los que participaban las familias por cada sector, actuando todas organizadamente como una colmena, logrando levantar un templo tan alto y tan espacioso en el que pueden  estar cómodamente todas las familias de las dos veredas.

 

 

En ese entonces los bazares en el campo se nutrían con donaciones de porcinos, bovinos, aves de corral y ovinos, también con donaciones de los frutos de la tierra, como miel, café, yuca, plátano, papa, arveja, batatas, ibias y cuyes. Unas donaciones se remataban al mejor postor, y otras se preparaban para vender a los visitantes y participantes de la fiesta campesina. El bazar se organizaba y se desarrollaba en el centro de cada sector suscitándose una competencia sana al que produjera mas dinero para invertir en la obra comunitaria, bajo la promesa de mas bendiciones a la familia.

 

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Vista del templo de Quebrada Negra. ( Foto de Nauro Torres 2016)

En cada vereda y en verano las familias se inscribían para acoger en el hogar la imagen de la Virgen de Fátima. La familia que recibía el anda con la imagen, donaba artículos y especies menores (aves, conejos, curíes y ovejas) que la misma familia rifaba entre quienes acudían después de las cuatro de la tarde  a trasladar y dejar por ocho días la imagen  en otro hogar. En el trayecto de un hogar a otro, el jefe del hogar que acogía a la imagen, rezaba el rosario con la participación de niños, jóvenes y adultos; a la procesión se unían los compadres, los vecinos y  los amigos, quienes acudían con generosidad para comprar las rifas o rematar a un mayor valor lo que “ el subastador”  ofrecía, es decir, en palabras de Juan, “el que mas pujara, mas longaniza comía”.

Don Juan Pineda con su hija, profesora Posidia y una nieta. (Foto tomada de Facebook 2016)

 

Juan Pineda “el subastador” se enamoró una sola vez de una mujer que tenía 18 años y con ella se casó cuando tenía 23. La conoció y la galanteó en una caseta de guadua y teja de zinc en la que ella, por encomienda de  Verónica Gómez, la panadera y partera de la vereda Jarantivá. La caseta estuvo a la vera izquierda del camino real a Peña Blanca, cerca a un ojo de agua del que se surtían tres familias y estaba estratégicamente ubicada luego de coronar una pendiente luego de una larga y baja pendiente que se empezaba en otra tienda campesina.

 

Teresa Gómez Naranjo fue la hija menor de la partera, y por ser la menor se quedó con los rasgos de esa raza blanca de ojos verdes de ascendencia española que escaseó en la vereda y que también entró por el patio del aire en Boyacá, a Santander después de la guerra de los mil días.  El matrimonio con Juan Pineda ocurrió en 1967 en el templo antiguo de Puente Nacional levantado en piedra en la época de la colonia en el que escondieron al español Francisco Ponce que comandó al ejercito que desde Santafé se desplazó a Puente Real de Vélez-hoy Puente Nacional- a enfrentar a los vasallos comuneros que en numero de 23.000 se desplazaban de Mogotes, Charalá, San Gil, Socorro y Guepsa hacia la capital del virreinato para lograr la suspensión de los impuestos de barlovento.  El colonial templo se averió con el temblor de 1968 año en  el que por primera vez un papa visitó a Colombia, Pablo VI, el mismo año en que la energía eléctrica iluminó por primera vez las casas del caserío de Providencia.

 

De la unión Pineda Gómez llegaron a adornar el hogar un manojo de flores: Felisa, Marina, Beatriz,  Martha Irene, Carmen, Posidia, Miryam y Eucaris y dos gendarmes: Gerardo y Rafael.

 

Juan Pineda se crio entre maneas, vasijas para el ordeño, tiestos, estiércol y terneros; desde muy niño aprendió a sacar la cuajada, pues en ese entonces la leche no tenía compradores, y con la cuajada aprendió a hacer las almojábanas, que a diferencia de las de hoy, se amasaban con tres partes de cuajada y una de harina  y se horneaban en hornos semicirculares levantados en adobe.

 

Teresa Gómez se crio en una vieja casona que aun existe, levantada en una pequeña porción de tierra sobre una planicie desde donde se puede contemplar buena parte de la provincia de Vélez; ella tuvo una hermana que bautizaron como Pastora y un hermano que murió virgen de nombre fue Senén. Los hijos de Jorge Gómez y Verónica Naranjo, crecieron en el oficio de buscar chamiza y cargar leña de champo para alimentar el horno de adobe que tres veces a la semana doraba el mejor pan de la región.

 

 

El mejor pan de las Gómez y provocativas y esponjosas  almojábanas de los Merchán eran apetecidos por quienes bajaban o trepaban por el camino real, por los habitantes del casco urbano de Puente Nacional y por los pasajeros de los de trenes que transportaban los pasajeros entre la capital del pais y parte de los departamentos de Cundinamarca, Boyacá y Santander, cuya red vial fue vendida a pedazos a escondidas en la década del ochenta por inescrupulosos funcionarios públicos.

 

 

Al estar casamenteras las dos  hijas mayores de Juan y Teresa, y por haberse casado la tercera antes de cumplir los 15 años con un joven de apellido Becerra de la vereda, que por razones de complicidad terminó en Venezuela, Juan empezó a preocuparse por la suerte de su manojo de flores. El primer yerno lo invitó a trabajar en el vecino país que vivía época boyante por el precio del petróleo;  transcurría 1969 y Juan Pineda, una vez terminado el techo y las paredes del templo de Quebrada Negra, se fue a San Cristóbal, Venezuela en donde trabajó por mas de veinte años, tiempo en el cual ahorró para comprar una vivienda en el casco urbano del municipio, y a donde Teresa se trasladó con seis hijos que lograron hacerse bachilleres y citadinos.

 

Don Juan Pineda rodeado de sus hijas. (Foto tomada de Internet 2016).

Felisa por ser la mayor debió ayudar a criar a los hermanos, y luego de hacerlo se radicó en Bogotá donde trabajó como modista. Marina, la segunda hija se enamoró de Neponuceno Ovalle con quien tuvo cinco hijos. Gerardo ejerció la especialidad que aprendió en el Instituto Técnico Francisco de Paula Santander y es actualmente  un prospero comerciante, Rafael logró el bachillerato y fue empleado bancario siendo asesinado en un bazar que hubo en Providencia el 9 de septiembre de 2001 con balas de un sicario a quien le habían pagado para sacarlo del camino político. Martha Irene, Posidia, Carmen, Miryam y Eucaris son dignas egresadas de la Escuela Normal Antonia Santos y ejercen como docentes en el país.

 

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Las esponjosas almojábanas de Juan Pineda, aun las hace por encargo su hija Marina de Ovalle, en su casa sobre el abandonado camino real que de Providencia conducía a Quebrada Negra, el rico pan de las Gómez lo siguen dorando en un horno a gas en la casa cuya compra cerró el joven Gerardo, quien debió ir hasta Cúcuta a recoger  la plata ahorrada por Juan. La panadería y tienda de Juan Pineda, atendida actualmente por Felisa esta en la casa adyacente a la esquina de abajo de la plaza de mercado por la que se accede a ella en automóvil.

 

 

Los días por vivir que aún le quedan a Juan Pineda el subastador de la vereda Montes cuyo servicio comunitario, los actuales habitantes de las veredas Paramo y Jarantivá ya no recuerdan, la pasa en una desvencijada mecedora con marco metálico tejida con cuerda plástica, desde donde vigila la tienda y contempla el escaso jardín que se amontona en el patio que tiene un corredor en el que aun se amasa el pan de Teresa, cuyo olor emanado de cada dorada en el horno a gas, lo mantiene activo física y mentalmente pues le aviva los recuerdos de su amada esposa que se fue años adelante a aromatizar el camino al lugar que muchos, el cielo de los seguidores de Jesús el nazareno.

 

 

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Registro fotográfico con motivo de la celebración de los 90 años de don Juan Pineda en 2014. (foto tomada de internet)

 

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 20 de 2016

viernes, 27 de mayo de 2016

El suicida se viste sin ropa



Una emoción fuerte, un problema sin identificar una solución, una presión externa, una depresión o paranoia, unas condiciones que no acepta  pueden enceguecer a una persona y termina suicidándose.

 
Vidalio fue su nombre que no fue escrito en lápida porque en ese entonces, hasta para ser enterrado en el cementerio católico  había que demostrar que la muerte ocurrió sin producírsela.

Ese martes de un día olvidado de la década del cincuenta, bajó temprano a la botica de Segundo Sáenz que vendía medicamentos para los humanos y el resto de animales. Compró una copa de insecticida para lavar un par de vacas y regresó a su finca conocida como el Durazno distante un kilómetro de la estación del tren con nombre de predestinación, Providencia.


Ya de regreso en casa pidió a Delina su esposa una totumada de guarapo para calmar la sed y se ofreció a traer  el agua para el almuerzo. Tomó la pendiente hasta el ojo de agua que brillaba al sol en la hondonada del potrero que servía de marco a la casa de su única hija del primer matrimonio que como faro estaba vigilante en una loma desde donde se contemplan los tonos del arco iris  de las tierras veleñas que mezclan los rayos del sol.


En la misma totuma que se tomó el guarapo y con la misma que llenó el pote, disolvió en agua la copa de insecticida; llamó a la hija que le respondía al saludo desde el dintel de la cocina, y sin mas explicaciones que un brindis por ella y por su único hijo que estaba en la cárcel, se tomó la totumada de agua.


Juanita, la hija mayor por la que brindó, sin imaginarse la bebida del brindis, lo encontró recostado al margen derecho del ojo de agua con babaza en la boca y quejándose del dolor. Pidió ayuda pero no la encontró y las pocas fuerzas de la diminuta mujer que era su segunda esposa y las enclenques de Juanita, su única hija del primer matrimonio, no sirvieron para trasladarlo al camino, cargarlo en el macho blanco y llevarlo a siete kilómetros por un enlodado camino hasta el hospital de Puente Nacional.

Vidalio murió como decidió en el ojo de agua del que se surtían otras dos familias. Estaba vestido de camisa blanca en algodón  con mangas tejida y adornos en lino negro como las que hoy se usan en las ferias de Vélez en honor a los mayores que las vestían con honor y con orgullo. Tenia puesto su pantalón gris con rayas blancas arremangado sobre el tobillo por cuyas mangas se apreciaba la manga del calzoncillo blanco largo que  se usaba hasta la rodilla dejando ver el cordón sobre los tobillos. Tenía puestos sus blancos alpargates atados al pie con cinta negra y el sombrero de jipa dormía sobre el pasto como testigo mudo de lo ocurrido.

En convite  de los vecinos su cuerpo fue llevado a la casa que le dejó la primera esposa, allí fueron velados sus despojos mortales por dos días con sus noches dispuesto sobre una mesa revestida de sabanas blancas en cuyas esquinas y tan perpendiculares como los palos que servían de base a la mesa colocaron vástagos de plátano tiernos, y sobre  ellos, un velón de cebo forrado en papel brillante rojo cuya luz se disparaba al techo e iluminaba tenuemente la sala de casa de bareque.

Vidalio sobre la mesa revestida con sabanas blancas se miraba vivo. Su blanco bigote y sus largas patillas del color de la leche resaltaban en el rostro de tez blanca y ojos escondidos por las largas cejas que parecían pétalos de la flor de la inocencia.


Por haber sido una muerte provocada la casa y sus alrededores se colmaron de dolientes y curiosos. El yerno de su segunda hija del segundo matrimonio trajo de la finca La Colorada un novillo de 12 arrobas, que cocinado y con papas saladas donadas por los amigos del Páramo sirvieron de alimento a la muchedumbre que estuvo en la casa de bareque  por dos  noches con sus días.

El velorio, era en tierra de la Jarantivá, todo un acontecimiento que reunía a los miembros mayores de las familias. Las mujeres se reunían aparte, y unas se dedicaban a preparar los alimentos día y noche, otras se turnaban las jaculatorias pidiendo piedad para que el alma de Vidalio no fuera mucho tiempo al infierno, y ellos, los varones se dedicaban a comentar las buenas obras del difunto y a resaltar los valores que nunca, nadie le reconoció, mientras en nombre de Dios, se bebían cuanta copa de chirinche y guarapo ofrecían las mozas de las mismas familias reunidas.

Las señoras encargadas de la cocina desde la madrugada del ultimo día del difunto en la casa de bareque, empacaban sobre un mantel blanco con flores verdes y amarillas tejido en algodón, y sobre él,  hojas de plátano sancochadas holladas de comida con carne asada que ponían entre canastos en los que se veía el piquete como un envoltorio amarrado con las puntas del mantel, y en potes de diez litros, empotrados en  mochilas de fique se envasaba el guarapo para calmar la sed, ofrecido en tres sitios diferentes a los hombres que con fuerza y resistencia cargaban el cuerpo camino abajo hasta llegar a la funeraria que estaba en la esquina de  la ultima calle al cementerio.


El cuerpo de Vidalio sobre el guando lucía como una momia egipcia. Iba empacado en las mismas sabanas blancas que sirvieron de revestimiento de la mesa que lo exhibió en la sala de la casa de bareque del predio El Durazno. El tropel con el cuerpo del difunto descolgándose por el camino real, semejaba una procesión a las carreras que paraba en las mismas estaciones que otros muertos hicieron mientras quienes cargaban y acompañaban al difunto, piqueteaban, bebían con afanes como si el muerto tuviera afán de llegar al olvido.


Los cuerpos de los suicidas no tenían espacio destacado en el cementerio, formaban parte del grupo de los nns como un castigo y un escarnio a los deudos porque de ellos, los suicidas, no es el reino de los cielos.

Vidalio se suicidó porque no soportó los desmanes de su hijo menor a quien no corrigió de niño. Fue de joven borracho, pendenciero, jugador y recibió clases de bandido, Fue ciclón por una pelea callejera, estuvo en la cárcel y se voló, fue por un tiempo integrante de la cuadrilla de Efraín González, razones por las cuales fue perseguido por el ejercito nacional que al fin lo encontró un miércoles en la casa de Vidalio de la que se evadió por un túnel que el mismo había hecho y que desembocaba en un potrero, y luego de salir por él, recibió 18 impactos de bala logrando sobrevivir, pagar sus fechorías, y luego fue nombrado inspector de policía en la vereda donde nació muriendo pensionado por el mismo Estado que lo persiguió cuyo cuerpo en la funeraria lucía las mismas patillas y bigote del color de la leche que el viejo Vidalio sobre la mesa donde fue velado su cuerpo en la casa de bareque de la finca el durazno.

 




Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

domingo, 22 de mayo de 2016

Jacobo Velasco Torres, el poeta del Opón.

 caratula jacobo

No soy un poeta

quiero utilizar las letras

expresar mis sentimientos

el poema que llevo dentro

lo que aprendí en el tiempo

y en  el álbum de la experiencia.

 

 

Todo es un poema

la noche oscura,

la luciérnaga, la soledad,

el sol, la luna, el viento,

el rio, la palmera, la flor,

la alegría, la quimera,

la sonrisa de un niño,

el canto de un ave,

la ternura, la nostalgia,

el amor,

la mujer es un poema.

 

 

 

Nació el 18 de octubre de 1951 en la vereda Guaduales del corregimiento de Santa Rita Opón, municipio del Guacamayo en una familia colona que tuvo 12 hijos; su padre fue el paceño Ismael Velasco y la madre, una contrateña, Carmen Rosa Torres.

 

Cursó los primeros años de primaria en la escuela rural mas cercana distante una hora de camino del rancho de madera y palma nacuma. Tenia 19 años y se ganaba el sustento como jornalero usando la peinilla y el hacha, cuando se enteró por radio que el señor  cura vicario de Vélez, visitaría a la parroquia de La Aguada, en ese entonces orientada  por las Hermanas de la Presentación que habían decidido abandonar los colegios para hacer pastoral rural con los marginados. Luego de cinco horas caminando por trochas y lodazales, llegó al vecino municipio y se entrevistó con el sacerdote promotor de las Pastoral social en  la provincia veleña. El señor Vicario Gustavo Martínez frías, natural de San Vicente de Chucurí y quien conocía el duro trajinar de los colonos. Al observar el interés del joven, le recomendó, por la edad, que se fuese a estudiar al Instituto de Liderato Social del Páramo, Santander que tenía un programa de formación y educación para adultos, en el que en un año lectivo, se cursaban dos, estudiando interno.

 

Con tres mudas de ropa, un par de zapatos grulla, unos tenis Croydon y un par de pantalonetas que a la vez le sirvieron de pijama, empacó en una mochila y partió a pie hasta Guacamayo y de allí al Socorro para posteriormente llegar al destino pasando por San Gil, luego de ocho horas de viaje en chiva.

Al Instituto del Páramo llegó al atardecer y a la primera hora del día siguiente se entrevistó con el rector, el reverendo Cesar Flaminio Rosas, eminente sacerdote de la orden Vicentina, quien le negó el ingreso por haberse presentado dos semanas después de iniciar el año lectivo. Jacobo, rogó a su modo, pero el reglamento primó sobre el anhelo del deseoso estudiante. 

El agua que conduce al río

incansable llega hasta el mar

en banderas blancas

vuela hacia el sol

toca las cosas de Dios….

 

¡Oh¡ Señor, tócame a mí,

toca mi vida, mi mente, mi ser

toca mi corazón

y déjame tocar y vivir

las cosas de Dios.

Jacobo pernoctó esa noche en el Páramo, y en la mañana siguiente asistió a la misa de la madrugada. Luego se fue en peregrinación a la gruta de la Virgen de la Salud en donde  un bañó a la cabeza y el rostro se dió pidiendo intercesión para no tener que regresarse a Guaduales. 

Se presentó a penas abrieron la puerta del Instituto y solicitó nuevamente hablar con el rector, quien lo recibió en la amplia y voluminosa biblioteca que tuvo el centro de formación para adultos. 

Recuerda Jacobo que le imploró lo dejara estudiar, y el levita le inquirió su persistencia calificándolo de torpe, pero pudo mas la esperanza del campesino que el reglamento, y fue desde ese momento alumno del grado 5o. de primaria convirtiéndose en pocas semanas en uno de los líderes del grupo estudiantil en ese año.

Los maestros del Instituto despertaron su conciencia dormida y como niño y joven preguntón, décadas después escribió estos versos:

 

 

El diagnostico es grave;

el examen salió positivo

sus órganos están afectados

tratamiento no hay curativo,

lo detectó el ignorante

lo afirma la ciencia y el sabio.

 

 

Esta enferma la piel de la tierra,

el aire respira cansado,

del mar se secan sus venas

y en ellas los peces contados

las aves casi extinguidas

ya no lucen arriba en el árbol,

ya no cuelgan en ellos sus nidos,

agoniza su aleteo y sus trinos.

 

Continuó estudios en el Instituto de Agropecuario de Zapatoca en donde cursó hasta el 4o. de bachillerato. Regresó a su vereda, fue nombrado el primer maestro de la escuela en 1983, y luego de trabajar nueve meses de servicio al departamento, recibió todos los salarios en una sola paga en diciembre de ese año, mes en el que se casó con Elda, la niña que aun ama desde la primera vez que la miró.

 

Desde la primera vez

que me miré en tus ojos

me volví analfabeta y

en espejos transparentes

escribo pensamientos

tableros reales me persiguen

tablas, piedras, arboles, arena

todos los objetos…

en ellos escribo cuatro letras: Elda

 

Como estudiante, como dirigente campesino, como maestro, Jacobo Velasco aún muestra sus dotes de declamador, poeta y líder. Bajo la apreciación de que “todo es un poema”, a sus alumnos enseñó a rimar, a hacer esquelas y cartas románticas; les animó a declamar y les avivó el amor por el campo.

 

Terminó el bachillerato en Santa Rosa de Simití. validó la Normal en Aguachica y se licenció en filología e idiomas en la Universidad Libre seccional Socorro. Trabajó como maestro en una vereda de Onzaga, posteriormente en un centro rural en el Playón en donde se vio avocado a renunciar para asumir su defensa.


Explica el maestro ajeno a las aulas que negros pensamientos tuvieron unos compañeros de trabajo que junto con el abuelo de una menor de edad, lo sindicaron de acoso sexual.

Negro es el dolor

de negro se viste la viuda

negro es el nubarrón

que presagia el aguacero,

negro es el cáncer maligno,

el beso traicionero,

el mordisco del perro,

el vampiro es negro

el diablo lo visten de negro…

 

 

El odio, puñal afilado

como garfio

veneno de cobra,

aguijón de araña,

lacra podrida,

curare maligno de los humanos

demonio escondido

en la saña

que ataca al asecho

hiere, maltrata y daña.

Una carta romántica sin remite y  sin destinataria que había leído en el aula a sus alumnos, un pañuelo blanco que la esposa le había regalado en los cumpleaños, unos dulces y una chocolatina que había comprado en la tienda cercana al centro, fueron las evidencias que entregó el denunciante a la fiscalía que encontró merito para sindicarlo, y el juez lo encontró culpable pagando la pena en la cárcel de Bucaramanga. Allí escribió:

 

Me duelen los ojos

de mirar al horizonte

un horizonte cercano

pero limitado, inalcanzable…

 

Me duele el alma

al ver las golondrinas

y siento envidia

de todas las palomas

que a diario recogen las moronas

y en la altura anidan los pichones,

a sus hijos;  los míos están lejanos,

¡Si me prestaran esas alas¡…

 

Me duelen las manos,

de tocar las ásperas paredes,

me duelen, al no poder tocar

la humana porcelana…

 

 

Me sangra el corazón;

de mis lindos hijos,

la sonrisa esta callada,

de pensar, si en la mesa

tienen pan

se rompen las fibras

de mi alma.

 

 

El domingo es día de visita,

afuera hacen fila las mujeres,

ansiedad que espera;

yo sin esperanza

miro hacia la puerta

y cada abrazo, cada beso

mueven mis sentimientos

y un agónico suspiro

quema las fibras de mi pecho.

 

Entre los últimos…

los míos no llegan;

se agranda mi dolor

cuando llegan las abuelas,

abrazan a sus hijos, a sus nietos…

un puñal traspasa su existencia…

¡mi madre no vendrá¡

no viene aunque quisiera

tiene sus ojitos muertos.

 

“La cárcel es la escuela del crimen”, escribió Pedro Antonio Mateus Marín, el poeta de Moravia, pero Jacobo trató de no aprender esas lecciones, al contrario, miró y calló, observó y escribió, “un preso es la imagen de los muertos”.

 

 

…mientras al preso las esposas le maltratan las manos

en el hogar se abraza el dolor amargo

y se confabula la tristeza y la desesperanza

hay  tristeza, debilidad, incapacidad humana,

mientras ellos conjugan su dolor

a él se le corroen los huesos,

en las membranas de la distancia.

 

 

Todo va pasando, todo va acabando, menos el tiempo

ni las noches largas en el tálamo que cansa

él es encerrado en este sepulcro abierto

donde no huele a muerto

pues son vivos los muertos,

un cementerio de muertos, muertos que lloran,

muertos que hablan, que suplican, que suspiran, que aman.

 

 

Al inicio del encierro hacen fila visitantes,

a menudo las llamadas, la comida, los detalles,

y el prisionero al igual que una tumba

al principio hay flores, arreglos, losa nueva, pintura, una cruz,

un hermoso epitafio, se elevan oraciones,

se pagan salves, desfilan amigos, familiares,

años después, la tumba abandonada….

 

 

Mientras en la tumba desaparecen las flores

al pobre prisionero se le esfuman sus amores

¡cómo se parece un preso a una tumba abandonada¡


En la cárcel compartió pupitre con un exgobernador y un exalcalde, allí no dejó de ejercer su profesión de maestro, en menos de tres años, a la calle regresó. Lo esperaban en la puerta del penal sus cuatro hijos, los maestros amigos, varios alumnos y padres de familia a expresarle aprecio, pero su Elda no lo esperaba, un joven gorrión ya cantaba en su ventana.

 

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Jacobo Velasco Torres en libertad retomó el hogar con sus  hijos y empezó de nuevo su lucha por la comida diaria vendiendo drogas naturistas  y empezó por la tierra que lo vio correr por los potreros y cañadas, regresó al rancho donde aprendió a hacer familia, y allí encontró, soledad.

 

Las palomas se han ido,

las maracaiberas, ellas se fueron,

las alimentaba mi padre…

el voló para el cielo,

ellas alzaron el vuelo.

 

 

Se fueron los gritos, las risas,

los juegos, los hijos, los nietos,

los bellos diciembres

acompañados de luces,

de salmos, de rezos,

la bondad de mi padre,

de mi madre sus detalles,

sus bellos consejos…

todo se ha ido extinguiendo

menos mis lindos recuerdos.

 

 

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Maestros y alumnos del Instituto de Liderato social de Zapatoca en 1977

 Con Jacobo Velasco Torres, el labriego de  versos, nos volvimos a encontrar 36 años después en un encuentro de exalumnos y maestros del Instituto Agropecuario para campesinos adultos de Zapatoca en donde fue mi alumno, encuentro ocurrido el 7 y 8 de mayo de 2016. Los años pasaron sin darnos cuenta, las tristezas se ocultaron y afloraron los recuerdos, se encendieron los abrazos, se cosecharon aprecios. 

Compartimos alegrías,  revivimos los afectos, pero en la entrevista para escribir esta historia, brotaron las lágrimas que se escurrieron por las arrugas que pueblan nuestros rostros, añoramos la guitarra y unos aguardientes y entre notas y canciones esconder los malos recuerdos que  a cada quien nos acompañan, sin quererlos, pero asumiendo su creencia que en la vida, todo es poema. “Todo es un poema” es el nombre del libro que  vende junto con medicamentos naturistas que promueve con canciones y versos desde el amanecer hasta el ocaso como todo labriego que labra la tierra para obtener el sustento.

 

 

Posdata: Los versos incluidos en la historia fueron tomados del poemario “Todo es un poema” publicado en el 2012 cuya carátula fue pintada por  Cristian Velasco Hernández, el hijo mayor del autor Jacobo Velasco Torres, cuyo nombre fue tomado  en honor al hijo mayor de quien escribe esta historia.

 

Puente Nacional, finca La Margarita, mayo 21 de 2016.

NAURO TORRES Q.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Gilberto Elías Becerra Reyes nació, vivió y murió pensando en los otros.

      ¡ Buenas noches paisano¡ ¿Dónde se topa? “ En el primer puente de noviembre estaremos con Paul en Providencia. Iré a celebrar la...