JOSÉ
EDUVIGIS CACERES LEAL, el padre ejemplar
(Cáchira,
Norte de Santander- 1.905-1998-)
Empecé a retener la imagen de mi padre,
creo que desde que tenía 4 años, y él, 53. Su rostro moreno, más por el sol
tropical que fue su amigo de toda la vida, que por los genes; pues hijos de
español y santandereana, el color pudo ser más claro. Sus ojos desbordantes de
paz, recuerdos y amor a Dios transmitían en su mirada respeto, seguridad y
admiración por las maravillas que la naturaleza y la vida le brindaban.
Sus manos grandes, dedos fuertes , piel
dura y encallecida acariciaban la tierra para extraer su esencia y darnos el
sustento; manos que se juntaban apuntando al cielo para agradecer, pedir y
alabar al creador. Cuidaba su cuerpo como su espíritu. Siempre viviendo en
casas seguras, amplias y cómodas, rodeadas de exuberante naturaleza y clima
saludable; ambientadas con el trinar de aves y las voces de los animales
domésticos.
Amigo del campo hasta su muerte,
disfrutaba la libertad que este le ofrecía, siempre con buenos rebaños y ganado
productivo. Cada amanecer, agradecía la luz y la esperanza que ofrecía la luz
del día; en las tardes disfrutaba de la vista del crepúsculo dorado, desde las
altas montañas de la despedida en el ocaso; en noches silenciosas y pletóricas
de estrellas, contemplaba el firmamento nombrando extasiado, las más brillantes
y explicando su eterna trayectoria. Aparte de oraciones, combinaba las noches
con narraciones fantásticas, míticas y a veces tenebrosas.
Fue rígido, honesto, serio y respetuoso.
Se esmeró porque todos sus hijos (9) recibiéramos educación. Era su más grande
sueño: un hijo sacerdote, no lo logró porque como dice el adagio: “en la puerta
del horno se quema el mejor pan…” Después de 12 años de estudio en el
seminario, mi hermano elegido para tal fin, decide abandonar la sotana, dejando
inconcluso el gran anhelo de mi padre. Recibiendo a cambio una entrega generosa
y comprometida, convirtiéndose en el soporte afectivo y económico de la
familia.
Labraba mi padre la tierra con amor, con
cuidado para no herirla y esta le retribuía su afecto con hermosos y nutritivos
frutos; testimonio dado por el sacerdote que ofició su despedida de este mundo.
Sus sembrados crecían en verano y en
invierno por igual, nunca fue poca, ni mucha el agua para ellos, siempre verdes,
frondosos y productivos. Jamás perdió una cosecha, ni plagas atacaron sus
ganados, fue prospero, pero mesurado. Se abastecía de provisiones, pero nunca
fue amigo del despilfarro. Conocedor de leyes, amante de la urbanidad; temeroso
de Dios y mucho más del comunismo…
Leia todos los días y transcribía a mano
los textos que más le impresionaban; conservo uno que dice: “Queridos hijos, no amemos de palabras ni de
labios para afuera, sino con hechos y de verdad.” (1 Juan 3:18)
Fue mi padre un ser maravilloso, no
perfecto que dejo en mi para siempre la fe, la fortaleza, el amor al trabajo,
la rectitud y todo un legado de virtudes que me han ayudado a que la vida sea más
fácil de entender y lograr mis sueños.
Su amor por mi madre con quien compartió
66 años y 34 días, y por mis hermanos, nos dio seguridad.
Entregado a su hogar, silencioso e
inteligente partió a la eternidad a los 94 años, el mismo día que se enfermó…
consciente y después de bendecirnos y recomendarnos seguir siendo buenos hijos
y hermanos. Dios recibiría su espíritu, premiándolo con paz por toda la
eternidad.
Texto de Martha Soraya Cáceres- Poeta.
Bucaramanga, julio 20 de 2.024
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